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29. "Perdido sin tu luz".

El silencio en denso, tanto que se puede cortar con un cuchillo, más si proviene de ella. Cuando Mel está en silencio, la casa se siente vacía, yo me siento perdido.

La veo bajar del auto sin siquiera pedir ayuda, su paso es aún más lento que de costumbre y el cojeo en su pierna izquierda es más notable. Las muecas de dolor que hace ante cada paso que da, las lágrimas cubriendo sus mejillas, sus ojos rojos y los moretones en su rostro me generan un malestar en el pecho que no sé cómo manejar.

—¡Oh, por el amor de Dios, Mel! —exclama Audrey cuando la morena entra a la casa. La pelirroja corre hacia Mel y la rodea con sus brazos—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy... —no termina, solo se aleja para secar sus lágrimas y aclarar su garganta. Azucena es la siguiente en entrar en escena, con sus ojos llorosos—. Ya estoy aquí, Azu. No llores.

—Ay, mi niña. No sabes cuan asustada estaba, temí lo peor —le dijo.

—Yo también, Azu —la vi tragar forzado ante su ronquera, lo que me dice que estuvo gritando—. Yo también lo creí.

Se frota los ojos con una mano y después sonríe pesadamente:

—Iré a mi habitación.

La sigo de cerca cuando hace su camino hacia las escaleras, pero no logra subir el primer escalón cuando su mano ya está apoyada contra la pared y un quejido sale de sus labios. Ignorando las miradas de los presentes, me encamino con rapidez hacia ella. Pero, cuando rodeo su cuerpo con mis brazos, me gano una mirada cargada de rabia.

Una que, de pertenecer a otra persona, ya estaría muerta. Pero es ella, son esos ojos que tanto me encantan y que ahora, me están fulminando.

—Tengo que llevarte con un doctor —le digo, pero solo recibo que se retuerza y salga de mis brazos con brusquedad, quejándose en el proceso.

—No, yo puedo sola —gruñe entre dientes, inhalando profundo y reanudando su paso, esta vez con más prisa.

Cierro los ojos y suspiro, no entendiendo el por qué de su enojo.

—¿Qué le hiciste, Black? —escucho la voz de Audrey detrás de mí.

—¿Disculpa? —le pregunto con el ceño fruncido.

—¿Que qué carajos le hiciste? —escupe, y decido pasar por alto el tono con el que se dirige a mí—. Esas lágrimas no son por el dolor en su cuerpo, esa expresión no es por lo ocurrido anteriormente, algo le hiciste —señala, mi rostro se ladea.

—¿Qué pude hacerle yo? —siseo, bajando el escalón y llegando a ella—. Estuvo a punto de morir a manos de un loco psicópata por ser tan imprudente. ¿Qué demonios pude hacerle yo?

—Eso —dijo y me señaló con una sonrisa falsa—. Se lo echaste en cara sin preguntarle qué ocurrió —ríe, generando que el leve recuerdo de sus manos intentando tocarme y yo rechazándola me invada—. Ella es tú novia, Black. Según creo, eres lo suficientemente inteligente como para darte cuenta que merece un trato superior a los que nosotras, tus «putas» llegamos a recibir alguna vez —da un paso hacia mí, mirándome fijamente—. Ahora, si no es mucha molestia, te pido con todo el respeto del mundo, que subas y arregles las cosas con la mujer de tu vida antes de que se te escape entre los dedos.

Dándome una mirada furiosa, se aleja y entra a la cocina.

Me paso las manos por la cara, no sabiendo que pensar exactamente. Encontrarla así, llena de sangre, frágil y rota, otra vez... luego la rechacé, la traté como si fuera cualquier persona. La maldita culpa me carcome, porque es mi culpa. ¿Por qué no la protegí mejor? ¿Por qué no estuve con ella en ese preciso momento?

Sin poder contenerme más, me di la vuelta y subí las escaleras con rapidez, cuando llegué a mi destino, deslicé la puerta hacia un lado y la cerré detrás de mí. Pude escuchar los leves sollozos provenientes del baño, logrando que el corazón se me rompiera en mil pedazos.

