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50. Olvidarlo todo.



Kyle está de pie en la habitación, quitándose la ropa.

—¿Ahora sí me contarás que es lo realmente pasa? —le pregunto cuando me meto a la cama con él. Lo veo soltar un pesado suspiro y cerrar los ojos.

—¿No podemos hablar de eso después? —cuestiona con una expresión de cansancio—. Es tarde...

—¿Y eso que? —cruzo mis brazos sobre mi pecho, quedándome sentada sobre la cama—. Prometiste que lo harías. ¿Qué te impide hacerlo?

—El hecho de que vayas a preocuparte —responde con obviedad.

—Ya te dije lo que pienso al respecto.

Cierra los ojos otra vez, apretando la mandíbula y pasándose las manos por la cara.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—Todo —respondo con rapidez.

—Mel...

—¿Por qué ese hombre está detrás de nosotros? —salté—. ¿Qué es lo que quiere?

—Eso ya lo sabes...

—Sí, sé que su padre fue el responsable de lo que ocurrió con tu hermana, también sé que tu padre lo asesinó, pero... ¿Por qué ahora? —bajo la voz—. ¿Por qué justamente ahora y no hace años atrás?

—Antes no tenía nada que perder, Melissa —dice, sentándose frente a mí—. No es la primera vez que me amenazan, no es la primera vez que quieren matarme y tampoco es la primera vez que me joden la vida —sujeta mis manos—. Pero ahora, todo es diferente. Te tengo a ti. Eres mi punto débil, mi talón de Aquiles, Mel. ¿Entiendes? —sostiene mi rostro entre sus manos—. Él pudo matarme años atrás, pudo hacerlo cuando quiso, pero sería solo eso. Bancardi sabe que, si te daña, me hará sufrir y eso es justamente lo que él quiere.

—Que sufras —susurro, bajo la mirada sintiendo mis ojos cristalizados.

—Exacto —eleva mi barbilla—. Sin embargo, él no sabe qué haré todo lo que esté en mis manos para protegerte.

Asiento y dejo de mirarlo unos segundos.

—¿Qué sucede con la seguridad? —otra de mis dudas.

—Hemos tenido varias bajas, he perdido demasiados hombres.

—¿En tus casinos?

—Sí, han estado llegando varios tipos, antes de finalizar la noche, inician un tiroteo —frunce el entrecejo—. En todos y en cada uno de los casinos, incluso, en el orfanato de Portugal estuvieron a punto de iniciar uno, pero lograron descubrirlos a tiempo.

—¿Por eso hay tantos hombres aquí? —asiente.

—Bueno, no puedo correr riesgos, no contigo —asiento, sus manos sostienen las mías—. No dejaré que nadie te haga daño.

—Lo sé —le doy un apretón a sus dedos—. ¿Qué hay del accidente?

—Cuando llegamos, Gabriel no pudo encontrar nada, solo el auto abandonado a unos kilómetros más adelante —asiento, pero su ceño fruncido me dice que algo le preocupa—. Bancardi está yendo demasiado lejos con esto, Mel, y a la primera oportunidad que tenga, voy matarlo.

La determinación en sus palabras me deja perpleja, pero no impide que me acerqué a él y lo rodeé con mis brazos. Lo siento besar mi cabello varias veces y apretarme contra su cuerpo. Nadie podía alejarme de él.

Lo amaba: sanguinario, jodido, asesino. Lo amaba, y nada cambiaría ese sentimiento.

[...]

Me remuevo incomoda en la cama, estirando mi brazo hacia la izquierda buscando el cuerpo de Kyle, pero me encuentro con otra cosa. Abro los ojos lentamente y observo el pequeño papel que está doblado a mi lado sobre la almohada, frunzo el entrecejo y parpadeo hacia el papel.

«Hay que olvidarnos de todo.

Tú y yo, una cita.

¿Qué dices?

PD: Grita tu respuesta.»

Me aclaro la garganta.

