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64. Iré por ti.


Jeison pisa el acelerador con todas sus fuerzas y nos perdemos dentro de la autopista, su semblante es sombrío y luce molesto, y sé que es porque creé que me ha fallado, cuando no es así. Ninguno de mis hombres ha fallado, todos y cada uno de ellos me han dado su lealtad hasta la muerte, y es más que obvio que jamás podré estar más agradecido.

Yo, por otro lado, estoy al borde de los nervios. Mi cuerpo tiembla, estoy enojado, colérico y quiero matar a alguien.

Han atacado la casa.

¡¿Cómo carajos atacaron mi casa?! Con mi esposa, mi familia en ese lugar, y yo estoy aquí, sin saber que ha pasado.

—Contesta, amor, por favor —susurro con el teléfono pegado a la oreja, es la tercera vez que llamo y la tercera vez que me manda a buzón—. Maldición.

Le marco a Roger, sucede lo mismo, ninguno de los dos contesta. Intento llamar a Gabriel y el teléfono está muerto, ni siquiera suena.

¿Qué carajos esta pasando?

Mi cabeza está hecha un caos, pienso en todo y nada a la vez, solo cuento los segundos para llegar a casa y saber que ocurrió.

—Hemos llegado, señor —suelta Jeison y no lo pienso dos veces cuando ya estoy bajando de la camioneta.

Jeison se adelantó, sin embargo, yo estaba totalmente fuera de mis casillas y me importaba un carajo lo que iba a encontrarme en el interior de esa casa. Ahí afuera, las huellas de unos neumáticos se pintaban cerca del césped, los vidrios de la puerta de cristal estaba destrozada y un montón de balas esparcidas en el suelo.

La casa estaba en total silencio, no había nadie de seguro, dos hombres en el suelo cerca de la escalera de la sala, sin vida, obviamente. Entonces me pregunté, ¿qué tanto daño hicieron?

—¿Señor? —levanté la mirada, y cuando observé los ojos de Jeison, supe que algo no andaba bien.

—¿Qué es lo que pasa?

—Es Gabriel —murmura, y mi corazón se detiene.

Sin importar nada comienzo a caminar hacia la puerta que da al patio, esquivo a Jeison y me quedo paralizado al ver a Gabriel en el suelo.

—No puede ser —susurré y caminé con rapidez hacia él, me agaché a su lado, debatiéndome si tocarlo o no—. No, no, no. Gabriel, por Dios —palmeé su mejilla, sacudí sus hombros, lo revisé—. Despierta, por favor, no puedes... —me estaba ahogando, este niño era parte fundamental de mi vida, de mi familia—. Despierta, por el amor de Dios. ¡Despierta!

Abrí su camisa negra, tanteo el chaleco antibalas y presiono su pecho, intento reanimarlo. El corazón se me acelera cuando sus ojos se abren a tope e inhala profundamente, buscando aire.

—Eso es —lo ayudo a incorporarse un poco, tose y sacude la cabeza—. Por un segundo creí que estabas muerto.

—Maldición —suelta, se lleva la mano a la cabeza—. Eso dolió como la mierda.

—¿Estas bien? —asiente, sacudiendo la cabeza como si quisiera despertarse por completo—. ¿Qué fue lo que pasó?

Suspira, no me observa.

—Estábamos en la cocina y comenzaron a disparar —murmura, sus ojos grandes buscan los míos—. Roger intentó sacar a Melissa, pero eran demasiados y yo quise ayudarlos pero... —baja la cabeza—, no pude.

—Está bien —apreté mi mano libre, mientras que con la otra sacudía su cabello rubio—. No fue tu culpa.

—Pero yo estaba aquí, debí hacer algo más —me dice, totalmente consternado.

—Hey, mírame —eso hizo—. Esto no es culpa de nadie, ¿entendiste?

Asintió como para tratar de convencerse, pero ya después hablaría con él al respecto.

—¡¿Roger?! ¿Mel? ¿Dónde demonios están todos? —grita una voz conocida. Es Audrey. La pelirroja entra corriendo, se queda paralizada al ver el montón de cuerpos sin vida en el suelo y se lleva las manos a la boca—. No puede ser, pero... ¿Qué pasó?

—Bancardi —dije, me levanté y me pasé las manos por el pelo, totalmente incrédulo.

—Maldito —gruñe—. ¿Y Roger y Mel?

Tragué con fuerza y negué, ella sacudió la cabeza al entenderme y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No, Kyle, por Dios —solloza, y en menos de un segundo está abrazándome.

—Voy a encontrarlos, Audrey —aseguré, buscando consuelo en este abrazo—. Voy a encontrarlos aunque me cueste la vida.

[...]

Han pasado casi cinco horas y no hay ningún indicio del paradero de mi esposa y de mi hermano. Siento que la vida se me escurre entre los dedos, y ante cada segundo que pasa siento que me quedo sin aire.

—¿Nada de señal? —cuestiona Audrey.

—Nada —observo la pantalla en dónde espero pacientemente que el collar, el anillo y el reloj de Roger emitan algún tipo de señal, pero nada—. Es como si se los hubiese tragado la tierra.

—Las camionetas en dónde llegaron no tenían placa —comenta Gabriel.

—¿Y que se supone que haremos ahora? —espeta la pelirroja, que está igual de irritada que yo.

—¿Los teléfonos? —cuestiona Héctor, quien no dudó en darme todo sus apoyo.

—Siguen sin dar señales —suspiro.

Intento pensar, trato por todos los medios posibles buscar en mi cabeza algo que me diga que puede estar planeando ese hijo de puta, pero no se me ocurre nada.

—¿Dices que la poca señal es de las afueras de la ciudad? —cuestiona Kevin, quien por obra milagrosa, se unió a mi pena y vino a hacerme compañía o a ayudarme, no lo sé.

—En cada tintineo, pero no da una señal en concreto —respondo, él asiente y después frunce el entrecejo—. ¿En qué piensas?

—¿Dónde mató papá a ese sujeto? Al padre de Bancardi —dice, ladeo la cabeza.

—En una de sus propiedades, pero eso está en ruinas desde hace un montón de años —murmuro, pero algo en mi cabeza se enciende. Entrecerrando mis ojos hacia él, trato de buscarle lógico—. ¿Tú crees que...?

—Ha pasado tiempo, Kyle, de verdad que puedo estar equivocado —se encoge de hombros y sacude la cabeza—. No esperaría menos de ese desgraciado, créeme. Además, es la única propiedad que tiene en este lugar, y que sabe que jamás pisaríamos.

Trago con fuerza.

—Nada perdemos con buscar ahí —admite Gabriel, mirándome de reojo.

—¿Van a llevarme, cierto? —saltó Audrey.

—¿Llevarte? Estás loca —dijo su hermano.

—¿Kyle? —me miró esperanzada.

—No pondré a nadie más en peligro, así que no, estás loca —repetí.

—Idiotas.

Suspiro, observo la pantalla de mi teléfono, observando la sonrisa del amor de mi vida, y me pregunto brevemente dónde estará y que cosas estará pasando.

Iré por ti, Mel, siempre iré por ti»


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