6. "La sed de tu alma".
Sus ojos están cerrados, sus manos se aferran al pequeño libro que tiene en las manos, ese que Roger se encargó de comprar y dárselo para que se entretuviera. Una manta azul cielo rodea sus hombros, mientras que una gris cubre sus piernas protegiéndola del frio.
¿Sería estúpido decir que me siento celoso por un pedazo de tela?
—La desgastarás —dijo Roger sentado frente a mí.
—No quiero que hables —ordené.
—Silencio absoluto, jefe —susurró, no sin antes reírse.
Mis ojos vuelven a la chica al otro lado, y como si supiera que la estoy observando como un loco acosador; su rostro se gira hacia la ventana. Entonces, mi vista se ve obstaculizada y ya no puedo apreciar su belleza.
Suelto un largo y pesado suspiro, me paso las manos por la cara en un intento fallido de controlarme. Necesito dejar de pensar en ella de la forma enfermiza en la que lo hago, debo dejar de verla como una mujer y no como una niña. ¡Porque es una niña!
Mi ley más importante, y yo mismo la estoy rompiendo. Es menor de edad, no puedo tocarla de la manera sucia que tengo en mente, no puedo hacer con ella lo que haría con otras. Con ella no. «Esa niña de allá afuera, no es un simple pasatiempo». ¡Y no! No la veo como un simple pasatiempo.
Estoy idealizando una vida ficticia que solo deseé una vez, pero ahora este espejismo tiene otra cara y otro nombre. La primera vez fue un desastre, no dejaré que la segunda sea igual. Porque no, no habrá una segunda vez.
[...]
San Petersburgo, Rusia.
El sol está en su punto máximo, pero el frío es el responsable de que la morena frente a mí se queje de dolor, ni siquiera la calefacción ayuda y me estoy volviendo loco, mi corazón se estruja ante su mueca de dolor.
—No sabía qué hacía tanto frío —ríe, un leve sonido que se vuelve melodía ante mis oídos, los vellos de mi cuerpo se erizan de extremo a extremo y la sangre viaja a una parte específica de mi cuerpo que es mejor no mencionar si no quiero perder la cabeza—. Hace mucho tiempo no me sometía a tanto frío, normalmente no puedo caminar cuando hace mucho.
—¿Eso es...? —mi pregunta queda inconclusa, esperando que ella me de una respuesta.
Sus ojos dejan la ventana del auto y suben a los míos.
—Un accidente, fue hace tiempo —es todo lo que dice, se lleva el labio inferior entre los dientes y lo succiona, mi cuerpo convulsiona internamente por ello.
Basta, Black. Contrólate ya.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—No, gracias. Estoy bien, ya has hecho mucho, no quiero seguir molestando —sacude la cabeza, dejando que dos mechones de color chocolate caigan sobre su rostro.
—No es una molestia —digo y agradezco que Roger esté en otro auto, porque de lo contrario, estaría burlándose de mí.
Cómo lo ha estado haciendo en los últimos días.
—Estoy bien, no te preocupes —sonríe.
Otra sonrisa y será mi maldito fin.
No paso por alto el hecho de que ella me tuteé, pero es refrescante al mismo tiempo saber cómo un ser tan frágil no le teme a un mounstro como yo.
—No he tenido la oportunidad de agradecerte —comenta de repente, llamando mi atención. Sus dedos se retuercen sobre su regazo y veo como un leve tono rosa cubre sus mejillas—. Cuando me ofreciste venir contigo, yo pensé en negarme —confiesa, está vez mirándome a los ojos.
Ese es otro detalle, nunca nadie me mira directamente a los ojos, pero no me sorprende mucho que ella lo haga.
>> Creí que, si hablaba con mi hermano y escuchaba su versión de la historia, podía irme con él. Pero no creí que él fuera capaz de hacer semejante atrocidad solo por un poco de dinero. Y no, no me molesta que haya intentado salvar el legado de nuestros padres, lo que me molesta es que él me haya escuchado suplicarle por mi vida y que, aun así, no le importara —sus hombros se elevan cuando toma una lenta respiración—. Pero ahora tengo mi oportunidad de hacer las cosas bien, y eso te lo debo a ti —sus ojos marrones son dos estrellas brillantes en el firmamento y la grata sensación que me envuelve es desconocida para mí, no sé cómo tomarlo—. Así que, gracias, Kyle.
Maldita sea esta mujer y sus hipnóticos ojos marrones.
