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Quédate a mi lado

Habían pasado tres meses desde que nuestra protagonista había dado a luz. Al principio resultó muy estresante para ambos padres el hecho de que su hijo tuviera que afrontar problemas con su respiración, pero con el tiempo el riesgo de que su vida dependiera de eso fue disminuyendo gracias a su sangre ochenta por ciento demoníaca y la atención que sus padres le daban. Las niñas se habían recuperado más rápido de lo que imaginaron, pero aún así siguieron dándoles mucha atención a los tres.

Ahora que nuevamente eran padres de no solo uno, sino de tres bebés, ambos se desvelaban y apenas tenían tiempo para tener intimidad; pero igual ambos eran felices cuidándolos.

Otra gran noticia era que Gelda había dado a luz a una hermosa niña de cabello negro como su padre y ojos rubí como su madre, por lo que ella y Zeldris empezaban a comprender todo el trabajo duro que enfrentaron Meliodas y _________________ con Ryota, y ahora ese trabajo se multiplica por tres. Mayormente se quedaban a dormir en el Boar Hat junto a su familia para recibir apoyo de su parte, y ambos hombres viajaban de vez en vez al reino de los demonios para ayudar y supervisar que todo esté en orden.

Todo estaba volviendo a la normalidad, no más locuras, no más villanos; vivían en paz. Al menos por el momento.

Elizabeth igual se encontraba bien, trataba de disfrutar el día a día al máximo, se enternecía cada que pasaba tiempo con los bebés de ambas mujeres, no podía evitar querer cargarlos; cuando eso sucedía, un extraño sentimiento de anhelo nacía en su corazón, lo que lo hacía palpitar con fervor.

Justo ahora estaba en la sala del trono, sentada con la mirada aburrida, jugando con su cabello tratando de divertirse un poco. Se sentía muy sola en ese instante.

Una caballero sagrado ingresó a la sala, en su rostro se veía que tenía algo urgente que comunicar. Se arrodilló frente a ella como muestra de respeto.

— ¿Qué sucede?— se apresuró a preguntar la albina.

— recibimos malas noticias, reina Elizabeth— empezó el caballero llamando la atención de la mujer. Ella hizo un ademán para que prosiguiera—. Hemos recibido la información de que se lleva a cabo un tráfico de niños.

Elizabeth se levantó de su asiento al escuchar tal atrocidad.

— ¿Dónde y por qué razón?— inquirió ella impactada.

— en Belford, los criminales tienen el propósito de venderlos a la nobleza como viles sirvientes— respondió—. Hemos enviado caballeros no hace mucho, pensando en que usted lo querría.

— ¡Por supuesto!— concordó ella— tienes que mantenerme informada de todo lo que sucede con respecto a este tema. En cuanto sepas algo de los caballeros me lo informas de inmediato.

El caballero aceptó y se retiró en seguida para retomar su tiempo de entrenamiento.

¿Quién haría algo tan nefasto?— se cuestionó Elizabeth.

[...]

— ¿Quién es el bebé más guapo del mundo?— habló con una voz chillona la castaña, viendo a su bebé reír por las cosquillas que ella misma le causaba con su dedo índice—. ¡Tú!— respondió en una exclamación tomando en brazos a su bebé. Acercó su nariz al pecho del niño y aspiró el embriagante aroma de bebé—. Ahora sí hueles rico a diferencia de hace unos minutos— dijo con una sonrisa encantadora—. Si fuese por tu papi olerías a popó todo el día.

El mencionado la miró indignado, más todo lo que ella decía era cierto. No soportaba cambiar los pañales de sus bebés, a penas y si lo hizo con Ryota.

— lo siento, pero no puedo, sabes que no confío en mi para hacerlo. No quiero herirlos— se justificó poniendo ojitos de cachorro.

— no me vengas con eso— bufó la castaña—. Algún día tendrás que hacerlo, mejor ahora que nunca.

Meliodas tomó a Molly al verla extender sus manitas hacia él, la recibió en sus brazos con gusto y empezó a darle besitos por toda su cara, a lo que ella rió encantada. La bebé empezó a hacer trompetillas con su boca, divirtiendo a su padre, ella tomó en sus pequeñas manitos las mejillas de tu padre y lo vió con una amplia sonrisa.

La castaña no pudo evitar sonreír ante esa imagen padre e hija, era lo mejor que podría ver en su vida. Se acercó y dejó a Ryuu junto a Holly. Ryuu veía a su madre con un brillo hermoso en sus ojos, cosa que lo hacía sonreír y aplaudir emocionado con tan solo tenerla cerca; mientras tanto Holly se aferraba a su osito de peluche estando dormida, encontrando confort en la suave tela del oso.

— oh oh— emitió Meliodas con una cara de desagrado—. Tenemos un número dos aquí— avisó a su esposa.

Ella volteó a mirarlo y sonrió ladina.

