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67. El rey.


Los oídos me resuenan ante los gritos de Melissa, el corazón se abre en dos y la piel me arde. Siento como si me estuvieran desgarrando por dentro, ver el dolor de mi mujer es todo lo que más odio, pero así debe ser.

No hay marcha atrás.

Estoy frente a mí enemigo, ante ese maldito que no merece respirar mi oxígeno, ese infeliz que solo sabe lastimar sin compasión alguna.

—Aquí estoy —digo, observando sus ojos—. Eso era lo que querías, ¿no? Pues aquí está tu oportunidad. Aprovéchala, porque será la última.

—Estás enfermo, Kyle Black —ríe, apuntándome—. No sabes lo que estás haciendo...

—Sé perfectamente lo que estoy haciendo —repongo, doy un paso hacia él, quedando frente a frente—. Pero no será tan fácil, Bancardi. Baja el arma, y arreglemos esto como hombres.

—¿Crees que voy a creerte? —gruñe, apretando el arma entre sus manos—. No me conoces, Black.

—No estoy armado —miento, abro mis brazos—. Si quieres, revísalo por ti mismo.

—Estás loco —está confundido, tiene miedo, conozco esa mirada.

—Será sencillo matar a un loco.

Su angustia es palpable, reconoce el sentimiento escalofriante de no tenerle miedo a morir en mí, y eso lo tiene desconcertado. No querrá matarme si eso no me hace sufrir.

—Mis hombres van a matar a tu mujer, Black , buscando alterarme, mientras deja caer el arma al suelo, sonrió ante esa información—. No sin antes de que me la folle en tu cama, por supuesto.

Aprieto la mandíbula, pero me mantengo sereno, se supone que no me afecta.

—Estás solo, no sé de qué hombres hablas —levanto las manos en señal de paz—. Y, en cuanto a lo otro, a Mel le gustan los hombres de verdad.

—Infeliz de mierda —escupe.

—Me lo dicen a menudo.

No sé lo espera cuando me abalanzo sobre él, gruñe y trata de golpearme, pero yo termino sobre su cuerpo. Golpeo su rostro con toda la fuerza que tengo acumulada, con toda la rabia y desprecio que siento por él, quiero desintegrar su cráneo entre mis dedos, que suplique por su vida.

Recibo un golpe en las costillas y otro en el rostro que me deja sin respiración por un instante, Marcus aprovecha ese momento para empujarme fuera de su cuerpo, arrastrarse por el suelo e ir hacia su arma, solo que soy más rápido y me pongo se pie, solo para darle una fuerte patada en el abdomen.

—¿Crees que puedes huir de mí? —otra patada, se retuerce y gruñe de dolor—. Crees que puedes venir a importunar la tranquilidad de mi familia y salirte con la tuya, ¿eh? —me agacho junto a él, escupo la sangre que inunda mi boca por el golpe anterior—. Eres un imbécil.

—Maldito hijo de puta —escupe, tose, gruñe. La mitad de su rostro está irreconocible, desde su ceja hasta su mentón—. Voy... a matarte...

—¿En serio? —me acerqué más a él, mirándolo fijamente—. ¿Tú y cuántos más?

—Conmigo es suficiente —otro golpe, uno débil pero directo en mi nariz, la sangre no tarda en aparecer.

—Mierda —me pongo de pie, él intenta hacer lo mismo, pero no le dejo la tarea sencilla. Le doy otra patada, me inclino para tirar de su pelo y poner su rostro a mi altura—. No vas a salir de aquí, Marcus, acéptalo. Perdiste.

—Todo esto por una puta —ríe, escupe sangre—. La pequeña Holly no era más que eso, una puta —mi rodilla se estrella contra su nariz, escucho sus huesos romperse—. Mi padre... solo le enseñó lo que... lo que era un hombre de verdad...

—¡Era una niña, maldito enfermo! —lo suelto, su cabeza da contra el suelo en un golpe seco, lo pateo, golpeo su rostro—. Solo era una niña...

—Una maldita puta... —está delirando, el dolor lo tiene así.

—Y tú la copia barata de tu padre —sonreí con cinismo—. Sabes que mi padre lo mató, justo aquí, ¿verdad? —me inclino—. ¿Lo sabes? Ahora será tu turno, solo que nadie va a sobrevivir para recordarlo —murmuro—. Eso es lo que mereces, morir solo como una basura.

Me importa en lo más mínimo su dolor, la rabia me consume, me ciega, me vuelve un monstruo. Soy el Kyle de hace dos años, ese que mataba sin compasión, ese que no creía en la redención, ese que solo conocía sangre.

Saco el cuchillo de la parte trasera de mi pantalón, miro mi reflejo en la hojilla reluciente y bien afilada.

—Le juré a mi hermana vengar su muerte en su tumba —dije, me agaché junto a él—. Le juré matar a la bestia que la dañó, solo que mi padre se me adelantó y no pude hacerlo. Pero estás tú, ahora pretendes quedarte con lo mío, dañar a mi familia, a la mujer que amo —reí, empuñé el cuchillo, lo puse sobre su pecho, justo sobre su corazón—. No lo voy a permitir, no mientras siga respirando.

Enterré el filo en su pecho con lentitud, viendo cómo su camisa blanca se iba tiñendo del color carmesí de su asquerosa sangre, su grito desgarrador me ensordeció aún más, alimentando al mounstro en mi interior, él fue quien me llevó a clavarle el cuchillo hasta el mango.

Lo solté, lo miré ahogarse con su propia sangre, pero no era suficiente, el mounstro quería más. Me levanté, caminé hacia su arma, la tomé y la sopesé. Tenía un buen balance, podía tener tres o cuatro balas, y eso era suficiente para acabar con todo.

—¿Sabes algo, Marcus? —miré como su alma se iba desvaneciendo, como la vida se le iba de las manos—. Nunca fuiste una competencia para mí, jamás —negué, lo apunté con su propia arma—. Porque yo soy el rey, y al rey nadie lo derrota.

Y disparé.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Una parte de mí se iba con él, el recuerdo de Holly siendo abusada por su maldito padre murió ese día, junto con todos mis demonios.

Solté el arma y me sequé la sangre que me salía de la nariz, lo miré por última vez y dejé que el mounstro se quedara ahí también, muriendo lentamente.

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