8. "La niña de los ojos marrones".
Las luces de colores me causan dolor de cabeza, pero eso no impide que siga caminando hacia el interior del lugar, necesitando que esto se termine una buena vez. Observo a mi alrededor, cientos de mujeres, niñas. Menores de edad.
¿Por qué carajos no pueden seguir una maldita orden al pie de la letra? La más importante de mis leyes, esa que puede llevarte al infierno si no la cumples. ¿Qué tan difícil es entender que no se pueden tocar a las niñas? ¿Por qué?
—Emir Petrov está aquí —dice la voz de mi conciencia junto a mí, Roger señala ligeramente con la cabeza hacia la izquierda—. Por eso esto está lleno de niñas, ya sabes cómo es.
—¿Cuántos hombres tiene? —pregunto.
—Siete, o menos... no hay nadie junto a él —mi ceño se frunce y mis puños se aprietan.
—Quiero todo esto vacío. Ahora mismo —Roger asiente y saca su arma, dos disparos al aire vuelven el lugar en un caos.
Gritos, miedo y pánico.
El lugar se vacía en menos de un parpadeo, los únicos que permanecen en él, son dos de mis socios. Roberto Franco y Emir Petrov están aquí, rompiendo una ley importante.
—Buenas noches, caballeros —observo la sorpresa en sus facciones cuando camino hacia ellos—. Veo que la velada comenzó sin mí. ¿A qué se debe eso?
—Mi señor, no esperábamos verlo hoy...
—De eso me doy cuenta. No se levanten —los detengo antes de que me ponga de pie—. Será una visita rápida, tengo asuntos pendientes que atender. Por ahora solo quiero saber: ¿Por qué esto está lleno de niñas? ¿No hay suficientes mujeres en el mundo? ¿Acaso...?
—No son niñas, Black...
—¿Qué he dicho de interrumpir, Franco? —sus ojos se desvían, Roger le cambia el cartucho a su arma—. Petrov, Bratva te necesita. ¿Qué haces en San Petersburgo? Creí que estarías en Moscú.
—Tenia asuntos pendientes importantes que resolver...
—Espero que no sea entrar a un club de venta, Emir —frunzo el entrecejo—. Te puse a cargo de Rusia por tu potencial, espero que estés haciendo muy bien tu trabajo, de lo contrario... —suspiro, miro a mi alrededor y solo están unas mujeres quien parecen acabar de ver al mismo diablo y no está muy lejos de serlo—. Roberto, me imagino que todas estas mujeres son mayores de edad, ¿o me equivoco?
—En lo absoluto, señor —concuerda, asiento—. Todas están aquí por voluntad.
—Bien, nos veremos en la reunión de anual de La Orden, necesito poner todo en orden. Muchos están quebrantando mis órdenes, eso no me conviene —Roger guarda su arma y me regala una mirada, sacudo la cabeza levemente—. Espero por el bien de todos que ninguna mujer en los negocios sea menor de dieciocho años, si me entero de algo, todo esto terminará en llamas, ¿está claro?
—Sí, mi señor. —Ambos asienten.
—Que pasen buenas noches, caballeros.
Mi paso es firme cuando abandonó el lugar, es cuestión de minutos para que el auto esté en marcha y rumbo a la casa. La noche está más oscura de lo normal, son pasadas las doce y dudo mucho que alguien quiera salir a estas horas.
—¿Por qué demonios no matamos al mal nacido de Petrov? —gruñe Roger junto a mí.
—Porque necesito saber qué tan lejos puede llegar con sus negocios turbios con Franco —explico—. Esos hijos de puta solo quieren tapar el sol con el pulgar, pero yo inventé esa teoría. Dejaré que lleven a cabo su cometido, luego acabaré con cada uno de ellos.
—Entiendo —sus brazos se cruzan, su ceño se frunce—. Debes buscar un hombre para que se haga cargo de Rusia.
—Ya tengo uno en mente —lo miro de reojo, este asiente sin mucha importancia.
«Iluso», pienso, le acabo de decir indirectamente que lo quiero al mando de Rusia y no entendió.
La autopista está libre y gracias a eso no tardamos en estacionar frente a la casa, la mansión está oscura y en completo silencio, el cual se rompe cuando entramos y Roger inicia con su informe.
—Ya agendé la reunión con Calisto, me imagino que Petrov estará ahí también —asiento—. Dos hombres de Roxed vendrán mañana, necesitamos más seguridad en los laboratorios de Alemania, luego de la muerte de Fisher las cosas se descontrolaron.
Esa es otra cuestión, Fisher era un punto clave para el tráfico de armas, mientras que nosotros le proporcionábamos la mejor droga. Sus hijos, sin embargo; eran los principales patrocinadores del tráfico aéreo y los necesito de mi lado.
—Consigue una reunión con los hijos de Fisher, tengo que dejarles saber quién es el jefe y que se planten en el lugar de su padre —ordeno.
—Como digas... —su ceño se frunce.
—¿Qué? —su rostro se inclina y señala detrás de mí, cuando me doy la vuelta, la imagen de unos bucles chocolate me reciben.
Está sentada en el sofá cerca de la ventana, al estar de espaldas a mí; la hace ajena a mi presencia. ¿Qué hace despierta a estas horas? No, mi pregunta en realidad es: ¿Qué hace sola en la sala a estas horas?
—Deberías ir a ver, yo iré a dormir. Me duele la cabeza —Roger finge un bostezo y lo veo desaparecer dentro de la casa.
Con cautela camino hacia el sillón, cuando estoy lo suficientemente cerca; mi voz llama su atención.
—¿Mel? —su rostro se gira hacia mí y el corazón se me parte en dos al ver las lágrimas en sus ojos—. ¿Qué te sucede?
—No podía dormir —susurra, desvía la mirada y baja la cabeza—. Cuando estoy despierta puedo controlar los recuerdos, pero cuando estoy dormida... solo vienen a mi cabeza. No puedo concentrarme, cada vez que cierro los ojos —hace lo que dice y apretar los párpados con fuerza—, solo lo veo a él y todo lo que...
—No tiene caso que lo digas en voz alta —la interrumpo, porque estoy a un segundo de perder la cabeza—. Si terminas, puede que vaya a Alemania para buscar a ese desgraciado y matarlo de nuevo.
Levanta la cabeza y me mira, curva sus labios en una pequeña sonrisa.
No pienses en esa sonrisa, Black. Es una niña. Una niña de lindos ojos marrones y sonrisa bonita. Ya basta.
—Eso podría pasar por un comentario dulce —susurró, ladeando el rostro—. Salvo por la palabra matar.
—Sí, eso lo arruinó, lo siento —la miro fijamente—. ¿Te sientes mejor?
—Empezaba a sentirme mejor, pero luego de calmarme, encontré esto —sacudió el teléfono que tenía en una de sus manos. Se ríe con amargura y yo me tomo el atrevimiento de sentarme junto a ella—. «Noticia de última hora: El senador Marcelino Müller confirmó encontrar el cuerpo sin vida de su hermana. Müller afirma que su hermana sufría de un cuadro psicótico, y como consecuencia, la menor se quitó la vida». Suicidio, que irónico —Sus ojos me miran, más abiertos de lo normal y dos lágrimas bajan a los lados de sus mejillas.
La rabia comienza a expandirse por mi cuerpo, indicándome cosas que ante no quise creer. Ahora me odio por darle acceso a internet y también odio a su hermano por ser un hijo de puta.
—¡Dijo que me suicidé! ¿Cómo pudo hacer eso? —dice incrédula y yo sigo sin poder decir una palabra—. Estaría mejor: «Muere por secuestro», lo que no se aleja mucho de la realidad, ¿no crees? —mi mano se levanta por vida propia y limpia la lágrima solitaria que bajaba por su suave mejilla, sus ojos se cierran y suelta un suspiro tembloroso—. ¿Cómo pudo? Sé lo que le dije, sé que le pedí que me olvidara... ¿Pero no pudo guardarlo para sí mismo? —su llanto se vuelve sollozos y todo mi cuerpo tiembla.
No sé que hacer. Hace tanto tiempo que las lágrimas ajenas lograban causar algo en mí. El sufrimiento ajeno me da lo mismo, pero con Melissa es tan diferente.
De un momento a otro, su cabeza está sobre mi pecho y yo me paralizo.
Su aroma a dulce me invade, llevándome a rodearla entre mis brazos, sintiendo como el calor de su cuerpo traspasa el mío. Una de mis manos se pierde en su cabello castaño, tratando de pegarla a mí todo lo que me permite. Frutos rojos, ese es su olor. El mismo que se ha apoderado de toda la casa, impregnándose en cada rincón de este lugar. Volviéndome loco a cada paso que doy.
¿Por qué me estoy sintiendo así? ¿Por qué el corazón me late tan rápido cada vez que la veo? ¿Por qué su dolor me parte el corazón? ¿Por qué me duelen sus lágrimas? ¿Por qué tengo la necesidad de hacerla sonreír hasta que olvide porque ya estado llorando?
Esas preguntas amenazan con salir de mi boca, pero no puedo decirlas en voz alta. No puedo seguir cuestionándolo, no puedo... Ya sé la respuesta a todos mis tormentos. La solución a todos mis problemas. Tengo la cura a todos mis males entre mis brazos, y aún así, no quiero admitirlo.
—Lo lamento —por primera vez en años digo esas palabras. Los Black no pedimos perdón, pero no sé qué más decirle. Le pido perdón internamente por querer arrastrarla a mi infierno para que me haga compañía—. Siento que tú hermano sea un imbécil.
—No es tu culpa —se alejó un poco de mí, pero no lo suficientemente. Ahora su rostro estaba a la altura del mío, con nuestras respiraciones mezclándose. Con sus labios llamándome a probarlos—. Él siempre ha sido un idiota avaricioso, nadie puede justificarlo.
—Te prometí que jamás te lastimarían de nuevo, y estás llorando otra vez —susurro, dibujando el contorno de su labio inferior con el pulgar—. Me enfurece que estés llorando por él.
Su mirada brillante penetró mi alma, anclándose a cada partícula de mi ser. La vi humedecer sus labios y de pronto me sentí sediento. Quería acariciar sus labios, quería conocer su textura, su sabor. Su rostro se acercó al mío, y estuvimos a un suspiro de conocernos, pero eso jamás pasó.
Que lastima, ¿verdad? Saber que nada dura para siempre.
—¿Kyle? —una voz femenina logró que Melissa diera un fuerte respingo y se alejara de mí. Haciéndome sentir solo. Vacío. Cuando mi rostro se giró, una pelirroja apareció por el lumbar de la sala—. ¡Cariño!
—¿Audrey? —no, no, no. Mierda y mil veces mierda—. ¿Qué haces aquí?
—¿Así es como me recibes? —dice con una sonrisa, me pongo de pie y ella se apresura a llegar a mí. Sin verlo venir, sus labios ya están sobre los míos—. Te extrañé.
Un movimiento a mi lado me hace girar la cabeza, Melissa ya está de pie, con la mirada perdida y el entrecejo ligeramente fruncido. Mierda no. No puede ser. No. Alejo el cuerpo de Audrey del mío, ganándome una rara mirada por su parte.
—Mel...
—Creo que ya es tarde —susurra, su mirada está en alguna parte del suelo—. Buenas noches.
Con agilidad, camina rápidamente y me sorprende que su pierna se lo permita.
—¿Kyle? —la voz de Audrey atrae mi atención a ella, mi ceño se frunce.
—¿Qué haces aquí? —gruño con rabia, sus ojos se abren a capacidad.
—Yo quise venir a verte, creí que...
—¿Qué creíste? —me alejo de ella—. ¿Quién te trajo?
—Héctor, él venía a verte y...
—Vete con tu hermano, Audrey —suspiro pesadamente—. No tengo nada que hablar contigo hoy.
—Pero... —solo una mirada y su ceño se frunce—. ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué te portas así?
—Eso no te interesa, Audrey —le espeto—. Vete ya.
—¡No me voy a ir! —alza más la voz, mirándome encolerizada—. ¿Es por ella? ¿Quién es esa chiquilla? ¿Tu puta nueva?
—Lávate la boca antes de siquiera dirigirte a ella, ¿me escuchas? —mis manos se cierran alrededor de sus brazos, asustándola, aunque jamás vaya a hacerle daño—. No te equivoques, Audrey. No todas las mujeres son como tú.
—Eres un...
—¿Un qué? —siseo—. Si quieres seguir respirando, te aconsejo que cuides tu vocabulario conmigo. ¿Entendido? —no responde, solo desvía la mirada—. ¿Qué si me escuchaste? Respóndeme cuando te hablo.
—Sí, mi señor.
—¿Puedo saber por qué hay tanto escándalo? —pregunta la voz adormilada de Roger, mis manos sueltan a la pelirroja frente a mí y esta se cruza de brazos—. Oh, eres tú.
—Llévala con Héctor —ordeno, Roger asiente y se acerca a Audrey—. Asegúrate que se suba a un avión y no vuelva a pisar Rusia, si es que no quiere morir.
—Kyle...
—Cállate, Audrey —la señalo—. Te lo advertí. Te dije que te quedaras en Italia, pero desobedeciste mi orden, ahora te atienes a las consecuencias.
Roger se encarga de Audrey, y yo me torturo pensando en que hubiera pasado si la imprudente de la italiana no hubiese llegado.
AAAAAAAAAHHHHHHH
Casi tenemos primer beso...
No odien a Audrey desde ya, solo les digo eso...
¡Voten y comenten muchooo!
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