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46. "Mi razón de ser".

El club estaba lleno, en cada mesa había un hombre con una mujer a su lado, ninguna era su esposa, eso podía garantizarlo. Y ahora, yo estaba aquí, esperando que una mujer viniera a verme. Una mujer que no era Melissa.

¿Cuán sucio me podía sentir ante eso? Sacudí la cabeza, no estaba engañándola, venía a poner las cartas sobre la mesa, solo eso.

—No pensé verte otra vez —dijo aquella voz.

Diez años exactamente tenía sin oír su voz, esa voz que quería escuchar para siempre, y que ahora, me causaba repulsión.

Me rodeó y se detuvo frente a mí, estaba enfundada en un vestido negro, su cabello iba suelto y sus labios pintados de rojo. Era hermosa, no mentiría, pero ahora tenía un aire de cinismo que no me gustaba, ya no era la misma niña que conocí hace años. Esta mujer no era más que una del montón, una que se movía solo por dinero y poder.

Por desgracia, la vida nos cruzó nuevamente —señalé la silla frente a mí, ella cumplió mi orden y tomó asiento—. Esperaba no verte nunca más, créeme lo deseé, pero no todos los deseos se cumplen por lo que veo.

—Quisiera decir lo mismo, pero no puedo —sonríe, sus ojos verdes me detallan por completo—. Me moría de ganas por verte otra vez.

—Aunque, podía decir que quería tenerte de frente —le digo, veo un destello de ilusión en su mirada. Ilusa. Pensé, sonreí—. Quería mirar fijamente a persona que lastimó a mi mujer hace más de dos años.

Su sonrisa se borró, su ceño se frunció.

—¿Qué carajos estás tramando? —siseé—. Sé perfectamente que estás con el maldito de Bancardi, sé que estás en mi contra, lo sé todo.

—Si lo supieras, tendrías cuidado de cómo me hablas —apretó los dientes.

—Te hablo como se me da la puta gana. Soy el jefe, el señor de todo este continente. ¿Me escuchaste?

—En un parpadeo podrías tener una bala entre los ojos.

—¿De verdad? —reí—. Hazlo, da la orden —la reto, es muy cobarde como para hacer que me maten—. ¡Hazlo! —se sobresalta—. Si me muero, todos aquí se mueren conmigo. Incluyéndote.

—No puedes...

—¿Crees que viene solo? ¿Crees que solo tengo a dos hombres conmigo? —me rio—. Ay, Dios, pero que idiota eres, Maritza... Ahora mismo, hay tres hombres apuntando a ti cabeza, así que no juegues conmigo.

—¿Todo por una maldita chiquilla? ¿De verdad, Kyle? —se carcajea—. No sabía que tenías tan malos gustos.

—Estuve contigo, ¿qué esperabas? —ahora soy yo quien sonríe, las venas de su delgado cuello sobresalen, demostrando su rabia—. Dejaré algo en claro esta noche para que no hayan malentendidos en el futuro, ¿de acuerdo? —entrelacé mis manos sobre la mesa—. Bancardi puede aspirar destruirme, conseguir ser el nuevo jefe de La Orden y quedarse con mi poder. Incluso puedes gobernar con él, si así lo quieres. Que siga soñando, porque las cosas han cambiado un poco aquí, Maritza —digo, mirando su iris verde—. Ahora, quien intenta pasarse de listo conmigo, se muere. Sin dar explicaciones, sin remordimientos. Simplemente se va a la basura, desde donde vinieron, pero esta vez, sin vida —me pongo de pie y Gabriel se acerca con rapidez, Óscar se queda a su espalda—. Si quiere jugar sucio, que lo haga. Nada se mueve en mi territorio sin que yo lo sepa.

—Acabaremos contigo, imbécil —gruñe, reí ante su arrebato de niña pequeña.

—En un parpadeo, estarás muerta, Maritza —me doy la vuelta, dispuesto a caminar hacia la salida, pero recuerdo algo—. Por cierto, aléjate de mi esposa. Es intocable, y quién se dispone a importunarla, termina en una zanja —le guiño—. Buenas noches.

[...]

La casa estaba en sumergida en un silencio sepulcral, mi piel se erizó ante la extraña energía que se sentía en el aire. Caminé hacia la sala, y la silueta de Roger en el sofá llamó mi atención.

—¿Todo en orden? —pregunté, lo escuché soltar un suspiro y ponerse de pie. Caminó hacia mí y me tendió una botella de vino casi vacía—. ¿Eso qué es?

—La botella que Melissa se bebió hoy por la noche —respondió—. Bueno, ayer, son las dos.

—¿Cómo? —cuestioné, perplejo ante su comentario—. ¿Qué sucedió?

—No sé cómo, pero logró reunirse con Maritza el día de hoy —mi corazón se detuvo.

—¿Qué? —me estremecí—. ¿Cómo es que salió? ¿Y todos los que se suponen que estaban a cargo de ella?

—Ya investigué —se rascó la sien—. Nadie la vio. Las cámaras ni siquiera la detectaron. No sé cómo lo hizo, pero se escabulló perfectamente.

—¿Salió sola? —pregunté, sintiendo cada músculo de mi cuerpo entrar en tensión.

—No lo sé, acabo de enterarme —subió los hombros—. Pero supongo que lo hizo, de lo contrario, te habrían avisado.

El aire a mi alrededor se tornó pesado de un momento a otro, me acerqué a la mesita de centro y dejé la botella sobre la misma. Me pasé las manos por la cara.

—Maldición —apreté mis dientes y cerré los ojos—. Esto no puede estar pasando.

—Estuvo llorando —dice, mis ojos lo buscan—. Maritza le dijo que te verías con ella hoy, Mel me preguntó y no supe que decirle, ella lo dedujo.

—Por eso me llamó esta mañana —cerré los ojos y gruñí—. Mierda.

—Ella creé que la estás engañando.

—¿Qué?

—Es Maritza, Black —dice con obviedad—. Pudo decirle cualquier cosa, y tuvo que ser enorme como para dejarla en ese estado.

—¿En qué estado? —pregunté alarmado, mi corazón latía desbocado.

—Uno en el que pudo decirme que era un buen hombre por llegar temprano a casa y dormir con mi novia.

Carajo.

—Arréglalo, porque el panorama es complicado.

—¿Dónde está?

—Arriba.

Subo con rapidez las escaleras.

El pasillo se me hizo interminable, abrí la puerta despacio, encontrándome con mi preciosa reina dormida. Sus brazos se aferraban a mi almohada, estaba cubierta hasta la cintura con la sábana y su cabello castaño caía en su espalda. Me acerqué a la cama lentamente, agachándome al borde, su rostro quedó a mi altura.

Sus pestañas estaban perladas por las lágrimas, pero su respiración acompasada me decía que estaba dormida, la botella de vino medio vacía me confirmaba que no despertaría por ahora.

—¿Cómo podría engañarte, Mel? —susurré, pasando mis dedos por su mejilla—. Lo eres todo para mí, si eres mi razón de ser. ¿Cómo podría, amor?

[...]

El sol ya había salido dejando entrar sus primeros rayos por la ventana, había sido una noche larga, se me había hecho imposible cerrar los ojos, pero conseguí dormir unas horas luego de abrazarme a su pequeño cuerpo. Mel seguía dormida, pero ya era hora de despertar, necesitaba aclarar las cosas de una vez por todas, lo más rápido posible.

Aún seguía de espaldas a mí, por lo que alejé del cabello de su cuello y dejé un beso en su nuca. Su piel reaccionó al instante, su cuerpo se estremeció y un gemido de protesta se le escapó. Estiró sus brazos, pero no sé movió más. Dejé que mis labios tocaran su hombro desnudo, pasé mi mano por su cintura, sintiendo su piel suave bajo su bata.