Dos pasos en dirección al baño, la puerta está abierta y gracias a ello, logro ver su frágil cuerpo sacudirse levemente por el llanto. Está apoyada contra pared del baño, con la cabeza agacha y abrazándose a su misma. Cuando nota mi mirada, la suya se levanta y nuestros ojos se encuentran. Tiene un pequeño corte en el puente de su nariz y otro en su labio inferior, un moretón se dibuja en su mejilla y otro más pequeño cerca de su ceja izquierda.

Maldita. Sea.

—¿Qué haces aquí? —escucho la ronquera en su voz. Sin importarme nada, me acerco a ella, deteniéndome a escasos centímetros de su cuerpo, encargándome de quitar los mechones sueltos que cubren su rostro—. Vete.

—¿Qué? —mi ceño se frunce.

—Que te vayas —dice entre dientes, con los ojos cristalizados y las lágrimas a punto de desbordarse—. Quiero estar sola.

—No te dejaré sola —digo cada palabra con firmeza, observo su ceño fruncirse—. No pienso volver a dejarte sola.

Con delicadeza me encargo de quitarle la chaqueta, dejando a la vista la sangre deslizándose por sus brazos y abdomen. Mi mandíbula se aprieta y tengo que contenerme para no estrellar algo contra la pared. Termino de romper su camisa que ya está hecha trizas, dejando caer la prenda al suelo. Luego, intento bajar al botón de sus jeans, pero ella me lo impide.

Frunciendo el entrecejo envuelvo su muñeca con suavidad, pero de un momento a otro, se suelta de mi agarre con demasiada fuerza, dando un paso hacia atrás. Con determinación se aleja, quedando con la espalda pegada a la pared.

—No te quiero aquí —vuelve a gruñir, esta vez, logrando alterar mis nervios.

—No me hasta enojar, Mel. Así que déjame ayudarte...

—¡No! —jadea, dejando que las lágrimas bajen—. Vete ya—doy un paso en su dirección y es cuando me veo envolviendo su pequeño cuerpo entre mis brazos, enterrando mi rostro en su cuello—. Suéltame, Kyle...

—Jamás en tu vida vuelvas a hacer semejante estupidez, ¿me escuchaste? —mi voz es un bajo siseo, cierro los ojos intentando enfocarme solo en su aroma, ese que me envuelve—. ¿En qué carajos estabas pensando?

—Ellos... ellos te estaban apuntando y yo... —los sollozos son lo siguiente en escucharse.

Me alejo un poco para poder mirarla, su labio inferior es atrapado entre sus dientes mientras trata de mantener las lágrimas a raya.

—¿Qué? —le pregunto confundido.

—Si no iba con ellos, si yo no... Iban a lastimarte y yo... —su labio tiembla, su respiración irregular le impide seguir hablando—. Yo no podía dejar que eso... No quería perderte.

La tensión en mi cuerpo se apacigua, dejando solo el arrepentimiento y las palabras de Audrey golpeándome con fuerza. Mis manos van a su rostro, limpiando las lágrimas que bañan sus mejillas.

—No vas a perderme —aseguro, mirando ese brillo en sus ojos marrones—. Te encontré, Mel. No me perderás y yo no me permitiré perderte a ti, porque no puedo. No está en mis planes dejarte ir.

—¿Por qué? —susurra, mi pulgar se pasea por su labio inferior.

«Es ahora o nunca, Black.»

—Porque te amo, Mel. Y porque estaría perdido sin ti —las palabras salen de mi boca con más intensidad de la que pretendía, pero era la verdad—. Estaría perdido sin tu luz.

Amaba a esta mujer, ella se había convertido en el centro de mi vida. ¿Cómo podría mentirle? ¿Qué caso tenía? De un modo u otro, terminaría por enterarse.

Puedo ver mi reflejo en sus ojos, la sorpresa en su mirada y la expresión de incredulidad en su rostro. Su nariz se arruga y segundos después, las lágrimas bajan nuevamente. Mi cuerpo reacciona con rapidez, envolviendo el suyo y apretándola suavemente contra mi pecho.

Y, como sí su sola presencia no fuera suficiente, todo se vuelve un completo caos en mi mente.

Todo lo que alguna vez creí controlado, se me sale de las manos.

Los pocos muros que aún quedaban en mi interior, se derrumban.

Mi corazón, ese que estuvo dormido por años, salta dentro de mi pecho cuando su dulce voz susurra un débil y perfecto:

—Te amo, Black.

Ese «Te amo» que siempre estará en nuestros corazones.

3/4

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