66. El final.
La cabeza me daba vueltas, me sentía cansada y tenía frío, si bien sabía que mi bebé no había parado de moverse, y también que el dolor que sentía antes, aún no desaparecía del todo.
—¿Crees que Kyle esté bien? —pregunté en un susurro.
Roger, quién seguía a mi lado, giró su rostro y me observó.
—Claro que sí, Mel —su mano tomó la mía y le dio un suave apretón—. Han pasado seis horas, debe estar enloqueciendo —me reí un poco—. Él vendrá, nunca te dejaría, Melissa.
Suspiré, me removí y apoyé mi cabeza en el hombro de Roger. Cerré los ojos por un momento, deseando que mi vida fuera menos complicada, pero sabía que desear eso, era desear alejarme de Kyle. Porque Black desprendía caos, y yo, sinceramente, amaba ese caos.
—Alguien viene —murmura Roger, tensándose.
Mi alarma se activa, más cuando lo veo ponerse se pie y empuñar el arma.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —susurré, asustada hasta la médula.
—Escucha —pide, ambos nos quedamos en silencio y las pisadas apresuradas se escucharon—. Algo está pasando, ven, levántate —me ayudó con esa simple tarea, solo que para mí y mi enorme panza, era difícil—. Tienes que quedarte detrás de mí, Melissa, prométemelo.
—Lo prometo —asentí.
La cerradura de la puerta comenzó a moverse, y mi piel se erizó, Roger me indicó que guardara silencio y asentí con rapidez. Cuando la puerta se abrió y el rubio de antes entró sin percatarse de nada, lo que le dio a Roger la ventaja de darle un fuerte golpe en la nariz. Empuñó el cuello de su camisa y lo estampó contra la pared a un lado de la puerta, dejándolo más aturdido, y lo apuntó con el arma justo en la frente.
—Debiste matarme, hijo de puta —y le disparó, así sin más, dejándole un agujero entre ceja y ceja.
Mis ojos se abrieron de par en par, al ver a ese hombre tan dulce y divertido matar a otro. Roger se percató de mi escrudiño y me miró, se disculpó con la mirada.
—Es solo otro día en la oficina, Mel —se encogió de hombros.
—Ya veo —tragué duro.
Dos disparos se escucharon en la lejanía, y ambos nos miramos.
—Ese es Kyle —tomó mi mano y tiró de mí fuera de la escuálida habitación.
—¿Qué? —cuestioné, salimos a un pasillo vacío. El castaño miró en todas partes, pero no había nadie—. ¿Roger?
—Escucha las motos, trajo a los chicos con él —gruñe por lo bajo—. Ellos se divierten y yo le hago de niñera. Genial.
—Disculpa, entonces, Roger —espeté indignada.
—No te ofendas, Mel —me miró con sus ojos avellana—. Pero eres una carga pesada.
—Me las vas a pagar —lo señalo con mi dedo.
—Lo hablamos después —toma mi mano y caminamos hacia el lado izquierdo del angosto pasillo.
El motor de las motos y los disparos no cesan, el ruido proviene de arriba, por lo que debemos estar muy en el fondo.
—¿Adonde crees que vas, imbécil? —murmuró una voz femenina, Roger retrocedió, ocultándome a su espalda—. No hay manera de que salgan de aquí, no vivos, claro.
Y esa sonrisa que pintó en sus labios rojos, me dijo que nada bueno saldría de todo esto.
Roger apretó su agarre en mi mano, manteniéndome en mi lugar, protegida detrás de su espalda.
—Eres hermosa, Maritza, pero te falta sentido del humor —dice Roger, con ese tono calmado que lo caracteriza. Su mano sigue firme, apuntando a la mujer frente a nosotros, que no sé de dónde carajos salió—. Mira, no tenemos tiempo de tratar contigo, así que muévete o te moveré.
—Eso quiero verlo, Cavil —escupe la mujer, sus ojos encuentran los míos y me regala una sonrisa maliciosa—. No volverás con él, niñita.
—Púdrete en el infierno, maldita bruja —gruñí, desconociendo el tono de mi voz y el desprecio que hay en él.
—¿Y qué harás? —ríe.
—Ella nada, pero yo sí —y antes de que pueda darme cuenta, Roger se está abalanzando sobre ella.
Ella chilló cuando su espalda quedó completamente apoya sobre la pared, el arma que tenía en la mano cayó al suelo y llevó sus garras hasta el cuello de Roger. El castaño gruñó, pero la inmovilizó lo mejor que pudo.
Mi corazón golpeteaba con fuerza en mi pecho y el miedo solo incrementaba en mi sistema.
—Eres un imbécil, Roger —dijo ella, sin aire. Su rostro estaba perdiendo su color rosado para volverse morado—. Vives bajo la sombra de un hombre que jamás te dará su lugar.
—Yo no quiero su lugar, zorra —su mano se apretó alrededor del cuello de la mujer con bastante fuerza, y apoyó el arma bajo su barbilla—. Yo conozco el significado de la palabra lealtad, ese que desconociste cuando te dimos la mano —mi corazón late fuerte al verla luchar por aire—. Así que prefiero vivir en la sombra de un hombre como él, que envidiar algo que no me pertenece.
—Estás loco, Roger Cavil —ríe ella, casi sin color en su piel—. Todos ustedes están enfermos... están tan mal.
—Yo no mato mujeres, Maritza, pero no me estás dejando opción.
—Eres un cobarde, y te vas a retorcer en el infierno —se ríe, en medio del delirio—. Eres tan poco hombre, tan imbécil... No sé cómo es que esa pelirroja está contigo —Roger gruñe, ella solo se ríe—. Te vas a quemar en el infierno.
—No vemos allí, maldita perra —y disparó.
Me llevé las manos a la boca, ahogando un grito, cerré los ojos con fuerza. No quería verlo, no quería ver a Roger en ese estado, como si no fuera él.
No lograría sacar esa imagen de mi cabeza jamás.
Su espalda subía y bajaba ante cada respiración, sus músculos estaban tensos y sus ojos mirando como el cuerpo de la mujer se deslizaba por la pared.
—¿Estás bien? —su voz me hizo abrir los ojos, asentí al ver sus manos llenas de sangre y el cuerpo de Maritza completamente inerte sobre el suelo—. Era ella o nosotros, Mel.
—Lo sé —inhalé profundamente, alejando mis ojos del cuerpo antes de que las náuseas se hicieran presentes.
—Tenemos que salir de aquí —dijo, apretó mi hombro con cariño y me hizo caminar con lentitud.
Rodeamos el cuerpo sin vida de Maritza y no pude evitar sentir lastima por ella, por ser una mujer que se dejó llevar por la avaricia y tomó malas decisiones.
—No tan rápido, Cavil —otra voz, el miedo asciende por mis piernas, el corazón me palpita.
—Por Dios, ¿es que ustedes se multiplican o que mierda? —escupió el castaño, gruñendo entre dientes.
—Habrá un hombre en que cada lugar al que intentes ir —dijo él.
—Lo siento, Bancardi, pero estamos de paso —musitó Roger con calma, apuntando al hombre frente a nosotros, quién también nos tenía en la mira.
—No estoy de humor para tus juegos, no vas a salir de aquí —Marcus parece no tener paciencia, pero tampoco hace el amago de querer matarnos.
¿Por qué? ¿Qué estás esperando?
—Si por mí fuera, ya estarías muerto —le dice Roger, apretando mi mano—. Pero Kyle tiene otra cosa preparada para ti, y no le quitaré la diversión al trabajo de mi hermano.
—No tienes las agallas, Roger, acéptalo —ese comentario provocó que el castaño apretara mi mano con fuerza.
—¿Quieres verlo?
—No hace falta, hermano —dijo una cuarta voz, una que conocía perfectamente—. Ya has hecho mucho por mí, ahora es mi turno.
Me di la vuelta, observando al hombre que estaba caminando hacia nosotros, con una expresión completamente diferente a la que conocía. Ese no era mi Kyle, sino el mounstro que vivía en su interior, estaba enfurecido y sabía que nada bueno saldría si esto estaba pasando.
—¡Vaya, vaya! —dijo Bancardi con una voz cantarina, llena de odio—. Miren quien se dignó a venir. Ya era hora, Black.
—Cállate —le espetó el pelinegro, imponiendo su poder—. Contigo hablaré después.
—Kyle... —susurré, intenté acercarme a él, pero Roger sostuvo mi mano con más fuerza.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no me dejaba avanzar?
—¿Estás bien? —se detuvo frente a mí, sentí con rapidez, mirando sus ojos molestos, llenos de ira.
Su iris estaba oscuro, sus pupilas dilatadas. Ese no era mi esposo.
—Kyle —lloriqueé, sabía que algo no iba bien y tenía miedo. Puso su mano en mi mejilla, y me dio un beso en la frente, uno que fue de despedida, más que otra cosa—. Kyle, por favor...
—Te amo —susurró, negué rotundamente. Me negaba a esto, no quería, no podía—. Sal de aquí.
—¿Qué? No —negué otra vez, Roger pasó su brazo por mis hombros, llevándome contra él—. ¡No, Kyle! Por favor, por favor...
—Sácala de aquí, Roger —ordenó, pero comencé a golpetear los brazos del castaño.
—Vamos, Mel —murmuró Roger en mi oído.
—¡No, por favor! ¡Suéltame! —grité, observando al hombre que amaba ir directo hacia maldito que nos quería robar nuestra felicidad—. ¡Kyle! No me hagas esto, por favor...
—Sal de aquí, ya —ordenó con severidad, enfriándome la sangre.
—Vamos.
Roger complicó su orden sin rechistar, alejándome del amor de mi vida. Sus ojos se encontraron con los míos un segundo, y pude ver el dolor en ellos, pero no reflejaba nada, solo odio.
Y lo supe, este sería mi fin.
Sin él, ya no habría nada más.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro