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II. La mermada Orden del Dragón.

Desde que di mi primera orden como futura soberana de los vampiros, me di cuenta que no era tan difícil como había pensado en un principio. Al aceptar convertirme en reina, como la última miembro de los Dracul, creí que iba a tardar demasiado tiempo en comprender en qué consistía mi nuevo puesto dentro de la comunidad vampírica. Sin embargo, gracias a la ayuda de Anya, pude empezar a averiguar más cosas sobre el siglo en el que me encontraba ahora. Me ayudó con el idioma, consiguiendo que lograra hablarlo perfectamente a la semana de haberme despertado; incluso perdí el fuerte acento que había tenido en un principio.

Cuando conseguí superar el obstáculo del idioma, le pedí a Anya que me enseñara la ciudad. Jamás había salido de Rumania y, pensar que había cambiado el mundo que conocía, había despertado mi curiosidad. Pese a ello, y por mucho que insistiera, Anya me prohibió terminantemente salir a la ciudad hasta que todo estuviera listo; según ella, «no querían arriesgarse a que me pasara nada». Si los dhampiros no sabían que aún seguía viva, era más que evidente ese afán controlador por no dejarme salir del enorme edificio que me pertenecía enteramente. Pero yo me sentía agobiada entre las paredes de metal de cada habitación.

Hoy, mientras Anya me estaba explicando más cosas sobre Londres, poniendo hincapié en que tendría que conocer bien la ciudad, miré por la ventana que había en la habitación, la única forma que tenía de reconocer un poco más mi nuevo hogar. Habían pasado ya un par de semanas desde que había conseguido despertar y apenas había tenido ocasión de ver a Vladimir, quien estaba demasiado atareado con mi presentación a la sociedad y futuro nombramiento como reina.

-¿Me estás escuchando, Zsóka? –parpadeé varias veces cuando Anya me llamó por mi diminutivo; ambas habíamos terminado siendo muy amigas y le había contado cosas sobre mi vida… excepto la noche en que murió toda mi familia. Anya soltó un bufido-. Por supuesto que no me estabas escuchando –me divertía cuando se respondía a sí misma, pero aquello no pareció divertirle a ella-. Tienes que prestar atención, Zsóka: vas a ser la futura reina de todos los vampiros y, créeme cuando te digo que, cuando suceda, no podrás estar igual de despistada. Tendrás asuntos más importantes que oírme soltarte una perorata sobre Londres y cómo se instalaron aquí los vampiros.

Se me hacía duro que alguien me regañara cuando, desde siempre, nadie lo había hecho. Había sido una niña correcta y disciplinada pero, al despertar, sentía una enorme curiosidad por saberlo todo. Había empezado con los nuevos inventos, con las prendas que llevaban ahora la gente de mi edad… pero estaba deseando salir a conocer la ciudad. Quería respirar aire puro y poder ir a cualquier sitio que fuera lo suficientemente amplio que me ayudara a olvidar este maldito edificio que parecía ser una prisión para mí.

-Quiero salir fuera –pedí de nuevo.

Y tal como habían sucedido en las anteriores ocasiones, la reacción de Anya no se hizo esperar. Se levantó de golpe de la silla y comenzó a pasearse por la biblioteca, el único sitio donde me sentía a gusto dentro de aquel siniestro edificio.

Desde que había ordenado que fuera Anya mi instructora, ella parecía haber subido de rango dentro de la escala del edificio; Vladimir me había puesto otra chica para que me ayudara como si fuera mi doncella, ya que Anya se había convertido en mi instructora. Y, al subir de rango, también parecía haberle subido el ego. Ya no era la chica apagada que hacía bromas de muy de vez en cuando; ahora deslumbraba y se mostraba mucho más segura de sí misma. A veces me preguntaba si había hecho bien en elegirla a ella como mi instructora.

-Aún no –repitió la misma respuesta que llevaba dándome cuando salía con el tema-. Sé que estás deseando salir, pero el señor Kozlov aún tiene que arreglar un par de asuntos para que puedas disfrutar de tu libertad.

-¿Y cuáles son esos «asuntos», si se puede saber? –pregunté con altanería.

Sabía que estaba comportándome como una mocosa malcriada, pero mi paciencia tenía un límite. Y el hecho de que Vladimir hubiera dejado de visitarme con asiduidad para contarme más cosas sobre lo que había sucedido desde que había decidido hibernar no mejoraba las cosas.

-Necesitas una nueva identidad, Erzsébet –respondió, con evidente fastidio-. Tenemos que incluirte dentro de esta nueva sociedad como una persona nueva, por seguridad.