—¡Opino que sería genial! —exclamo apretando el papel contra mi pecho, segundos después, escucho su risa proveniente del baño.

Suelto una risita al verlo salir con el cabello húmedo, vistiendo únicamente unos pantalones de pijama y con el torso descubierto. Madre santísima de sus benditos abdominales. Lo veo caminar hacia la cama y tirar de la sábana que cubre mi cuerpo, para después cerrar sus manos alrededor de mis tobillos. Un chillido escapa de mi boca cuando jala mi cuerpo hasta el centro de la cama y se cierne sobre mi, quedando entre mis piernas.

—Una cita —dice, entrelazando nuestras manos y poniendo las mías por sobre mi cabeza.

—Una cita —repito, cierro los ojos cuando sus labios besan mi mandíbula—. Nunca hemos tenido una cita de verdad.

—Lo sé —besa mi cuello—. Por eso necesitamos tener una.

—¿A qué hora? —jadeo, sintiendo sus dientes tirar del lóbulo de mi oreja.

—Ya —frunzo el ceño, removiéndome un poco para poder ver su rostro.

—¿Ya? —asiente.

—Vamos a desayunar.

—¿Fuera? —afirma con la cabeza y besa mis labios, lentamente y con mucha calma—. Está bien.

Su cuerpo deja de cubrir el mío para que pueda sentarme, suelto un suspiro largo y pesado cuando apoyo mi cabeza sobre su hombro. Su mano se entrelaza con la mía, llevándosela a los labios y dejando un delicado beso en el dorso.

—Creo que debería ir a cambiarme, ¿no? —murmuro.

—Creo que si —ríe al ver mi expresión—. Aún sigues dormida.

—Sí, supongo que sí. Bueno, hay que dejar la flojera —sacudo la cabeza y me levanto de un salto—. ¿Te duchaste?

—No, estaba esperándote —dice levantándose y abrazando mi cintura.

—Llegaremos tarde... ¡Black! —suelto una carcajada cuando me levantó en el aire y me hizo enrollar las piernas a su alrededor.

—Soy el jefe, puedo hacer lo que quiera.

Reí una vez más antes de besarlo.

[...]

Dos horas después estamos en la azotea de unos de sus clubes, el sol está opaco, pero sus rayos son lo suficientemente fuertes como para que no tengamos tanto frío. Habíamos desayunado hace algún rato, pero habíamos decidido quedarnos un rato más.

—¿Hace cuánto no estamos así de tranquilos? —pregunto sintiendo como sus brazos se me aprietan a mi alrededor.

—Mmm, no lo sé —su frente se apoya en mi sien—. Pero deberíamos salir más seguido.

—Sí, eso estaría increíble —sonreí, me removí un poco para observarlo—. Mientras estés conmigo, todo es increíble.

—Lo mismo pienso sobre ti —deja un beso en la comisura de mi boca—. Me encanta tenerte así, solo para mí y sin que nadie nos moleste —dice, noto como su mirada se endurece—. Siento que no te cuido lo suficiente, a veces pienso que solo hago que te preocupes...

—Shhh —pongo mi dedo índice sobre sus labios, obligándolo a callar—. ¿Cómo puedes decir eso? Nunca en mi vida he sido tan feliz como cuando estoy contigo. ¿Es que acaso no lo ves?

—Se me dificulta mucho verlo de esa manera —responde en un tono de voz que no es propio de él.

—Pues, deberías abrir más los ojos y darte cuenta —acaricio su mejilla—. Me haces más feliz que cualquier persona en el mundo.

Su mano quita un mechón de mi frente y me observa como si fuera lo más precioso del planeta, me regala una sonrisa y besa mi frente, mi nariz y mis labios. Es un beso tierno, sin intención sexual, es más bien, un beso de cariño, uno que logra acelerar mi corazón.

—Te amo, Black —le digo, por milésima vez en el día—. Y no creo que eso cambie nunca.

—Te amo.

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