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51. Muerto.


Un mes después: Marzo 2019.

«Todavía no tenemos un muerto. Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.»

Leí la frase varias veces, sintiendo como un escalofrío recorría toda mi columna vertebral obligando a mi cuerpo a qué se estremeciera, cosa que me hizo fruncir el ceño. Pasé la página para desviar mi atención de aquella frase tan extraña y que me asustó tanto.

¿Desde cuándo una frase me asusta tanto? La verdad es que no lo sé, pero realmente sentía algo pesado en el pecho, y no sabía cómo lidiar con eso, hasta que el teléfono sonó. Ahí, en la biblioteca, eran casi las ocho de la noche y mi teléfono vibró. Era un número desconocido, lo cual era extraño, ya que este número solo lo tenía Roger, Audrey y Kyle.

Solté un suspiro y dejé el libro a mi lado, me acomodé sobre el pequeño sofá y contesté.

—¿Hola? —dije con cautela.

—Hola, Mel —esa voz me erizó la piel.

Era Marcelino, mi hermano.

—¿Qué...? ¿Marcel? —susurré, sentándome derecha—. ¿Eres tú?

—Sí, soy yo —murmuró despacio—. No sabes cuánto me alegra oír tu voz.

Tragué el nudo que se formó en mi garganta y cerré los ojos.

—A mi también me alegra oír tu voz —le dije la verdad, porque sí, me hacía feliz. Aún después de todo lo que pasó, oírlo era increíble. Se me hicieron las entrañas un nudo, y se me llenaron los ojos de lágrimas—. Oh, Marcelino, te echo tanto de menos.

—Yo también, Mel —susurra—. Yo también te echo de menos. Muchísimo.

Me mordí los labios y me sequé las mejillas.

—¿Cómo es que tienes mi número? —cuestioné.

—Tu esposo me lo dio —dice—. Quería llamarte hace mucho tiempo, pero... Lo siento, hermana, lo siento demasiado. Sé que la cagué y horrible, pero lo siento.

Se me apretó el pecho y sollocé.

—Lo siento —dijo de nuevo y pude escuchar tanto dolor y cansancio en su voz.

Dios mío, es mi hermano.

—Está bien, Marcel, está bien —le dije, también en un susurro—. No tienes que decir nada más.

—A veces, no puedo olvidar ese día en Berlín, cuando te vi en la azotea —murmura—. Y, tenías razón, me cegó el poder. Lo siento. Solo quería que supieras que, daría la vida por ti, Mel, que es todo lo que un buen hermano haría —me largué a llorar, escuchándolo hablar—. Aún recuerdo cuando naciste, ese fue el día más feliz de mi vida. Así que lo lamento. Lamento mucho haber roto nuestro lazo por la codicia, lo siento. Te amo, Melissa, con toda mi alma.

Reprimiendo otro sollozo, sonreí en medio de las lágrimas.

—Yo también te amo, hermano —susurro—. Mucho.

—Me alegra que seas feliz, Mel —dice—. Nadie lo merece más que tú —soltó un suspiro—. Adiós, hermanita.

—¿Qué? ¡No! ¿Marcelino? —la línea se cortó, miré mi teléfono y la llamada había terminado. Intenté llamar al número de nuevo, pero se fue a buzón de voz—. Maldición.

Tenía un montón de preguntas, quería hacer por qué me llamó, por qué se oía tan triste, por qué hasta hoy. Y, no sabía cómo responder a todas mis dudas.

Kyle no llegó a casa hasta muy tarde esa noche, así que no pude decirle nada. Y cuando me desperté al día siguiente, ya se había ido, dejando una nota en su almohada en dónde decía que me amaba. Luego de desayunar con Audrey y con azucena, volví a la biblioteca, miré el mismo libro de ayer, deteniéndome en la misma frase, sintiendo como algo se apretaba en mi interior.

¿Qué era? ¿Era porque hablé con Marcelino ayer? ¿Es porque perdoné a mi hermano? ¿Es por eso?

