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37. "Más que perfecto".

Mi esposa duerme entre mis brazos, su cabello cae sobre uno de sus hombros cubiertos por el esponjoso abrigo blanco que lleva puesto. Suspiro al verla moverse algo inquieta, invitándome a rodearla y enterrar mi nariz en su cabello. Frutos rojos. Inhalé profundamente ese dulce aroma que ahora es mío legalmente. Besé su frente y la estreché contra mí, recibiendo un suspiro de su parte.

Mi esposa. Sonreí como un idiota, porque todavía no podía creerlo.

Nunca creí tener una relación estable, primeramente. Tampoco me imaginé tomando la iniciativa de pedirle a alguien que compartiera su vida conmigo. Sencillamente, no tenía espacio para mujeres en mi vida, las mujeres te quitan tiempo y dinero. Pero con Mel era distinto. Ella no quería mi dinero, y en cuanto a mi tiempo, estaba más que complacido con dárselo todo sin objeciones.

Me encantaba estar con ella, verla sonreír, escucharla hablar y admirar esos pequeños detalles que poseía. La amo, y por eso estoy nadando en un mar de felicidad al tenerla conmigo, y ahora que es mi esposa, tengo una garantía para tenerla para siempre.

Ahora será mía para siempre. Sonreí ante el pensamiento y miré por la ventana del Jet, aún seguíamos en el aire, pero el reloj de mi muñeca indicaba que solo faltaban unos minutos para que llegáramos a nuestro destino.

—Mel —pegué mis labios a su frente, acariciando su mejilla con mi mano libre. Se movió un poco sobre mí y enterró su cara en mi pecho—. Cariño, despierta.

—Mmh, déjame dormir —murmura escondida, sonrío ante su reproché.

—Vamos, Mel —mi mano se pierde bajo su abrigo, sintiendo la tela del vestido que trae puesto—. Ya estamos por llegar.

Refunfuño y estiró sus brazos, luego frotó sus ojos y me miró, aún adormilada, me sonrió. Acaricié su barbilla suavemente y busqué sus labios, dejando un beso lento, pausado, cuidadoso sobre los mismos.

—¿A dónde me trajiste? —preguntó pasando sus uñas por mi mejilla, intentando persuadirme con sus ojos marrones.

—Espera un poco más —le pido, ella hace un puchero y se cruza de brazos como niña pequeña—. Ya vamos a aterrizar, ven, ponte el cinturón.

—Voy, espera —con mi ayuda se levantó y bajó el dobladillo de su vestido. Se sentó en su lugar y abrochando su cinturón—. No me trajiste a Alemania, ¿verdad?

—Jamás haría algo que te disgustara —la interrumpí tomando su mano, elevé su barbilla con mi dedo índice y la hice mirarme—. Nena, algún día tienes que hablar con él.

—Lo sé —suspiró acariciando mis nudillos lentamente—. Solo que... aún no me siento lista.

—Está bien —me dedicó una pequeña sonrisa y miró hacia la ventana.

La conversación concluye ahí, no iba a presionarla. Aún y cuando era mi esposa, ella era quien llevaba las riendas de su vida, incluyendo su relación con su hermano. No podía obligarla a tratar con él si no le apetecía, mucho menos sabiendo que le afectaba tanto como lo hacía.

Mel aún lo extrañaba, independientemente de su última conversación y en como terminaron las cosas, a ella le dolía. Lo sabía, aún se despertaba por las noches y sé sentaba junto a la ventana, cosa que hacía cuando algo atormentaba su mente.

Segundos después, llegamos a tierra firme, la veo morder su labio inferior emocionada. Le ayudo con su cinturón de seguridad y entrelazo su mano con la mía una vez que ambos estamos de pie. La guío hasta la puerta, la misma hace su descenso hasta caer abierta delante de nosotros. Soy el primero en salir y el viento frío logra estremecerme, hace tiempo que no venía y mucho menos en esta época del año.

Cuando Mel toca el primer escalón, su ceño se frunce. Observa todo a su alrededor mientras sujeta mi mano, sigue bajando los escalones y es cuando logra ver más de cerca el lugar en donde nos encontramos. El hangar está apartado de la ciudad principal hacia donde iremos, pero eso no impide que ella descifre y reconozca el lugar.

—Black... —alarga abriendo la boca, le sonrío a su rostro sonrojado. Se lleva las manos a la boca ahogando un grito de sorpresa y emoción—. ¡Cariño! —comienza a dar pequeños saltos en su lugar y camina con rapidez hacia mí, lanzándose a mis brazos—. ¡Estamos en Francia!

