68. La sed de mi alma.
Solté un suspiro y me limpié las manos en el pantalón, subí las escaleras hacia la salida, y me percaté que por esto no podía encontrarlos, estaban bajo tierra.
Maldito infeliz.
Salí de ese mugroso lugar, caminando hacia la moto, solo que no pude llegar porque Gabriel estaba ahí, junto con Roger y Melissa, quién parece estar a un instante de un colapso.
—¿Cómo se te ocurre asustarme así? —gruñó Melissa en dirección de Gabriel, quién parecía realmente arrepentido. Y, para que el castaño este próximo a cumplir los diecinueve, Mel sigue siendo su mamá gallina—. ¿Sabes lo que sentí cuando te vi en el suelo? ¿Lo sabes? —golpea su pecho—. ¡Creí que habías muerto!
—Lo lamento —murmuró como un pequeño niño regañado, y me sorprendió ver el efecto que tenía Melissa en él, ya que conmigo nunca lució tan arrepentido. Las pocas veces que había cometido algún error, siempre se mantenía firme, con Melissa era distinto, quizá la ve como la hermana mayor que nunca tuvo—. Era la única manera.
—Mmh... ¿Mel? —Roger me señala.
—¿Qué, Roger? —se da la vuelta, quedándose con la palabra en la boca, su labio inferior comienza a temblar y sus ojos a cristalizarse.
Mierda, estaba metido en graves problemas.
—Sácame de aquí, Gabriel —ordena, con los dientes apretados y el ceño fruncido.
—Mel... —camino con rapidez hacia ella, pero solo me esquiva y sigue su camino—. Amor, por favor...
—¡No me hables! —gritó, ignorándome—. No quiero volver a hablar contigo nunca más...
—Melissa, por favor, habla conmigo —me interpongo en su camino.
—¿De quieres hablar? ¿De cómo me ignoraste allá dentro? ¿De como querías dejarme? —cuestiona enojada, con las mejillas rojas y los ojos bien abiertos—. ¿De eso quieres hablar? ¡Pues habla tú solo porque yo no tengo nada que decirte!
—Melissa...
—Te odio, te odio, te odio —repite sin parar, dándome golpes por todas partes, pero no intento detenerla, solo dejo que se desahogue—. Querías dejarme, querías abandonarme y dejarme sola con nuestro bebé —sollozó, y mi corazón se rompió. La tomé entre mis brazos y la abracé, y me encargué de unir sus pedazos rotos con míos, crear un nuevo rompecabezas—. ¿Qué iba a hacer sin ti?
—Perdóname —la abracé más fuerte, todo lo que su vientre abultado nos permitía—. No era yo allí dentro, Mel, no podía tenerte ahí... —sujeté su rostro, sequé sus lágrimas, miré sus ojos de chocolate—. Perdóname, mi amor.
—No te vayas nunca —pidió, sonreí.
—Jamás voy a dejarte —se sorbe la nariz y sonríe, una hermosa sonrisa y no puedo contenerme.
Beso su boca, sus dulces labios de azúcar, me pierdo en esa caricia y desconozco lo que está a mi alrededor.
—Te amo —murmura contra mi boca, robándome un suspiro.
—Y yo te amo a ti.
—Ay, no puede ser —gruñe, cierra sus ojos con fuerza y se agarra el vientre.
—¿Qué es, amor? —pregunto, totalmente asustado—. ¿Mel?
—Creo que está teniendo contracciones —dice Roger, llamando mi atención—. Hace unas horas también las tuvo.
—Mel, mírame —eso hace, respirando forzado—. ¿Qué te duele, cariño?
—Creo que... que el bebé quiere salir, Kyle —su murmullo es un suspiro entrecortado, sus ojos otra vez se llenan de lágrimas.
—Vamos al hospital —le digo, pasando mi brazo por su cintura, ayudándola a sostenerse en pie—. Llévate la moto, Gabriel y ve a casa, dile a los demás que todo está bien —asiente y sale disparado a cumplir mi orden—. Conduce, Roger.
—No puedo creer que vaya a ser tío —dice con una sonrisa de emoción, que me obliga a soltar una risita.
—Y yo no puedo creer que vaya a ser papá.
—¿Se pueden callar de una puta vez y llevarme al maldito hospital? —soltó Mel con más fuerza de la necesaria, dejándonos sorprendidos.
Sí, definitivamente estaba mal, Melissa no decía groserías.
—Claro, vamos —la ayudé a subir a la camioneta, intentando no morir a manos de mi esposa.
—Dios, esto duele demasiado —Mel apoyó su cabeza sobre el respaldo del asiento, tenía los ojos cerrados y una mueca en su rostro.
—Está bien, amor, está bien —alejé el cabello de su rostro, besé su mejilla—. Respira conmigo.
—¿No puedes ir más rápido, Roger? —gruñó, tomando lentas respiraciones conmigo.
—Estamos en medio de la nada, Mel —dice el castaño al volante—. No me presiones, estoy muy nervioso.
—¡Yo soy quien tendrá un bebé, Cavil! —era divertido ver a Melissa, pero no me gusta que esté sufriendo—. ¡Y tú deja de reírte, Black!
—Perdón, amor —apretó mucho mi mano, arrancándome un quejido—. Mierda, Mel, ¿desde cuándo tienes tanta fuerza?
—Desde que estoy apunto de tener a tu hijo, imbécil —gruñe en mi dirección—. Y tengo unas enormes ganas de golpearte, así que mejor cierra la boca.
—Me quedaré callado —fue todo lo que dije, no quería morir y tampoco quería tentar a mi suerte.
—Oh por Dios —sollozó, cerrando sus ojos con mucha fuerza—. Esto es horrible, Kyle.
—Ya pasará, amor —pasé un mechón castaño detrás de su oreja—. Ya estamos llegando al hospital, ¿sí? Respira, trata de relajarte un poco.
—Todo está bien —asintió, y por su expresión supe que estaba asustada—. Estaremos bien.
—Claro que sí, mi vida, estaremos bien —besé su frente perlada de sudor, inhalé su aroma a frutos rojos—. Ya todo terminó y vamos a estar bien.
Todo se calmó un poco después de eso, Mel se relajó mucho y pudimos llegar al hospital sin morir en manos de Melissa. Los tres bajamos del auto, pero Roger me quitó a Melissa de las manos.
—Ve al baño y quítate la sangre que pareces un psicópata, yo la llevaré —asentí, me acerqué a mi esposa y le di un largo beso.
—Te amo —le recordé—. Estaré contigo en un minuto.
—Está bien —suspiró cansada.
La vi caminar con Roger hasta la recepción, mientras que yo me encaminé hasta el baño más cercano. Me lavé la cara, quitándome cualquier rastro de sangre.
—Todo terminó —me dije a mi mismo, mirándome al espejo.
Mi pasado, todo el rencor y la rabia habían muerto con Marcus Bacardi, y lo sentí como si hubiese exorcizado todos mis demonios, como si dejara una carga atrás, quitándome todo un peso de los hombros.
Vi morir a mis padres, a mi hermana, me alejé de mi hermano, pero todo había tenido un propósito, todo había forjado un presente.
Mi presente.
Tenía una familia, personas que me amaban, a su manera, pero lo hacían. Personas que darían la vida por mí, así como yo daría la mía por ellos. Había ganado mi propia fortuna, y ese era el amor de la castaña que estaba apunto de darme un hijo.
Era el hijo de puta más afortunado de toda la maldita Tierra.
Sacudí la cabeza y me acomodé la chaqueta, salí del baño y fui hasta donde Roger me espera, pero estaba completamente solo.
—¿Y Mel?
—Se la llevó la Dra. Mason —dice, suspira.
—¿Estás bien? —miré su camisa, que tenía una mancha de sangre.
—Sí, solo es un rasguño —dice restándole importancia—. Kyle, dime lo que lo mataste, por favor.
—Lo hice —asentí, llenando mis pulmones de aire—. Terminé con todo.
Suspiró y sentó en una de las sillas de la sala de espera, hice lo propio y apreté su brazo.
—Gracias por cuidar a Mel mientras no estuve ahí —dije, bajé la mirada—. Traté de llegar antes, pero no sabía dónde estaban, la señal del rastreador se perdía constantemente.
—Estábamos bajo tierra, supe que sería difícil apenas nos llevaron ahí —murmuró—. Pero llegaste y es todo lo que importa.
—¿Señor, Black? —levanté la mirada hacia la doctora, me puse de pie—. La señora Melissa está bien, está estable, pero debemos proceder a una cesárea.
Mi ceño se frunció, apreté mis puños.
—¿Por qué? —pregunté confundido.
—Su corazón va muy rápido, y no quiero que se esfuerce de más —explica—. Con una cesárea su corazón estará tranquilo y el bebé saldrá sin inconveniente alguno.
—Está bien —me relajé un poco—. ¿Puedo verla ahora?
—Sí, estamos alistando todo para llevarla a quirófano, pero la mantendremos sedada por completo durante la intervención, para que no se estrese —asentí—. Acompáñeme por aquí, por favor.
Caminé con ella por un pasillo del hospital hasta que se detuvo frente a una de las habitaciones, señaló la puerta y después siguió su camino. Ingresé y visualicé a Mel sentada en la orilla de la camilla, tenía una bata azul y una mueca de dolor en el rostro.
—Hola, amor —me acerqué a ella—. ¿Cómo te sientes?
—Esto duele como el infierno —bufó, sus ojos buscaron los míos, frunció el ceño y elevó su mano para ponerla en mi mejilla—. Tienes el labio partido, y te quedará un moretón.
—No es nada —sonreí, besé su mejilla—. Lo importante es que estés bien.
—Tenemos que hablar —murmuró.
—¿Ahora?
—Sí, ahora —dijo con ese tono autoritario suyo, se llevó las manos al vientre, y yo hice lo mismo, sintiendo a nuestro hijo moverse dentro de ella.
—Ya todo acabó, Mel, es todo lo que tienes que saber —su ceño se frunce otra vez.
—¿Lo mataste? —cuestionó.
Odiaba esa expresión en su rostro, pero debía decirle la verdad.
—Era la única manera —susurré.
—Lo sé —sostuvo mi rostro, me sonrió—. Te amo, Kyle Black, y te amaré por siempre.
¿Cómo no podía quererla? Si ella me aceptaba tal cual y como era.
—Yo también te amo, amor —besé sus labios unos segundos, hasta que se alejó y se volvió a quejar.
—Ya quiere salir —dice.
—Sabes que este niño será mi sucesor, ¿no es así? —le recordé, ella me miró y asintió—. ¿Y estás de acuerdo con ello?
—Estoy de acuerdo con el hecho de que tendrá un gran padre, que le enseñará a ser justo y comprensivo, sin importar nada —acaricié su labio inferior—. Así que sí, estoy de acuerdo con ello.
La abracé, sus manos se apretaron en mi espalda y no podía sentirme tan pleno como ahora.
Dos toques en la puerta nos hicieron separarnos, la doctora entró y nos regaló una sonrisa a ambos.
— Es hora —dijo.
Miré a Mel y besé su cabello.
—Te veré luego —me dijo.
—Te veré luego.
[...]
¿Cómo se puede describir la felicidad? Creo que es cuando estás completamente satisfecho, como si nada te faltara, como si todo estuviera exactamente bien. Es como estar en un lugar donde no hay necesidades que te apremien, dónde no hay sufrimientos que atormenten.
Sí, creo que eso puede ser.
Pero eso no se compara a cómo me siento ahora, ni por lo más mínimo.
Tener a una cosita tan pequeña, tan frágil, tan... perfecta, no tenía palabras, estaba enamorado mi hija.
Porque la malvada nos había estado engañando todo este tiempo, nos hizo creer que era un niño, y no, era una preciosa y pequeña versión de Melissa.
Su piel morena, suave y algo sonrosada, su pequeña nariz y su diminuta boquita, su cabello castaño y sus ojos marrones del color del chocolate. Era preciosa, perfecta, para ser exacto.
Tenía una sensación abrumadora que no me cabía en el pecho, sentía que el corazón se iba a salir por la garganta. ¿Cuándo fue la última vez que derramé una lágrima de felicidad? Esta niña se estaba llevando todas mis primeras veces, y yo no sabía cómo expresarle mi amor, solo diciéndole lo mucho que la amaba constantemente mientras la tenía entre mis brazos.
—Yo voy a protegerte —le susurré, sus ojitos se fijaron en los míos y soltó un ruidito demasiado tierno para su propio bien—. Te haré la niña más feliz del mundo, te amaré por siempre, mi princesita hermosa.
Y, como si no pudiera tenerme más idiota, su boquita se curvó en una sonrisita.
Esta niña se proclamó como la dueña de mi corazón.
—No te robes a mi hijo, Black —susurró una voz, y por poco olvido que Melissa seguía dormida sobre la camilla.
Me giré y la vi removerse lentamente, abriendo los ojos poco a poco, sonreí con agradecimiento, porque, ahora mismo, le debía mi vida a esa mujer.
—No es un niño, Mel —dije, acercándome a la camilla con nuestra bebé entre mis brazos.
—¿Qué? —frunció el entrecejo, sonreí.
—Que no tenemos un hijo, tenemos una hija —respondo, ella parece más allá de confundida.
Me acerco lo suficiente para dejar el pequeño bulto rosado en los brazos de Mel, quién sonríe al verla. Sus ojos brillan y se llenan de lágrimas.
—Es preciosa —suspira, pasando un dedo por su mejilla—. Hola, mi amor.
—Se parece mucho a ti, Mel —paso un mechón rebelde detrás de su oreja—. ¿Cómo la llamaremos?
—¿Le has estado diciendo bebé todo el día? —murmura.
—No, la he llamado princesa —entrecierra sus ojos y sacude la cabeza.
Suspira, después sonríe.
—Kathleen —dice, abre mucho sus ojos y me regala una sonrisa.
—Kathleen Black —sonrío, miro a mi hija, quién tiene sus ojos abiertos—. Es perfecto.
—Sí, es perfecto —asiente, una lágrima baja por su mejilla.
—No, amor, no llores —acaricio su mejilla—. Todo está bien.
—Estoy tan feliz —muerde su labio inferior—. Ustedes... lo son todo para mí.
—No soy bueno diciendo cosas lindas, Mel, pero te amo y eso es lo único que quiero que sepas —acaricio su mejilla, viéndola parpadear en mi dirección—. Nunca había estado tan de acuerdo con la vida como cuando ella misma te trajo hacia mí y me hizo vivir de nuevo —beso su frente—. Gracias por llegar a mi vida entre tanto caos, mi reina.
Una vez Roger me dijo que, al principio, era un mafioso con sed de sangre, pero resulta que solo tenía sed de ella.
FIN
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