—No tienes nada que agradecerme —murmuro observando la ventana, viendo cómo el auto se estaciona frente a la casa.
—En eso te equivocas, te debo mi vida, jamás voy a olvidarlo —sus palabras taladran muy hondo en mi pecho, dejándome sin aliento y terminando de derrumbar el primer muro que tenía años construyendo.
Abrí la puerta y bajé el auto, a mis espaldas escuché la cinta del bastón ortopédico que Roger le consiguió a Melissa ayer por la noche. Cuando me doy la vuelta, la veo caminar con la cinta aferrándose a su antebrazo y su mano empuñando el metal, su anterior informe sobre el frío cobra sentido cuando la veo caminar con lentitud hacia mí.
—Esto es... enorme —suelta una risita con sus ojos fijos en la estructura frente a ella—. Esta casa, bien podría ser la madre de mi antigua casa.
¿Ves, Kyle? Es una niña. Inhalo profundamente y le indico que siga caminado, ella cumple mi orden sin objeciones y sigue su camino a paso lento. El sonido de los neumáticos frenando con fuerza llama mi atención, al contrario de Melissa, quien se encuentra embelesada observando el interior de la mansión. La Toyota negra se estaciona frente al otro auto y un molesto Roger se baja de la misma, refunfuñando y gruñendo en ruso.
—Malditos auto —su ceño se frunce cuando se acerca a mí.
—¿Qué sucede con el auto? —pregunto.
—¡Que los malditos de tus hombres no llenaron el tanque! —exclama, se pasa las manos por el cabello y suspira—. Odio malditamente esperar y tuve que hacerlo en una fila para comprar la puta gasolina.
—Relájate, pareces un loco —su entrecejo está apunto de tocarse, pero suspira cuando mira dentro de la casa.
—¿Ahora qué? —pregunta y sé a lo que se refiere.
—Intentar que no se vuelva loca en una casa llena de mafiosos asesinos con sed de sangre —digo, observando como la morena detalla atentamente todo.
—Nosotros tenemos sed de sangre, Kyle —sonriendo, mete sus manos en sus bolsillos, saca un USB y lo estrella contra mi pecho—. Tu alma tiene sed de ella.
Cerré los ojos y suspiré.
Maldito y mil veces maldito seas, Roger Cavil.
—¿Dónde están los niños? —pregunta el castaño cuando entra a la casa, Melissa se gira en su dirección y lo mira con el ceño fruncido.
—¿Niños? —cuestiona confundida, y su rostro me causa gracia, pero una grieta abarca otro muro cuando sus ojos me miran.
—Sí, niños —el silbido de Roger deja sordo a medio planeta y cuando menos me lo espero, tres perros doberman entran en carrera uno detrás de otro.
Melissa se queda paralizada en su lugar al ver la grandeza de los perros, estos se abalanzan sobre Roger, haciendo parecer la escena terrorífica.
—Quieto —le ordeno a uno cuando este intenta acercarse a Melissa, quien parece estar a punto de desmayarse—. Quietos todos. Sentados —mis órdenes son acatadas con rapidez.
—Melissa, ellos son Zeus, Ares y Poseidón —dice Roger en un intento de tranquilizar a la morena junto a mí.
—Ah, niños —ríe y yo me convierto en una polilla que va directo hacia la luz.
Sin poder contenerme, camino hacia ella y tomo su mano derecha.
—Ven —ignoro olímpicamente la electricidad que me recorre el cuerpo ante el roce nuestras pieles. Camina junto a mí y cuando estamos frente a los perros, coloco su pequeña mano sobre la cabeza de uno de ellos. Una sonrisa aparece en los labios de la chica junto a mí, y mi pecho se llena de una rara sensación que llega a ser agradable después de un rato—. Son leales si te ganas su confianza.
—¿Eso aplica para todo el mundo aquí? —murmura bajito, acariciando la oreja del animal.
—Depende, ¿quieres darles tu lealtad a las personas más traicioneras del mundo? —le pregunto.
—Hasta los momentos, las personas traicioneras no me han defraudado — su ceño se frunce—. Y las que yo creí leales, resultaron ser mis enemigos.
—Las apariencias engañan —digo.
—Pero los corazones no —replica.
Las apariencias engañan, gente...
La felicidad que me da recordar estas palabras que escribí hace tiempo es inmensa.
¿Qué les parece hasta ahora la historia?
¡Voten y comenten muchooo!
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