11. "La cura de todos los males".
Serio, furioso y callado.
Kyle Black había llegado ayer por la tarde, pero así mismo como pisó la casa, del mismo modo se encerró en su estudio. Solo cenó y se fue a su habitación cuando se hicieron las doce de la noche.
No había entablado conversación con él luego de enviarle aquel mensaje de voz la noche de mi cumpleaños, hace dos días. Él, al parecer, quería estar solo y aislado del mundo. Todos respetaron su decisión, sea cual sea la que haya tomado.
Me pregunté constantemente que pasaría por su mente, la mayoría del tiempo se la pasaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre su pecho. Lucía molesto, como ahora. Pero decidí no molestarlo y caminé hacia la biblioteca, en dónde me senté y comencé a leer La guerra y la paz.
—«Hay que creer en la posibilidad de la felicidad para ser feliz» —citó una voz que conocía muy bien, Roger me observaba con una sonrisa desde la puerta—. ¿Puedo pasar?
—¡Claro! —le tendí la mano y le di un apretón a la suya cuando se sentó a mi lado—. ¿Dónde has estado? Hace tiempo que no te veía.
—Trabajando, ya sabes. Mi jefe es un loco —murmuró, sonreí—. Veo que te gusta lo clásico.
—Sí, y veo que a ti también —dije—. No creí que Kyle te diera un respiro para leer.
—Lo hacía, hasta que se volvió un viejo aburrido —ambos reímos de eso—. ¿Qué tal estás? ¿Cómo te has sentido?
—Bien, mejorando cada día —le sonrío.
—Me alegra oírlo —dice, acercándose cómo para decirme un secreto—. Pensé que te volverías loca en esta casa.
—Ya quisieras —digo riendo.
—¿Interrumpo? — mi risa cesa de golpe cuando su voz se hace presente, mi cabeza gira en dirección a la puerta y si, efectivamente, ahí está él. Su mandíbula está apretada y sus ojos son dos dagas dirigidas estrictamente para nosotros.
—No, Mel solo me mostraba su libro nuevo —dice Roger poniéndose de pie, yo, sin embargo, aferro el libro en mi regazo.
—¿Mel? —arquea una ceja en dirección a su mejor amigo.
—Melissa —se corrige rápidamente, llamando mi atención, por lo que decido mirarlo—. Lo siento.
—No hay problema, está bien —le dedico una sonrisa tensa y él baja la mirada, entrelazando sus manos frente a su cuerpo.
—Roger, déjame a solas con Melissa, por favor.
La tensión y potencia en la voz de Kyle es desmedida, logrando que Roger cumpla su orden sin rechistar. El castaño pasa junto a su jefe y ambos intercambian una rara mirada que no logro entender, una vez solos en la pequeña estancia, la incomodidad me eriza la piel.
—No sabía que tenías una relación tan estrecha con Roger —se acomoda la chaqueta mientras camina hacia una de las ventanas.
—Solo me estaba diciendo que también había leído a Tolstoi, no es necesario que te enfades con él por eso —le informé, mirando fijamente la pasta dura del libro.
—No deberías entablar conversaciones con el personal —siento su mirada sobre mí, pero me atrevo a mirarlo.
—No creí que Roger catalogara como personal —susurro.
—Pero lo es —dice con tanta firmeza que me sobresalto—. No quiero volver a verte hablando tan animadamente con alguno de mis hombres. ¿Me has oído?
¿Que? Fruncí el entrecejo, no entendiendo su extraña orden. Él no tenía el derecho de prohibirme hacer amigos, ¿o sí? No, él no podía.
—Te pregunté que si me has oído —volvió a decir, luego recordé todas las veces que lo he escuchado discutir con sus empleados, y creí que era mejor no llevarle la contraria—. Melissa...
—Te he escuchado —dije simplemente. Contrariada por su actitud, tomé mi bastón de apoyo y me puse de pie, caminé lentamente hacia la puerta y antes de poder salir; me giré—. ¿Por qué no quieres que hable con él?
—Con él y ni con ningún otro. Así de simple. No es tan difícil de entender —Sus ojos de océano me miraron fríos, rotundos—. Es una orden, Melissa. No quiero que la rompas.
Estaba confundida, él no podía pedirme aquello.
—No puedes impedirme tener amigos —dije, él frunció el ceño.
—Esos hombres no pueden ser tus amigos...
—¿Y tú sí? —pregunté ladeando el rostro.
—Es diferente...
—¿Por qué? ¿Porque tú eres el jefe y ellos no? —lo interrumpí, y vi el enojo cubrir su mirada, pues no le gusta que lo interrumpan.
—Es una orden...
—Pero no le veo el problema...
—¡Si lo hay! —siseó esta vez con los dientes apretados, apreté mi puño libre sintiéndome enfadada—. Hay un problema, y demasiado grande.
