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45. "No lo haría".

Necesito conocer a la esposa de mi chico en persona.

O quizás, vernos nuevamente.

Atte.: Maritza Emerson.

Ese mensaje llegó el treinta de diciembre a las siete de la mañana, dejándome confundida, asustada y molesta. Esa mujer se digna a enviarme tal mensaje. ¿Quién se cree que es?

Mis pasos resuenan en el piso de cerámica, varios ojos se posan sobre y me arrepiento por no llevar a nadie conmigo. Fue toda una odisea salir de la casa sin que nadie me viera, tuve que lidiar con Audrey para que no me acompañara, diciéndole que era un asunto con mi hermano, cuando era una total mentira.

Diviso el café en dónde la mujer me citó, me apresuré a llegar al lugar y entrar al mismo. Había unas cuantas personas, pero una mujer en la mesa del fondo llamó mi atención.

Era pelinegra, supuse que era alta por sus piernas largas, su tez era pálida. Llevaba un vestido vino tinto y unos tacones de aguja del mismo color, unos lentes de sol ocultaban sus ojos y sus uñas golpeteaban la taza que tenía enfrente.

Inhalé profundamente, levanté mi barbilla y caminé hacia ella con valentía. Cuando se percató de mi escrudiño, levantó la mirada, pero yo ya estaba tomando asiento frente a ella.

—Aquí estoy, habla de una vez que no tengo todo el día —solté con rapidez y en una sonrisa me mostró su perfecta dentadura.

—Veo que la prepotencia y la amargura te la ha pegado Kyle —su voz es fina, un hilo de voz que te eriza la piel.

Esa voz la conozco. Es ella, la mujer de hace dos años. Fruncí el ceño, pero no me dejé amedrentar por el recuerdo y levanté mi muralla.

—No es lo único que he aprendido de él, créeme —murmuré, ella suspiró y se quitó los lentes, unas grandes esferas verdes se encontraron con mi mirada marrón—. ¿Para que querías verme?

—Por nada en especial —dijo, alejó el cabello negro de sus hombros—. Cuando te vi aquella vez, no creí que fueras tan importante para él. Pero ahora mírate —me señala, la sonrisa cínica no se borra de su rostro—. Te convirtió en su esposa.

—No estás diciéndome algo que no sepa —espeto—. ¿Qué es lo que quieres?

—¿Sí sabes que él y yo estuvimos juntos? —preguntó, la sangré se me volvió hielo. Por supuesto que lo sabía, pero me hice la desentendida—. Fue algo real, al menos para mí, pero él siempre fue tan frío, tan seco...

—Estás hablando de otro hombre, porque ese no es mi esposo —me crucé de brazos—. Si algo he aprendido de Kyle en todos estos años, es que él trata como escoria a la gente que se lo merece, no sé si lo sabías.

—¿Crees que podrás cumplir todos los requisitos de esposa ejemplar? —su rostro se muestra colérico, tornándose rojo ante la rabia—. Mírate, eres una chiquilla. ¿Qué puedes ofrecerle?

—Lealtad, eso que tú no le ofreciste cuando te abriste de piernas para Bancardi. ¿O me equivoco? —sonrío, ella está a punto de echar humo por las orejas—. Si creíste que me ibas a asustar con tu porte de perra, estás equivocada —siseo—. No soy una persona grosera, pero si me sacas de mis casillas, conocerás mi peor parte.

—Eres una mosquita muerta —chilla entre dientes—. Jamás lograrás hacerlo feliz, él no se confirmará contigo, en algún momento vendrá a mí de nuevo.

—¿Te buscará como su prostituta personal? —pregunto con mis ojos fijos en los suyos—. Te dejaré algo claro, no sé a quién conociste hace diez años, pero ya Kyle no es el mismo y si te acercas un solo centímetro a él, terminarás muy mal —me pongo de pie—. Soy la nueva reina, y con una sola palabra mía, tu cabeza caerá.

—Yo que tú, no me confiaría —dice, otra sonrisa aparece en su rostro—. Kyle sigue siendo el mismo, sino, no hubiese aceptado verme hoy.

La rabia estalló en mi interior como pólvora, los dientes me rechinaron, las ganas de matarla me invadieron.

Aceptó verme hoy.

El corazón se me encogió dentro del pecho, pero me recompuse rápidamente. Caminé hacia ella y apoyé mis manos en los brazos de su silla, su rostro demostró sorpresa a centímetros del mío.

—Escúchame bien —siseé, levanté mi mano izquierda y por poco la estrello contra su rostro—. ¿Ves esto de aquí? —le muestro mis anillos—. Él no se casó conmigo por capricho. ¿Sabes por qué lo hizo? Porque me ama —espeté con fuerza, haciéndola saltar sobre su silla—. Se casó conmigo porque puse su maldito mundo de cabeza apenas me crucé en su camino. Le devolví la vida. Lo estoy sacando poco a poco de su puta oscuridad, ¿y sabes por qué? Porque soy la indicada para él, cosa que tú jamás serás —su rostro estaba rojo, sus ojos cristalinos y algo aturdidos—. Y sí, puede que tú seas su ex, pero yo soy su esposa. Y ahora, el único papel que tendrás en mi cuento, será el de zorra.

Me enderecé y dándole una última mirada, me di la vuelta para salir casi a trote del lugar. Mi labio comenzó a temblar y tuve que luchar con todas mis fuerzas para no llorar.

Aceptó verme hoy. Pero él no pudo hacerlo solo porque sí, debe haber algo más.

Busqué mi teléfono mientras caminaba a toda prisa fuera del centro comercial, marqué su número y lo escuché sonar por unos segundos hasta que me respondió. Al segundo tono, como siempre.

—Hola, amor —dijo—. ¿Todo bien?

—Sí, todo está... Todo está bien —hablé con rapidez—. ¿Vendrás temprano a casa?

—Define temprano —soltó una risa—. No lo sé, Mel. Tengo un montón de cosas que hacer. Lo más probable es que llegue tarde. ¿Por qué? ¿Tenías algo en mente?

—No, nada —se me estrujó el corazón un poquito—. Solo quería saberlo.

—Te despertaré con un beso, ¿vale? —puedo oír la sonrisa en su voz.

—Vale.

No puede ser. Sí se va a ver con ella.

¿Mel? ¿Qué pasa, amor?

Nada, todo está en orden —trato de controlar el temblor en mi voz—. ¿Te veo en casa?

Sí, nos vemos en casa —no lo oí muy convencido—. Te amo, ¿lo sabes?

Lo sé —asentí mientras seguía caminando—. También te amo.

Él no puede engañarme. Él me ama. No lo haría.

[...]

La botella de vino está casi vacía, reluciendo su silueta sobre el césped. Siempre he sido mala con el alcohol, pero ahora, este parecía no tener efecto. Las luces de la piscina alumbran el lugar, y las estrellas adornan el cielo.

Es casi media noche y Kyle no ha llegado, trato de pensar en miles de posibilidades. Él atascado en el tráfico. Él resolviendo unos asuntos en su empresa. Él con alguno de sus socios. Pero entonces, la voz de esa mujer llega a mi mente y todo parece ir cuesta abajo. Una lágrima baja, me niego a pensar cosas que no son, pero es casi imposible.

—¿Mel? —la voz de Roger llama mi atención, limpio mi mejilla con rapidez y lo observo—. ¿Qué haces aquí afuera? —sus ojos van a la botella junto a mí—. ¿Estás...? ¿Estás llorando?

—No, solo...

—¿Qué sucede, Mel? —pregunta, mis ojos dejan de mirarlo y van al césped bajo mis manos.

—Mi vida es rara —comento en voz baja—. Un día todo está bien y al otro... ¡Puf! —hago un gesto con las manos antes de reír—. Todo se desmorona.

—¿Por qué...?

—Me encontré con Maritza hoy —las palabras salen disparadas de mi boca antes de que mi cerebro pueda procesarlas.

—¿Qué? —preguntó, asentí reafirmando mi anterior información—. ¿Estás loca acaso? ¿Cómo se te ocurre ver a esa mujer?

—Necesitaba saber que estaba pasando —respondí—. Estoy ciega, Roger. Soy un mueble más en esta casa. ¿Qué esperabas que hiciera?

—¡Te pusiste en peligro!

—¡Y me enteré que ella estará con Kyle hoy! —exclamé de vuelta, dejando que dos lágrimas bajaran por mis mejillas.

—Él no está con ella, Mel —dijo bajando el tono de su voz.

—¿Y dónde está? —abrí mucho los ojos—. ¿Dónde está ahora? Son casi las doce de la noche. ¿Por qué no está aquí? ¿Por qué no está conmigo?

—No puedo decirte eso —reí con amargura, me sequé las mejillas con brusquedad.

—Claro, es tu hermano, es estúpido que me lo dijeras —refunfuño mientras me pongo de pie. Intento pasar por su lado, pero su mano se cierra alrededor de mi brazo—. ¿Qué?

—Él no te engañaría jamás, Melissa —me dijo, mi garganta se apretó.

—¿En serio? —lo miré a través de mis lágrimas.

—Tú misma lo dijiste, soy su hermano, pondría mis manos al fuego por él —contesta—. Lo conozco mejor que a mí mismo. ¿Por qué te mentiría?

—¿Qué hace con ella entonces? —alcé las cejas—. Si no es nada del otro mundo, ¿por qué no me lo dijo cuándo lo llamé esta tarde? ¿Mmh?

—Porque tiene que resolver las cosas —me dijo, tirando de mi hacha él—. Él jamás te engañaría, Melissa, primero se cortaría las pelotas.

Miré al cielo y tomé aire.

—Ya no sé ni que pensar —me alejé de él—. Haz lo que todo bien hombre haría, ve a dormir con tu chica.

Palmeé su hombro y seguí mi camino dentro de la casa, dejando que las lágrimas fueran cascadas en mis mejillas. Subí las escaleras y casi corrí por el pasillo, lo primero que hice al entrar a la habitación, fue lanzarme a la cama y apretar su almohada contra mi pecho.

Inhalé profundamente su aroma y cerré los ojos, dejando que el cansancio y el sueño fueran los únicos medios para conseguir paz.

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