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Parte I | "Atracción prohibida" 1. "Un Ángel en la Tierra".

Engaño.

El engaño en mi mundo se paga con la vida, con la sangre, con la caída de imperios. Años y años de confianza se desarman si se comete el más mínimo de los errores; entre más leal seas, más vida puedes tener.

Miro el atardecer de Berlín, como el Sol se esconde tras los rascacielos de la ciudad, una cuidad que se bañará en sangre por un engaño.

—Todo listo, Black —la voz de Roger interrumpe mis pensamientos, logrando que toda mi atención recaiga sobre él.

Su postura firme me llena de tranquilidad, sabiendo que tiene todo perfectamente en orden.

—Necesito terminar con esto cuanto antes, tengo un maldito dolor de cabeza de los mil demonios y quiero dormir —le hablo con rapidez, colocándome la chaqueta de cuero que se encuentra sobre el respaldo del gigante sofá que abarca casi toda la sala del departamento.

—No debiste ir a la masacre de anoche —dice, recordándome la pequeña visita que le dimos a uno de mis socios. Uno que rompió las reglas y ahora debe pagar por ello—. Nosotros podíamos hacernos cargo.

—¿Y perderme la diversión? —pregunto sonriendo.

—Pero si la diversión te la llevarás hoy.

Palmeo su espalda cuando se hace a un lado para dejarme salir, el ascensor nos espera con sus puertas abiertas, cosa que ahorra más tiempo.

Ernesto Fischer, el viejo alemán de unos setenta años es, según sus ingresos de este último mes, más rico que todos por robarme dos lingotes de oro. Imbécil. Lo único que no debió hacer, engañarme. Pero la avaricia y la envidia pudo más que su sentido común, llevándolo a traicionarme y de la misma manera, a cavar su propia tumba.

Treinta minutos después, las enormes rejas de la mansión Fischer están abiertas de par a par para mí, diciéndome que mis hombres han hecho un excelente trabajo. El terreno se encuentra vacío una vez que el auto se estaciona frente a la casa, varios cuerpos se encuentran tirados en suelo y el terror en los ojos del personal de Ernesto me recibe cuando entro a la mansión.

Para Ernesto, yo estoy en Rusia, y es ahí cuando me quedo pasmado, la primera generación de los grandes se impone solo por ser la más vieja, sin embargo, la mente de los antiguos mafiosos no es tan perspicaz como creen. De lo contrario, el alemán no sería tan estúpido como para robarle a su jefe.

Ese es el problema con los viejos, se aferran a su estatus y olvidan la magnitud de una mente fresca. Él creía que yo no me iba a enterar de su fraude, pensó que sería rico a mi costa y resulta que, si yo no doy la orden, nadie tiene poder.

Me detengo frente a la puerta de madera blanca que me separa de mi, ahora, enemigo. Mantengo mi arma oculta, teniendo a los chicos armados detrás de mí, no la necesito.

Roger no espera mi orden, tan solo echa la puerta abajo de una sola patada. La escena me da asco, tan solo verla me genera un escalofrío. El asqueroso pervertido está de pie en medio de la habitación, con una bata de satén abierta, sus calzoncillos abajo y, un flácido y débil miembro saliendo de los mismos. Pero eso no me importa, sino más bien, la chica que está amordazada sobre la cama.

Ella; desnuda, débil, frágil y rota. Sus manos están amarradas a la cabecera de la cama; sus pies, al borde. Por sus piernas se desliza un hilo de sangre que me comprueba que acabamos de interrumpir el robo de su virtud, su rostro está oculto en su mata de cabello castaño, pero el temblor de su cuerpo me dice que no está dormida.

El rostro del alemán pierde cualquier rastro de color cuando me mira, su boca se cierra y se abre cuál pez fuera del agua y antes de que siquiera pueda decir algo, me llevo el dedo índice a los labios, indicándole que guarde silencio. No es conveniente que diga una palabra cuando la chica destrozada sobre la cama me ha cautivado, con un chasquido de dedos, Roger está sobre Ernesto.

Escucho sus lloriqueos y súplicas, pero mi atención va dirigida completamente a la morena frente a mí. Me acerco con cuidado a la cama, y con toda la delicadeza que consigo reunir; alejo el cabello del rostro de la chica. El fuego asciende por mis piernas cuando me topo con las delicadas facciones que componen su rostro, una nariz pequeña y respingosa, labios gruesos; resecos y amoratados, cejas delgadas y una cantidad considerable de pestañas. Pero el corazón se me abre en dos cuando diviso los moretones en sus pómulos y las lágrimas cubriendo sus mejillas.

Estoy anonadado, jamás me imaginé presenciar algo como esto: Un Ángel en la Tierra.

Que privilegio.

Me aproximo más a la cama, deshaciéndome de las ataduras de sus manos y piernas, recibiendo un quejido de dolor como protesta. Al verse liberada, su cuerpo se encoge, logrando formar un ovillo sobre el colchón. Mi mano entra en contacto con su piel y paso por alto el escalofrío que me invade, y solo me concentro en su temperatura. Si no estoy equivocado, debe sobrepasar los cuarenta grados y los gimoteos que escapan de su garganta solo me demuestras lo dolorida que se encuentra su pequeña anatomía.

—Por favor, por favor... —su voz apenas y es audible para mis oídos, pero la veo quejarse más cuando envuelvo las sábanas ensangrentadas a su alrededor—. No... por favor, me duele...

—Shhh —susurro, intentando ahuyentar el miedo de su mente, atrayendo su cuerpo entumecido hacia el mío—. Tranquila, princesa.

