32. "Juntos para siempre"
Camino por el estrecho de graba, observando las lápidas pulidas y el montón de flores que adornan el lugar. ¿Qué tan raro es? No llevarles flores a tus seres queridos y esperar a que ya no estén para dejarlas en sus tumbas. Odiaba esa hipocresía. Es por eso que debemos valorar a quienes más amamos, porque tal vez sea demasiado tarde y solo nos quede llevar flores a una tumba.
Me detengo cuando encuentro lo que buscaba, miro la lápida de mármol negro. Está limpia y bien cuidada, lo que me sienta bien, ya que pago una gran suma de dinero para que todo esté en su sitio.
—Hola, Holly —susurro, metiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta—. No te traje flores porque se que las odiabas, además, todo está limpio, así que supongo que estarías feliz. Con lo maniática que eras —sonrío, recordando como se enfadaba cuando algo estaba mal puesto—. Hace tiempo que no venía y lo siento, he estado ocupado.
Suelto un suspiro y miro el cielo azul despejado, estamos en septiembre, pero el clima nunca deja ser templado. Aún así, el sol que brilla genera un poco de calor.
—Conocí a alguien —digo, cerrando los ojos—. Su nombre es Melissa y es, sin ninguna duda, lo mejor que me ha pasado. Es perfecta, mágica, dulce, hermosa... es... No tengo palabras, no creo que pueda describirla, me tomaría todo el día —sonrío—. Te encantaría, Holly, ella es tan tú. Los demás están primero, su amor por el prójimo es algo que aún no puedo asimilar. La habrías amado tanto como yo.
>> Le pedí que se casara conmigo, y me dijo que sí y créeme cuando te digo que hacía mucho tiempo que no era tan feliz. Espero que aún siga amándome cuando conozca al mounstro. En cierta parte lo conoce, pero no del todo. La amo, con todo mi corazón y lo único que deseo es tenerla para mi siempre.
>> Nunca te lo dije, pero habría dado mi vida por ti, Holly. Jamás te lo prometí, quizás por eso es que no pude protegerte. Por eso quiero prometerte aquí, delante de ti que me conocías mejor que nadie, que voy a cuidarla con mi vida. No pienso dejar que me la quiten. Ya lo hicieron una vez, te alejaron de mi lado, pero no podrán hacerlo con ella.
Me acerqué dos pasos y puse mi mano sobre la lápida.
—Te amo, Holly.
[...]
Estaciono el descapotable y veo como Mel se remueve a mi lado, sonriendo en grande.
—Se ve diferente a esta hora —señala el cielo naranja por el atardecer—. Es precioso.
—No más que tú —me quito el cinturón y ella hace lo mismo, sin dejar de sonreír—. Te ves comestible, ¿ya te lo dije?
—¿Comestible? —se ríe y soy el hombre más afortunado del puto mundo—. Creo que no, pero lo das a entender cuando me miras así.
—Bueno, estás comestible —le pongo una mano en el muslo, apretando ligeramente su piel bajo el vestido—. Me alegro de haber venido solos los dos.
—Aja —pone los ojos en blanco, luego deja caer su mano sobre la mía—. ¿Dónde estuviste toda la mañana? Te llamé y no respondiste. Además, Roger estaba en casa y tú siempre estás con él.
Sus grandes ojos marrones me miran inquisitivos, buscando respuestas sin decir una sola palabra. Con tan solo una mirada suya, ya estoy aflojando la lengua. No puedo ocultarle nada.
—Fui a ver a Holly al cementerio —me sincero con ella, desviando mis ojos de los suyos—. Hace tiempo que lo hacía y sentí que debía ir.
—Oh —es todo lo que sale de su boca, la miro y veo que me está sonriendo—. Está bien.
—Le hablé de ti —su mano va a mi mejilla y su mirada se llena de amor—. Estoy seguro que te habría adorado.
—Por todo lo que me has contado, sé que también me habría gustado —me acaricia los labios con sus dedos suaves—. Que bueno que hayas ido.
—Sí —pongo mi mano sobre la suya y le doy un beso en la palma—. ¿Para que llamabas?
—Por nada, es solo que no te encontré cuando desperté —deja caer sus manos en su regazo y se acomoda de perfil, para mirarme bien—. Ya sabes que no me gusta despertarme sin ti.
Sus mejillas se encienden, y sus bonitos ojos de chocolate adquieren un brillo hermoso.
—Pronto despertaremos juntos todos los días —le acaricio la mejilla, elevando su barbilla. Nuestros ojos se encuentran y yo le regalo una sonrisa—, y ya no podrás librarte de mí jamás.
La veo morderse el labio antes de sonreír y, un segundo más tarde, está lanzándose sobre mí. Pasando por sobre la palanca de cambios, sentándose en mi regazo con algo de dificultad.
—Mel, pero ¿qué carajos estás haciendo? —me remuevo para darle espacio, pero no le doy crédito a lo que está haciendo—. Melissa.
—¿Qué? —se remueve sobre mí, presionándose contra mi bragueta, despertándome—. Dijiste que me veía comestible.
—¿Para eso te pusiste este vestido? —la miré de manera acusadora.
Ella, tratando de lucir inocente, sube los hombros en un gesto desinteresado.
—Puede ser —apoya sus manos en mi pecho y acerca su tentativa boca a la mía—. No me has tocado hace tiempo...
—Estás herida —le recuerdo, tratando de mantener la compostura con ella, lo que es imposible—. Te voy a tocar hasta que estés completamente bien.
—Ya han pasado dos semanas, Kyle...
—Diez días —corrijo, manteniendo mis manos en su cintura, para evitar tocarla de más—. Solo han pasado diez días, no son dos semanas. Aún estás lastimada, no te voy a poner...
—¡Ay! —sisea cuando se remueve con fuerza y se lleva la mano al abdomen.
—¿Lo ves? —levanto las manos, irritado. La miro mal, señalando el asiento del copiloto—. Vuelve al asiento.
—No —se niega, gimoteando, pone sus manos en mis hombros—. Te echo de menos.
—No, Melissa —sus labios se presionan contra los míos—. Basta, Mel, no hagas que te lo diga otra vez.
—Por favor —suplica, besando mi mejilla, mi mandíbula y mi cuello—. Por favor, Kyle. Te necesito, por favor.
—Mel...
—No seas así —hace un mohín y sacude la cabeza, buscando el final de mi camiseta—. Kyle...
—Ve a tu asiento, ya —le espeto en voz baja, pero ella dice que no.
—No, no, no —sus labios húmedos y calientes rozan los míos.
No era tan fuerte como creí todos estos años, mi cordura y el poco temple que al parecer tenía, Melissa lograba desvanecerlo con una sola palabra de su parte.
Mis manos se movieron antes de que mi cerebro diera la orden, subiendo por su cintura hasta sus brazos. El vendaje había desaparecido hace dos días, dejando a la vista una fina cicatriz que dejaría de estar ahí con tiempo, pero que aún me preocupaba. Acaricié el leve grosor con la punta de mis dedos, sintiéndola temblar.
—Mel —susurré contra sus labios entreabiertos, quitándole el cabello de los hombros—. Mi dulce Mel.
—Si vas a seguir hablándome en ruso, será mejor que empieces a enseñarme —sus manos desesperadas tiran de mí camisa hacia arriba, así que le hago la tarea más fácil y me la quito—. Quisiera poder entenderte.
—Mmh, no es nada que ya no sepas —mis dedos deslizan los finos tirantes de su vestido por sus hombros, su desnudes me golpea con fuerza y su belleza me hipnotiza—. ¿Tenías planeado todo esto?
—Un poquito —suelta una risita y se acerca para besarme—. ¿Qué harías si yo te dijera cosas en un idioma desconocido?
Sonrió y acaricio su mejilla con mis labios, arrastrando mis manos por su espalda desnuda, enrollando su vestido alrededor de su cintura.
—No lo sé —murmuré—. Tendrás que averiguarlo.
—Eres un idiota por no enseñarme ruso —me susurro en alemán y tomó todo de mí no reírme de su reproche.
—¿Idiota? ¿En serio? —su rostro se elevó de golpe y me miró con los ojos bien abiertos—. ¿Qué creías que solo sabía mi idioma natal?
—¡Sí sabes alemán! —exclama con una gran sonrisa, pero enseguida frunce el ceño—. No es justo, Black, tú sí me entiendes. ¿Cómo podré insultarme cuando esté enojada contigo en el futuro?
—¿Quieres insultarme? —arqueo una ceja hacia ella—. Ni siquiera nos hemos casado y ya quieres insultarme. ¿Cómo voy a tomar eso?
—Tendrás que aprender a vivir con eso, Kyle —dice en ese tono sabelotodo que tanto me pone—. Además, me amas, podrás soportarme toda la vida.
—Eso no puedo discutirlo —besé su frente—. Te amo como un loco.
—Este no es el plan que tenía en mente —se dejó caer en mi pecho, piel con piel, suspirando—, pero admito que me gusta.
—Mmh, a mí también me gusta —la rodeo con mis brazos y beso su pelo—. Mel.
—¿Mmh? —se acomodó sobre mí solo para esconder su rostro en mi cuello—. ¿Qué pasa?
—Dime qué quieres.
—¿De qué? —cuestiona.
—La boda. Dime qué quieres. ¿Algo grande? ¿Pequeño?
—No —suspira—. Solo nosotros. Roger, Audrey, Azucena, Gabriel y los chicos. Puedes invitar a tu hermano.
Kevin.
Hace tiempo que no hablábamos, pero estaba seguro de que quería que estuviera presente el día de mi boda. Es mi hermano, adoro a su esposa y a mi sobrino. Son mi familia y los quiero. Sin embargo, Kevin jamás ha entendido lo que hago, yo tampoco, si vamos al caso, pero ya estoy acostumbrado y no pienso cambiar mi vida.
—No necesito nada grande, Kyle —me susurró al oído, sus pestañas me hicieron cosquillas en la piel—. Solo te quiero a ti.
—Yo también —cerré los ojos para privarme de la vista de un agradable atardecer, pero permitiéndome sentir su dulce esencia—. No veo la hora de que seas mía completamente.
—Ya soy tuya, Kyle —susurra y por su voz parece que se está durmiendo.
—Pero ahora lo serás para toda la vida.
Siento su sonrisa en mi piel.
—¿Juntos para siempre?
Sonrío.
—Juntos para siempre.
¡Voten y comenten mucho!
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