¿Darme una nueva identidad? No, eso no podía ser; mi identidad era la que me definía como persona, lo que me unía a mi familia. Si también me quitaban eso… ¿qué me quedaba? Mi familia estaba casi extinta, no tenía a nadie más y, encima, querían quitarme lo último que me quedaba. Fruncí los labios para contener la gran cantidad de retahílas que tenía preparadas para gritárselas a Anya.

Quería ver a Vladimir para que me diera una explicación. No podía permitir que me quitara el último designio de mi familia. Yo era Erzsébet Marina Dracul Báthory, nadie me lo iba a quitar.

-No –dije con firmeza. Tenía que aprender a usar ahora mi posición para imponerme ante las cosas que no creía que fueran justas.

Las cejas de Anya se levantaron, con sorpresa.

-¿No? –preguntó, repitiendo lo que había dicho-. Es una medida de seguridad, por tu bien. Si sigues usando tu identidad, no tardarán en descubrirte; los dhampiros nos quieren muertos. Te quieren a ti muerta –se corrigió a sí misma, poniendo énfasis a sus palabras-. Tú eres la última Dracul. De seguir usando tu auténtico nombre, no tardarán en dar contigo.

-¡Me estás pidiendo que renuncie a lo único que me queda! –casi grité. Sin darme cuenta, yo también me había puesto de pie y fulminaba con la mirada a Anya.

Ella me observó con los brazos cruzados, aguantando el tipo. Parecía bastante tranquila, al contrario que yo.

-Nadie te está pidiendo que renuncies a nada, Alteza –noté un cierto retintín en sus palabras-. Simplemente te daremos una nueva identidad que puedas usar en el mundo de fuera. Tu nombre, tu auténtico nombre, no puede usarse allí fuera; es demasiado peligroso.

Me crucé de brazos, sopesando lo que acababa de decirme Anya; si estaba diciéndome la verdad, únicamente tendría que usar esa nueva identidad cuando saliera fuera, cuando decidieran dejarme salir a Londres. Tenía que reconocer que, en parte, tenía razón: mi nombre era bastante llamativo y dudaba que hubiera más chicas que compartieran conmigo el mismo nombre.

Decidí relajar un poco el ambiente y cambiar rápidamente de tema. De nuevo, y al igual que algunas veces en que me quedaba sin hacer nada que me distrajera, las imágenes de la noche en que consiguieron dar con nosotros me asaltaron, sin tregua. Me dejé caer de nuevo en mi asiento y me masajeé las sienes con insistencia, intentando pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa.

La imagen del caballero que me sacó de aquella casa y que me acompañó hasta que decidieron sumirme en la hibernación apareció en mi cabeza. Habían pasado un par de semanas y nadie me había dado alguna información sobre la Orden del Dragón, los caballeros que habían jurado proteger y salvar a mi padre y que se habían encargado de impartir justicia en el mundo de los vampiros.

Ahora me había convertido en su líder y ni siquiera había tenido la vergüenza de preguntar por ellos.

No podía quitarme la imagen de ese vampiro de la cabeza.

-Anya… -dije, interrumpiéndola en sus pensamientos-. ¿Sabes si hay algún documento del día en que me sumí en la hibernación?

Ella me miró durante unos instantes, deliberando o intentando encontrar alguna trampa en mis palabras. ¿Acaso no podía relajarse un poco? Había dejado a un lado el tema de salir de allí y ahora me preocupaba por conocer más sobre la misteriosa identidad del que había sido mi héroe.

-Tenemos… anales –respondió, en tono dubitativo. Después me dirigió una mirada suspicaz-. ¿Por qué quieres saberlo?

Me encogí de hombros.

-Curiosidad –respondí-. Quiero conocer mejor lo que ha sucedido en todo este tiempo. Necesito saber qué fue de lo que quedaba de mi familia…

Aquello pareció ablandar el carácter que había adoptado Anya; me dedicó una mirada de comprensión y sacudió la cabeza. Yo era la única que sabía lo que había sucedido realmente aquella noche y quería saber qué era lo que habían dejado escrito para futuras generaciones.

-Está bien –claudicó, al final-. Sígueme.

Me condujo, para mi sorpresa, a una de las estanterías que había más alejadas en la biblioteca. Conocía de refilón las obras que había allí y no parecían para nada interesantes: viejos volúmenes de geografía y mapas. Nadie solía acercarse a esa zona y, sospeché, que un posible motivo de todo aquello podía ser que allí se escondían los Anales que necesitaba.

Anya paseó su dedo índice por encima del lomo de algunos libros, murmurando algo para sí misma. ¿Le habrían hecho partícipe de todos los secretos al exigir que fuera ella mi mentora? Tuve que apartar mis pensamientos a un lado cuando Anya empujó uno de los pesados volúmenes de geografía y se oyó un ruido de algún mecanismo. La estantería comenzó a desplazarse hacia la derecha, dejando a la vista otra habitación que desprendía un fuerte olor a cerrado. Pasamos con cuidado y yo me quedé paralizada: reconocí algunos objetos que había en el castillo y también alguno de los cuadros que decoraban las paredes. En todos ellos aparecían todos los miembros, incluida yo, de mi familia. El corazón comenzó a latir con fuerza, haciéndome daño. ¡Cuánto me hubiera gustado poder tener una fotografía de mi familia! Las pinturas eran maravillosas, pero no transmitían tanto como las fotografías.

Anya me instó a que siguiera avanzando hacia el fondo de la habitación secreta; las paredes estaban llenos de viejos y polvorientos volúmenes decorados con demasiada exquisitez y finura.

El peso de aquellos Anales, el peso de los períodos que estaban ahí encerrados me oprimían la garganta, impidiéndome respirar con normalidad. Anya ya estaba manos a la obra y buscaba con insistencia el libro que hablaba sobre la noche en que toda mi familia murió asesinada. Oí que Anya soltaba un bufido mientras sacaba un pesado volumen de su lugar; lo dejó con cuidado sobre el atril y me hizo señas para que me acercara.

Obedecí en silencio.

-Aquella noche… los dhampiros destrozaron el castillo –me explicó Anya, con la voz neutra-. Muchos vampiros y humanos murieron en ese espantoso ataque –noté que le costaba pronunciar las palabras y me cuestioné si ella estuvo allí o si perdió a alguien querido. No tenía ni idea de los orígenes de Anya-. Por suerte no consiguieron encontrar los Anales. De haberlos encontrado, hubiéramos perdido toda nuestra historia.

»Los Anales son lo único que nos queda de esos tiempos de gloria.

De nuevo sentí aquella oleada de curiosidad hacia las raíces de Anya. No sabía si era una vampira o una simple humana que se había unido a la causa porque la encontraba de su agrado. Sin embargo, repetí en mi cabeza el tono que había usado para relatarme las numerosas pérdidas que habíamos sufrido aquella noche.

Algo había ahí.

Y, aunque sentía más curiosidad por el pasado de Anya, tenía la prioridad de encontrar a ese caballero vampiro que me había rescatado; el mismo que me había asegurado que encontraría a mi hermano.

Necesitaba saber si había hallado alguna pista sobre Miklós.

Necesitaba saber si mi hermano estaba vivo.

Anya se hizo a un lado cuando me acerqué al atril, dejándome todo el espacio para poder estudiar el Anal y encontrar lo que buscaba.

Mis dedos rozaron la hoja del pesado volumen y me mordí el labio. No quería hacerme ningún tipo de ilusión respecto a encontrar el nombre del caballero vampiro pero, en el fondo, me sentía como una niña pequeña. Aunque me había esforzado por adaptarme a esta nueva cultura y época, además de mis lecciones como nueva soberana del mundo vampírico.

Nunca en mi vida me había sentido tan cansada y asfixiada por tanto conocimiento.

«Necesito encontrar a mi hermano –me dije con firmeza-. Él es el legítimo señor de los vampiros, no yo. Yo lo único que quiero…». Pero no siquiera sabía qué era lo que quería; los dhampiros me habían arrebatado todo lo que tenía: me habían dejado huérfana, habían asesinado a sangre fría a mis hermanos menores, me habían expulsado de mi propio hogar y, ahora, estaban dispuestos a arrebatarme también mi identidad.

Había tenido que madurar a la fuerza y me había visto en una posición para la que no estaba preparada.

Ellos me lo habían quitado todo.

Lo único que quería era venganza. Deshacerme de todas aquellas criaturas que habían decidido terminar con nuestras vidas se había convertido en mi único objetivo ahora.

Pasé con cuidado las hojas, buscando de manera automática algún indicio que me diera una pista sobre la identidad de aquel vampiro. El olor a papel me llegó a la nariz, impregnando cada rincón de ella. Me recordó a las tardes que pasaba encerrada en la biblioteca, leyendo a escondidas de mis padres mientras mi hermano mayor me guardaba las espaldas a cambio de guardarle yo las suyas cuando él salía por las noches del castillo para inspeccionar el pueblo.