— pero que magnífica oportunidad. Tú puedes cambiarla mientras yo observo, como tú haz hecho todo este tiempo— dijo ella triunfante.

— pero no quiero hacerlo— dijo Meliodas en un suspiro desganado—. Hazlo tú por favor— le extendió a la bebé, quién solo se reía y aplaudía, cualquiera pensaría que la pequeña lo tenía todo planeado y había confabulado con su madre—. Se ríe mucho, ¿A caso lo planeaste?

— obvio no. Ella tendría que hacer el número dos en cualquier momento— dijo ella con una sonrisa inocente—. Ahora hazlo antes de que el olor se intensifique— su marido la vió suplicante, más ella suspiró agotada—. ¡Tienes que hacerlo en cualquier momento! Yo estoy muy cansada, hago gran parte del trabajo mientras tú solo los ves y juegas con ellos— se acercó a la cama y se lanzó a ella frustrada—. ¿Sabes lo agotador que es?

Meliodas comprendió, ella tenía razón. Por alguna razón evitaba hacer alguna de las tareas relacionadas con los bebés, y por tanto le dejaba todo el trabajo a ella. Estaba siendo egoísta.

Acostó a la bebé en la cama y empezó el proceso de cambiarla bajo la mirada de su mujer.

— perdón, no he sido de ayuda para ti, solo que en el fondo siento que no seré tan buen padre. No quiero equivocarme— confesó Meliodas—. Pero de ahora en adelante te ayudaré más, te lo prometo.

Ella sonrió por su promesa.

— gracias— murmuró dulce.

Meliodas abrochó el pañal. Levantó a la bebé y la mostró para conseguir la aprobación de su mujer. Ella se incorporó y aplaudió por el pequeño logró de su marido, la bebé también la acompañó en los aplausos.

Gracias al ruido Holly terminó despertándose y empezó a llorar buscando los brazos de su madre. Ella se acercó en seguida y la sostuvo con mucho afecto, tomó al osito y se lo pasó para evitar que siguiera su llanto.

— ¿Qué tal si vamos con los demás? No podemos estar aquí por siempre— sugirió el rubio mientras acurrucaba a la bebé en sus brazos.

— si, no quiero vivir en esta habitación por siempre— concordó ella—. Carga a Ryuu— pidió abriendo la puerta de la habitación.

Bajaron al primer nivel del Boar Hat y encontraron a todos sus amigos presentes, excepto a Gelda, Zeldris y a Zelda, su bebé.

Elizabeth se encontraba allí, notablemente frustrada, masajeando sus sienes para encontrar la calma. Todos saludaron a los recién llegados y les pidieron que se reunieran, la albina tenía algo que informarles.

Una vez reunidos, Elizabeth no esperó más para hablar.

— tenemos un grave problema— empezó Elizabeth, captando la total atención de sus compañeros—. Esta mañana recibí la información de que se lleva a cabo un tráfico de niños— escuchó las exclamaciones de sorpresa de los presentes.

— ¿Quién haría algo tan horrible?— inquirió Diana con la mirada triste.

— esto es inaceptable— apoyó Elaine con el ceño fruncido.

Mientras opinaban al respecto, Holly empezó a llorar, dando a entender que necesitaba algo. Meliodas y __________________ ya conocían ese llanto.

La castaña le dió la espalda a sus compañeros y se descubrió el pecho para seguido de eso empezar a amamantar a su bebé. La bebé se metió el pezón de la mujer a la boca, lo que pareció calmarla al instante, y empezó a succionar el líquido que éste expulsaba.

Meliodas volteó a verla, le encantaba esa vista; por una parte porque amaba ver a su bebé ser alimentada por su mujer y ver lo calmada que estaba tras comer lo hacía estar tranquilo a él también, además de la sonrisa de su esposa al llevar a cabo esa acción; pero por otra parte le gustaba ver, aunque sea a medias, una parte de la intimidad de su mujer. Aprovechaba cada momento al máximo. Pero ahora tenía que enfocarse en la problemática de Elizabeth.

La castaña estaba realmente molesta por lo informado, no soportaba el hecho de que unos pobres niños tengan que sufrir algo semejante solo por no tener la protección o el estatus requerido para sobrevivir ante la sociedad. Quería hacer algo, pero sabía que pasara lo que pasara tendría que quedarse con sus bebés y su hijo mayor.

Liberó uno de sus brazos y llevó su mano a la pierna de su marido, apretándola tratando de buscar apoyo. Él la miró y le sonrió comprensible.

— chicos— llamó Elizabeth después de todas las opiniones—, sé que están pasando tiempo con sus hijos— dijo mirando a los recientemente padres—, o que ya han dejado la vida de pecados atrás— dijo mirando al resto—; pero se los pido no solo como reina, sino como amiga, que me ayuden en esto— apretó sus manos hechas puño con molestia—. No quiero esperar información de los caballeros asignados a la misión, quiero evitar que se pierdan vidas; quiero enviarles apoyo si es posible. Confío en ustedes y en su fuerza, así que quisiera que fueran... Aunque claro, están en su derecho de negarse...

Un silencio bastante pesado, al menos para Elizabeth, se instaló en la sala. Pero realmente se alegró de escuchar la respuesta de sus compañeros.

— Ban, King, Gowther y Zeldris, nosotros iremos a resolver este asunto; las chicas se quedarán aquí a proteger a los niños y a evitar que esos hombres lleguen hasta aquí y hagan de las suyas— anunció Meliodas imponente y a la vez amable—. Los Ocho Pecados Capitales se encargarán de proteger a Britannia.

— ¡Si!— exclamaron los pecados emocionados.

A Elizabeth se le iluminaron los ojos y sonrió realmente agradecida por su ayuda.

— puedes volver a estar tranquila, Elizabeth, estos chicos podrán resolverlo— dijo la castaña viendo a su marido con agradecimiento.

Elizabeth se levantó y se inclinó ante ellos, agradeciendo una y otra vez su ayuda.

[...]

Todos los que habitaban el Boar Hat estaban afuera, preparándose para la despedida de los hombres asignados para la misión.

Decidieron no esperar hasta la mañana, querían hacerlo lo más pronto posible, además de que la noche era una poderosa aliada cuando se quería ser discreto y no armar tanto escándalo.

Todos los hombres casados se despedían de sus mujeres, deseando ya terminar con la misión y volver al lado de la mujer que tenían en frente.

Solo esperaban a los niños restantes para despedirlos, no entendían su tardanza.

Repentinamente la puerta se abrió bruscamente, dejando ver a los niños equipados con armas. Ellos ya sabían sus intenciones.

— ¡Iremos con ustedes!— declaró Ryota emocionado por realizar su primera misión junto a su padre, así también podría ver a los pecados en acción.

— por supuesto que no— dijo Ban en seguida al ver la mirada retadora de Lancelot—. Se quedarán aquí.

— así es Ryo— apoyó Meliodas las palabras de su amigo—. No podemos arriesgarnos a qué les pase algo malo.

Ryota puso un puchero ante la negativa de su padre, se sentía triste al ver la poca confianza que su padre tenía en él; Lancelot volteó la mirada molesto por la desconfianza, se creía totalmente capaz de enfrentarse a bandidos. Ambos eran subestimados por sus propios padres, o al menos eso creían.

La verdad era que ambos hombres estaban preocupados de que algo pudiese pasarles, por más fuerte que un ser sea, hay cosas que no puede evadir y después salir herido.

— entiendan a sus padres— dijo Gowther irrumpiendo—. Ellos están sumamente preocupados, desconocen al enemigo, así que no quieren arriesgarlos.

Mientras los niños refunfuñaban por lo que Gowther decía, __________________ veía a sus bebés dormidos en la carreola con una sonrisa encantadora, disfrutando de la vista que tenía. Molly abría sus ojitos aún con el sueño en su sistema, pero se animó al ver a su mamá, por lo que sonrió y empezó a reír encantada con ella. La castaña puso su dedo índice en la barriga de su bebé y empezó a darle cosquillas, consiguiendo una suave carcajada por su parte.

Tomó a la bebé en sus brazos para evitar que golpeara por accidente a alguno de sus hermanos, sintió las manos de su bebé en el cabello y después en sus mejillas, sin herirla. Vió a su marido y luego a su hijo mayor, sonriendo ampliamente.

— llévatelo— pidió la castaña, sorprendiendo a Meliodas considerablemente y alegrando a Ryota grandemente—. Sé que estás preocupado por Ryota y no quieres que algo malo le ocurra, pero sabes que es algo que tendrá que experimentar.

— ¿Cómo estás de acuerdo con esto?— cuestionó Meliodas incrédulo.

— porque sé que no le pasará nada a Ryota— dijo suavemente la mujer—, porque sé que pase lo que pase, si tú estás ahí, él siempre estará bien. Confío en ti más que en nadie para protegerlo.

Meliodas comprendió la calma de su esposa, toda la confianza de ella estaba sobre él, y la verdad eso le encantaba.

Suspiró derrotado y miró a Ryota.

— está bien, vendrás conmigo— se resignó Meliodas, oyendo las exclamaciones de victoria de su hijo.

Elaine se acercó a Ban y le sonrió.

— también lleva a Lancelot— pidió la rubia con dulzura—. Sé que estará bien, es un niño muy listo y fuerte; además, tú lo vas a cuidar.

Ban suspiró, no podía negarse a su mujer, ella tenía toda la razón. Vió a su hijo, sintiéndose derrotado y viendo la sonrisa triunfante del menor.

