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Capítulo XV

—¿Para qué me necesitabas, padre? — el mayor le vio con una sonrisa tranquila y amplia. En un sonoro golpe sobre el escritorio acomodo horizontalmente los papeles que tenía entre sus manos.

—Bueno, hijo mío... — empezó con un humor carismático y orgulloso. —Verás; la compañía, bien sabes que tiene muchas alianzas con Norteamérica y pienso que, ahora que sé que eres lo suficientemente maduro y tienes un gran ingenio para los negocios... — ignorando su "etiqueta de modales", Meliodas interrumpió a su mayor.

—Ve al punto, padre. — el mayor soltó un suspiro manteniendo su humor.

—Quiero que tú vayas a la agencia americana y operes los servicios en tesorería y banca de consumo. — este amplio los ojos. —Escuche que los clientes han tenido algunas quejas, quiero que vayas y me notifiques de todo.

—Pero no... Yo no podría. La satisfacción del país no... — fue turno de Froi para interrumpir al vacilante rubio.

—La satisfacción del cliente es importante. — hizo objeción. —Escucha. Es tiempo que comiences a manejar situaciones como esta y buscar las alternativas de solución. Recuerda, identifica, analiza...

—Padre, no necesito clases de alternativas de solución, no soy un niño. —rodó los ojos.

—Demuéstralo entonces. — sin más se levantó de aquella silla incómoda en la que se mantuvo sentado durante la jornada matutina. —Viajas en dos días, espero resultados en tres semanas.

—¡¿Tres semanas?!

—Tranquilo, tu primo está allá. Le notifique ayer y está de acuerdo en recibirte; convivir en familia también es bueno ¿sabes? Podrías hablarle de tu compromiso. — Meliodas dibujó una mueca. —Y avísale a Elizabeth, no queremos preocuparla de tu ausencia ¿o sí? — sin escuchar nada más de su suceso, simplemente salió de aquella oficina que lo tenía hostigado.

—Ni siquiera le importa lo que haga. — musitó para sí ¿Por qué le importaba? después de todo, ninguno formulaba sentimientos más allá del compañerismo y su particular convivencia; aun así, sentirse querido le daba un pensar de escalofríos.

Su regreso a su pequeño y desolado despacho fue algo largo y casi interminable, su secretaria no paraba de recordarle su calendario sin cesar, él ya lo sabía de memoria, teléfonos y murmurios por alrededor que solo resonaban en su cabeza ¿Por qué se sentía tan estresado?

Se encerró en aquel cuarto que aislaba todo ruido lejano. Apagadas esmeraldas se enfocaron en el cielo azul grisáceo, nubes obstruían el exceso de luz solar que caía sobre la ciudad; un día comúnmente aburrido.

Relamió sus labios perdiéndose en los inusuales sucesos de la noche anterior con la platinada ¿sería esa la razón de su mal humor? Había sido imprudente de su parte que haya sucedido en la oficina de su padre, pero por suerte o para su disgusto, aquella interrupción terminó en una pelea algo infantil por parte de aquellos dos.

[Recuerdo]

—Tú debes tener cuidado por quien te dejas tentar, Demon. — tiró aun más de su corbata con travesía. Se perdió por unos momentos en sus ojos bicolores, su pierna entre las de ella, su curiosa mano curiosa delineando su estrecha cintura ¿ahí y ahora?

Quizás, solo aceleró las cosas o el destino era muy juguetón.

—¡¡¿Qué le hace a mi señorito Meliodas?!! — ambos voltearon a ver al hombre al que perecía que su alma le fue drenada por la garganta. —¡¡Lo sabía!! ¡¡Querías engatusarlo!! — chilló a mares, cosa que provocó la gracia de Elizabeth.

—¡Chandler! — este simplemente puso su mano en el rostro del rubio y, con una fuerza que no esperaba o simplemente estaba distraído, logró tumbar al lado para quitárselo de encima, ignorando su quejido —¿Cómo ha estado? — denoto falsa amabilidad, aún le causaba gracia el hecho que los encontraran en una posición comprometedora.

—¡¡Aléjate embustera!! — amenazó. —¡Mi señorito!, ¿está bien? ¿Qué le hizo esta?, ¿no vez que está chiquito mi muchacho? — Meliodas se vio avergonzado por su tutor, pues nunca le dejo de ver cómo aquel niño de diez años.

—Chandler, no es...

—Por favor, ¿chiquito? — soltó una risa jocosa ladeando su sonrisa. —Apenas empezábamos. — el de baja estatura frunció el ceño a la vez que se sonrojaba y tiraba de mil insultos respetuosos a la albina.

