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17. "Mi perfecto desastre".

Dos semanas después.

Tania y Caleb corrían por todo el patio, jugando a pillarse entre sí y luego de eso jugarían a las escondidas. La primera vez que vine les prometí un dulce a cada uno si prometían ser unos niños buenos y obedientes durante toda la semana. La hermana Fernanda me había confirmado lo que ya sabía, que estuvieron juicios toda la semana y por eso se ganaron su premio.

—¡Oigan, niños, ya es hora de la cena! —exclamó la amable monja que me acogió como una niña más en medio de este enorme orfanato—. Cariño, si quieres, te puedes quedar a cenar con nosotros.

—Gracias, de verdad —le sonreí—. Kyle vendrá por mí en cualquier momento.

—De acuerdo —asintió y llamó otra vez a los niños antes de alejarse con ellos al interior de la casa.

Solté un suspiro y observé por última vez a esas mujeres religiosas que dedicaban su tiempo a cuidar de niños poco afortunados, a los que sus padres desecharon como si nada. No pude evitar sentirme tan poco empática con esas personas que, sin importar el dolor de esos pequeños niños, los abandonaron a su suerte. Esa gente no merece perdón de ningún tipo.

Sacudí mi cabeza y decidí obviar esos pensamientos horribles y me despedí con todo aquel que se tomaba conmigo en el pasillo. Agradecida profundamente con Kyle por haberme traído aquí, a este orfanato y por darme la oportunidad de ayudar a alguien que merece ser feliz. Porque de otras formas, ya tenía a alguien quien me alegrara la vida. Sonrío de tan solo recordarlo, mi piel se eriza y casi puedo sentirlo cerca de mí.

Decido apresurarme a salir a la calle, me detengo en la acera y espero a que Kyle venga por mí. Y, mientras tanto, me pongo a pensar en todo lo que que ha pasado en las últimas semanas. Dos semanas en las cuales he descubierto que las apariencias engañan, y muchísimo.

Un hombre serio y sereno, ese que no comprende el significado de la palabra compasión, uno que mata a sangre fría y es temido por toda su nación y parte de su continente. Un hombre que me demostró que no todos los hombres lastiman, a menos no de la manera a la que me vi sometida tiempo atrás. Un hombre que me enseñó que las manos pueden acariciar y no doler.

Creo que me topé con una criatura mitológica. ¿Estaré sobrestimándolo? Espero que no.

¿El diablo puede mostrarme lo que es bueno? Si no es así, no sé qué demonios está ocurriendo. Gracias a ese mounstro estoy viva. Gracias a él, sé lo que es estar enamorada. ¿Es estúpido pensar de esa manera? No lo creo, porque en las cosas buenas, siempre hay un poco de maldad. Y en las cosas malas, siempre hay un poco de luz.

Espero no estar equivocada.

—Espero que esa sonrisa sea por mí, porque me enojaré mucho si no es así. —Unos fuertes brazos rodean mi cintura desde atrás, logrando que me sobresaltara en mi lugar. Una risita nerviosa salió disparada de mis labios cuando sentí los suyos en mi mejilla—. Estoy loco por ti.

—No me culpes por tus locuras —reviré, sus manos se situaron en mi cadera y me dieron la vuelta.

Su mirada azulosa me recibió de lleno, cegándome por completo, el silencio se prolongó entre nosotros y segundos después sus labios impactaron con los míos.

Rodeé su cuello con mis brazos, empinándome sobre mi pie derecho para poder llegar a él. Sus labios le dan un severo chupetón a mi labio inferior antes de separarse de mi boca, dejando un dulce beso sobre mi frente y acariciando mi rostro para después pasar mechones castaños detrás de mis orejas.

—¿Qué estás haciendo conmigo, Mel? —cuestiona en un susurro, sosteniendo mi rostro entre sus manos.

—Yo debería preguntarte lo mismo —llevo mis dedos a sus labios, ahora rojos, mientras miro una sonrisa expandirse por los mismos.

Mi preciosa princesa —mi ceño se frunce y él sonríe aún más.

—Tienes que enseñarme a hablar ruso —exijo haciendo un mohín, el cual Kyle acaricia con su pulgar—. No puedo entenderte si no sé lo que me dices.

—No hace falta que lo entiendas —informa, sus manos dejan mi rostro y bajan a mi cintura, en dónde se apresura a rodearme con sus brazos y pegarme contra su pecho. Y cuando sus labios están a la altura de mi oreja, comienza a murmurar—: Que Dios te piedad de mí, porque me has embrujado, princesa hermosa.

—¡Basta! —exclamo riendo.

—He sido premiado con tu sonrisa, Mel —acuna mi mejilla, esa que se sonrojó ante sus palabras—. Jamás dejes de sonreír para mí —mi respiración se detuvo, de tal manera que, casi pude morir—. Te ves hermosa cuando no puedes respirar.

—Siempre dices que soy hermosa...

—Es porque lo eres —acaricia mi mejilla—. Ahora, princesa, ¿me acompañarías?

—¿A dónde? —pregunté intrigada cuando me llevó hacia la camioneta.

—Sorpresa —me guiñó uno de sus ojos y casi me desmayo. ¿Por qué carajos es tan sexy? Me va a dar un infarto—. Vamos.

Kyle me ayuda a subir al auto y rodea el mismo para ocupar su puesto de piloto. Me sonríe con maldad y mi corazón se acelera.

—¿Iremos a casa? —le pregunto, doblando el bastón para dejarlo sobre la guantera.

—No, ya traje todo desde allá —me informa, pone la camioneta en marcha y pisa el acelerador. Ya casi, casi, me estoy acostumbrando a su manera de conducir como loco—. Solo debemos ir a...

—¿A...? —intento, achino los ojos—. ¿A dónde vamos?

—Buen intento —se ríe y niega—. Paciencia, paciencia, preciosa.

[...]

El trayecto es silencioso, casi son las doce de la noche y aún seguimos en la carretera. He pensado mucho e ideado lugares a donde podríamos estar yendo, pero ninguno parece convincente. Las calles están oscuras, y la Pick Up Ford Ranger se pierde entre los árboles cuando entramos a una especie de bosque.

Mi ceño se frunció al notar que nadie nos seguía, ni siquiera podía ver la moto de Gabriel que parecía ir con Kyle a todos lados. Me mantuve en silencio y dejé que él siguiera su camino. Pero entonces, por poco y mi mandíbula toca el suelo. Kyle estaciona la camioneta y apaga el motor, me veo a mí misma bajando del vehículo, aún atontada por la vista.

Se puede ver la cuidad completa desde aquí, las luces, la autopista... Todo. Es sumamente majestuoso, de tal manera que es lo mejor que he visto hasta entonces.

—¿Te gusta? —pregunta llegando a mi lado.

—Es precioso —dije embelesada.

—Sé cómo miras el cielo antes de dormir, supuse que te gustaría ver las estrellas desde aquí —señaló hacia arriba y pude sentir las lágrimas acoplándose bajo mis ojos.

—Gracias —suspiré, luego dirigí mi vista hacia él—. ¿Es seguro que estemos aquí?

—Estás conmigo, Mel. Nada va a pasarte...

—Lo sé, no quise decir eso —trago duro y observo la oscuridad del bosque detrás de nosotros—. Es solo que, siempre estamos con Gabriel o con Roger.

—Este lugar es mío —dice, mis ojos lo miran estupefacta.

—¿El bosque? —tartamudeo, él asiente sonriendo.

—Rusia es mía, Italia es mía, Alemania es mía, Francia es mía —comunicó, la sangré se volvió espesa dentro de mis venas—. Tengo el mundo en la palma de mi mano —dio un paso hacia mí y pasó sus manos por mi cabello, inclinando mi cabeza hacia atrás—. Sin embargo, eres todo lo que importa.

—No quiero al mundo, Kyle —me acerqué más a su cuerpo, miré sus ojos azules como si fueran dos cristales bajo la luz de la luna—. Solo te quiero a ti.

—Ya me tienes, Mel —apoyó su frente sobre la mía— Me has tenido desde que te vi en Alemania.

—No pido nada más —respiré, su mano fue a mi nuca e impulsó mi rostro al suyo, solo que no me besó.

—No quiero arruinarlo, princesa —susurró, pude ver el temor en su expresión y no me gustó.

Quería que sonriera, que estuviera feliz. Me encantaba su sonrisa, era lo más hermoso que había visto en mi vida.

—¿Cómo podrías? —cuestioné, dejando caer el bastón plegable al suelo y sosteniendo su rostro.

—Tengo la tendencia de destruir todo lo que toco —dijo, con su mirada azulosa clavada en la mía—. No quiero lastimarte, no quiero dañarte.

—No lo harás —garanticé, rozando su nariz con la mía—. Yo te ayudaré a no hacerlo.

—Soy un desastre, Mel —volvió a decir, esta vez en un tono lastimero.

—Sí, quizás lo seas —lo miré, remojé mi labio inferior y sonreí—. ¿Pero sabes qué? Eres mi desastre. Mi hermoso y perfecto desastre.

Sus brazos rodean mi cintura y sus labios están sobre los míos segundos después, en un beso lleno de angustia y tensión. Un beso que pone sobre la mesa nuestros sentimientos, uno que demuestra que no todo siempre es color de rosa, pero, aun así, el peor de los desastres, puede surgir el mejor de los amores.

—Haré lo que esté en mis manos para hacer que esto funcione —suspiró sobre mis labios entreabiertos—. Lo prometo.

—Te creo.

Kyle es algo que no puedo controlar.

¿Les gustaba más antes o les gusta más ahora?

3/4

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