— sabía que recapacitarías— dijo burlesco Lancelot, pero se empezó a quejar en cuanto sintió los nudillos de su padre frotarse en su cabeza.

— vámonos antes de que me arrepienta— pidió Ban a sus compañeros.

Y sin más los hombres partieron, dejando a las mujeres y bebés con una sonrisa. Sabían que triunfarían y volverían sanos y salvos.

Zelda empezó a llorar mientras agarraba con todas sus fuerzas la ropa de su madre. Gelda sonrió y fue la primera en dirigirse a la taberna, seguida de las demás.

Pasaban las horas tan lentamente, pero ya había llegado la media noche. En la habitación del capitán, cierta castaña admiraba a sus bebés dormidos, sin duda había sido un reto dormirlos a los tres ella sola, ya que si uno lloraba los otros dos se despertaban.

Miró a la ventana, esperando que en algún punto su marido e hijo atravesaran ésta y la envolvieran en sus brazos.

La noche estaba extrañamente bella para ella pese a la situación que muchos niños han de estar enfrentando, pero estaba tranquila al saber que los hombres en los que más podría confiar habían ido a su rescate.

— no debo preocuparme, seguro estarán aquí en la mañana— dijo segura de sí misma, dejando que Morfeo la dominara.

Todo cambiaría esa mañana...

[...]

Faltaban dos horas para el medio día, las mujeres esperaban impacientes a los hombres que se habían marchado a cumplir con la misión. No podían creer que duraran tanto para cumplirla.

Pero Gelda y ________________ se mantenían en su mundo mientras atendían a sus hermosas criaturas, y obligaban al resto a meterse en ese mundo de bebés.

Hawk estrellaba su osico contra el piso cada vez que escuchaba un llanto tras otro. Realmente quería a los bebés, pero le ocasionaba un dolor de cabeza cada vez que lloraban. Wild estaba normal, admirando a las criaturas que estaban en la carreola. Nada de eso se comparaba al purgatorio.

Molly extendió sus manos hacia Hawk, él por mera curiosidad se acercó, ese fue su grave error.

La pequeña agarró con una fuerza anormal para un bebé la nariz de Hawk y trató de moverla de un lado a otro, lastimando al pobre cerdito. La madre, que tenía a la bebé cargada la alejó de él para que se recuperara de eso.

— ¡Niña mala!— gritó Hawk indignado con el trato que él recibía.

Ante ese grito la niña comenzó a llorar fuertemente, sintiendo miedo por la voz tan elevada de Hawk. En ese instante él se arrepintió y empezó a hacer cosas chistosas para calmarla, pero no funcionaba.

De repente la puerta se abrió, dejando ver a los hombres que tanto habían esperado, y atrás de ellos unos niños bastante asustados.

Meliodas no se detuvo a dar explicaciones, se acercó a su hija angustiada y la tomó en seguida sin decir nada al respecto. La arrulló en sus brazos, logrando que lentamente ella se calmara y sonriera al instante al ver los ojos esmeraldas de su padre.

— hola princesa— murmuró él con una sonrisa cálida—. Una bebé tan hermosa como tú no debe llorar de esa manera— en respuesta a ello la bebé empezó a reír y extendió sus manos hacia su padre buscando tocar su rostro. Él lo acercó logrando que la niña lo atrapara y se mostrara más feliz al tenerlo tan cerca—. ¿Tanto me extrañaste? Pero si no ha pasado ni un día— dijo de forma arrogante, recibiendo un golpe por parte de su esposa, haciendo reír más fuerte a la pequeña.

Elaine fue en seguida a abrazar a sus dos hombres con una sonrisa feliz, al separarse admiró la suciedad que traía Lancelot, como si lo hubieran arrastrado por el suelo. __________________ también observó a Ryota en las mismas condiciones que Lancelot. Ambas mujeres se cuestionaba el por qué de su estado.

— supongo que no les fue fácil— dijo la castaña en referencia al estado de los niños.

— de hecho si lo fue— dijo Ryota indiferente con la pelea que tuvieron hace poco—. Esos bandidos eran unos cobardes. Estamos así porque fuimos obligados a jugar con los otros niños para calmarlos.

— si. Nos arrojaron tierra a diestra y siniestra. Son unos monstruos— agregó Lancelot recordando la humillación que sintió en esos momentos.

Tú también eres un niño...— pensaron la castaña y la hada con un poco de burla.

— y bien, ya que una cosa fue aclarada vamos con la siguiente— habló la castaña mirando al grupo de niños—. ¿Por qué no los llevaron con sus padres?

Meliodas se acercó a ella y vió al grupo de niños.

— dijeron que vivían en Liones; pero...— Meliodas suspiró y miró a una niña de cabello celeste y ojos rubí—. Esa niña de allá no tiene a nadie— le susurró a su mujer para evitar que otros niños lo escucharan.

La castaña se sintió devastada al escuchar eso, no era su situación, pero imaginaba lo que debía sentirse no tener a nadie con quien contar en el mundo.

Mientras los pecados murmuraba lo que harían al respecto, Elizabeth se acercaba a esa niña en específico, se arrodilló frente a ella y le sonrió.

— hola. Mi nombre es Elizabeth, pero puedes llamarme Ellie si te parece bien— habló suave la albina, viendo con dulzura a la menor.

Elizabeth había logrado cautivar a todos los niños, bueno, excepto a la niña de ojos rubí; ella la miraba sin emoción alguna, parecía no saber cómo reaccionar.

Elizabeth levantó la ceja esperando alguna palabra por su parte, pero no salió nada más que el aire que ella retenía.

La castaña sonrió comprendiendo una parte de su actitud, estaría de la misma manera si pasara su situación. Pero ver a Elizabeth preocupada le hizo entender al instante que ella era la solución perfecta para liberar a aquella niña de su prisión emocional.

— bueno niños. ¿Qué tal si los llevamos devuelta con sus padres?— cuestionó la castaña viendo a los niños expectantes.

Ellos aceptaron con un fuerte si.

[...]

Más tarde lograron dejar a todos los niños en sus hogares, y los pecados recibieron recompensas que se empeñaron en negar, pero no les quedó de otra más que recibirlas gustosamente.

Meliodas utilizó parte de su dinero para comprarles algo a sus bebés, lo cual enterneció de más a su esposa.

Mientras tanto en el castillo de Liones, trataban de averiguar dónde quedaba el hogar de la callada y solitaria niña que no había mencionado ni una sola palabra.

Elizabeth se quedó junto a ella, nerviosa por no saber cómo actuar ante una niña que no parecía tener ánimos de conversar. En parte sentía compasión por ella al verla con un aura de soledad.

— ¿Qué te gustaría comer?— cuestionó Elizabeth a la pequeña, dándole una sonrisa que transmitía serenidad, más la niña hizo caso omiso— ¿Quieres algo? Sea lo que sea trataré de conseguirlo— ella solo miró a la albina sin expresión alguna, ignorando todos los intentos de la albina por ser amable— ¿Al menos me dirías tu nombre?

Después de esa pregunta la niña no esperó más para alejarse de la albina para salir del castillo. Sin importarle que estaba anocheciendo o que la llamaban.

Elizabeth se sintió mal al no poder hacer nada al respecto, no sabía siquiera lo que ella había pasado para que adoptara una actitud tan indiferente. Realmente quería ayudarla, pero no sabía cómo empezar. Quería llorar por sentirse tan inútil.

Sintió la mano de alguien en su hombro, levantó la vista encontrándose con la castaña que antes detestaba. Ella le sonrió comprendiendo su sentimiento.

— vamos a buscarla— ordenó la castaña mirándola con determinación. No esperó que la albina le respondiera, tomó su mano y la jaló para llevársela consigo al exterior en búsqueda de la niña—. ¡Volveremos después! ¡Meliodas, cuida a los niños!— pidió antes de desaparecer junto a una extrañada albina.

— ¿Crees que esa pequeña estará bien?— preguntó Diana preocupada. También quería ayudar.

— seguro que si— respondió sereno King.

— la pobre ha sufrido tanto, no me sorprende que sea de esa manera— habló Gowther sintiendo pena por la menor.

— Gowther, sé que te dio curiosidad por ver sus pensamientos; pero eso no te da el derecho de ver lo que no se quiere contar— reprochó Meliodas apuntándolo con su dedo acusador.

Gowther bajó la mirada apenado, pero al sentir la presencia agradable de Diana a su lado se permitió relajarse. Después de todo no lo había hecho con mala intención.

Mientras en las ya oscuras calles de Liones, la niña de ojos rubí arrastraba sus pies sin un rumbo fijo, con la mirada perdida en sus alrededores. Miraba y encontraba a familias felices y juntas, se notaban tan contentos de estar juntos; eso era como clavar una estaca en el corazón de aquella niña. A penas y si recordaba como había terminado tan sola, con las esperanzas hacia los humanos por los suelos. No entendía como el mundo podría estar tan enfermo. Solo quería estar en paz, no sufrir más por los problemas comunes, quería ser feliz, quería ser querida. Más sus pensamientos giraban alrededor de la idea contraria a ello, pensaba que jamás lo alcanzaría.

De pronto sintió una mano agarrar suavemente su muñeca, por puro instinto empezó a golpear a la dueña de aquella mano. Grande fue su sorpresa al ver a la mismísima reina parada frente a ella.

— al fin te encontramos. Realmente caminas rápido, apenas y si te habías ido del castillo. Tuvimos que recorrer todo el lugar para dar contigo— dijo con la voz agitada la fémina después del maratón que había corrido—. No puedes irte sola, es peligroso.

— no tengo a dónde ir...— pronunció por primera vez la niña frente a las mujeres que la habían buscado, cosa que realmente les sorprendió.

— tranquila, puedes quedarte en el castillo hasta encontrar tu hogar— habló la albina regalándole una sonrisa apacible.

La niña se apartó de manera brusca de la albina, sorprendiéndola en el acto. La miró fríamente y desvío la mirada.

— yo no tengo un lugar al cual volver— confesó al fin la niña—. Mis padres están muertos, no tengo familia, no tengo casa, no tengo nada. Así que ya déjame en paz y deja que me pase lo que me tenga que pasar— dijo estoica, sorprendiendo a la fémina—. Yo no le importo a nadie, y no creo que alguien se moleste en recibirme y afectar su estilo de vida— dijo antes de continuar su camino incierto.

La albina se quedó estática, sin saber que palabras usar a continuación, sin saber cuál sería la solución para la herida del corazón de aquella infante.

La castaña solo miraba como la niña se alejaba de a poco. Sus brazos estaban cruzados, sus pies golpeteaban el suelo de una forma impaciente, esperando la acción de la fémina albina.

— ¿Pretendes quedarte ahí como una estúpida?— cuestionó la castaña en tono de reproche hacia la albina, captando su mirada— ya oíste cómo es su manera de pensar, te debes hacer una idea de todo el daño que ella sufrió hasta este día. Dime, Elizabeth Liones, ¿Crees que deba seguir pasando lo mismo?

Elizabeth sintió como su corazón se oprimía, en definitiva no quería eso, pero no sabía que hacer. ¿Cómo hacerla olvidar todo aquello? No supo de dónde salió, pero un sentimiento cálido brotó de su corazón angustiado mientras veía la espalda de la niña alejarse de ella.

No supo en que momento se había levantado a correr y abalanzarse hasta la niña para envolverla en sus brazos de una manera protectora. Su cuerpo de había movido solo, había recobrado el conocimiento al sentir el cuerpo tenso de la niña.

— ¡Qué hace señora...!

— ya no tienes porqué estar sola. Puedo ser quien esté a tu lado, quién te de la mayor de las importancia a en este mundo, quién te abrace y diga que todo estará bien. Seré quien te cuide, quién te de un hogar...— murmuró en el oído de la niña, sorprendiéndola.

Pero la menor no lo demostró, siguió manteniendo su postura estoica ante la albina, sin creerle ni una sola palabra. No quería confiar y después ser lastimada por una desconocida que no tenía responsabilidad sobre ella.

— deje de decir tonterías. Es una extraña, soy una extraña. Yo no le importo a nadie...— dijo fría, manteniendo la negativa idea que dolía.

— tú me importas...— murmuró Elizabeth con una amplia sonrisa sincera— si soy una extraña, no me conoces y yo a ti tampoco; pero quiero que tengas un lugar donde estar, no permitiré que pases maldades nuevamente. Te daré un hogar y te permitiré conocerme. Solo ten un poco de fe en lo positivo.

La pequeña no estaba del todo convencida, pero no esperó para aceptar. No tenía nada que perder.

Bien hecho, Elizabeth— pensó con orgullo la castaña mientras se alejaba de ellas para darles espacio.

[...]

— ¿Y qué harás con ella?— preguntó Margaret a su hermana menor mientras ambas observaban a los niños jugar amenamente, aunque la de cabellos celestes se mostraba tímida ante la actitud tan alegre de los niños.

Elizabeth suspiró, no por la incertidumbre que le generaba la situación de la pequeña, sino por la preocupación de que la niña haya sufrido un daño psicológico permanente.

— creo que podría quedarse aquí un tiempo hasta encontrar a una familia que acepte recibirla, siempre y cuando sean personas de bien— pensó en seguida, anhelando el bienestar de la pequeña desconocida. Miró a su hermana con determinación—. Hermana, me gustaría que me dieras algunos consejos para tratar con niños.

— ¿Te refieres a ella?— preguntó apuntando indiscretamente a la menor en cuestión y con una sonrisa ladeada. Su hermana asintió rápidamente, sin percatarse del presentimiento de Margaret—. No sabría que decirte exactamente, cada niño es diferente, por lo que no se puede tratar de la misma manera que a otros. Pero en base a lo que escuché sobre su actitud y como la veo ahora, creo que lo que deberías hacer prioritariamente es ganar su confía, hacerle ver qué no eres alguien que la lastimaría.

Elizabeth se puso a meditarlo mientras observaba a la niña corretear detrás de Lancelot con el ceño fruncido. Esa imágen era algo que quería atesorar.

Se acercó junto a su hermana a las mesas del patio donde estaban todos sus amigos charlando, aunque algunos se concentraban más en sus bebés que en la conversación.

Elizabeth se puso a observar primero a Gelda y Zeldris; la fémina arrullaba a la bebé para que se quede dormida y el hombre acariciaba la blanca piel de la pequeña de la manera más delicada del mundo. Ambos tenían una mirada iluminada con tan solo ver a la bebé.

Después observó al rubio y la castaña; la fémina amamantaba a Holly mientras tarareaba una canción para Molly, quién estaba a punto de caer dormido por el suave canto; Meliodas daba palmaditas en la espalda de Ryuu, quién hace poco fue alimentado, y ahora el padre trataba de sacarle los gases. Después de esa labor Meliodas cargó de frente a su hijo, admirando cada facción de su rostro adormilado, sus bellos ojos esmeraldas y su sedoso cabello rubio, para él era simplemente perfecto; la fémina a su lado observaba y se enternecía al ver a su marido de esa manera, era simplemente gratificante. Y sin darse cuenta, Ban, quién estaba junto a la carreola dónde estaba Molly aún despierta, hacia caras graciosas a espaldas de su hermana, despertando así los ánimos de Molly y haciéndola reír alegre por el espectáculo de Ban. El albino realmente se tomaba en serio el papel de tío divertido. La castaña lo atrapó en el acto y le reclamó.

Aunque Elizabeth no estaba del todo pendiente a la discusión. Empezó a sentir ese cálido sentimiento en cuanto vió a la niña de ojos rubí. Ella deseaba tener esa felicidad que sus amigas tenían.

[...]

En la noche, la pequeña invitada miraba por la ventana la luna llena, esperando tener paz en su corazón.

Elizabeth entre abrió la puerta para ver qué estuviera conforme con la habitación, más se sorprendió al verla muy despierta, aunque las ojeras delataban que estaba muy cansada.

— ¿No puedes dormir?— preguntó Elizabeth en un murmuro lo suficientemente audible para la menor.

— no quiero dormir— dijo estoica la infante, volteando la mirada nuevamente hacia la luna.

Elizabeth, sin pedir permiso entró en la habitación y se arrodilló junto a ella para estar a su altura y contemplar la noche.

— pero necesitas dormir para crecer— murmuró Elizabeth después de un tenso silencio. La pequeña no dijo nada—. Ven, hay que dormir— tomó la mano de la niña, pero ésta rápido la alejó.

— déjeme en paz. No me va a engañar, no dejaré que me vuelvan a hacer daño, estúpidos adultos— dijo molesta la niña—. ¿Qué me harás al dormir, eh?

Elizabeth bajó la mirada.

— no te haré nada...— murmuró.

— ¡No mientas! ¡No me engañas! ¡Los adultos siempre mienten!— reclamó la pequeña incrédula.

Quedó paralizada cuando vió las lágrimas de la mujer derramarse y su mirada triste. Ella estaba derramando las lágrimas que ella no había derramado hace mucho.

— no tengo idea de todo lo que sufriste. Realmente me enoja que personas tan crueles como para secuestrar niños existan en este mundo. Yo nunca quise el sufrimiento de nadie, no quiero el tuyo— puso la mano en su pecho—. Deseo darte felicidad, que tú puedas sonreír y que ya no tengas miedo constante. Quiero que crezcas sana y feliz... Así que por favor, confía un poco en mi, ten por seguro que jamás te haré daño. Lo juro por mi vida.

La pequeña no supo que decir, odiaba admitirlo, pero las palabras de la mujer habían llegado hasta su corazón, haciéndola sentir triste por todo lo vivido. Su cuerpo dejó de estar tenso, miró a la mujer y tomó su mano, aún insegura de lo que hacía, pero si no daba la oportunidad jamás descubriría la verdad que reflejaban los ojos de la albina. La guió hasta la cama, y al recostarse la invitó a acostarse a su lado, lo cual la albina aceptó encantada.

— si te quedas hasta la mañana... Tal vez considere... Confiar— susurró avergonzada la niña, sin mantener contacto con los ojos de la albina.

Elizabeth sonrió felíz de haber dado un paso hacia delante, abrazó a la niña expresando su euforia.

— estaré aquí todas las veces que quieras, lo prometo— dijo en seguida para darle confianza.

Un silencio perduró entre ambas, aunque no era incómodo, era uno cálido y reconfortante.

— Helen, mi nombre es Helen— murmuró la menor antes de caer dormida.

— Helen...— murmuró fascinada Elizabeth— es un hermoso nombre.

[...]

A partir de esa noche todo había mejorado entre Helen y Elizabeth. La niña al principio no se acostumbraba a la afectuosidad de Elizabeth, la albina tenía tanta bondad y dulzura que era abrumadora. Pero eso hacía sentir a Helen querida después de un largo tiempo.

Elizabeth aprovechaba cada día a su lado, cuidando de ella y dándole el cariño que cualquier niño necesita. A los ojos de los demás parecía una madre cuidando a su hija. Y la verdad, así se sentía Elizabeth, aunque estaba insegura de lo que sentía Helen al respecto.

