56. Un hijo.
Si, definitivamente, observarla dormir siempre será uno de mis pasatiempos favoritos. Verla tan tranquila, calmada y en paz. No hay nada que no anhele más que eso, pero siempre sucede algo que perturba su paz, y ese pequeño detalle me disgusta. Sus mejillas han recuperado un poco de color, sus labios igual, en el dorso de su mano izquierda aún sigue la intravenosa que alimenta su cuerpo, y el de mi hijo.
Mel está embarazada. Voy a tener un hijo. ¿Qué tan extraño puede ser aquello?
Hace más de dos años nunca se me pasó por la mente tener una familia, es más, ni siquiera quería tener una. Pero, desde que Melissa llegó, todo cambió y debo admitir que para bien. Enterarme de que Mel tiene un problema cardíaco, aunque sea muy mínimo, me molesta. No solo por el hecho de que me lo haya ocultado, sino porque de esto no puedo protegerla. Al menos, no del todo.
Mi teléfono suena, sacándome estrepitosamente de mis elaborados pensamientos, pero el nombre de Roger me hace contestar con rapidez.
—¿Conseguiste algo? —pregunto de inmediato.
—Sí, encontré al escuadrón que atacó la casa, son diez hombres, solo tres sobrevivieron —afirmo con un sonido bajo en la garganta, indicándole que continúe—. Tengo a quien los dirige, y no vas a creer a quien me encontré.
—¿Otra sorpresa? —me pasé una mano por la cara—. Estoy cansado de tantas sorpresas.
—Bueno, pero esta te va a gustar, y creo saber por qué —dice—. Aunque será muy retorcido cuando lo veas.
—¿De qué se trata?
—Es mejor que lo veas por ti mismo —es todo lo que responde—. ¿Cómo está Mel?
—Mejor, la veo más repuesta, sacando el constante dolor en su pecho —comento—. Pero todo está en orden, iremos a Moscú a penas salgamos del hospital. Necesito que envíes a Audrey junto con Azucena, yo me encargaré de la seguridad.
—Entendido —dice—. ¿Sabes a dónde iremos?
—Lo sé perfectamente, hace tiempo que no voy, será estimulante revivir los viejos tiempos.
—Oh, sí —ríe—. Me encargaré de todo aquí, tú cuida de Mel.
—¿Que será estimulante? —pregunta la voz suave de Melissa, una vez que cuelgo el teléfono me encamino hacia ella.
Está frotándose un ojo y bostezando, tal parece una niña pequeña. Se percata de su ropa y frunce el entrecejo, para después mirarme a mí.
—Me vestiste —dice, asiento, aunque no es pregunta—. No respondiste a mi pregunta.
—No es nada importante, Roger a veces se pone impertinente —le digo, quitándole el cabello de la cara y levantando su barbilla hacia mí—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy mejor —sonríe, mordiendo su labio inferior—. Quiero ir a casa.
Asentí, pero traté de no decirle nada, pero, ella me conocía demasiado bien. Me tendió su mano libre y le ayudé a sentarse, sin embargo, no dejó de mirarme con el ceño fruncido.
—¿Black? —me llamó tirando de camisa—. ¿Qué sucede?
—Nada —acaricié su mejilla, pero ella quitó mi mano de su cara, haciendo presión sobre mis dedos con los suyos—. No ocurre nada...
—Sí que ocurre —suelta entre dientes—. Dímelo.
—No —digo rotundamente.
—¿No me lo dirás? —negué—. Bueno, siempre puedo llamar a Audrey...
Se estiró para tomar su teléfono, pero la detuve.
—Maldita sea, Mel —sujeté sus hombros—. ¿Acaso no te puedes quedar quieta?
—No hasta que me digas que demonios pasa —dijo con mucho enojo, cerré los ojos y traté de calmar mi rabia. Alguno de los dos debía ser el responsable—. ¿Qué pasó con lo de ser honesto conmigo? —su mirada buscó la mía—. Cuéntame, así tal vez, sea una carga menos.
—Hubo un... atentado en casa —murmuro.
—Como... ¿Cómo que un «atentado»? —arrugó la nariz.
—Varias camionetas burlaron la seguridad... —apreté la mandíbula—. Iniciaron un tiroteo, pero afortunadamente, no llegaron a mayores —me apresuré a decir cuando soltó un jadeo.
—¿Y Audrey? ¿Azu? —preguntó con rapidez, y el pitito de las máquinas incrementó su intensidad.
—Okey, calma, respira —sostuve su rostro, alejando el cabello de su cara—. Todo está bien, nadie salió herido y todos están bien. ¿Si? Cálmate, por favor.
Asintió, bajando la mirada y respirando lentamente.
—¿Adónde iremos? —preguntó.
—Por ahora, a Moscú —informé—. No es seguro aquí, cielo, y ahora necesito cuidarte más.
—Pero, yo estoy bien —asiento.
—Lo sé, sé que estás bien, solo... No quiero tenerte aquí, ¿okey? Hagamos esto a mi modo —suspiró, parpadeando varias veces. Me incliné hacía adelante, juntando sus labios con los míos unos segundos, apretujando su cuerpo contra el mío.
[...]
Cuarenta y ocho minutos nos llevó llegar a Moscú en perfectas condiciones, y con tiempo de sobra. Mel se la pasó vomitando casi todo el trayecto, y llorando la otra parte del tiempo, supuse que era el embarazo y parecía ser cierto. Comió muy poco, pero no quería obligarla a hacerlo cuando se sentía mal, ahora debía estar más al pendiente de ella.
Cuando bajamos del avión, Mike y Jeison nos esperaban en una Toyota, junto con dos autos más de seguridad. Melissa no preguntó nada sobre la seguridad y lo agradecí, necesitaba mantenerla tranquila, y que no tuviera ninguna preocupación. Ambos subimos al auto y ella no dudó en pasar uno de sus brazos por mi torso y acurrucarse junto a mí, la apreté a mi pecho y besé su coronilla, dejándola ahí todo el trayecto.
Me sentía ansioso, ayer por la noche habían entrado a mi casa, e intentaron lastimar a mi familia. Hace demasiado tiempo no me sentía de esta manera, pero, justo ahora, me picaban los dedos por las ganas que tenía de matar a alguien. Según Roger, ya teníamos al culpable, ya solo faltaba hacerlo pagar. Lo haría, una vez que dejara a mi esposa en casa, claro está. Melissa parecía cansada cuando llegamos a casa, pero no dijo ninguna palabra y se dejó guiar por mi dentro de la enorme mansión que se abría paso frente a nosotros.
—¿Te sientes bien? —pregunté atrayéndola a mi pecho, ella asintió, ida en su propio mundo—. ¿Qué pasa, cielo?
—Tengo náuseas, eso es todo —se pasó las manos por la cara y suspiró—. ¿Ahora qué haremos aquí?
—Esperar a qué todo se calme, ¿bien? —rodeo su cintura con mis brazos—. No quiero que te preocupes por nada, solo déjame esto a mí —acaricié su mejilla—. Audrey y Azu deben estar arriba —señalo, ella asiente rodeando mi cuello con sus brazos—. Tengo que resolver unos asuntos.
—Con... —carraspea—. ¿Con los hombres de anoche?
—Algo así —suspiré, baja la mirada—. Volveré pronto, lo prometo.
—Está bien —me sonrió un poco, se puso de puntillas y me besó, un beso demasiado lento y pausado—. Vuelve a mí, ¿sí?
—Siempre —beso su frente y llevo mi mano hacia su vientre, allí donde vive mi hijo—. Cuida de este bebé mientras vuelvo.
—Lo haré.
Le di una última mirada y retrocedí para caminar hacia la salida nuevamente.
—Mantén un ojo sobre Melissa —Gabriel asiente y entra a la casa—. Ya sabes a dónde ir —le ordené a Jeison, quien ocupó su lugar en el asiento del piloto y pisó el acelerador cuando yo estuve dentro del auto.
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