—Muévete —el tono hostil que utilizó, me hizo saber que estaba molesta.

—Lamento llegar tarde anoche —murmuré, tanteando el terreno. Esperando a que ella comentara algo referente a su verdadero enojo, pero no lo hizo—. Debí llamarte, lo lamento.

—No importa —intentó moverse, pero apreté mi agarre en su cintura—. Quítate, Kyle.

Ejercí presión con mi mano y logré darle un poco la vuelta, así podía ver su rostro mejor. Sus cejas estaban a punto de unirse, y su mandíbula tensa me causaba gracia. Alejé un mechón chocolate de su mejilla, inclinándome a besar esa parte de su rostro.

—¿Puedes dejarme ir? —apretó los dientes.

—No, no lo haré.

—Kyle...

—Sé que saliste ayer si protección —sus ojos fueron a los míos—. Y que viste a Maritza.

—¿Cómo...? Roger —suspiró y rodó los ojos—. Recuérdame no contarle nada a partir de hoy.

—No te estoy engañando, Mel —dije, llegando al punto con rapidez. Su respiración se alteró y desvió sus ojos de mí—. Jamás lo haría.

—Te viste con ella anoche —susurra luego de unos segundos, aunque su rostro esté en dirección contraria, puedo escuchar las lágrimas en su voz.

—Pero no te engañé, arreglé asuntos con ella, que es distinto. Jamás te engañaría, ni con ella ni con ninguna otra, porque te amo —explico. No me mira, su labio inferior es atrapado entre sus dientes cuando cierra los ojos y la primera lágrima cae. Mi rostro se esconde en su cuello, porque no soporto verla llorando—. Cariño, no llores por favor.

Solloza y mi corazón se rompe, mi brazo se aprieta alrededor de su cintura y trato de apegarla lo más que puedo a mi pecho.

—¿Acaso no confías en mí? —susurro.

—Tengo miedo —dice cerrando su mano en mi antebrazo—. Todo ha marchado al pie de la letra y estoy a la espera que venga un huracán a derrumbarlo todo.

—Eso no pasará —me atrevo a mirarla, encontrándome con sus ojos rojizos y cristalizados—. No dejaré que pase. ¿Por eso me llamaste?

—Solo quería saber si de verdad irías a verla —jadeo—. Pudiste decírmelo... ¿Por qué no me dijiste?

—Porque quería evitar esto —señalé su angustia—. Mira como estás. No soporto verte así. No debiste ir a verla. Maritza no es una buena persona, Mel, debiste saber que haría cualquier cosa para lastimarte.

—Yo no sabía que hacer —sollozó otra vez, sentándose ahora. Cerró los ojos y escondió su rostro entre sus manos—. Después te llamé y no me dijiste nada... Yo creí... No sabía que pensar. Perdóname —suplicó mirándome cuando me senté a su lado, negué secando sus lágrimas—. Yo no quise...

—No es nada, cielo —le sonreí a su iris marrón—. Todo está bien.

Tomó una bocanada de aire y suspiró para después pasar sus brazos por mi cuello. Me obligó a cernirme sobre ella al dejarse caer sobre las almohadas, me aprisionó con sus piernas y sus labios fueron los primeros en buscar atención uniéndose con los míos.

—No quise desconfiar de ti —dijo pegada a mis labios, sus ojos marrones estaban brillantes—. Es solo que ella es tan...

—Tan normal —respondí, apoyando mis brazos a cada lado de su cabeza, para poder quitarle el cabello de la cara—. Ella no es más que una mujer normal, sin embargo, tú eres diferente. Tan diferente que logras tocar lo extraordinario y maravilloso.

Sin dejarme agregar nada más, sus manos tiran de mi cuello hacia abajo, besándome con intensidad. Puedo sentir su necesidad en ese beso, su desesperación. Entonces, me encargué de demostrarle cuánto la amaba.

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