—¡Pues, explícamelo! —exclamé ya estresada, mi pecho subía y bajaba por mi respiración anormal. Miré sus ojos, sorprendidos por mi reacción—. ¿Por qué no puedo hablar con Roger? Él es tu amigo, no es peligroso... No le veo el problema...
—¡Si lo tiene! —caminó tan rápido hacia mí, que apenas y logré verlo llegar. Sus manos se apretaron alrededor de mis brazos, logrando asustarme—. ¡Hay un problema descomunal! Porque ninguno puede acercarte a ti, de lo contrario, todos terminarán bajo tierra.
—¿Por qué? —pregunté en un susurro, mirando la cercanía de sus ojos con los míos.
—Porque desde que te vi, te metiste en mi cabeza y no he podido sacarte de ahí —su confesión me dejó perpleja, sin aliento—. Me estás volviendo un maldito loco y verte cerca de él, que te rías con él, que te guste estar con él... Hace que mi sangre hierva y solo me dan ganas de matarlo —apretó tanto los dientes que me asusté, su frente se apoyó sobre la mía y dejó salir una larga respiración—. Quiero que sonrías así para mí, no para él...
—Entonces, deberías dejar de asustarme —mi mente era un caos, porque no sabía si su confesión era por celos amorosos o amistosos.
—No quiero asustarte —aflojó su agarre en mis brazos—. Quiero que estés cómoda conmigo.
Su tono de voz era tan suave, que parecía ser otra persona y no él maldito rey de toda la mafia.
—¿Por qué? — pregunté, necesitaba salir de dudas.
—Porque te quiero para mí —su tono posesivo me estremeció, pero no me alejé. Al contrario, mi corazón saltó en una extraña felicidad que me dejó confundida. Porque Kyle me gustaba, sí, sería la más grande mentirosa si dijera que no—. Quiero que seas mía.
Y todo dio vueltas, la habitación dio vueltas, el piso dio vueltas. Mi corazón dio vueltas y mi vida también.
¿Eso había sido una declaración?
Miré sus ojos, esos ojos que habían salvado mi vida cuando ya no me quedaban esperanzas. Miré al hombre que me dio una segunda oportunidad y me tendió la mano cuando todos me dieron la espalda.
Él quería que yo fuera suya.
Y yo quería pertenecerle.
¿En qué mundo estaba bien eso?
Y entonces, una voz en mi cabeza me dio la respuesta.
En su mundo.
Y yo ya formaba parte de su mundo.
—Soy tuya desde que me salvaste la vida —le susurré a su iris azul, y lo siguiente que pasó, cerró con broche de oro la noche de venta.
Sus manos se cerraron alrededor de mis mejillas y sus labios impactaron con los míos en un beso lleno de urgencia, de fuego, posesión.
Mi mano soltó el bastón, dejando que este cayera al suelo haciendo un ruido seco, pero yo solo pude rodearle el cuello con mis brazos.
¿Desde cuándo estuve esperando este beso? Desde que lo vi por primera vez.
Sus manos dejaron mi rostro para bajar a mi cintura, rodeando la misma para pegarme a su pecho. Su lengua y la mía iniciaron la tercera guerra mundial y el latido frenético de mi corazón; bailó al compás del suyo en una misma sincronía.
Sus manos se perdieron bajo mi vestido corto y acarició mi piel caliente con sus manos frías. Apretó mi trasero, generando que diera un respingo en mi lugar y soltase un gemido en su boca.
—No sabes cuántas veces quise hacer esto —dijo, acariciando sus labios con los míos. Mis manos se cerraron sobre la tela de su camisa y suspiré cuando sus manos no dejaban de amasar mi trasero—. Eres el ser más apetecible que se ha cruzado en mi camino.
Abrí mis ojos aturdida por su cercanía, encontrándome con el mar en sus ojos, con la potencia en su mirada. Estábamos tan cerca, sentía su respiración mezclarse con la mía, su corazón latir con la misma fuerza que el mío.
—Me estoy convirtiendo en un adicto, Mel. Eres la peor de mis adiciones, pero, aun así, la cura para todos mis males —sus palabras fueron mi detonante, eso que me hizo despertar del trance en el que estaba sumergida. Cerré los ojos en el momento justo en que mi cabeza se apoyó sobre su pecho, en dónde pude escuchar su corazón latir. Sus manos salieron de mi vestido y fueron a mi espalda, en dónde acarició mi cabello.
Me sentí agotada de pronto, como si el mejor lugar para descansar, fueran sus brazos.
¡AAAAAAAHHHHHH!
Digamos que aquí hay mucha emoción.
¿A ustedes que les parece?
¡Voten y comenten muchooo!
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