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14. "Aunque no se admita, se siente".

¿Encerrarla? ¿Cómo se le ocurrió encerrarla en una habitación como si fuera una prisionera? Maldito Héctor y el poco cerebro que tiene. Suspiro mientras aprieto el puente de mi nariz, no entiendo como una simple orden puede causar tanto caos.

Héctor Keller. El italiano que se encarga de lavar mi dinero y dejarlo más pulcro que una porcelana recién pulida. Nunca he tenido quejas de él, es un hombre discreto, se mantiene al margen y mantiene a su familia en el mismo. Su empresa tiene muchas sucursales, una de ellas está aquí en Rusia y por ese motivo, se encuentra en la cuidad.

Tranquilidad. ¿Qué es eso y dónde se consigue? Porque necesito una gran dosis de ella, ya que, en cualquier momento, me volveré loco.

—¿Dejaste tus celos en la mansión o los trajiste contigo? —la voz de Roger llama mi atención, el moreno está sentado junto a mí, con su mirada fija en su teléfono.

—¿Disculpa? —pregunto sin entender.

—Lo que escuchaste —me mira de reojo—. ¿Qué si ya vas a dejar de comportarte como un adolescente?

—¿Esto es por lo de Melissa? —mi expresión cambia a una de rabia y él tiene el descaro de sonreír.

—Sí, se trata de Mel —no sé por qué me causa ira que la llame de esa forma—. Porque el hecho de que la llame de esa manera y que hable con ella, no quiere decir que me guste, imbécil.

—¿Y yo estoy insinuando que te gusta?

—¡Por supuesto! Eres un... —suspira—. ¿En qué mundo cabe que yo pueda quitarte a la mujer que te gusta? Dime, Black, creí que me conocías mejor —sus ojos verdes me miran llenos de incredulidad—. Es como si te sacara el pan de la boca y me lo comiera yo, imbécil.

—Tienes que dejar de llamarme imbécil, ¿entendiste? — siseo.

—Sí, bueno, cuando dejes de comportarte como uno, ¿te parece? —una sonrisa falsa se dibuja en su boca y yo quiero golpearlo—. No puedo quitarte a la mujer que amas.

—No la amo, Roger —replico con rapidez, porque no es cierto.

No la amo. ¿Verdad?

—Sí, lo haces —asiente—, aunque te cueste admitirlo —estoy a punto de contradecirlo, pero él se apresura a negar—. Oh, mira. Ya llegamos.

—Maldito.

Su risa es todo lo que se escucha después.

Un enorme edificio se abre paso en mi campo de visión cuando bajo del auto, hago mi camino dentro del lugar y me apresuro a llegar hasta el ascensor. Tengo que terminar con esto de una maldita vez y sacar a Audrey de su encierro.

La pelirroja parecía sincera, pero me inquieta el hecho de haberla dejado sola con Melissa. No sé qué podrá decirle, aunque dudo mucho que diga algo inapropiado, ella me conoce y no creo que se atreva a jugar conmigo.

Soy el rey, ¿no? Al final, yo siempre gano.

Las puertas del ascensor se abren cuando llegamos al piso veinte, las miradas no tardan en caer sobre nosotros y mi irritación aumenta. No tengo ánimos para una reunión el día de hoy. La secretaria de Héctor le brillan los ojos cuando me mira.

Santísimo Dios, ¿qué tienes las niñas con una simple cara bonita? La castaña se pone de pie y camina hacia mí con una sonrisa.

—Señor Black —saluda alegremente—. No esperábamos verlo hoy.

—Fue de sorpresa —dije simplemente, viendo cómo trataba de mostrar su prominente escote. Escucho como Roger reprime una risa detrás de mi—. ¿Héctor?

—Está en su oficina, pero pasé —se hace a un lado y me deja en camino libre.

Héctor está al teléfono cuando irrumpo en su oficina, por lo que no se percata de mi presencia.

No, estoy muy ocupado ahora, pero trataré de llamarte lo más pronto posible —lo escucho hablar en italiano, pero se queda callado cuando se gira y me mira—. De acuerdo, no te preocupes, no pienso perderme el cumpleaños de mi hijo. Sí, adiós —cuelga y deja el aparato sobre el escritorio, luego camina hacia mí para recibirme—. Mi señor, no esperaba verte —estrecha mi mano con firmeza—. ¿A qué se debe tu visita, Black?

—Audrey —digo, sus ojos se cierran en exasperación y suspira.

—¿Qué hizo esa loca ahora? —preguntó caminando hacia su silla.

—Me dijo que la encerrarse en una habitación de hotel.

—Sí, la encerré —confirma—. Pero tenía pase libre a la recepción... Sabía que iba a molestarte.

—Pues ya lo hizo —apretó la mandíbula—. Necesito que la saques de ese hotel y la lleves a tu casa.

—Pensé que la querías en Italia...

—Lo sé, pero ella ama Rusia, Héctor. Tú más que nadie lo sabe —asintió con el ceño fruncido—. Y no te preocupes con que vaya a molestarme, ya no lo hará, créeme.