Mi vista se detuvo en un nombre que había en la esquina de la hoja que estaba leyendo en aquellos momentos; la fecha me sonaba vagamente, pero los acontecimientos que había relatados en ella sí que los recordaba a la perfección.

Larkin.

Así era como se llamaba aquel caballero vampiro que me había rescatado de seguir el mismo destino que toda mi familia. Reviví el momento en que irrumpió en aquella cámara de tortura y me liberó de mis ataduras para poder llevarme de vuelta al castillo.

Él me había prometido que iba a hacer lo que estuviera en sus manos para poder encontrar a mi hermano mayor. Necesitaba hablar desesperadamente con Larkin.

-Anya –la llamé y ella acudió rauda a ver qué necesitaba-. Necesito que encuentres a un vampiro por mí.

La chica se inclinó hacia la hoja, al punto donde señalaba el nombre del caballero vampiro que me había rescatado, y lo leyó en silencio. Alzó la mirada y me contempló durante unos segundos, intentando adivinar qué interés podía tener un vampiro para mí. No le conté nada sobre mis razones.

Aún no estaba preparada.

Anya hizo una breve reverencia.

-Haré todo lo que esté en mi mano para encontrarlo –me sorprendió que usara conmigo ese tono formal cuando, momentos antes, habíamos estado tuteándonos y hablando con más libertad.

Pensé que, quizá, había adoptado esa postura tan profesional porque debíamos guardar las apariencias frente al resto de vampiros que había dentro del edificio. Muchos de ellos trataban a los humanos como seres inferiores y alimento; que vieran a su futura soberana en una actitud tan cercana con una humana debía ser peor que la traición.

Anya salió de la biblioteca en silencio, dejándome a solas. Me mordí el labio inferior con fuerza para mantener a raya las lágrimas que había estado aguantando desde que había empezado a leer aquella hoja del Anal. La hoja que explicaba lo que había sucedido aquella noche.

Repasé una y otra vez la hoja mientras en mi mente iban sucediéndose las imágenes de lo que realmente había sucedido. Casi podía volver a escuchar los gritos y alaridos de mis hermanos menores mientras aquellos dos monstruos los torturaban hasta la muerte; recordé a mi pobre hermana Irina, en cómo la habían usado y forzado antes de deshacerse de ella como si se tratara de basura.

Esos hombres habían pagado con su vida, pero estaba segura que muchos otros vampiros habían sido asesinados a sangre fría por aquellas criaturas que habían decidido tomarse la justicia por su mano.

Me abandoné a mi dolor y me quedé apoyada en una de las estanterías mientras lloraba por la pérdida y añoranza que sentía de mi familia. Estaba sola en todo aquello y no tenía ni la menor idea de cómo hacer frente a los nuevos problemas que habían surgido y que se habían convertido en mi responsabilidad.

-Espero no molestaros, mi señora –me interrumpió una voz masculina y yo me sequé a toda prisa las lágrimas.

Tal y como me había enseñado mi madre, logré ocultar todos mis sentimientos tras una máscara y me giré para ver quién había osado interrumpirme.

Un muchacho de mi edad me miraba con auténtico miedo mientras se removía en el sitio, sin saber muy bien hacia dónde mirar.

-Nuestro señor Vladimir quiere verla, mi señora –dijo en tono monótono-. Requieren de vuestra presencia de inmediato.

Asentí y lo seguí hasta una sala enorme y sin apenas mobiliario. Allí me esperaba Vladimir rodeado por un grupo de vampiros con aspecto cansado que no paraban de murmurar entre ellos con bastante excitación.

Todos enmudecieron al verme aparecer en la habitación y sus miradas se clavaron en mí con cierto anhelo. Vladimir se acercó a mí y me cogió de la mano, guiándome lentamente hacia aquel grupo de vampiros que me observaban como si fuera una diosa. Me rodearon y controlé los impulsos que me pedían a gritos que me alejara de aquellos completos desconocidos. Mi instinto aún recordaba la noche en la que conseguimos huir del castillo y cómo habíamos caído presos de aquellos dhampiros.

Pero esas personas que estaban frente a mí eran mis iguales. Eran vampiros.

Cogí aire mientras Vladimir hacía una elaborada presentación sobre quién era y todos soltaban pequeñas exclamaciones de sorpresa y cierta veneración. Cuando terminó, me miró y sonrió levemente.

-Mi querida princesa, ante usted se encuentran los líderes de la mermada Orden del Dragón –me explicó con cariño-. Se han reunido todos aquí para presentarle sus respetos y jurarle fidelidad.