Acorta la distancia y me besa, siendo ella quien lleve el control del contacto. Yo solo tengo que encargarme de mantener su vestido en su lugar para que no se subiera. Era adicto a ella, a su nueva valentía, al movimiento de sus labios sobre los míos, a sus caricias. Con un simple y delicado beso, me tenía de rodillas a sus pies, cumpliendo sus órdenes sin poner ninguna objeción.

Y sí, una vez se lo dije: Ella era mi peor adicción; ero aun así, la cura para todos mis males. He tomado demasiadas decisiones en mi vida, pero sin lugar a dudas, quedarme con ella fue la mejor de todas.

Sus manos se aferran a la parte trasera de mi cuello, echando la cabeza hacia atrás para poder mirarme. Apoyé mi frente sobre la suya, admirando sus labios rojos e hinchados, llamándome a probarlos otra vez. Una sonrisa se ensanchó en su boca y me abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en mi cuello.

—Gracias, gracias, gracias —susurró con rapidez—. Eres el mejor. Gracias.

—No tienes que agradecer nada —la estreché con fuerza—. Tienes el mundo a tus pies si así lo deseas, lo sabes.

—Lo sé —se apartó un poco y vi el brillo de las lágrimas en sus ojos—. Pero es perfecto, estar aquí contigo es más que perfecto.

Me miró a los ojos fijamente antes de besarme otra vez.

[...]

El día se nos fue volando, especialmente porque Mel estaba exhausta, aún y cuando la emoción la invadía más que nunca, el sueño pudo con ella y le ganó la batalla. Durmió casi toda la tarde, llevándome a mí a rodearla con mis brazos la mayor parte del tiempo. Ahora, sin darnos cuenta, había oscurecido.

Mel camina de un lado para el otro, noto su emoción y desesperación a cada paso que da, pero no sé qué se debe lo último. Le he dicho que la llevaré a cenar y ha estado así desde entonces. La escuché salir del baño, llevaba unos jeans negros ajustados y una camisa blanca de mangas cortas, junto con unas Converse del mismo color. Se acercó al tocador y tomó su enorme abrigo blanco, para después recogerse el cabello en una coleta.

Estaba perfecta y ni siquiera se esforzaba.

De un momento a otro, se ha quedado de pie en el balcón, sus ojos no se despegan de La Torre Eiffel frente a ella. Sabía que era su sueño venir a este lugar, me lo había comentado varias veces. Entonces, lo guardé en mi mente, de algo debía servir esa información y ahora que estamos aquí, ella está contenta con ese hecho.

Camino lentamente hacia ella rodeándola con mis brazos, su peso cae sobre el mío al momento que suelta un largo suspiro. Bajo mi rostro a su cuello para impregnarme de su cálido y dulce aroma.

—Estoy muy feliz de estar aquí, contigo —dice, sus manos se posan sobre las mías—. No puedo creer que tengamos la torre frente a nosotros.

—Sabía que te gustaría —murmuro apoyando mi barbilla en su hombro.

—¿A dónde iremos ahora? —preguntó dándose la vuelta y mirándome con sus enormes ojos expectantes.

—A cenar, necesito alimentarte —ríe y ese sonido me reconforta, no dudo en admirarla más de cerca—. Estás preciosa.

—Gracias —ladeó la cabeza, luciendo inocente.

La llevé conmigo fuera de la habitación, escuchándola suspirar de asombro cuando salimos del hotel. Había decidido traerla a un hotel turístico por lo menos, los primeros días, ya después la llevaría a la casa que tenía aquí. Quería mostrarle la cuidad primero, y que ella conociera lo necesario.

La camioneta está lista y Gabriel es quien se encarga de llevarnos al club, Melissa no duda en saludarnos efusivamente. Él y Mel han entablado una amistad muy buena, independientemente de mis constantes quejas de ella hablando con todo el personal, no me interpuse. Ella lo ve como un hermano menor, y eso no puedo quitárselo. A parte de Audrey, el rubio es el único amigo allegado a su edad que tiene.

Con Roger es caso distinto, ellos son una extraña especie de complot contra mí, de ellos no tengo nada que decir.

—Esto es increíble —chilla a mi lado cuando la ayudo a bajar del auto, me deleito con su preciosa sonrisa—. Amo esto, en serio —dice, luego se acerca y apoya su barbilla sobre mi pecho, mirándome desde su altura—. Te amo a ti, mucho.

—Es mentira —pellizco sus mejillas, inclinándome para rozar sus labios—. Yo te amo mucho más.

—Tengo hambre —murmura sobre mis labios, haciéndome reír.

—No has comido nada más que un sándwich, es lógico que tengas hambre —beso su frente y estrecho su pequeño cuerpo entre mis brazos.

—Es tu culpa, no me has alimentado, mal esposo —refunfuña con un puchero, el cual me apresuro a besar—. ¡Tengo hambre!

—Vamos a comer, pequeña mandona.

[...]

Melissa es una viva obra de arte.

Era preciosa, más cuando estaba distraída, como ahora. Una sonrisa se formó en sus labios y soltó una risita después, sacudió la cabeza y metió una de sus manos en su cabello. Sacudió los mechones chocolates por sobre sus hombros y se inclinó para buscar un cepillo, luego comenzó a pasarlo por las hebras de su sedoso cabello.

—¡No puedo creerlo! —le dijo al teléfono que estaba sobre la mesita el lavabo.

—¡Pero es así! —dice Audrey al otro lado de la línea—. La muy idiota pensaba que la iba a dejar ganar, pero no, sabes cómo soy.

—Sí, lo sé —caminé lentamente hacia ella, escuchándola parlotear sobre algo sin sentido con la pelirroja—. Debiste decirle a Roger que fuera contigo —mis manos cayeron sobre su cintura y sus ojos me miraron a través del espejo, me regaló una sonrisa y siguió con su conversación—. ¿Y cómo vas?

—¡Horrible! Roger no se ha levantado de ese escritorio en una semana, lo odio —mi rostro se esconde en el cuello de la morena frente a mí, su cuerpo se tensa y deja caer su mano sobre la mía—. A este paso no me casaré nunca.

—¿Él sabe que van a casarse? —Mel suspira cuando dejo un beso bajo su oreja.

—No, pero pronto lo hará —Mel ríe y deja caer la cabeza hacia atrás cuando mi mano se pierde bajo su bata de seda—. ¿Y tú cómo estás? ¿Estás contenta?

—Demasiado —la veo morder su labio inferior, mis dedos se desplazan sobre su vientre, descendiendo lentamente—. Todo es... es... —da un respingo cuando encuentro su punto de placer—. Maravilloso.

—Me alegro —dice la pelirroja.

—Audrey, tengo que... colgar —cierra los ojos y muerde sus labios para no gemir, me causa gracia, pero sigo en mi tarea de volverla loca—. Te llamaré después.

—Está bien, adiós —cuelga y es cuando un jadeo escapa de su boca—. ¿Puedo saber qué haces? —pregunta en un susurro, uno de mis dedos se sumerge en su calor y toda la sangre baja directamente hacia mi miembro—. Kyle...

—Shhh, estoy conociéndote —suelta una risa y el calor aumenta.

—Ya me conoces bastante de ese modo —beso su mejilla y le doy la vuelta, sus ojos buscan los míos y es cuando ataco sus labios.

Un suspiro muere en mi boca cuando alzo su cuerpo y la siento sobre el lavabo, sus piernas se enrollan mi cintura y sus brazos se aferran a mi cuello. La tela de su bata se desintegra entre mis manos cuando tiro de ella, abriéndola a la mitad. Mel suelta todo el aire en un jadeo, separándose de mí para verme a los ojos.

—A este paso me dejarás sin ropa —dice, intentando ocultar una sonrisa, veo como un sonrojo pinta sus mejillas y la punta de su nariz.

«Perfecta». Es el primer pensamiento que viene a mi mente, mis manos van a su cintura y acerco a la orilla.

Mis manos se pierden en su cabello y mi boca baja a la suya, sus uñas se pasean por mi espalda. Siento su respiración acelerarse, el latido de su corazón frenético cuando poso mis labios en el pulso de su cuello. Sus jadeos y su voz diciendo mi nombre en pequeños suspiros me vuelan la cabeza. No puedo esperar más, ella tampoco, y lo hace notar cuando sus pequeñas manos bajan mi bóxer.

Mirando sus ojos marrones, me hundo en ella. Sus ojos se cierran, su calor me rodea. Su cabeza se inclina hacia adelante apoyando su frente en mi hombro, sus manos se aprietan en mis brazos. Me adueño de su mundo despacio, veo como pierde el control de sí misma y lo deja en mis manos.

¿Qué haría sin ti, Mel?

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