—Eso espero, Black —carraspea—. Por cierto, en unas semanas será la subasta de Emir.

—Estoy al tanto —le lanzo una mirada a Roger, quien asiente en mi dirección—. Supongo que estarás presente.

—No me queda de otra —suspira—. Trabajo contigo, Black. Es mi deber, aunque nunca compres nada.

—Necesito que te encargues de la contabilidad, el dinero irá directo a Italia y a Japón —le informo—. Espero todo salga como lo acordamos.

—Cómo órdenes.

[...]

—¿Qué quieres que haga con Petrov? —pregunta Roger con su iPad en la mano.

—La subasta estará llena de menores. A Franco se le salió —le dije, su ceño se frunció—. Esta será mi sentencia de muerte para él, es mi mejor manera de mostrarle que conmigo no se juega.

—Es un degenerado —espeta—. Deberíamos cortarle las bolas y encenderlas en fuego. Maldito viejo verde.

—Tranquilízate —lo veo bufar—. Lo necesito vivo, al menos por esa noche. Después te daré toda la diversión.

—Lo disfrutaré, créeme —sonríe con malicia, atrayendo recuerdos a mi mente—. Siempre he querido matarlo, es un enfermero de mierda.

—Necesitaré a un hombre que se haga cargo de Rusia luego de su muerte —comento.

—¿A quién tienes en mente? —arqueo una de mis cejas intentando que él lo descubra por sí mismo.

Le toma un largo minutos, al entender mi expresión, sacude la cabeza y se ríe con ironía.

—No, no quiero eso —sigue riéndose—. No, por supuesto que no, estás loco.

—No te estoy preguntando...

—¡No, Kyle! Soy tu sombra, no quiero gobernar una nación. No. Lo. Haré.

Su voz no da opción a reproches y eso me enfurece, pero no digo nada. Lo dejo tener le control por unos segundos en dónde solo nos miramos fijamente sin decir absolutamente nada.

—Kyle, yo... —carraspea y tira el iPad al escritorio—. No puedo, yo...

—Por supuesto que puedes, has estado conmigo toda la vida. Me has visto manejar estos asuntos, eres responsable. Por Dios, Roger, eres el más calificado para ese puesto.

—¡Lo sé, Black! Lo sé —se puso de pie y se pasó las manos por el cabello—. Es solo que, no me veo gobernando el lado oscuro de un país, ¿entiendes? —me miró, y por poco se asemejó a aquel niño que mi padre encontró al borde la muerte—. No soy tú, Kyle.

—Y por eso eres el indicado para ese puesto —suspiró, entrelacé mis manos sobre el escritorio—. Mira, no tienes que decir nada ahora, ¿de acuerdo? Piénsalo. Tómate el tiempo que necesites para pensarlo —asintió con rapidez, aunque no lo veía muy convencido—. Ahora sal de aquí y haz algo productivo.

—Voy a dormir —suspiró con pesadez y tomó el iPad—. Y tú deberías hacer lo mismo, Melissa no bajará.

—¿Qué tiene que ver Melissa en esta conversación? —pregunto haciéndome el desentendido.

—Que lleva dos días encerrada en el ático y no ha bajado para nada, ¿eso no te dice nada? —niego, él gruñó exasperado—. La asustaste. Ya tiene dieciocho, pero sigue siendo una niña. Audrey llegó y te besó, tú besaste a Melissa y ella te besó a ti después. ¿Cómo crees que se siente?

—Me he estado besando con muchas personas en los últimos días, ¿verdad? —él asiente, yo suspiro—. No sé qué hacer, esa niña me está volviendo... loco.

—Loco, demente, desquiciado —se burla.

—Lárgate ahora mismo antes que te golpeé, ¿sí? —levantó sus manos en símbolo de paz.

—Yo no he dicho nada —caminó hacia la puerta—. Todo va a solucionarse cuando aceptes que te encanta, si es que ya no estás enamorado.

Se fue antes de poder contradecirle, pero ¿qué más podía hacer? Sería un mentiroso de primera si dijera que Mel no me gustaba, pero el amor no estaba en mi vocabulario. Aunque, con ella, no sería tan difícil aprender el significado de esa palabra.

Suelto un largo suspiro y me levanto para estirar las piernas, observo el cielo oscuro de Rusia y las pocas estrellas que lo adornan. Hace un frío tremendo y me pregunto si a Melissa le duele la pierna.

—Basta ya —me tallo los ojos con las palmas de las manos y respiro hondo—. Contrólate.

Salgo del estudio para ir a la cocina por un vaso de agua, sintiendo como una rara corriente eléctrica me electrifica todo el cuerpo, cosa que no entiendo hasta que cruzo el lumbral de la siguiente sala. Y, ahí, ajena a todo mi martirio se encuentra ella, de espaldas a mí y a mí corazón dolorido.

¿A eso se debía ese malestar? Puede ser. O, tal vez, su alma estaba llamándome.

Ay, me encanta el Kyle celoso.

¿A quien más le gusta así?

Nos estamos leyendo.

¡Voten y comenten muchooo!

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