39. "Tantas cosas que no sé de ti".
Cosquillas en mi nariz, en mis mejillas, en mis labios y en mi cuello me obligan a despertar, una sonrisa boba se asoma en mi boca cuando unos labios recorren la línea de mi mandíbula.
—Buenos días, dormilona —susurra en mi oído, llevo mi mano instintivamente a su cuello, pasando mis uñas por su nuca.
—Buenos días, Black —cuando abro los ojos, lo primero que me recibe (aparte del mareo) es su rostro, su preciosa mirada azul.
El olor a jabón pica en mi nariz, haciéndome saber que se ha duchado recientemente.
—¿Cómo te sientes? —pregunta, paso mis dedos por el contorno de sus labios.
—Me duele la cabeza —suspiro cerrando los ojos otra vez, llevándome una mano a la frente—. No puede ser que sea yo la única persona que se emborracha con cuatro copas de vino.
—Eres rara —dice, lo miro a través de mis pestañas. Está sonriendo—. Siempre ocurre lo mismo, parece que no aprendes.
—¿Qué sentido tiene? Te tengo a ti para cuidarme.
—Para toda la vida —baja su rostro al mío y roza mis labios, dándome un pequeño beso rápido—. Ven, necesitas comer.
Se pone de pie y yo refunfuño quejumbrosa, sin embargo, lo observo caminar por la habitación únicamente con un pantalón de chándal azul. Su perfecto y marcado abdomen me da los buenos días y no puedo evitar sentirme tan orgullosa de que ese hombre sea mi esposo.
Que suerte tengo, maldición.
—Acosadora... —dice y es cuando parpadeo.
Está frente a los pies de la cama y una sonrisa diabólica pinta sus labios. Estiro mis abrazos a cada lado de mi cuerpo, sonriéndole con malicia.
—Solo te estoy admirando —me excuso con un gesto inocente—. ¿Eso es malo?
—Si andas de pervertida... —se inclina y tira de mis pies hasta tenerme en la orilla, suelto una risita sin contenerme—, puede que sí, es muy malo. Vamos, arriba —estira sus manos y tengo que tomarlas para que él me ponga de pie. Un leve mareo me invade y hace que cierre los ojos unos segundos—. ¿Estás bien?
—Sí, creo que aún estoy ebria —sonrío cuando logro estabilizarme, sosteniéndome de sus brazos, paso los míos por su cuello. Me pongo de puntillas para llegar a sus labios, sus manos recorren mi espalda hasta mi cintura—. ¿No me darás mi beso de buenos días?
Su mano se desliza por mi cuello, presionando su pulgar contra mi garganta mientras asalta mi boca en un beso hambriento. Un gemido se me escapa con rapidez cuando su lengua entra en contacto con la mía, ladeo la cabeza besándole con necesidad, profundizando más el toque.
—Basta, Mel —se separa un poco, pasado sus manos por mi cabello, pero sigo bajando mis labios a su cuello—. No inicies algo que no puedas terminar...
—¿Quién dice que no puedo terminar? —susurro, seductora atrapando el lóbulo de su oreja con mis dientes, recordando lo atrevida que me he convertido por su causa.
Antes, la timidez podía conmigo, ahora, soy yo quien inicia nuestros encuentros. Claro que, él es quien tiene el control la mayoría de las veces.
—No puedo hacerte nada si no comes antes, vamos —desfallecí con drama, pero sus brazos se apresuraron a rodearme y elevarme del suelo como a una princesa. Lo siento caminar por la habitación y después, soy dejada sobre una silla. Estamos en el balcón y desde aquí tenemos una perfecta de La Torre Eiffel, cosa que me encanta—. Deja de quejarte y come.
—¡Tengo el estómago revuelto! —hago puchero, él arrastra la silla y se sienta junto a mí.
—No estarías así, si no bebieras de esa manera —pellizca mi mejilla—. Vamos, aunque sea el café.
—Sí, mucho café —ruego, una taza es puesta delante de mí y el olor a café recién hecho alivia mi dolor de cabeza. Los ojos de Kyle decaen sobre el aparato entre sus manos, su ceño está fruncido—. ¿Está todo bien?
—Sí, solo es Roger —responde, veo un extraño brillo cruzar su mirada, pero decido pasarlo por alto—. Seguridad.
—¿Audrey no ha llamado? —pregunto, mi entrecejo se frunce—. ¿Dónde está mi teléfono?
—Debe estar en tu bolso, sino, en el baño —señala, asiento.
—¿A dónde iremos hoy? —pregunté mirándolo por sobre la taza del café.
—Te mostraré algo —me sonrió, entrecerré mis ojos hacia él—. Te gustará.
—Siempre dices que me gustará —pellizco su brazo, él tira de mi mano y besa mis anillos—. ¿Cómo sabes que me gustará?
—Porque lo sé —se acercó y besó mis labios con lentitud, dándole un chupetón a mi labio inferior—. Come.
[...]
Árboles, madera y mucho verde. Eso define a la perfección la casa a dónde Kyle me trajo, es preciosa y espaciosa. Hay césped por todas partes y la casa es inmensa por dentro. Observo a uno de los hombres de seguridad bajar las maletas de la camioneta, mi ceño se frunció al notarlo.
—Todo despejado, señor —escucho a Gabriel hablar con Kyle.
—Perfecto, cualquier cosa te llamaré.
—Con permiso.
Seguí mirando todo, las paredes de granito blanco, los árboles de afuera y respiré el aire puro que invadía cada parte de la casa. Era maravilloso estar aquí, el clima estaba frío, pero era agradable estar rodeada de tanto verde. Todo estaba libre, no sabía dónde estaban los hombres de seguridad, tampoco lograba divisarlos. Parecía que estábamos solo, aún y cuando no era así.
Cuando Kyle tomó asiento en el gran sofá, yo me encaminé hacia él y me quedé de pie observándolo. Él hecho su cabeza hacia atrás y cerró los ojos suspirando.
—¿La casa es tuya? —pregunté, sus ojos se abrieron y me miraron.
—Sí. ¿Te gusta?
—¿Por qué hay tantas cosas que no sé de ti? —ladeé la cabeza, su ceño se frunció.
Se sentó correctamente y puso sus codos sobre sus rodillas, tocando mis piernas con sus manos frías.
—Lo sabes todo, Mel —dice, mirándome desde abajo—. Esto... son solo detalles que se me olvidan.
—Pero me gustaría saberlos —digo jugando con mis dedos, él sonríe.
—Lo tendré en cuenta.
Sus dedos tocan el dobladillo de mi vestido blanco, su mano fue a mi espalda baja y me hizo dar un paso hacia adelante, su frente se apoyó en mi vientre y suspiró.
—Tú vestido, Mel —paso mis dedos por su cabello—. Tú y tus vestidos van a matarme.
—Eres un exagerado, cielo —reí y sujeté su barbilla con mis dedos, sus ojos azules brillaron ante la poca luz que entraba por las ventanas—. ¿Nos quedaremos el resto del viaje?
—Pensé que te gustaría —dijo.
—Lo hace —sonreí, puse mis manos en sus hombros y lo empujé hacia atrás, tomando el atrevimiento de subirme a su regazo—. Ahora... ¿Qué hacemos para no aburrirnos?
—Bueno... —metió sus manos bajo mi vestido, apretó mi trasero y me presionó contra su entrepierna abultada, mordí mi labio inferior cuando enganchó sus dedos en el elástico de mis bragas. Y, como es costumbre, tiró de ellas, rompiéndolas. Rodé los ojos y observé su sonrisa—. Tengo varias cosas en mente —pasó mi cabello detrás de mis hombros, bajando las tiras finas de mi vestido—. Primero, quitemos esto que nos está estorbando —bajó la parte superior de mi vestido y solté una risita cuando suspiró al notar mi desnudez—. Por el amor de Dios, Mel. ¿Qué tienes con no ponerte nada bajo la ropa?
—¡Se marca en el vestido! —digo, él rueda los ojos—. Vamos, no discutiremos por eso. ¿O sí?
—En este momento, no —se acercó a mi cuello para besarme—. Pero otro día lo haremos.
—¿Será nuestra primera discusión como esposos? —pregunté divertida y jadeé cuando sus labios se cerraron alrededor de uno de mis pezones.
—Sí —succionó con fuerza, arrancándome un gemido—. Y será una enorme discusión.
—Una ruidosa discusión... ¡Ah!
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