Pronto, ambos adultos se comportaban como pequeños críos, peleando por cualquier cosa insignificante, discutiendo sin parar hasta que el contrario cesara primero. Las palabras soliviantes desesperaban la paciencia del blondo.

—¡Se lo he dicho mi señorito, esta chica no debería...

—Guarda silencio, Chandler. — soltó un largo suspiro tallando el puente de su nariz. —Elizabeth, por favor ve a la sala. — la aludida no tuvo más opción que regresar a dicha estancia, sin antes dirigirle una mirada burlesca al mayor. Gruñó en respuesta. —Chandler, creo que sabes que antes de entrar debes tocar. — recriminó, no se imaginaba la vergüenza que hubiera pasado su pareja y él llegaban más lejos, aunque menos mal interrumpió, no era un buen lugar de cualquier modo. —Segundo, Elizabeth es mi pareja y no hay nada que me haga retractarme de mi decisión. Por favor, respétala.

[Fin del recuerdo]

La exasperación inundó su ambiente, era mucho decir que ya se encontraba lo suficientemente aturdido por la decisión repentina de su padre como para que ahora se hastiara de aquella situación embarazosa. No podía olvidarlo, solamente volvió a caer en su propio juego; bien sabía que él había sido el causante de esto; sin embargo, ella buscó la manera de seguirle y voltear la jugada. Para el colmo, cuando le había recalcado que esperara en la sala, esta simplemente tomo el descaro de marcharse por su cuenta, al menos le calmaba que Grayroad fuera quien la llevara de vuelta.

Definitivamente ella era el caos que su vida necesitaba.

No obstante, por ella, muchas de sus aspiraciones cambiaron drásticamente, poco a poco volvía a ser aquel hombre dubitativo. En un pasado, donde ella no estuviese de por medio, seguramente se habría sentido orgulloso e incluso narcisista y obstinado con la oferta de su padre, pero no, ahora no creía en su habilidad por el hecho de pensar mucho las cosas; justo como Elizabeth lo haría.

Mientras tanto, el contoneo de Elizabeth era firme y detallado, su espalda recta y un semblante seguro de sí; formal y no tan vulgar para las miradas masculinas.

¿A qué iba realmente? ¿Otro de sus juegos? Después de escuchar esa conversación, lo que menos iba a hacer ahora era jugar.

"...Elizabeth es mi pareja y no hay nada que me haga retractarme de mi decisión. Si, la elegí, así como elegí aceptar su comportamiento e ideales, lo único que quiero es conocerla y dejar que se sienta libre conmigo, no quiero que se sienta forzada ni menos presionada por ese estúpido contrato. Créeme que sí, me arrepiento de arrastrarla a esto que lo único que puedo hacer es dejarla a pesar de lo grosera que pueda ser. Trato de ayudarla a mejorar su actitud, no cambiarla a ella. Solo quiero que esto funcione, darle mi confianza para que confíe en mí, pero no pasará si solo continúas reprochándole. Elizabeth no es un juego para mí, así que, por favor, respétala a ella y a mi decisión".

Esas palabras. Jamás creyó que le afectarían, pues al contrario de lo que dijo, en la mente de Elizabeth no cabía más que pensar que solo jugaban a la pareja donde el rubio solo se aprovechaba de sus juegos. Era todo lo contrario.

Solo se acobardó y pido amablemente al chofer que le acompañara mientras trataba de despejarse, el empleado accedió sin problemas ni quejas. Durante esa noche ignoró los mensajes del ojiverde.

Una bocanada se liberó de sus labios.

Ajena a su alrededor, se dirigía a la secretaria del rubio, quien justo como su última visita, estaba rodeada de sus compañeras, haciendo de todo menos su labor.

—Buen día, señorita... — aquellos ojos envidiosos observaron a la mujer. —¿Podrías decirle al Señor Demon que estoy aquí, por favor? — la de cabello verde se vio algo ajena a su comportamiento sereno y amable, nada comparado con la que conoció aquel día. En seguida recordó lo dicho por su jefe.

"...Si es Elizabeth, no necesita notificármelo a menos que yo no lo consienta previamente".

—No será necesario, adelante. — cedió el paso. Elizabeth no cuestiono más.

—Gracias, buen día. — las miradas siguieron a la chica desaparecer entre el pasillo antes de ponerse a cuchichear entre ellas respecto a la joven.

[...]

Tan pensativo e ido de sus propios problemas para encerrarse con ellos en su cabeza, jugueteaba con el lápiz, no podía ni concentrarse, ni encontrar el núcleo de ese abismo podía, no sabía por dónde empezar o a quien culpar. Lo único que podía definirlo era completo agobio.

