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47. "Un inicio diferente".

Melissa sigue sentada en el suelo, tecleando algo en su laptop. El dispositivo está en la pequeña mesita de centro y ella tiene los brazos apoyados sobre la misma.

—Oye —la llamo, pero me ignora—. Melissa.

—¿Mmh? —gira su cabeza y me mira desde donde está—. ¿Qué sucede—Tenemos que hablar...

—Lo sé, lo sé —me interrumpe, sabiendo lo mucho que me molesta que me interrumpa—. Debo dejar de hacer imprudencias que pongan en riesgo mi seguridad física. Tampoco puedo salir de casa sin antes decirte. Mucho menos encontrarme con gente que tenga en mente matarme o algo mucho peor. ¿Contento? ¿Debo firmar algo?

—Escúchame —sujeto su barbilla para elevar su rostro—. Esto no es un juego, Melissa Black, estamos en peligro constantemente y lo único que te pido, es que seas responsable y no hagas estupideces, ¿me entiendes? —asiente, rodando los ojos—. No puedes salir de aquí sin protección, Óscar y Gabriel están a tu disposición 24/7, no tienes por qué salir sola y correr el riesgo de que algo te pase, ¿está claro? —se encoge de hombros como niña pequeña—. Te pregunté que si me escuchaste.

—¡Sí, sí! Está claro, ya —alejó mi mano de su cara y suspiró.

—Tengo cosas que hacer, pero no saldré el día de hoy. ¿Bien? —asiente, volviendo su atención al portátil—. ¿No vas a darme un beso?

—Tal vez —no me mira, pero sé que está sonriendo—. Si me lo súplicas.

—¿Quieres que me arrodille ante ti?

—Sí, no te arrodillaste cuando me pediste matrimonio... ¿Por qué no? —le resta importancia, dándose la vuelta para mirarme.

Le sonrío con malicia antes de ponerme de rodillas frente a ella.

—Mi reina, ¿podrías darle un beso a tu pobre esposo? —suelta una carcajada y después se pone de rodillas frente a mí, aún a esta altura, sigue siendo más bajita que yo.

—Eres tan dramático y mimado.

Sus brazos rodean mi cuello y sus labios se juntan con los míos, mis manos van a su cabello por instinto, bajando lentamente hasta sentirlo rozar su cintura. Su olor comienza a consumirme rápidamente, y sé que debo parar, tengo trabajo que hacer y ella me distrae.

—Por mucho que quiera besarte todo el día... —susurro bajando mis manos a su trasero, bajo su vestido—. Tengo cosas que hacer, y contigo así, no puedo hacerlo.

—Bueno —murmura y besa la comisura de mis labios, mientras me mira a través de sus largas pestañas—. Tú te lo pierdes.

—Eres una manipuladora —la beso una vez más y sacudo su cabello antes de ponerme de pie. Ella se acomoda otra vez frente al portátil—. Tendré un ojo sobre ti.

—Está bien.

La dejé sumergida en lo que estaba haciendo y caminé directamente hacia el estudio, encontrándome con Roger dentro de mismo.

—¿Qué tienes para mí? —cuestione antes de sentarme.

—Todos tienen tu número telefónico, Black. Lo único que se me viene a la cabeza, es que alguien esté de su parte, por ende, lo consiguieron.

—¿Y el de Mel?

—Probablemente hackearon tu teléfono, simple. Tienen tu número, automáticamente tienen el de ella —se encoge de hombros—. Le diré a Mike que ponga un aparato anti rastreo para todos los aparatos de esta casa, no podemos correr más riesgos.

—Lo necesito con urgencia —asiente—. ¿Cómo va todo?

—Me tienen más miedo de lo que creí —ríe, esto de ser jefe es nuevo para él—. Me estoy adaptando a qué todos me llamen señor.

—Pronto lo escucharás en todas partes.

—Por supuesto. Quiero hacer las cosas bien, no quiero defraudarte.

—No la harás —garantizo—. Eres mi hermano, te conozco, sé cómo eres y como haces las cosas. Por ese mismo motivo te puse a cargo, eres capaz de llevar este trabajo a la perfección.

