Epílogo
Dos años después: 2021.
Melissa
La luz entraba por alguna parte de la habitación y eso me fastidiaba, me removí, dándome cuenta que estaba sola en la cama. Entreabrí los ojos y miré el reloj digital en la mesita de noche, eran las siete de la mañana, era bastante temprano aún.
Kyle no estaba.
¿Quién carajos sabe dónde se habrá metido?
Hace dos años bajó su intensidad con respecto a su trabajo, ya no mataba gente, o eso me había dicho. Vulgarmente, por supuesto. Pero, muy en el fondo, le creía. Él no quería ser un mounstro, no cuando debía ser el príncipe para una princesa, en este caso, nuestra hija. Sin embargo, aún seguía haciendo sus negocios y llegaba bastante tarde a veces, como ahora.
Me estiré un poco y me senté, dando un respingo en mi lugar cuando veo a mi esposo sentado en el sofá frente a la cama, pero no está solo. En su regazo, nuestra pequeña monita está abrazada a él, completamente dormida, al igual que su padre.
La felicidad me invadió con rapidez, robándome una sonrisa cargada de amor.
A veces pienso en mi pasado, en la muerte de mis padres, la traición de mi hermano y la muerte del mismo, todo el daño que sufrí, todas las lágrimas que derramé. Definitivamente, nunca creí encontrar refugio en el infierno, tampoco pensé que el peor de los mounstros tuviera un corazón tan grande y poderoso, tanto como para sanar sus heridas y las mías en el proceso. Me aferré a los brazos de un mounstro y el mismo me dio el regalo más grande mi vida.
Me levanto de la cama con mucho cuidado de no hacer ruido, me acerco a mis dos personas favoritas y con delicadeza, y con miedo de despertar a alguno de los dos, tomo a mi hija entre mis brazos. Su cabecita se apoya en mi pecho y suspira, durmiendo profundamente, dejo a Kyle dormido sentado en el sofá y salgo de nuestra habitación, caminado hacia la puerta de al lado. Entro al mágico mundo de princesas que es la habitación de junto, acomodando a mi pequeña en su cama, tapándola hasta el cuello.
—Te amo, mi amor —dejo un beso en su frente, admirando la belleza de su rostro.
Sin lugar a dudas, es idéntica a mí, pero tiene la sonrisa de Kyle y eso nadie puede negarlo.
Salgo de la habitación y voy directo a la mía, encontrándome con Kyle, aún dormido. Dios, este hombre es un caso. Me acerco a él con cautela, sentándome a horcajadas sobre su regazo, beso sus labios, su mejilla, su cuello.
—Oye —susurro en su oído, sintiendo como se remueve—. Despierta.
—Mel... —suspira, pasa sus manos por mi cintura—. ¿Qué...? ¿Dónde está Kathleen?
—La llevé a su habitación —paso mis manos por sus fuertes brazos, apoyo mi mejilla en su cuello—. Aún es temprano, tiene que dormir más, es sábado.
—Mmh —me apretó con fuerza, soltando un suspiro—. Buenos días.
—Buenos días —me alejé y besé su mejilla, miré sus ojos azules adormilados—. ¿A qué hora llegaste?
—Hace treinta minutos —murmura, quitando el cabello de mi rostro—. Kathleen se estaba removiendo en su cama, la cargué antes de que se despertara.
—Entiendo —sonreí, pasé mis dedos por sus labios—. Ven, vamos a la cama.
Me levanté de su regazo y tomé su mano y lo ayudé a desvestirse, estaba demasiado dormido como para hacerlo solo, pero no paso por alto la sonrisita de suficiencia y de burla que tiene en los labios.
—¿Qué? —cuestioné, empujándolo hacia la cama, se acomodó en su lugar y yo lo hice en el mío.
—Creo que deberíamos tener otro hijo —murmura, me quedo paralizada.
No me lo esperaba, pero no me asusta la sugerencia, no me desagrada tampoco.
—¿Tú crees? —me metí bajo las sábanas y Kyle pasó su brazo por mi cintura, llevándome a su pecho.
—Sí, no estaría mal —acarició mi vientre—. Así Kathe puede tener un hermanito con quién jugar.
—Ya juega con Andrea y Rebecca —le recordé.
Andrea y Rebecca Cavil, las hijas de Roger y Audrey, sí, esos dos no habían perdido el tiempo, quizás por eso Kathleen solo le llevaba ocho meses de diferencia a las niñas.
En cuanto a los demás, todo resultó ser más llevadero después del incidente de hace dos años. Azucena estaba contenta al tener tantos niños en casa, y Gabriel, pues el estaba coladito por Kathleen, y ella de él. Eran los mejores amigos, y supongo que, para tener tan solo veinte años, próximo a cumplir los veintiuno, estaba sacando la niñez que le arrebataron hace mucho tiempo.
—Lo sé, pero quiero otro hijo —me miró fijamente—. Quiero todo contigo, Melissa, incluso diez hijos.
—Pues, no sé quién te los dará, porque yo no —me reí, sus labios se pagaron a los míos—. Está bien, otro bebé —acaricié su mejilla, sonreí—. Sí, podemos tener otro bebé.
La sonrisa que se formó en sus labios era todo lo que estaba bien, demasiado bien.
—Empecemos a hacerlo, entonces —se subió sobre mí, arrancándome una carcajada.
—¡Kyle, no! —reí, acomodándome bajo su cuerpo, buscando aire.
Besó mi mejilla muchas veces, luego mis labios. Me besó como si no hubiera mañana, como si el mundo estuviera a un suspiro de acabarse.
—¿Recuerdas esa vez, cuando me dijiste que la vida se empeñaba en salvarte sin motivo aparente? —cuestionó de repente, fruncí el ceño.
—Sí, lo recuerdo —sonreí—. Ese día me di cuenta de que estaba comenzando a sentir cosas por ti.
—Eso no lo sabía —dice con su cara de perrito confundido, después sacudió la cabeza—. En todo caso, ese día te dije que tenías un gran propósito —dejó un beso en la punta de mi nariz—. Este era tu propósito, Mel. Llegar a mi vida, salvarme y darme al tesoro más grande que tengo.
Mi corazón se aceleró ante sus palabras, mis ojos se llenaron de lágrimas, sonreí y sujeté sus mejillas, lo besé una, dos y tres veces. Junté su frente con la mía y suspiré, pensando que estaba en mi lugar feliz, en los brazos del amor de mi vida.
—Te amo, Melissa Black —dijo con firmeza, mirándome con todo el amor del mundo—. Y te amaré por el resto de mi vida, y después de la muerte también.
—Te amo con todo mi corazón —respondí, con lágrimas en la garganta, con el corazón chiquito, con el amor a flor de piel.
La vida no era perfecta, eso lo sabía, yo más que nadie. Me había caído, me había levantado, había perdido y había triunfado.
Muchos creerán que estoy loca, que soy la persona más rara por aceptar amar a un mafioso, a un asesino, pero nadie podía juzgarme, no cuando él fue quien sostuvo mi mano en mis peores momentos.
Kyle Black había sido mi cable a tierra, mi sol en los días lluviosos, y mi pañuelo cuando solo tenía lágrimas que derramar.
Y ahí estaba yo, abrazando a mi demonio, ardiendo en ese infierno al que todos llaman amor.
FIN
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