Viaje a las estrellas (pero de la delincuencia)
(Por: Kyle)
El traqueteo del tren era suave y los paisajes pasaban junto a nosotros a una velocidad regular.
La mayoría eran prados y pueblos pintorescos que me hicieron sacar un cuaderno para poder dibujar. Estaba terminando el cuarto paisaje y solo faltaba un poco de música que lo hiciera perfecto. De todos modos, tarareaba para poder concentrarme.
Nadie más me prestaba atención. Emmeline miraba al horizonte, perdida en sus pensamientos. Irina y James llevaban una competencia de miradas desde hace media hora, según mis cálculos.
Poco a poco, las cosas fueron cambiando frente a mi ventana. Los prados se llenaron de animales pastando y casitas diminutas. Las carreteras empezaron a estar pavimentadas y los carruajes hicieron acto de presencia.
Un silbido más del maquinista y el tren empezó a disminuir la velocidad, conforme se acercaba a un nuevo pueblo para permitir que bajaran y subieran pasajeros.
Bufé, aburrido. Podían haber usado un medio mágico, pero La Cofradía decidió que enviarnos en tren nos haría pensar mejor en "las consecuencias de nuestras acciones".
Bueno, contaba en algo el hecho de que transportarnos de una parte a otra del país requería las energías de un par de magos capacitados y no iban a desperdiciarlas en lo que consideraban "jóvenes sin sentido común".
Escuchaba a alguien conversando con el supervisor de los vagones, un perro ladrando, la risa de varios niños, y a lo lejos cantaban las aves. Estaba anocheciendo en este lugar. Cuando salimos de Diringher, era madrugada.
Con el ligero cambio horario, faltaban tres horas para llegar a nuestro destino.
Pero no quería pensar en eso, del mismo modo que los demás.
Incluso cuando las habíamos leído mil veces, las cartas seguían frente a nosotros en la mesa entre ambos, con los sellos rotos. Algunas más arrugadas que otras y con las letras negras aún brillando a la luz de las esferas mágicas convocadas por Irina para iluminarnos.
Era como si pensáramos que las palabras iban a cambiar cada vez que las leíamos. Me desperecé un segundo, tomé la mía nuevamente y repasé las líneas:
Estimado señor Anderson:
Lamentamos informarle que debido a los recientes sucesos en el bosque, la Cofradía se ha contactado con la Academia y se ha determinado una suspensión temporal. Usted ha sido requerido para una audiencia en la Cofradía el 19 (diecinueve) de Febrero del próximo año. Deberá presentarse con su tutor y sus descargos frente a la comisión establecida por el Departamento para el Control de Misiones.
Mientras tanto, se ha dispuesto su traslado inmediato a la Academia de Altos Estudios Maraai Beckendorf, donde tendrá una mejor supervisión de sus acciones para evitarle a usted y la comunidad, futuros problemas.
Deberá abordar el tren de las 5:40 a.m. en Ayen para su llegada a Rootshire a las 8:15 p.m. el día 10 del presente mes. La Cofradía nos ha notificado el envío de dos miembros que los embarcarán y les darán las recomendaciones necesarias.
Esperamos que reflexione en ese tiempo sobre la importancia de usar el sentido común y la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus acciones.
Saludos cordiales,
Noelle Harewood
Subdirectora
Academia Hugh Diringher
Adjuntaba una resolución de la Cofradía con términos legales que nunca había escuchado. Estaba firmada por Angélica Nebhir, Reguladora Mayor del Departamento para el Control de Misiones. Yo no conocía ese nombre pero James frunció el ceño cuando lo leyó la quinta vez.
—Nebhir —repitió— debe ser la madre de Viela.
—¿Viela?
—Una amiga del colegio —movió la mano para alejar el recuerdo—. Un detalle que me llamó la atención, no importa.
Era lo único de la carta que al parecer no importaba. Porque cada una de las otras palabras fue gritada y cuestionada por Irina cuando apareció furiosa en nuestra habitación blandiendo su propia copia.
Fue por sus gritos que todo Diringher se enteró de que seríamos enviados a Beckendorf y los rumores volaron. Sabía lo que dirían todos, lo que yo mismo hubiera dicho si alguno de mis conocidos era enviado allí: que era peligroso.
Mis antiguos amigos se alejaban cuando nos cruzábamos en los pasillos y la única que se decidió a hablarme fue April. Habíamos sido amigos por tanto tiempo y nos llevábamos tan bien, que estaba seguro que en otra dimensión, éramos hermanos gemelos.
No podía contarle la verdad: que uno de nuestros maestros en realidad era un mago negro que estaba experimentando con la unión de submundos y demonios. Ni que nos había secuestrado una noche en la que investigábamos por qué había tantos hombres lobos demoniacos en el bosque.
Mucho menos que habíamos luchado contra él y lo habíamos matado. Sin embargo, el demonio que conjuraba se volvió contra nosotros y en un intento de devolverlo a su dimensión, Emmeline había sido poseída. Solo una lucha cuerpo a cuerpo y un discurso con grandes dosis de calma de mi parte habían logrado tranquilizarla.
Pero sí podía decirle que esto era una exageración, que habíamos hecho una tontería y ellos habían reaccionado irracionalmente. Que se arreglaría. April me escuchó y me dio un abrazo de buena suerte. En verdad esperaba que funcionara, porque la mitad de las cosas que le dije fueron más deseos y esperanzas que hechos.
—Ahí, desviaste la vista —dijo de repente Irina con una sonrisa de satisfacción.
James gruñó pero volvió a mirar su reloj.
—Faltan tres horas para que lleguemos a la encantadora Beckendorf.
—¡Encantadora!—bufó ella—. A mi padre casi le ha dado un ataque, absolutamente nadie de mi familia ha estado allí desde el siglo XVII.
Volvían a empezar la misma discusión.
—Bueno, ya sabes, volver a lo antiguo está de moda —dijo James— somos tan vintage que debería empezar a usar corbata de moño.
Irina le gruñó.
—Todo esto —hizo un gesto para abarcar el vagón con la mano— es culpa tuya.
—No es verdad, yo solo las seguí, ustedes fueron primero.
—Si no hubieras estado metiéndote en lo que no...
—Por supuesto que me importa si un mago negro planea convocar un demonio diez veces más oscuro de lo normal.
—Podría haberme ocupado sola.
—Te ataron con cadenas de hierro —gritó James—. Te salvé la vida.
—Nadie te lo pidió. Y menos yo.
—Podrías decir "gracias" o algo.
—¡Algo!
Se miraron desafiantes durante varios segundos y volvieron a empezar con los gritos. Llevaban del mismo modo la mitad del viaje. Del asiento frente a mí, Emmeline me sonrió con cansancio.
—¿Alguna vez se cansarán de pelear?
Miré a James pasarse la mano por el cabello por centésima vez y a Irina gritando:
—...y tu patética sonrisa que solo va a conseguir que te lance hacia....
Negué con la cabeza.
—No lo creo.
Si no fueran ellos tal vez habría agregado. "Ya sabes cómo es el amor" pero probablemente si lo hacía, sería yo quien terminara siendo lanzado hacia "el primer matorral de espinas que se cruce frente a la ventana".
Por mucho que quisiera salir de ese tren, la perspectiva de hacerlo siendo lanzado al vacío por una vampiresa enojada no terminaba de convencerme.
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Ahora ya saben qué decía la famosa carta. Pueden dormir tranquilos mientras yo sigo alentando a los pocos peruanos que quedan en las Olimpiadas y a los que acaban de ganar el mundial de surf :)
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