Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

38. "Mi muerte".

El sabor amargo del vodka baja por mi garganta, quemando todo a su paso. Tomo el Rolex de oro y lo acomodo sobre mi muñeca, son las seis de la tarde y el sol apenas se está poniendo en París. Mis sentidos se agudizan y me doy la vuelta ante el sonido de una puerta siendo abierta.

Escuché el ruido de sus tacones cuando salió del baño, llevaba un vestido corto y de tirantes color bronce ajustado a su cuerpo, resaltando cada curva, realzando sus atributos. Su cabello largo estaba suelto y caía en hondas gruesas por sus hombros y espalda.

Era mi diosa. Pura, perfecta y preciosa.

Cuando se percata de mi mirada, la suya se levanta y me sonríe. Camina lentamente hacia mí, deteniéndose a centímetros de mi cuerpo, sus manos van al cuello de mi camisa mientras me mira a través de sus largas y gruesas pestañas.

—Estás preciosa —le digo, ella se pone de puntillas y besa la comisura de mis labios—. Y eres una jodida manipuladora.

—¿Yo? —abre mucho sus ojos—. Ya quisieras que yo te manipulara, cielo.

—Lo haces —rodeo su cintura con mis manos—. Y ni siquiera te das cuenta.

—Lo siento —se encoge de hombros restándole importancia—. ¿A dónde iremos?

—A matar dos pájaros de un solo tiro —le giño un ojo cuando su ceño se frunce, dejó un beso en su frente y la llevo fuera de la habitación.

El transcurso en el auto es interesante y entretenido con Mel suspirando por cada cosa que ve fuera de la ventana. Gabriel es el encargado de conducirnos al norte de la ciudad.

—Santo Dios —dice Melissa con los ojos abiertos a capacidad, luego me mira a mí—. ¿Dónde estamos?

—Te dije que Francia era mía, Mel —entrelacé nuestras manos y besé el dorso de la misma—. Tengo que estar al tanto de hombre que se encarga del país.

—¿Es tu socio? —preguntó.

—Es un amigo.

Christian Lacroze.

Francés y leal.

Uno de los pocos hombres que están a mi mando al que puedo llamar amigo, fue fundamental en mi formación para tomar el cargo de La Orden, era otro de mis manos aliadas cuando Roger y yo éramos más sanguinarios que cualquier otra cosa. Por su lealtad lo puse al mando de Francia, y hasta el sol de hoy, no me ha defraudado.

—Esto es enorme —susurra Mel cuando bajamos del auto, sonrío cuando una idea llega a mi mente.

—¿Te gusta? —pregunté, ella me observó y asintió.

—Sí, es hermosa —se aferró a mi brazo y miró a su alrededor—. ¿Celebra algo importante?

—No, pero hace un tiempo que hacen este tipo de reuniones para recaudar fondos —explico mientras entramos a la mansión—. Ya sabes, para orfanatos y esas cosas.

—Eso es increíble —le brillaron los ojos.

—Todos donamos algo, siempre es bueno purificar el alma haciendo algo bueno, ¿no? —la miré.

—¿Tú lo haces?

—Ya te tengo a ti para que hagas ese trabajo —me mostró una media sonrisa y besé su sien.

—No me lo puedo creer —conocí esa voz al instante, Christian venía enfundado en un traje azul y con una enorme sonrisa en el rostro—. Kyle Black. Pero que sorpresa tenerlo aquí, mi señor —estrechó mi mano con fuerza—. ¿A qué debo tu visita a Francia?

—Luna de miel —señalo a Mel, los ojos de Christian van hacia ella y sonríe—. Ella es mi esposa, Melissa. Mel, Christian Lacroze.

—Un gusto —dice mi mujer.

—Es placer es todo mío —responde, lo veo girarse y llamar a una rubia de los rizos indomables—. Black, ya conoces a Crissy.

Sus ojos grises vienen a mí y una sonrisa agradecida cruza sus labios.

—Que gusto verte otra vez, Kyle —me da un corto abrazo y un beso en la mejilla antes de volver con su marido—. Me estaba preguntando cuando te tendríamos por aquí otra vez.

—Ni había surgido la ocasión.

—Cariño, ella es la esposa de Black, Melissa —le dice Christian.

—Un placer conocerte, hermosa —la mujer le sonríe estrechado su mano—. Me la robaré y así ustedes se ponen al día.

Mel me sonríe antes de alejarse, la observo caminar con esa seguridad que ha estado adquiriendo, esa que ella misma forjó. Ahora está más confiada de sí misma, es una gacela y todo es debido a su tenacidad y valentía.

—Entonces, sí que existe la mujer que doma demonios, por lo que veo —Christian me tiende un vaso de cristal, con lo que parece ser whisky en su interior—. Creí que no te casarías nunca, hermano.

—Ni yo, pero no pude resistirme —confieso, él ríe.

—Es preciosa, Black —comenta—. ¿Por qué me parece conocida?

—Es una Müller —sus ojos demuestran su sorpresa.

—¿Es la hermana del senador alemán? —asentí, suelta un silbido de asombro—. ¿Cómo llegó a tus manos?

—En uno de mis viajes a Berlín, el maldito la cedió a Fisher.

—¿A eso se debió su muerte? —preguntó, negué.

—Me traicionó el hijo de puta —le doy un largo trago al whisky—. Solo era una maldita rata sucia, Mel tenía diecisiete cuando la obtuvo, esa fue otra condena más.

—Por suerte la encontraste —miré a Mel, quien sonreía con suavidad—. Te flechó en serio, ¿eh?

—Como no tienes idea —suspiro—. ¿Sabes algo de Bancardi?

—No, hace años que no lo veo —negó.

—¿Y de Maritza?

—Tampoco, es más, comienzo a pensar que están muertos —dice, niego.

—No lo creo, hace un año secuestraron a Melissa y pienso que fue obra de Maritza.

—¿Estás seguro? —me mira sorprendido.

—La secuestró una mujer —digo con algo de obviedad—. ¿Qué otra mujer me quiere muerto?

—Bueno, en ese caso, tú deberías quererla muerta a ella, no al revés —comenta con diversión.

—Ya ves lo complicado que es el cerebro de una mujer.

—Solo se puede aprender a vivir con ellas —ríe.

—¿Algún consejo para mí nueva vida de casado? —le pregunto.

—No dejes de enamorarla nunca, la tendrás toda la vida si lo haces —palmea mi hombro y se aleja, dejándome completamente aturdido por sus palabras.

Las horas pasaban, la recaudación de fondos para los orfanatos era todo un éxito, Mel estaba encantada y contenta. Llevaba la tercera copa de vino a sus labios y sus ojos brillaron, Mel no era muy amiga del alcohol, ya había tenido experiencia con ello en el último año.

—Hola, mi amor —sí, no estaba en sus cinco sentidos.

Se guindó en mi cuello y mis manos fueron a su cintura.

—¿Estás ebria? —le pregunté, quitando un mechón rebelde de su rostro.

—Noup —negó y besó mis labios castamente.

—Eso me dice que sí —sonreí y acaricié su espalda—. Es hora de irnos, preciosa.

—¿Ya? —hizo un puchero, asentí—. Está bieeen.

[...]

Cuando llegamos al hotel, ella no quiso mi ayuda para entrar, así que la dejé libre, pero seguí sus pasos desde muy cerca. La veo luchar con sus tacones, y de fondo, escucho su risa. Es divertido verla así, pero no me causa mucha gracia que esté ebria. Mel no es muy receptiva con el alcohol, de hecho, dos copas de más, es suficiente para emborracharla.

—Te vas a caer, ven acá —sujeto su cintura cuando está a punto de perder el equilibrio. Sus ojos brillantes me observan desde su altura, luego una sonrisa aparece en sus labios—. Te vas a joder el hígado si sigues bebiendo así.

—No he bebido nadaaaa —arrastra las palabras, pero suelta una risita. Al ver que no puede seguir caminando, paso mi brazo por sus piernas y la elevo—. Estoy bien.

—Ya me doy cuenta —beso su frente y continúo mi camino dentro de la habitación, voy directamente al baño y la siento en el inodoro cuando bajo la tapa—. Necesitas agua y quedarte quieta por un rato. ¿Bien?

—¡Nooo! —sacude la cabeza y hace un puchero.

Me inclino a besar su labio inferior, es inevitable resistirme a su boca, pero me concentro en quitarle los tacones. Escucho como suelta un suspiro y cuando levanto la mirada, tiene los ojos cerrados.

—No, amor. No te duermas —acaricio su mejilla y luego le ayudo a ponerse de pie. La encamino hacia el lavamanos y la siento sobre el mismo—. No te vayas a caer.

Suelta una sonrisa y se frota los ojos. Busco en su bolso unas toallitas húmedas y me dispongo a quitarle el poco maquillaje que tiene en el rostro.

—La cabeza me da vueltas —arruga la nariz.

—No lo dudo —sigo pasando la toalla por su mejilla—. ¿Cuántas veces hemos hablado sobre esto?

—No lo sé, no recuerdo —se encoge de hombros.

—Cinco —respondo, recordando las cinco veces que ha llegado ebria a casa. Si bien sé, Audrey tiene mucho que ver en ese asunto, pues es la pelirroja quien insiste en llevarla de fiesta. La libertad que he estado brindándole se ve manejada por su secuas italiana, las dos son un completo dolor de cabeza cuando están juntas—. Son cinco veces que has hecho lo mismo, no te pido que no bebas, solo no te emborraches, ¿de acuerdo?

—No es... mi culpa —suspira, sonrío cuando ella lo hace.

—Lo sé, cielo.

Me encargo de lavarle los dientes, de recogerle el cabello en un moño desordenado y despejar su rostro.

—¿Dónde está el resto de tela? —pregunto con diversión al deslizar las tiras finas de su vestido de seda. Una sonrisa adormecida cruza sus labios—. Creo que no terminaron de confeccionarlo.

—Es así —dice, su mano va a mi cuello, acariciando mi nuca con sus largas uñas—. ¿No te gusta?

—Es precioso, más si tú lo llevas puesto —beso sus labios unos segundos, deleitándome con su suavidad—. Pero me gusta más lo que hay debajo de él.

Con un poco de su ayuda logro subir el vestido y sacarlo por su cabeza, la prenda termina siendo más pequeña de lo que creí cuando está en mis manos. Dejándolo a un lado, la respiración se me atasca en la garganta cuando mis ojos se topan con su total desnudez.

—¿Dónde está tú...? —señalo, mirando que no llevaba nada más que el maldito vestido, a parte de su collar—. ¿Has estado desnuda todo este tiempo?

—La ropa interior se marcaba en el vestido. ¿Que más podía hacer? —se abraza a si misma luciendo inocente, inofensiva y frágil.

—Ponerte otra cosa —siseo, ella se encoge y no le da importancia. Suelto una maldición por lo bajo y aprieto el puente de mi nariz entre mis dedos, intentando mantener el enojo a raya—. Vas a ser mi muerte, Mel. Me matarás uno de estos días.

—¡Tengo frío! —exclama, a su vez, con el ceño fruncido.

—Espera —cuidando que no se caiga, me apresuro a buscar una de mis camisas—. Levanta los brazos —cumple mi orden, permitiéndome cubrir su cuerpo, abotono la camisa, topándome con sus ojos marrones mirando hasta el fondo de mi alma—. Venga, vamos a la cama, borrachita.

Sus brazos se enrollan en mi cuello y sus piernas en mi cintura, dejándome la libertad de llevarla a la habitación nuevamente.

—No soy una borracha —murmura con su rostro enterrado en mi cuello—. Solo no asimilo muy bien el alcohol.

—Es lo mismo —aparto las sábanas y dejo su pequeño cuerpo sobre la cama, y después la cubro hasta la barbilla con el edredón—. Mañana te sentirás mejor, ya verás.

—Ven conmigo —pide y hace otro puchero.

—Tengo que llamar a Roger...

—Dijiste que nada de trabajo en tu luna de miel —reclama y tiene razón.

—Será rápido, lo prometo —acaricio su barbilla y me acerco para besarla unos segundos—. Duérmete, nena.

—Te amo —susurra al borde del sueño.

—Y yo te amo a ti.

Cuando la veo caer profundamente en el sueño, le marco a Roger. Este me contesta con rapidez, segundos después.

—¿Averiguaste algo? —preguntó.

—No, Christian no ha sabido nada de él desde hace años —digo, pasándome una mano por el cabello—. ¿Siguen llegando?

—Sí, la misma caja y la misma nota —suspira—. «Se acerca tu fin». Es todo lo que dice, no tenemos más pruebas, pero todo indica que es él.

—Si es así, lo estaré esperando. Te lo dije, Roger, él puede acabar conmigo, pero yo acabaré primero con su vida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro