28. "Nada dolía más".
El olor a humedad hacía que me picara la nariz, obligándome a contener la reparación cuando las náuseas se filtran en mi sistema. Sentía el cuerpo entumecido, mis brazos seguían flexionados hacia atrás, por lo que me dolían, tanto o más que la piel irritada de mis muñecas a causa del metal de las esposas.
Abrí los ojos lentamente para encontrarme sentada en una silla, estaba en una habitación vacía, el cemento en mal estado de las paredes y la poca luz amarillenta que generaba la bombilla sobre el techo era lo único que me daba acceso a ver. El asqueroso trapo seguía en mi boca, y eso lograba que las náuseas y el mareo aumentaran su nivel e intensidad en mi cuerpo.
Cientos de preguntas se formulan en mi cabeza, pero no puedo darle respuesta a ninguna. Me resultaba confundo estar aquí, porque no sabía cuál era el cometido de todo esto. Puede que sea obra de un enemigo de Kyle, pero ¿llegar a estos extremos? No lo sabía y parecía no tener caso, ya que el dolor de cabeza se hacía cada vez más fuerte.
Cerré los ojos, dejando que las lágrimas fueran libres, que el miedo me rodeara y la culpa igual. Kyle me odiaría. Lo haría por el simple hecho de ser tan impulsiva y por no gritar al menos, o darle un indicio de lo que pasaba. Pero eso, en dado caso que fuera cierto, no me importaba. No lo hacía, pues estaba protegiéndolo, y eso era más importante ahora.
Daría mi vida por él si fuera necesario.
Mi cuerpo se sobresalta cuando la puerta se abre, el mismo castaño que abordó fuera del baño luce fastidiado y molesto. Mi corazón comienza a palpitar desenfrenado cuando se acerca a mí, me muestra una pequeña sonrisa diabólica y sin darme cuenta ya está vendando mis ojos.
Comienzo a removerme y a decir cosas a través del pañuelo, mis murmullos se vuelven gritos al momento exacto en que más personas entran a la habitación, lo sé, puedo escuchar más pasos.
—Es mejor que te tranquilices, bonita —murmura el castaño cerca de mi oreja—. La jefa tiene poca paciencia, y dudo mucho que te deje vivir si sigues haciendo pataletas.
«Jefa». Es una mujer. ¿Pero que carajos?
Estoy desconcertada, a tal punto de seguir gritando como loca, aún y cuando nadie me escucha por el estúpido paño en mi boca. La desesperación aumenta, más cuando siento como alguien acaricia mi cabello, luego, una larga uña acaricia mi mejilla.
—Sí que eres linda —una voz femenina y desconocida llega a mis oídos, mi piel se eriza ante el terror—. Ese hijo de puta sí que tiene suerte... —la mujer desconocida tira del pañuelo de mi boca, logrando que tome una larga respiración.
—¿Quién eres? —siseo, mi garganta protesta, escucho su risa.
—Eso no es importante ahora —su mano aprieta mi mandíbula, enterrando sus uñas en mis mejillas—. Lo único que quiero, es verte sufrir.
—¿Por qué? —jadeo, su mano suelta mi rostro y lo que parece el sonido de unos tacones se escucha por toda la habitación.
—Pronto lo sabrás —responde, mi cuerpo tiembla—. Hazla gritar fuerte, no tengas piedad de ella.
—¿Qué? —mi pregunta queda suspendida en el aire cuando un par de grandes manos rasgan mi blusa con fuerza —. ¡No! ¡No! ¡No, suéltame! —mi garganta arde ante mis gritos, pero un fuerte golpe en atestando contra mi mejilla, dejándome aturdida—. Aléjate de mí.
—Ya escuchaste, sin piedad —la venda de mis ojos se ve retirada y una navaja es lo primero que entra en mi campo de visión—. Vamos a divertirnos con esto.
—¡Púdrete en el infierno, maldito hijo de puta! —le gritó con odio, escupiendo lo que parece ser sangre en el camino.
Es la primera vez que digo palabras tan fuertes, pero ahora mismo no me importa.
—Las niñas buenas no dicen malas palabras —se burla, empuñando la navaja y con un movimiento rápido bajándola hacia mi muslo izquierdo, en filo muerde mi piel y un grito me desgarra la garganta—. La sangre se ve muy bien en ti.
La navaja acaricia mi abdomen, de un extremo al otro. El frenético latido de mi corazón dificulta mi capacidad de escuchar más allá de mis oídos, mi respiración es lenta y pausada, mientras que mis ojos son un desastre de lágrimas.
Siento perfectamente como la navaja abre mi piel cerca de mi ombligo, el ardor que trae consigo y el dolor que se queda en la zona afectada abraza mi cuerpo como fuego caliente. Soy un concierto de gritos cuando el castaño frente a mí se divierte pasando la navaja sobre mi brazo cuál artista pintando en un lienzo.
Dos disparos rompen mi faena de sollozos, la mano del castaño se detiene, sus ojos van a los míos y su ceño se frunce. Otros dos disparos se escuchan y se pone de pie, yo comienzo a removerme y me gano otra bofetada en el proceso, esta vez, logrando que la sangre se deslice por mi nariz.
—Por tu bien, es mejor que no grites, ¿me oyes? —murmura, deteniéndose frente a mí.
—Muérete —espeto, y sin esperarlo en ningún momento, la puerta se abre de golpe y un cuarto disparo se escucha.
Solo que esta vez, el castaño se queda estático, con sus ojos abiertos a tope, para después caer inerte sobre el suelo.
Aterrada y sorprendida comienzo a tirar de mis manos, logrando que el metal muerda mi piel aún más. Mis ojos se alzan al pelinegro sosteniendo un arma en su mano, esa con la que había matado al castaño.
Veo el horror y la ira en sus irises azules, la tensión que irradia su cuerpo logra traspasar el mío cuando se agacha y rebusca entre los bolsillos del cuerpo sin vida en el suelo. Se levanta y camina hacia mí, encargándose de liberar mis manos de la restricción que me tenían prisionera. Notó la molestia en su semblante, como su ceño se frunce, y la dura línea que forman sus labios, me indica que no dirá nada.
Está enojado. Muy, muy enojado. Y, aunque el alivio que siento por verlo aquí es inmenso, no se compara con la incomodidad que me genera su silencio.
No soy capaz de decir nada, las lágrimas en mis mejillas son mi único medio de comunicación, mientras que el dolor también influye tanto como para mantenerme callada. Aún y en su estado colérico, el pelinegro es quien me ayuda a poner en pie. Todo mi cuerpo protesta, en especial mi pierna izquierda, solo que me las arreglo para sostenerme por mí misma.
Kyle baja sus ojos a la sangre cubriendo mi cuerpo, su entrecejo está apunto de juntarse, pero se remueve para quitarse la chaqueta y tenderla en mi dirección.
—Póntela.
—Kyle...
—Ponte la chaqueta y cierra la boca —sisea, mirándome a los ojos.
Sus palabras son dos golpes dirección a mi estómago, sin embargo, trato de ignorarlo y con dificultad me cubro con la chaqueta.
Su brazo rodea mi cintura y me obliga a caminar junto a él fuera de la habitación, un pasillo en igual de condiciones nos recibe, no es tan largo, pero si lo suficiente para que los quejidos me abandonen cada vez que doy un paso. Varios cuerpos sin vida adornan el suelo que lo que parece ser una pequeña sala, luego diviso a Roger junto con Frank, otro de los hombres de seguridad. Más atrás, Gabriel sostiene un arma, apuntando a un hombre que estaba de rodillas.
Su rostro se me hace vagamente familiar, luego recuerdo que él era uno de los tipos que estaba con sentado con Kyle en aquella fiesta. El tipo era castaño, unas cuantas canas pintaban su cabello, la mitad de su rostro estaba ensangrentado, pero no pasé por alto la mirada de odio que le daba a Kyle.
—Ya sabes a dónde llevarlo, Gabriel —dice el hombre que me sostiene.
—¡Él será tu fin! —gruñó el hombre en nuestra dirección.
Él. ¿Quién es él?
—Quiero todo esto en llamas, Roger —da otra orden, incitándome a seguir caminando junto él—. Que nadie se entere de esto.
Seguimos caminando hacia el exterior, una Toyota negra frena justo frente a nosotros y la puerta es abierta con rapidez. En vez de ingresar, me quedo de pie mirando al hombre junto a mí.
—Sube —ordena, intento acercarme a él, pero da un paso atrás, dejando caer mi mano en medio de nosotros.
El corazón se me encoje dentro del pecho ante su repentino rechazo.
—Kyle...
—Sube al puto auto y no hagas que la poca paciencia que tengo se esfume —gruñe, mi cabeza se sacude levemente ante el dolor.
Negándome a seguir mirando el odio y la rabia en sus ojos, me doy la vuelta y subo a la camioneta, manteniéndome en un rincón cerca de la ventana de la puerta contraria. Subo mis piernas al asiento y las rodeo con los brazos, escondiendo mi rostro en el hueco que ahí se forma.
Escucho como Kyle da un par de instrucciones más a sus hombres y luego cierra la puerta del auto con fuerza.
Y cuando la camioneta está en marcha, los sollozos son libres al igual que las lágrimas, porque el entendimiento me golpea con fuerza. Esta es mi vida, una constante de subidas y bajadas, una montaña rusa de la muerte. Cuando todo parece ir bien y de la mejor manera, algo sucede y todo se derrumba.
Y estoy cansada, harta de que todo ocurra siempre igual. Es como un círculo vicioso, uno que gira y gira, sin tener final. Y nada dolía más que admitirlo.
Seguimos con el maratón.
2/4
¿Qué les parece?
¡Voten y comenten muchooo!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro