La mejor amiga
(Por: Emmeline)
Acababa de tener los tímpanos destrozados por la alarma de Beckendorf y todavía me sentía desorientada.
Me senté en mi cama masajeándome las sienes para aplacar el eco que todavía resonaba en mi cráneo. Al pie de mi cama, sobre mi baúl, estaban dos uniformes pulcramente doblados.
Frente a mí, la otra chica también se había levantado. Sin embargo, parecía más acostumbrada a este ritmo de vida. Se puso de pie, hizo su cama y ordenó cuidadosamente su uniforme antes de que yo pudiera tener un pensamiento coherente.
Finalmente, me puse de pie y rebusqué en mi baúl con mucha dificultad. Era como si un tornado hubiera pasado por allí. Mi baúl solía ir hermosamente ordenado en diferentes compartimientos expansivos. Al eliminar esa magia, todas las cosas que guardaba estaban encasquetadas a presión y en desorden. La mitad de mi ropa había desaparecido.
Ahora entendía lo que la señora Cobatt quiso decir con "para cualquier objeto del que quieran deshacerse, vengan a verme". Si iba a tener que escoger mi ropa, esa no era la mitad que quería.
La otra también lo había notado.
—¿De verdad te vistes con eso? —eran las primeras palabras que me dirigía.
Le dirigí una mirada exasperada y saqué la ropa de todos modos.
Mi compañera de cuarto era insoportable. La noche pasada me había mirado como si fuera un insecto que acabara de arruinar la suela de sus zapatos favoritos.
Todo en ella gritaba "chica popular" o, como había dicho Víctor el día anterior "una chica que sabe cómo lucirse". A menos que quisieras lucir como una luciérnaga travesti, no me parecía agradable. Gracias a las notas que estaban pegadas por toda su pared, descubrí que se llamaba Candace Nosinger.
Su mitad del cuarto estaba perfectamente delineada, siendo todas las cosas de color rosa chicle.
Estaba sosteniendo una toalla, también rosa. Dioses.... ¡era mi turno en las duchas!
Tuve que correr para llegar a tiempo pero afortunadamente lo conseguí. Conté en mi cabeza para asegurarme de que no me pasaba de los cinco minutos. Nunca fui consciente de lo hermoso que era Diringher hasta ese momento. Para empezar, tuve que contener un grito: el agua estaba helada. Me tomó diez segundos darme cuenta de que no iba a calentarse milagrosamente y otros cinco recordar que no podía hacerlo con magia.
Fue la peor ducha de mi vida. Temblando y contra el tiempo. Cuando sonaron las campanas que anunciaban el fin de un turno, casi suspiré de alivio. Me encerré en uno de los baños y me puse el uniforme.
El uniforme de Beckendorf eran unos pantalones negros hasta la cintura, una blusa gris, un abrigo negro con las iniciales AMB bordadas en verde y unos zapatos de charol que parecían diseñados para bailar tap. Sin lugar a dudas, era la cosa más horrible que jamás hubiera usado. Elegí además un suéter azul y una chalina tejida por mi madre.
Salí de allí todavía temblando. Varias de las chicas me siguieron mientras volvía a mi cuarto. Los cuchicheos me siguieron pero no podía concentrarme en ninguno. Todo lo que quería era una taza que chocolate caliente que, por como iban las cosas, supe que no conseguiría.
—¿De verdad piensas usar eso en tu primer día? —Insistió Candace Nosinger cuando entré en la habitación. Era cada vez más insoportable.
No le hice caso y fui directa al escritorio. Al parecer, el único objeto mágico que me habían permitido conservar, era mi cuaderno. En Diringher, a la gente le bastaba con llevar un cuaderno para todas las asignaturas. En la portada de cada uno, una ruleta indicaba en qué clase estabas. Solo tenías que mover la ruleta para que la flecha señalara otro nombre y las páginas cambiaban, mostrando tus apuntes en esa materia. Sin embargo, sobre el escritorio había una pila ordenada de once cuadernos, como una forma de decir que me dejaban tenerlo para repasar lo que había aprendido en Diringher pero que no podía usarlo en Beckendorf.
Empezaba a sentir que estaba en la cárcel. No ayudó descubrir que en mi horario había trece asignaturas y las únicas para las que no tenía que cargar un cuaderno eran Ataque y Defensa VII y Ataque y Defensa Avanzado II.