Uno de los vampiros, que apenas tenía pelo, se adelantó a sus compañeros y me dedicó una larga mirada. Sus ojos eran negros y estaban cargados de respeto. Hacia mí. De nuevo me temblaron las piernas ante la idea de ser su nueva soberana. De todos ellos.

Él me tomó de la mano y yo me erguí de golpe debido a la sorpresa.

-Mi señora –empezó, con veneración-, lamentamos mucho las pérdidas de su familia. No supimos que vos estabais viva hasta que Vladimir nos informó del giro de las circunstancias.

»Quiero que sepa que estamos con vos, mi señora. Siempre estaremos a su lado cuando nos necesite. No lo olvide, por favor.

Mis ojos se movieron de un rostro a otro. Había tenido un período de relativa tranquilidad, habituándome al nuevo mundo, pero aquello era demasiado para mí; aquellos miembros de la Orden del Dragón se agolpaban a mi alrededor, maravillándose de que siguiera viva mientras yo sentía un malestar por tanta cercanía. Eran vampiros, sí, pero su presencia tan agobiante me estaban dejando sin energía.

Llevaba mucho tiempo sin tener que lidiar con esto.

Me recordaban demasiado lo que había perdido.

Vladimir los apartó de mí con delicadeza y a mí me guió hasta un mullido sofá mientras los representantes de la Orden del Dragón se sentaban a mi alrededor. Agradecí en silencio haber escogido para la ocasión unos pantalones, ya que eran más cómodos y no me sentía tan avergonzada de llevar una prenda tan corta delante de aquellas personas que olían a pasado.

-Debemos preparar la coronación de inmediato –comentó el vampiro que antes se me había acercado tanto-. Si se convierte en nuestra soberana, será un buen incentivo contra esos malditos dhampiros.

Mi mirada se ensombreció ante la mención de aquellas criaturas.

-No podemos arriesgarnos a perderla, Marcus –intervino otro vampiro con el pelo de color azabache y los ojos completamente rojos-. Ella es la última de su linaje. No podemos exponerla así.

Marcus negó con la cabeza varias veces, en desacuerdo con la opinión del vampiro.

-Kazimir tiene razón, Marcus –secundó Vladimir-. ¿Qué crees que sucedería si esas criaturas supieran de la existencia de Su Majestad? Intentarían asesinarla.

La palabra me golpeó como una maza. Aquellas criaturas habían intentando asesinarme en una ocasión, sin llegar a lograrlo por la intervención de Larkin y sus hombres; se me erizó el vello al recordar aquella fatídica noche y me eché a temblar de puro terror.

No quería volver a encontrarme en aquella situación nunca más.

-El Conde puede protegerla –propuso Kazimir-. Él es quien tiene más poder en estos momentos y más destacamento. No podrá negarse. Es la vida de su reina la que está en juego.

Vladimir sacudió la cabeza mientras el resto de vampiros murmuraban entre sí. De nuevo me sacudió una extraña sensación: la desconfianza. Me había despertado en un sitio distinto, en un tiempo distinto y no tenía la menor idea de cómo habían ido las cosas en mi ausencia; en tiempos de mi padre había habido multitud de traidores que habían tratado de derrocarlo…

¿Cómo iba a poder reconocerlos yo si no contaba con el apoyo de alguien que conociera? ¿Y si el Conde trataba de eliminarme?

Antes incluso de que pudiera abrir la boca, Vladimir se puso en pie con resolución y dijo con certeza:

-Entonces lo haremos. Llamaremos al Conde.

El salón estalló en un revuelo que me provocó que me encogiera más en mi sitio. Me había mantenido erguida y tiesa como si me hubiera convertido en una estatua, pero ya no podía seguir fingiendo más. La mención de aquel misterioso personaje había logrado sacarme de mi postura de seguridad.

Mientras los líderes de lo que quedaba en la Orden del Dragón iban y venían por toda la sala, uno de los criados de Vladimir irrumpió en el salón y se dirigió a toda prisa hacia él; era consciente de que todos los pares de ojos estaban clavados en él y que muchos de ellos, yo no me incluía entre el grupo, estaban sedientos de sangre.

Vladimir se inclinó sobre el criador y dijo de manera clara y concisa:

-Ve de inmediato para que avisen a André Daskalov de que necesitamos su ayuda de urgencia –al ver que el chico no se movía, gritó:-. ¡Muévete, estúpido! Esto es un asunto de vital importancia.

»La vida de la futura reina pende de ello.

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