—Lo haré, Kyle, lo prometo —me sonríe.

—Ve con tu irritante novia, despeja la mente —le ordeno, él sacude la cabeza luciendo divertido, y se pone de pie—. No hagan mucho ruido, por favor.

—Imbécil —gruñe antes de dejarme solo.

Golpeteé la madera del escritorio antes de tomar mi teléfono y marcar el número privado que agendé ayer por la noche. Y espero, uno, dos, tres... contesta.

—Vaya, no creí que me llamaras tan de prisa —ríe con cinismo—. Eso fue fácil.

—No tanto como abrirte la garganta en dos si vuelves a acercarte a mi esposa —siseo, y, por una milésima de segundo, escucho como contiene la respiración—. Te lo dije, y te lo repetiré otra vez, ni se te ocurra volver a respirar en dirección de Melissa, porque acabaré contigo de la manera más dolorosa que exista. ¿Me has oído?

—Así que, te fue con el chisme —suspira—. ¿Le contaste que estuvimos juntos anoche?

—Sí, le conté que tuve la mala suerte de encontrarme con la escoria más grande de este mundo. Por supuesto que se lo dije.

—Las vas a pagar, Black.

—Oh, sí. Y dile al hijo de puta que está junto a ti, que él será la comida para mis perros.

Cuelgo, cerrando mis manos alrededor del aparato.

«Maldito seas, Bancardi».

[...]

Faltan minutos para la media noche, Melissa ríe a carcajadas con Audrey, amabas están sentadas en la orilla de la piscina, hablando de cualquier cosa sin sentido. Roger estaba al otro lado de la piscina, con su mirada fija en su pelirroja, al igual que la mía está en mi esposa, esa que me observa y me sonríe antes de ponerse de pie.

Le doy un largo trago a mi cerveza al verla caminar hacia mi.

—¿Qué haces aquí tan solito? —pregunta Mel sentándose en mi regazo, rodeando mi cuello con sus brazos.

—Esperando por ti —me sonríe, acomodándose en medio de mis piernas—. ¿Tienes frío? —pregunto al verla enfundada en un ajustado pantalón largo de deporte, y una camisa mangas largas de color gris.

Le doy un beso en la sien.

—Algo, supongo que es por la hora —apoya su cabeza en mi hombro, dejando escapar un sonoro suspiro.

—¿Estás bien? —mi mano se pierde bajo su camisa, acariciando su piel con suavidad.

—Esto es diferente, ¿sabes? —dice—. Un día estaba leyendo a Jane Austen en la casa de mi hermano, sin saber que mi vida cambiaría de la noche a la mañana de la manera más drástica posible —coloca su mano sobre la mía, en dónde resaltan nuestros anillos, esos que significan la promesa más grande que nos hemos hecho el uno al otro. Esa que nos mantendrá unidos para toda la vida—. Nunca me lo esperé, tampoco me imaginé que alguna cosa así me pasara a mí —sus ojos buscan los míos—. Sin embargo, no cambiaría nada. Volvería a pasar eso mil veces más, siempre y cuando termine así —entrelaza nuestros dedos—: junto a ti.

No soy capaz de decir nada, solo rodeo su cuerpo con mis brazos y beso su cabello una y otra vez. Cerrando los ojos dejé que su aroma me invadiera por completo, y como el bálsamo que es, la paz abordó mi cuerpo rápidamente. La amaba, y por eso iba a protegerla, a cuidarla como si fuera la joya más valiosa de todas, como si fuera el cristal más delicado del mundo.

¡Feliz año nuevo! —exclamó Audrey al otro lado de la piscina, logrando que Mel soltara una pequeña carcajada.

Sus ojos marrones me miraron fijamente, observando el reflejo de mi alma.

—Feliz año nuevo —le dije con mis labios pegado a los suyos.

—Feliz año nuevo, cielo.

Sería un inicio diferente, de eso no me cabía dudas, pero haría todo lo posible porque fuera un buen año, al menos para ella.

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