Por supuesto había considerado adoptar a la niña, pero temía que Helen no quisiera verla como a una madre, solo como a una amiga o a una mujer que había dado su caridad a una niña necesitada. No quería que la pequeña tuviera esa imagen de ella.

Hasta que un día se presentó el "ahora o nunca" de Elizabeth.

Un caballero sagrado, después de largos seis meses, había llegado con la noticia de que una joven pareja estaba dispuesta a adoptar a Helen.

Todos no supieron cómo reaccionar, si alegrarse por la noticia de que la niña tendría a una familia, o tristes porque significaría que no la verían más y ocasionaría un daño irremediable en Elizabeth.

La albina no podía creerlo. Por supuesto, ella misma había dicho que buscarán a una familia dispuesta a cuidarla cómo es debido, pero después de esos seis largos meses, quería que la niña de quedara, no que se fuera.

Pero la desición era de Helen.

— una pareja quiere adoptarte y crear una familia contigo— informó Elizabeth viendo sus pies, sin poder mirar a la niña—. Ellos están dispuestos a esperar tu respuesta, siempre y cuando sea lo que tú quieres y no lo que otros decidan.

Helen miró al cielo, indiferente por la situación. Después de todo ya tenía una respuesta a la mano, pero antes que nada quería asegurarse de que fuera la correcta.

— si me fuera con ellos ¿Volvería a verte?— preguntó Helen con serenidad, ahora viendo a la decaída Elizabeth.

La albina la vió en seguida.

— por supuesto, la suerte es que viven aquí en Liones. Así que podré visitarte y tú a mí cuando quieras— habló desanimada, pero fingiendo estar bien ante la niña.

— ¿Entonces no nos veríamos todo el tiempo?— preguntó con la voz apagada Helen, haciendo que Elizabeth la mirara. En su mirada notaba que no quería alejarse, eso la conmovió.

Elizabeth, decidida se puso frente a ella para confrontar al fin la situación.

— escúchame Helen, primeramente te diré que si tu deseo es tener a una familia de humanos normales que estén dispuestos a darte el amor y el cuidado que tanto te ha hecho falta, no me opondré, seré yo quien te dé el valor de comenzar un nuevo capítulo de tu vida. Pero si no te digo lo que siento estoy segura que me voy a arrepentir el resto de mi vida— dijo Elizabeth con determinación tanto en sus palabras como en su mirada—. Te amo, Helen, estos días en los que tú has estado a mi lado han sido los más alegres después de mucho tiempo. Tú me sacaste del hollo negro donde había estado todo este tiempo. Quiero lo mejor para ti, así que, si existe la mínima posibilidad de que te quedes conmigo me aseguraré de ser la persona que necesitas, si gustas seré tu amiga, tu tía, tu...

— ¿Mi mamá?— continuó Helen, sorprendiendo a Elizabeth, pero dando justo donde ella quería llegar.

— no sientas que esto te obliga, puedes irte con esos señores si quieres; pero, si tu deseo es quedarte a mi lado, siempre serás bienvenida— dijo Elizabeth con una sonrisa.

— desde que nos salvaron de esos tipos malos tú te has hecho cargo de mi aún cuando no soy tu responsabilidad. Al principio pensé que eras una de las adultas malas, pero siempre te quedabas conmigo todas las noches, me hacías el desayuno especialmente a mi, jugabas conmigo, siempre estabas ahí para cuidarme de cualquier peligro; todo era tan hermoso, al fin me sentía feliz de tener a alguien. No quiero que eso termine, no quiero que otra persona que no conozco me de lo que tú me das. No quiero, quiero quedarme a lado— dijo finalmente lanzándose a los brazos de la albina.

Elizabeth no pudo evitar dejar salir lágrimas de pura felicidad y corresponder al abrazo de la menor. Al fin, después de doce años de sufrimiento sentía que tenía lo que necesitaba.

Tal vez no la haya tenido en su propio vientre, pero a fin de cuentas la sangre no es la que hace a la familia, sino el amor incondicional que una persona está dispuesta a ofrecer.

Después de la desición decidieron celebrar la llegada de una nueva integrante a la extensa familia que se había conformado tras pasar los años.

Todo estaba siguiendo un rumbo donde todos estaban más que bien.

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Hola!
Espero se encuentren muy bien!

Mucha tardanza, lo sé, pero al fin les traje el capítulo extra que les debía!

¿Qué piensan ahora del cambio de Elizabeth?

¿Quieren que sea feliz siendo la madre de Helen?

Espero les haya gustado el capítulo de hoy. El próximo será el final.

Pienso seguir publicando historias, pero estoy corta de inspiración. Pero seguramente pronto retomaré mi rumbo para darles algo lo cual disfrutar :3

Esperenme!

Bueno, sin más que agregar nos leemos en el final!

Bye Bye!
(◍•ᴗ•◍)❤





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