Toc Toc

—Adelante. — dijo sin prestar realmente atención.

—Hola, Meliodas. — la voz le sacó del conflicto interno. Le vio de pies a cabeza, el pantalón ajustado a sus piernas a juego con esa blusa rosada, repentinamente se sintió con un peso menos de encima.

—Hola, Elizabeth ¿Qué haces aquí? — la mencionada mordió su labio titubeante.

—Vengo a disculparme contigo. — quedó cabizbaja unos segundos antes de verle con un semblante que incluso podría competir con la seriedad de Demon. —Ayer me marché sin avisar y fui muy grosera con tu tutor. En verdad, lo siento. — los ojos verdes se encontraban en shock, ¿realmente había escuchado bien? Segundos innumerables transcurrieron, la peli plata esperaba una respuesta, pero no decía nada; una mirada de "tonto", como ella diría, se mantenía en su rostro. —¡Oye! ¡Te estoy hablando, contesta!

—Eh, lo siento. — parpadeo aclarando su garganta. —Solo no esperaba tu visita, ni menos una disculpa. — acto seguido, hundió de hombros. —Me alegra que estés bien, Elizabeth. — regaló una cálida sonrisa que le hizo sonrojar.

—Creo que apenas me estoy dando cuenta de lo inmadura que me comporto, me avergüenzo ahora. — apretó los labios sentándose frente al rubio, solo le dejó continuar. —También lamento... ya sabes, comenzar un juego sexual en la oficina de tu padre. — Meliodas parpadeo un par de veces disimulando su pudor.

—No hay nada que disculparse. — tosió un poco. —Todo está bien, ¿de acuerdo? — inesperadamente para Elizabeth, este tomo su mano entre las suyas. Se sentía atrapada en sus ojos ligeramente cansados, su sonrisa curveada sin exceder, la comprensión que transmitía aceleraba su pulso ¿por qué?

—Si, bueno... — se separó de él. —Creo que ya es hora que me vaya, solo vine a eso. No te quito más el tiempo. — un suspiro de chasco hizo al rubio fruncir el ceño.

—De acuerdo. Antes de que te vayas, solo queda decirte que me ausentare durante tres semanas. — la mirada interrogativa en la fémina no se hizo esperar. —Asuntos de la empresa que mi padre quiere que atienda.

—¿Tres semanas?, es mucho. No te vez emocionado por eso. — sonrió flojo, no podía ocultar su pesadez. —¿Cuándo te vas? 

—En dos días. — resoplo. Esa actitud no pasó por desapercibido a los ojos de la mujer.

—Estás estresado e inquieto. — sin dar aviso previo de sus acciones, simplemente se posicionó detrás del rubio aún sentado.

—Elizabeth ¿Qué haces? — no respondió, solo tomó las orillas de su saco para quitárselo, pero él titubeante varón no lo permitió. —No creo que...

—No son otras de mis intenciones, lo prometo. — su mirada no delataba mentira alguna, solo accedió en sus acciones. Su saco quedó en el escritorio dejándolo solo con la camisa y su corbata roja. —Debes tener un punto débil, por lo regular son en el cuello o nuca. — esto le desconcertó un poco.

—Punto de...¿huh? — sus palabras quedaron en su lengua al sentir las yemas femeninas en su coronilla comenzando con un suave frote que, por raro que suene, le relajó. Elizabeth sonrió; comenzó en círculos haciendo una ligera presión en su cabeza, masajeando su cuero cabelludo.

Meliodas no rechisto por el hecho que se encontraba enredando sus largos dedos en su ya despeinada cabellera, solo se dejó mimar por esa extraña forma de relajarlo. Era placentero de cierto modo, se delataba con su tranquilo respirar y sus rebeldes suspiros. Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir la segunda mano atender su nuca, entre el inicio de sus cabellos para ser exactos.

—Parece que te gusta. — rio enternecida, era como ver un niño relajado sobre el regazo de su madre mientras esta le hacía cariñitos para hacerle dormir.

—Mmm. — Elizabeth continuo por un rato, descendiendo de poco en poco hasta tomar ambos hombros, comenzando a trabajar en ello. Un ligero quejido salió del rubio.

—Tienes mucha tensión acumulada. — ¿Cómo lo hacía? cada vez que él, por las mañanas se estiraba y acariciaba sus hombros solo gruñía por el dolor que provocaba con sus fuertes apretones en un intento de relajarse; por el contrario, su pareja era suave, tomándose el tiempo necesario para relajarlo.