—¿Mel? —la puerta de la biblioteca se abre y Gabriel entra por la misma—. Llegó algo para ti.

—¿Algo? —asiente, me pongo de pie y salgo junto a él de la pequeña habitación—. ¿Quién lo envió?

—No lo sé, pero no es una bomba o algo así —sonrió y él se detiene frente a la cocina—. Está en el comedor, me llamas si necesitas cualquier cosa.

—Gracias —apreté su brazo y luego desapareció por el lumbar de la sala, caminé hacia el interior de la cocina y, efectivamente, una caja de cartón está sobre el mesón—. Hola, Azu.

—Hola, mi niña, Gabriel dejó eso para ti —señala el paquete, asiento.

Me acerco al paquete y lo reviso parcialmente, pero al no ver nada extraño, procedo a abrirlo. Una caja de terciopelo azul descansa en el interior, junto con sobre pequeño del mismo color. Tomo el sobre primero y sacó una pequeña tarjeta del mismo, una letra cursiva escrita en color rojo de manera tétrica lleva un mensaje que es solo para mí, lo sé después de leerlo.

«Pudiste ser tú, pero tu hermano se interpuso.

Ahora ya no está.

¿Qué nos impide llegar a ti?»

Mi ceño se frunce, dejo la nota sobre la encimera y me dispongo a revisar el contenido de la cajita, tan apresurada como puedo, más rápido llego al final y mi corazón se detiene junto con el desgarrador grito que se escapa de mi garganta.

Una parte humana, específicamente, un dedo. Pero el anillo de oro y con una joya de color celeste, junto con una gran letra M, me confirman quien es su dueño.

Es el dedo anular derecho de mi hermano.

—No, no, no, no —suelto todo, dejando caer el paquete al suelo. Me llevo las manos a la cabeza mientras de retrocedo de manera inconsciente.

Una opresión en el pecho no me deja respirar, las lágrimas bajan sin permiso alguno, bañando mis mejillas a su paso. La vista se me nubla y los sollozos son incontrolables. Mi espalda choca contra una pared y mi cuerpo se desliza con rapidez hasta el suelo, puedo divisar a Azucena frente a mí, pero no logró descifrar lo que dice. Es como si hubiesen desconectado mis sentidos, junto con mi capacidad de poder pensar con claridad.

Marcelino está muerto. Marcelino está muerto. Marcelino está muerto.

Las palabras se repetían en mi cabeza sin parar, dejándome paralizada ante ese hecho. Mi hermano estaba muerto, y no sabía cómo tomarlo. Era mi familia, la única que me quedaba de mi sangre.

Unas grandes manos sujetan mi rostro, sacando mis lágrimas, llamándome, pero no logro escuchar ni ver con claridad. El rostro de Kyle está a centímetros del mío, pero eso no logra traerme a la realidad, las constantes palabras leídas en esa nota se repiten en mi cabeza como un disco de vinilo en mal estado.

—Mi amor, mírame —logré escuchar su voz, sin saber cuando había llegado—. Vamos, mi reina, mírame. Respira, respira conmigo, amor —pidió, pasando sus dedos por mis mejillas, llamando mi atención—. Eso, inhala y exhala, vamos, hazlo conmigo.

Empecé a imitar sus movimientos, inhalando por la nariz y expulsando todo el aire por la boca.

—Está muerto —dije sin aliento, podía escuchar el temblor en mi voz y el sonido lastimero de mis sollozos—. Ya no está...

—Shhh —besó mi frente, tirando de mi cuerpo hacia el suyo—. Ya está, ya pasó.

—Lo mataron... —chillé en un susurro—. Se fue...

—Vamos, necesito que respires, Mel —lo sentí elevarme entre sus brazos y luego caminar. ¿A dónde íbamos? —. Respira, no dejes de hacerlo.

Cerré los ojos, dejándome llevar por la oscuridad unos segundos, sintiendo mi respiración pesada y las palabras de Kyle haciendo eco en mis oídos, pero yo solo podía pensar en una cosa.

Marcelino Müller está muerto.

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