—Ya no más... —suplica, sus ojos se abren, mostrándome dos lunas marrones. Sus ojos hinchados y rojizos, su pecho comienza a subir y a bajar con más fuerza, desesperada se revuelve entre mis brazos—. Ya basta, déjame... en paz... Ya no más...

—Ya todo terminó —le hablo bajito, sus ojos desorbitados reparan en todas partes, menos en mí—. Estarás bien.

Me pongo de pie con ella entre mis brazos, y camino hacia Gabriel, quien guarda su arma cuando me ve frente a él.

—Al auto, quédate con ella —Gabriel desaparece por la puerta con la chica entre sus brazos, dejándome solo con la escoria más grande de este mundo—. Ay, Ernesto, veo que no esperabas mi visita —me doy la vuelta, encontrándome con un Fischer aterrado y desesperado, sentado en una silla. Sin necesidad de atarlo, porque sé que no se moverá de su lugar, no al menos en su estado. Teniendo en cuenta, claro, que la sangre drenó de su cuerpo, dejando a un fantasma—. ¿Cuántos años tiene?

—Su hermano me la entregó, Black. No quiero ofenderte, pero conoces nuestras costumbres. Será mi esposa, consumaremos nuestro matrimonio esta noche —mi sangre se vuelve hielo, camino hacia él mientras observo a Roger de pie con sus brazos cruzados.

Me río, incapaz de creer esto.

—¿Crees que soy idiota, Ernesto? ¿Mmh? —lo miro a los ojos, ni siquiera puede sostenerme la mirada—. ¿Me crees imbécil? ¡Respóndeme!

—No, mi señor —balbucea, asustado.

—¿Cuántos años tiene? —siseo con los dientes apretados, me agacho a su altura y miro el terror en sus ojos.

—No lo sé ... — gimotea, cierro los ojos.

—Te ibas a casar con ella... ¿no sabes su edad? —le hablo en pasado, porque de esta no se salva—. ¿Quién te la entregó?

—Sin ofender, Black. No tengo porque darte explicaciones de lo que haga con mi vida...

—¿Disculpa? Que no se te olvide con quién hablas. Soy tu jefe, cabeza lleva mi nombre y si me da la gana de que me digas cuál fue el nombre de la primera puta a la que te follaste, lo haces, ¿entendiste? —espeto, arqueo una de mis cejas cuando no obtengo respuesta, pero si una mirada cargada de miedo y cólera—. ¿Quién carajo te la entregó? Y respóndeme, porque no lo volveré a repetir.

—Marcelino Müller.

—¿El senador? —asiente a desgana—. Interesante... ¿Cuántos años tiene?

—Mi señor...

—¿Cuántos putos años tiene? —Roger es el primero en sacar su navaja y clavarla en el hombro del alemán, dolor es todo lo que se escucha en su grito desgarrado—. Habla de una buena vez. No tengo tiempo que perder contigo.

Diecisiete...

—Estás muerto —sentencio apenas lo oigo, mirándolo a los ojos—. ¿Me crees estúpido, Ernesto? ¿Crees que no sé que me robaste? ¿Crees que no me doy cuenta de que has quebrantado la más importante de mis leyes?

La Orden y toda la mafia organizada tiene sus leyes, desde hace muchos años un gran número de normas fueron forjadas. Claro que, cuando yo tomé el poder, muchas de ellas cambiaron. Pero solo una tiene el poder que abrir una zanja en el infierno.

No matrimonio con menores de edad.

No violación a menores de edad.

Nada de violadores.

No podía controlar las hormonas de mis hombres, ni mucho menos sus deseos carnales, pero si podía impedir esta clase de atrocidades y ahora, el maldito degenerado frente a mí, acaba de cometer una.

—Te dejé vivo cuando tomé el mando de La Orden por una sencilla razón, necesitaba tus contactos, pero ya me no sirves de nada, viejo enfermo...

—Nunca he hecho nada en tu contra, mi señor. Podemos llegar a un acuerdo, la dejaré libre, hablaré con Marcelino y la devolveré...

—¿Se la devolverás? —solté una risa amarga—. Dudo mucho que sobreviva después de lo que le hiciste, la marcaste, la destruiste —Dios, me sentía asqueado por tan solo pronunciar las palabras. Me puse de pie y saqué mi arma— Y como recompensa, yo te destruiré a ti.

—No puedes matarme, mis hijos irán por ti...

—¿Tus hijos? ¿Esos que vinieron a mi a decirme que su padre me robó? —reí al ver su rostro. Carajo, esto era tan divertido—. Vamos, si te mato, les haré un favor. Necesitan tu poder, tu imperio. Ellos estarán más que felices por tu muerte, y créeme; si llegan a venir por venganza, la muerte los encontrará primero.

—Algún día alguien acabará contigo, maldito hijo de puta —espeta con rabia.

Ladeo una sonrisa y perfecciono mi puntería.

—Estaré esperando a ese alguien —murmuro—. Nos vemos en el infierno.

Inhalé profundamente, lo apunté con el arma y vi como su alma dejaba su cuerpo al momento que tres disparos inundaron la estancia. La sangre deslizándose por su boca, y sus ojos volviéndose opacos cuando su cuerpo quedó inerte sobre el suelo.

—Quiero todo esto en llamas.

—Si, señor.

Todos cumplieron mi orden, y solo entonces, me sentí en paz.





¡Ahora sí!

¡COMENCEMOS!

Que felicidad tener a ✨Meyle✨ con nosotros una vez más. Editar esta historia fue lo mejor, me sentí muy feliz.

Cada detalle, cada párrafo, cada palabra. Sentí todo. Esta edición soy yo completamente, porque sabía que mis bebés se la merecían.

Espero les gusten muchísimo los pequeños nuevos cambios, que los disfruten y les den todo el amor del mundo.

¡Voten y comenten muchooo!

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