Le parecían graciosas las ironías de la vida. Hacia un tiempo, Gelda le había dicho de la peculiaridad de darle masajes a Zeldris antes de, lo que sea que hicieran después, el punto era que Meliodas no era tan distinto después de todo pues parece que lo disfrutaba mucho o quizás estaba muy cansado. Le vio recostarse con su rostro escondido entre sus brazos sobre su escritorio, cerrando los ojos, perdiendo la noción del tiempo, perdiéndose en aquella gratificante laxitud que brindaba las manos suaves de la fémina.

Pasaron algunos minutos, su cuerpo estaba en un reposo total, su mente estaba perdida y relajada ¿Cómo lo sabía? Su ligero ronquido le hizo sonreír satisfecha; finalmente cayó dormido. Parecía que realmente lo necesitaba, quien sabe por cuantas cosas pesadas había pasado y, por lo que recuerda, removió su horario del día anterior para asistir a su evento.

Se separó de él lentamente para mantenerse a una distancia prudente, terminando de escoger la silla frente al escritorio. Tomó una de las revistas políticas que encontró ahí en la base y se dispuso a perder tiempo mientras cuidaba de él, totalmente despreocupada.

Por otro lado, aquellos empleados, tan indiferentes uno de otros; unos cumpliendo su trabajo, otros solo causando problemas, todos ignoraban aquella conversación que mantenía el señor Demon, dueño de aquel imperio de bancos regionales e internacionales.

Fraudín, socio y amigo cercano de años, se encontraba exhausto de volver a repetirlo, no... de implorarle, pero para tragedia futura de los Demon, Froi Demon se mantenía reacio a su decisión.

—Sabes que no te lo perdonara, ¿verdad? — el rubio no respondió. —Escúchame, no como socio, no como amigo, si no como hermano. Froi, es mejor que dejes de callarlo. Zeldris quizás pueda superarlo, pero Meliodas...

—Aún hay tiempo, confió en Elizabeth. — su mirada perdida, una voz inexpresiva. —Es por eso que lo presione tanto, quizás así no le duela tanto la verdad, después de todo su madre... — apretó los labios evitando el paso a una voz entrecortada.

—La chica... lo sabe ¿no? — su mirada oscura junto a su movimiento de cabeza le dio a entender la respuesta. —Esto no terminara bien.

[...]

Paso alrededor de media hora y la fémina se encontraba jugueteando con el curioso mechón dorado que sobresalía de la cabeza de su pareja. Era algo curioso, a decir verdad, que por más que lo manipulara, regresaba esa forma colgada en su cabeza, era gracioso y a la vez adorable.

Toc Toc

Perezosa se levantó a atender la puerta, encontrándose con Deldrey, la secretaria.

—¿Y el señor Demon? — cuestionó con un portapapeles entre manos.

—El señor Meliodas ahora está indispuesto, ¿Cuál es el problema? — poco convencida, la mujer contraria humedeció sus labios dándole un folder perfectamente ordenado.

—Tiene una junta en quince minutos y tiene que firmar estos trámites solicitados. — Elizabeth hizo un mohín pensativo antes de asentir.

—Bien. ¿Te puedo pedir un favor? — esta asintió. —Podrías traer una taza de café. — la de cabello verde hizo una ligera mueca.

—Claro, ¿Cómo lo quiere? — enseguida negó.

—No es para mí. No sé cómo le gusta a Meliodas, pero supongo que tú ya lo conoces. — la contraria entendió y se retiró. No sabía si incomodarse o agradecer por ese comportamiento gentil, le daba escalofríos pensarlo.

Elizabeth regresó al escritorio mientras curioseaba los papeles entre sus manos, le parecía fascinante su trabajo al que nunca que le había prestado atención anteriormente.

Volteo a verlo, detestaba tener que despertarlo, pero no quería que se molestara después por perder tiempo y ser descuidado con sus obligaciones.

—Bien. — se acercó a él con cautela y, así como logró hacer que tomara una siesta, así lo despertaría, comenzando con esta vez tantear su cabeza mientras sacudía levemente su hombro — Meliodas, Meliodas. — susurró lo suficiente para que escuchara.

Escucho un pequeño gemido mientras se levantaba suavemente de su asiento, estirándose ligeramente.

—Hmm, ¿Elizabeth? — abrió sus ojitos esmeraldas, los vio más renovadores a diferencia de hace media hora.

—Despierta dormilón, tienes junta en diez minutos. — soltó una risa terminando con el poco cansancio que quedaba en su cuerpo.

—Uh, mierda, lo olvidé. — chasqueo la lengua. Raramente se dormía ya fuera porque no lograba conciliar el sueño o porque se mantenía ocupado, pero gracias a los mimos de la mujer, logró descansar, y vaya que lo hizo. Su cuerpo se relajó por completo. Escuchó un ligero tocar de la puerta. —Adelante. — bostezo observando a la peli verde entrar con la taza entre manos.

—Aquí está su pedido señor Demon, ocupa algo más. — se vio confuso, debió suponer que quien lo pidió fue la chica, pero ¿por qué?, ¿por qué su repentina amabilidad y falta de hostilidad?

—No, gracias. — agradeció a la jovencita cediéndole el permiso a retirarse. —Gracias. — esta vez se dirigió a la platinada. Dio un sorbo del amargo café, sintiendo la calidez recorrer su garganta.

—Estuve leyendo tus hojas, espero no te moleste. — dejó caer el monto de papeles frente a él. —Vaya que mantener un equilibrio financiero de un país es otra cosa distinta a un banco comercial. — el contrario sonrió dándole un vistazo.

—No tienes idea, — antes de que la joven pudiese seguir hablando, las puertas de la oficina se abrieron con brusquedad.

—¡Hey, capitán! — ambos observaron el puchero que este mantenía en su rostro. —¡¿Cómo que te vas pedazo de imbécil?! — exclamó en reproche, actitud algo incómoda para el rubio, pero estaba acostumbrado a los dramas. —Oh, señorita Elizabeth, no la vi.

—Buen día, señor Ban. — respondió con cierta lejanía y desconfianza.

—También me alegra verte, amigo. — rodó los ojos. Ban se le quedó mirando por unos momentos, sus ojos aún se vean algo adormilados y bostezaba un par de veces.

—¿Estuviste durmiendo? —este asintió en breve. —Se te ve en la cara ¡¡Dios contigo!! — vociferó una carcajada. —Pero al menos te vez descansado, nada comparado en la mañana con esos contadores de cuarta. — su risa escandalosa resonó por el pequeño lugar.

—Tengo que irme y organizarme. — soltó el aire. Se levantó y se colocó nuevamente su saco, prosiguiendo con tomas algunas de las cosas que necesitaría. —Nos vemos Eli. Gracias. — sorpresivamente para la mujer, este besó su mejilla dejándola pasmada. —Después hablamos, zorro. — pasó de largo al mencionado y se marchó.

Elizabeth sentía su mejilla caliente, maldecía lo adorable que podría ser y la manera en actuar para su sorpresa. Sin embargo, cayó en cuenta en el ambiente incómodo en que la dejó con su mejor amigo. Sonrió mostrando sus colmillos.

—¿Cómo has estado, linda? — guiño el ojo.

—He estado mejor, gracias por preguntar. — sonrío tomando sus cosas rápidamente. —Pero ya tengo que irme, tenga un buen día, señor Ban. — sin esperar una respuesta de su parte, simplemente se marchó del lugar con una pequeña mueca.

Se había puesto en meta personal que dejaría de ser imprudente y hostil con su alrededor, aunque claro, siempre había alguien que querrá sacarla de sus casillas y ella no dudaría en destruir a quien sea verbalmente, pero el problema era aquel albino de ojos carmines ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿Por qué a veces sentía que algo ocultaba bajo esa personalidad coqueta?

Fue lo que fuera, tenía que mantenerlo bajo control por un tiempo, al menos hasta que, después del compromiso y la farsa de la pareja terminara, le diría al rubio. Al menos así ya no habría problemas más grandes. Entre sus pensamientos, su teléfono timbro un par de veces; rechisto atendiendo en seguida.

—¿Hola? 

"Elizabeth, cariño". Era su madre. "Necesito que vengas a la agencia".

.

.

.

Vayan despidiéndose de la quisquillosa Elizabeth porque a partir de ahora verán como empieza a madurar de poco a poco respecto a la relación. Obviamente tendrá sus momentos de berrinche, pero nuestra niña crecerá de poco en poco.

De Meliodas, ni hablar. ya lo mimaron, ya lo calmaron; poco a poco también volverá a lo que era antes.

Daremos un vistazo también de lo que seria de ellos  después de un tiempo separados, se pondrá bueno el asunto, además que aparecerá  otro personaje masculino UwU

Sé que lo prometí, sé que asegure que no agregaría un misterio grande, pero no lo pude resistir, solo llego a mi mente. Anyways, es mi historia, se me antoja agregarle algo de drama suspensivo.

Créanme, a algunos no les gustara >:3

Aqui mi reporte Joaquín XD

Sin más, gracias por leer y nos vemos en el siguiente capítulo.

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