La chica rosa, como había empezado a llamarla en mi cabeza, se había puesto el pantalón, una chalina rosa y el abrigo sin cerrar. La blusa gris solo tenía puestos la mitad de los botones. Era obvio que había otras formas de usar un uniforme si no te importaba morir de frío.
Ella no se había molestado en presentarse y salió de allí como si yo no mereciera ni un segundo más de su atención.
Contra mis instintos más básicos, la seguí. Estaba desesperada por comida y por encontrar a Nina.
El comedor era más largo que ancho y solo contenía cuatro mesas que lo ocupaban de punta a punta. Cuando llegué al desayuno, Irina ya estaba allí, sentada en una esquina de las grandes mesas. En cuanto puse un pie en el comedor, ella había dejado su comida y ya estaba a mi lado. La mitad de las conversaciones se interrumpieron mientras ella me enseñaba el sistema para recolectar mi desayuno.
—Hubiera querido tenerlo listo para cuando llegaras, pero al parecer está prohibido tomar más de una bandeja por persona, aunque sea para otro estudiante.
—¿De verdad?
Ella se apuntó a la sien con el índice.
—Me he pasado la noche leyendo el reglamento.
—Supongo que has tenido una mejor noche que yo —dije sin muchas ganas. El aspecto gelatinoso de lo que iba a ser mi desayuno no ayudaba. Irina negó sutilmente con la cabeza cuando intenté poner un poco en mi plato.
—Tengo que comer algo —me defendí.
—Lo he solucionado —susurró echando un vistazo a alguien que iba detrás de mí. Con un suspiro, dejé pasar también el pan y solo tomé una taza de café que casi me tiro encima. Afortunadamente Nina logró atraparla en el aire sin que llegara a derramarse ni una gota.
—El asa estaba floja —reclamé.
—Lo sé —dijo mientras caminábamos de vuelta a donde ella se sentaba—. En dos minutos observando he notado que tienes que temerle a estos pequeños trozos de porcelana rota. Creo que...
Se detuvo súbitamente y yo seguí la dirección de su mirada. Cuatro chicas, entre las que reconocí a mi rosa compañera de cuarto, estaban sentadas en el lugar de Nina. Frente a ellas, estaba un amplio grupo de chicos que incluían a Víctor y su séquito.
Una de ellas, de cabello rizado y rojizo, nos dirigió una mirada engreída con la sonrisa ladeada de la gente de Beckendorf, que ya empezaba a odiar.
Mi reacción automática fue quedarme muy quieta sosteniendo la bandeja, pero Irina se limitó a rodar los ojos como si todos fueran niños sin modales y encontró un nuevo lugar casi al instante.
—¿Qué ha sido eso? —exigí en cuanto nos sentamos.
Irina me devolvió una mirada limpia y seria.
—La pelirroja es Karelle Lamont; Ayleen Metanher es la de bufanda azul; la morena es Alycia Rodcon y la rosa es Candance Nosinger. Las cuatro chicas más absurdamente populares de esta academia. Mel, tengamos cuidado. No le des poder sobre ti a nadie en este lugar, no dejes que te afecten. Todo se rige por manipulaciones muy fuertes y no podemos caer en ese juego. Está prohibido golpear a alguien y lograr que se desmaye, así que tampoco puedo hacer mucho. Mantengámonos al margen hasta que podamos salir, —asentí mientras buscaba una forma de agarrar mi café—. O hasta que arreglen estas tazas del demonio, da igual.
—Bien —logré decir antes de darle un sorbo al café—. ¡¿Pero qué es esto?!
Era el peor café que había probado en toda mi vida. Y créanme que era una experta en fingir que tomaba el café de mi tía Angélica antes de que papá me enseñara a hacerlo desaparecer.
—Empiezo a pensar seriamente que es agua de los pantanos.
Dejé el café y miré con aprensión el pedazo de pan.
—A menos que hayas obtenido el filo de mis dientes, no es algo que te recomendaría —dijo Nina antes de que pudiera preguntar—. Y ten cuidado, tengo la impresión de que estas bancas son tan débiles que pueden derrumbarse si las miras con el odio suficiente.
Extrañaba las sillas de Diringher, y sus respaldares donde me derrumbaba cuando las cosas no iban como esperaba. Las bancas de Beckendorf solo servían para sentarse. Y ni siquiera cómodamente.
—¿Dijiste que lo habías solucionado...?
—Oh, sí, pero tenemos que salir de aquí.
—Perfecto —dije poniéndome de pie.
Abandonar el comedor de Beckendorf me hizo sentir mejor.
—¿Cómo ha ido todo? —preguntó Nina mientras me guiaba por un pasillo a la derecha.
—¿No nos perderemos?
Ella volvió a señalarse la sien.
—El folio de Cobatt incluía un mapa.
—Genial —murmuré con desgano.
—Entonces, ¿cómo te ha ido?
Pasé completamente por alto el hecho de mi horrorosa compañera de cuarto y me puse a contarle del agua helada y la infinidad de cuadernos.
—A mí me han puesto en dieciséis materias y necesito cuadernos para catorce de ellas.
Comparamos horarios y descubrimos que teníamos siete asignaturas juntas. No sabía cómo iba a sobrevivir a las otras seis sola.
—¿Qué será Ilusionismo? —pregunté a nadie en particular—. ¿Y Teoría de la Magia?
—He intentando recordar algunos libros sobre ambos temas. Si mal no recuerdo, ilusionismo era un capítulo en los libros de encantamientos. Trucos para engañar los sentidos.
—¿Cómo el hechizo que te deja sin poder distinguir los olores?
—Imagino que sí.
Doblamos a un pasillo lleno de estatuas en diferentes estados de corrosión.
Irina bufó y sacó una manzana del bolsillo de su cazadora. Me la pasó con tanto sigilo que temí que nos estuvieran observando, la tomé como si fuera un regalo caído del cielo.
—¿Dónde has conseguido esto? —pregunté mientras sentía el jugo deslizándose hacia mi boca.
—He hecho una pequeña excursión al bosque en la madrugada.
Me quedé paralizada en medio de un nuevo bocado.
—¡Pero la señora Cobbat dijo que...!
—Shh —me calmó ella—. Son solo gingoc y yo soy un vampiro ¿recuerdas?
—Pero aun así...
—Nos hemos hecho amigos en esa visita.
—¿Los gingoc? —repetí sin poder creérmelo.
—Tengo un gingic* en casa. Lo encontré durante el verano y me lo llevé a la mansión. Es una pena que no se admitan mascotas en los institutos, es hermoso.
—¿Entonces es cierto?
—¿Qué cosa?
—Que los gingoc marcan a sus dueños con un olor particular, para que los otros de su raza sepan quiénes son.
Ella sonrió.
—Debe serlo porque no he tenido problemas.
Nos quedamos en silencio mientras terminaba la manzana. Irina estaba observando la amplia colección de cuadros que tenía ese pasillo.
—¿Hay muchos árboles de manzanas en el bosque? Porque presiento que vamos a necesitarlos.
Me rodó los ojos mientras extendía la mano para que le diera el corazón de la manzana.
—Lo tiraré cuando salga hoy en la noche. Tengo rastreo a las seis de la tarde y el salón está marcado como: "las puertas a los pantanos".
La manzana me había devuelto un poco el color así que le pregunté si había aprendido algo más durante la noche.
—Solo las cosas básicas del reglamento. Hechizos, castigos, lugares prohibidos...
—Suena bien. Ya me contarás en el almuerzo.
—Te veo antes en Encantamientos —me recordó ella—. Si quieres ve a mi cuarto después de clases, mi compañera es la indiferencia personificada. Me ha mirado como si hubiera estado allí siempre y ni se ha inmutado cuando ha visto mi medallón de sangre. Es un respiro. ¿Qué tal tú?
—Una chica con la que no he hablado todavía —dije intentando que no se notara mi mentira. De todos modos, Irina no tuvo tiempo de decir nada más porque la alarma que anunciaba que teníamos cinco minutos para ir a nuestras habitaciones por las mochilas, sonó con atronadora fuerza.
Nos despedimos hasta Encantamientos y enrumbé en modo automático hacia mi clase de Historia. Traté de no sentarme ni atrás ni adelante, esperando que pronto llegara la segunda clase. Todas las chicas me lanzaban miradas sospechosas y decidí no dejarme amilanar. Irina tenía razón: si las dejaba ver que me afectaban, esto no se detendría nunca.
*Gingic: Cachorro de gingec.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro