Capítulo 5
La reina Elizabeth tomaba una taza de té con su gran amiga Diana, su esposo King y el recién llegado, Gowther.
Escuchaba la plática que ellos mantenían, sonreía cada vez que era necesario, pero la llegada de su ex y su actual esposa era una distracción. Cada vez que lo veía sentía el extraño deseo de lanzarse a sus brazos y decirle lo mucho que lo amaba, pero solo se mantenía en una fantasía inalcanzable.
Creyó haberlo olvidado, haberlo superado, pero tan solo verlo con su familia hizo que esos sentimientos resurgieran, lastimándola.
Se frustraba al pensar que todo lo que ________________ tiene pudo ser suyo, pero la misma se lo arrebató apareciendo en sus vidas.
Tanto le dolía que trataba de actuar indiferente con ellos, como si nada pasara, pero ellos no saben la tormenta que Elizabeth está tratando de superar en su interior.
Sin darse cuenta estuvo un largo rato absorta en sus pensamientos, pero la voz de Diana en un volumen elevado la trajo de vuelta.
— ¿Qué sucede?— preguntó extrañada.
— pareces tener la mente en otro sitio— se quejó Diana en un puchero.
— si, es solo que la situación es muy mala. He estado estresada por todo esto— justificó su actitud.
— tranquila Elizabeth, resolveremos esto, y cuando eso suceda tú podrás tomarte unas vacaciones— dijo optimista Diana.
— no lo creo Diana, hay muchas cosas que una reina tiene que hacer. No puedo ignorar mis responsabilidades— dijo Elizabeth—. Mi padre confió en mí para esto, no lo voy a decepcionar.
— Elizabeth, entiendo tu dedicación como reina, pero no es malo tomarse un descanso, relajarse para despejar la mente— dijo King.
— es cierto. Además tú más que nadie lo necesita— apoyó Gowther.
— está bien, lo tendré en cuenta para cuando esto termine— se resignó Elizabeth.
Una voz infantil gritó su nombre, ella volteó y vió a su sobrina correr hacia ella hasta llegar y subirse en su regazo. Tenía un puchero muy tierno que mataría de ternura a cualquiera.
— ¿Qué sucede Margarita?— preguntó apacible Elizabeth.
— tía Ellie, mamá no me deja ir a ver a Lancelot y Ryota...— dijo entre sollozos.
— entiendelos Margarita, es muy peligroso salir.
— ¡Pero tía!— se quejó la pequeña con lágrimas ya visibles.
— no trates de manipular a Ellie— dijo una voz femenina detrás de la nombrada—. Margaret ya te dijo que no.
La niña miró a la mujer de cabellera morada y ojos ámbar con el ceño fruncido, le sacó la lengua molesta y ocultó su rostro en el pecho de Elizabeth.
— no seas así Verónica, solo quiere ver a sus amigos— dijo Elizabeth.
— pero es obvio que te quiere manipular con sus lágrimas— dijo Verónica.
— no es necesario. Si Margaret tiene miedo de que le pase algo, yo iré con ella para que esté tranquila— dijo Elizabeth indiferente.
Los presentes la miraron incrédulos, excepto la niña, quien la abrazaba y repetía "gracias".
— Elizabeth, no es necesario que vayas...— dijo Verónica preocupada—. Me enteré de que esa mujer está aquí.
— somos adultas, así que no pasa nada. Además no tengo que hablarle ni nada— dijo Elizabeth.
— ¡Ya oíste a la tía Ellie!— dijo Margarita en forma de burla—. ¡Iré a ponerme un lindo vestido!— aviso emocionada bajando del regazo de la albina y yéndose a su habitación.
— Elizabeth...
— Verónica, no pasa nada, en serio— dijo Elizabeth.
Verónica solo pudo resignarse. Sabía que no podría hacerla cambiar de parecer sin importar cuanto luchara.
Mientras tanto la castaña de quien hablaba devoraba un gran plato de comida. Su embarazo la hacía comer por cinco personas, pero igual ella disfrutaba la oportunidad.
Su hijo se sentó a su lado y la miró con una sonrisa, ella se la devolvió y siguió con su labor.
Ban e Elaine estaban en su habitación haciendo sus cosas, y Meliodas y Lancelot estaban juntos, el mayor le daba algunos consejos al menor.
— mamá, comes mucho— comentó Ryota curioso por el comportamiento de su mamá.
— si cariño, es que he estado muy hambrienta estos días.
— mami ¿Cuándo vendrán los tíos y el maestro Hawk?— preguntó con un puchero.
—en cuánto resolvamos todo ellos podrán venir. Por ahora ellos se encargan del reino.
— mamá— volvió a llamar—, ¿Tú siempre quisiste a papá?— apoyó su cabeza en la palma de su mano y el codo en la barra, mirando expectante a su mamá.
— por supuesto que sí, él es el hombre de mi vida, bueno, después de ti— le dijo dulce pellizacando su mejilla.
Él la apartó adolorido y se sobó el área, la mejilla se había tornado rojiza.
La puerta principal se abrió dejando ver a los rubios sudados, notablemente animados.
— Lancelot, ve a darte un baño— le pidió Meliodas.
Él asintió y subió las escaleras a toda prisa, evitando a toda costa el cuarto de sus padres.
— ¿Hablaban de mi?— preguntó arrogante el rubio.
— en tus sueños— la castaña rodó los ojos con burla.
— si papá, mami me decía lo mucho que te quiere— respondió Ryota con inocencia, arruinando la mentirilla de su madre.
El mayor sonrió y se acercó a su esposa—. Yo también la quiero.
Ambos se sonrieron y se besaron con dulzura. Ryota hizo una mueca de asco, para segundos después cambiarla por una sonrisa.
— oye Meliodas... Me gustaría decirte algo en privado...— le susurró al oído jugando de manera nerviosa con los botones de la camisa del rubio.
Él le dedicó una mirada inquisidora, buscando la razón de ese repentino pedido.
Por su actitud nerviosa él suponía que era sobre algo que ella había hecho, o era una noticia que la ponía en ese estado.
— está bien. ¿Ahora?— preguntó apacible el rubio.
— no hay prisa, puede ser esta noche— le dijo ella con una sonrisa. Le dió un beso fugaz, pero él volvió a besarla con cariño.
Rodeó su cintura y se apegó más a ella, pero de una forma tierna y romántica. Se abstenían de hacer algo indebido frente a su inocente hijo.
Justo ahí se abrió la puerta del local, donde Elizabeth, Diana, King, Gowther, Verónica y Margarita aparecieron.
Ryota sonrió al ver a Margarita, ella igual lo hizo.
Con el poco tiempo lograron encariñarse mucho.
Sin embargo, la mirada de Elizabeth estaba baja para evitar la escena, los tres pecados estaban incómodos, y su hermana estaba indignada y muy molesta.
— ¡¿Qué no les bastó en herir a Ellie?!— gritó Verónica.
Ellos al escuchar aquella voz se separaron de inmediato y miraron a los recién llegados con sorpresa y pena.
— perdón pero...— empezó la castaña, pero la voz de Verónica la detuvo.
— ¡Pero nada! ¡Todo es tu culpa estúpida!— gritó llena de resentimiento, todos se centraron en ella— ¡De no ser por ti Elizabeth no habría sufrido tanto, hubiera tenido lo que se merecía, maldita sea!
— Verónica... Basta— murmuró Elizabeth, pero su hermana la ignoró.
— ¡Eres una zorra!— exclamó a todo pulmón la princesa.
Todos abrieron los ojos con sorpresa, Ban, Lancelot e Elaine bajaron al escuchar los gritos. Ryota miraba a la mujer que había insultado a su madre con el ceño fruncido, al igual que su padre.
Pero la mujer aludida se puso de pie para confrontar a la mujer que la había ultrajado.
— ¿Zorra dices?— preguntó con una sonrisa jocosa—. Disculpa, pero a mí no me faltas el respeto, mucho menos frente a mi hijo. Y es mejor que controles tu lenguaje para no arrepentirte después— le advirtió fría.
Ya estaba frente a Verónica, dedicándole su mirada fría. La princesa se estremeció, más no dió brazo a torcer.
— tu hijo tiene que saber la clase de persona que eres— dijo simple la princesa.
— ¿Y qué clase de persona soy? Iluminame— pidió sarcástica.
— esa clase de persona que no le importa arruinar la vida de otros, que roba lo que se merecía por derecho mi hermana. Pero después de todo eres un demonio, ellos siempre ven por su propio beneficio— respondió la princesa con molestia.
— Verónica basta— pidió Elizabeth más firme.
— ¿Sabes qué? A estas alturas no debería importarme lo que una niña inmadura me diga— bufó molesta, se volteó y subió las escaleras bajo la mirada expectante de todos.
Cuando había desaparecido, Meliodas miró molesto a Verónica.
— ¿Con qué derecho vienes a insultar a mi mujer?— le cuestionó Meliodas con coraje.
Ryota desvió la mirada de Margarita molesto. Para él, que ella haya venido y sea familia de la mujer que había insultado a su madre era razón suficiente para alejarse. Amaba a su madre y padre más que a nada.
Margarita vió triste como Ryota desvió su mirada de ella, bajó la mirada sintiendo las lágrimas a punto de desbordarse por sus ojos. No tenía porqué, pero se sentía culpable por lo sucedido.
— esa mujer te sedujo e hizo que te separaras de mi hermana; disculpa que no sea buena con ella— dijo indiferente Verónica.
— eso no es asunto tuyo. No te metas en los problemas de otros, nadie pidió tu opinión— dijo Meliodas—. ¿A eso vinieron? Porque si es así pueden irse por donde vinieron— dijo antes de subir las escaleras.
Ryota fue tras él de forma firme.
El bar se quedó en tensión.
— vámonos, ya no hay nada que hacer aquí— dijo Elizabeth neutra. Tomó la mano de Margarita, y las mujeres de la realeza se retiraron sin más.
— que problema— murmuró Gowther.
En la habitación de los demonios, la mujer estaba sentada en la orilla de su cama, con la mirada baja y el ceño fruncido. Le molestaba más que nada que su hijo hubiera escuchado todo.
Unas lágrimas salieron contra su voluntad, unos sollozos les continuaron, y sin más ella se derrumbó. No tenía porqué hacerlo, pero quiso descargar todo lo que tenía dentro.
No sabía si culpar al embarazo, o a sí misma por ser tan débil.
La puerta de la habitación se abrió dejando ver a los dos hombres que tanto la aman.
Ellos preocupados se acercaron a ella y la abrazaron con amor y apoyo.
— no llores mami, lo que dijo esa mujer no es cierto— pidió triste por ver a su madre en ese estado.
— si ________________, tú sabes que Verónica solo lo dijo para desquitarse conmigo.
— pero tal vez sea cierto... Si no fuera por mi tú estarías con Elizabeth— sollozó molesta consigo misma.
— ¿pero eso qué? Nos enamoramos y decidimos estar juntos, de haberme quedado con Elizabeth no sería tan feliz como lo soy ahora— dijo el rubio con una sonrisa.
— mami... ¿Lo que ella dijo es cierto?— preguntó extrañado Ryota.
Ambos adultos lo vieron, ella con una mirada asustada.
— si cariño, yo soy la causa por la que tú padre no está con Elizabeth— le respondió preocupada del pensar de su hijo—. No vayas a odiarme, no podría vivir con eso— suplicó.
— ¡No mamá! ¡Jamás te odiaría!— exclamó Ryota con una sonrisa honesta—. Tú eres la mujer que me dió la vida, que me cuidó y me dió su amor. Para mí no hay ninguna a quien ame más que a ti.
La castaña empezó a sollozar más fuerte de felicidad y alivio al escucharlo; pero él lo mal interpretó.
— perdón mami, no quería hacerte llorar...-
Ella lo abrazó necesitada, él se sorprendió pero solo correspondió con una sonrisa.
— no mi amor... Me haces muy feliz con decirme esas cosas, me hace la mujer más afortunada.
Ryota sonrió feliz de cumplir su cometido.
Al alejarse del abrazo Ryota observó la imagen frente a él, su madre siendo abrazada por su padre, quien le daba el apoyo que ella necesitaba de su parte.
Es cierto que a veces se sentía molesto con alguno de ellos por no permitirle hacer cosas que a él le gustaría, pero al final de cada día comprendía que ellos sólo lo hacían para cuidar de él.
Por eso jamás podría odiar a las personas que tanto se esmeraron en cuidarlo.
Estaba más que satisfecho de tener a sus padres, y no los cambiaría por nada.
— ¿Sabes qué, papá? Estoy muy feliz de que te quedaras con mamá. Amo a esta familia y no la cambiaría por nada— comentó contento.
— igual yo Ryo. Jamás cambiaría lo que tengo ahora— concordó el rubio mirando a su esposa con amor—. Te amo a ti preciosa, y sólo a ti, así que no importa qué digan los demás, yo jamás me arrepentiré de mi elección.
Ambos la volvieron a abrazar, el ambiente familiar los envolvía con su calidez.
— pero que afortunada soy al tenerlos en mi vida...
— nosotros somos los afortunados ¿Verdad papá?
— absolutamente Ryo.
Después de ese emotivo momento, su padre se concentró en su hijo. Recordaba la reacción que tuvo hacia Margarita.
— ¿Qué pasó con Margarita, Ryo?— preguntó curioso el rubio.
Él desvió su mirada molesto—. No quiero verla.
— ¿Por qué si es tu amiga?— preguntó extrañada su madre.
Él se quedó callado.
Meliodas entendió, suspiró y sonrió al ver las intenciones de su hijo.
— Ryota, no tienes que separarte de Margarita sólo por lo sucedido. Ella no tiene la culpa de nada— le dijo Meliodas.
— ¿Es por eso Ryota?— preguntó su madre, él asintió—. No debes de alejarte de ella por mi, tú puedes seguir siendo su amigo.
— pero esa mujer te lastimó...— murmuró molesto Ryota.
— no me lastimó, lo único que me lastimaría es que tú pensaras mal de mi y te alejaras— le dijo ella—. Seguro Margarita se siente mal por lo sucedido.
— y pensará que la odias— aportó Meliodas.
— ¡Yo no la odio, sólo...!-
— ve con ella— dijeron ambos padres con una sonrisa que transmitía seguridad.
— pero ten cuidado, y si necesitas ayuda pídela— pidió su madre preocupada.
Ryota los vió sonriente entendiendo lo dicho, los abrazo a ambos y se fue a toda prisa en dirección al castillo.
Mientras en dicho lugar, la niña se separaba de sus tías molesta y triste por lo sucedido.
— ¡Por su culpa Ryota me odia!— gritó.
— Margarita, es mejor que no te juntes con ese niño— dijo seria Verónica.
— Verónica, te estás pasando con esto— dijo harta Elizabeth.
— ¡Pero Elizabeth...!-
— ¡Son malas!— gritó Margarita harta de la situación, y sin más se fue corriendo a su habitación.
Se encontró con su madre en el camino, pero la ignoró y siguió su trayecto.
— ¿Qué le pasó a Margarita en ese lugar?— preguntó alarmada Margaret.
— Verónica armó un escándalo— dijo Elizabeth.
— Verónica— dijo Margaret en reproche.
— debiste verlo hermana, ese mal nacido se estaba besando con esa zorra en nuestra presencia. ¡Es inaceptable!— se justificó Verónica.
— ¡Ya basta Verónica! ¡No tenías que decir esas cosas, si quiero enfrentar a ________________ no necesito que lo hagas por mi!— gritó molesta la albina— ¡Es mi problema, no el tuyo!
— Ellie...
La albina respiró más calmada—. Sé que lo hiciste por mí, pero no necesito que lo hagas. Yo puedo sola.
Elizabeth se retiró de ahí con firmeza.
— a la próxima controla tus impulsos— le pidió con reproche Margaret.
— supongo...— murmuró Verónica apenada.
Mientras tanto Margarita lloraba desconsolada en su habitación, siendo su única compañía la soledad.
No quería perder a su nuevo amigo, en tan poco tiempo pudo quererlo más de lo que ella creía.
Por más que pensaba que debía odiar a sus tías por lo que hicieron, no pudo, ni quería hacerlo. Ellas son muy importantes para ella a pesar de todo. Son su familia.
Unos toques en la puerta interrumpieron sus sollozos. Se limpió las lágrimas y miró hacia la salida, donde vió a su padre bajo el umbral.
— ¿Cómo estás princesa?
— mal papá. Mi amigo ahora me odia...— respondió dolida.
— ¿Segura? Porque hay alguien que vino a verte— le dijo dulce. Se movió un poco para dejar ver al niño en el que tanto ella había pensado preocupada.
Ella se levantó de su cama y vió sorprendida a Ryota, sin saber que decir o hacer.
— los dejaré para que hablen, pero la puerta se queda abierta— les pidió firme Gilthunder, yéndose de la habitación.
Ambos fijaron la vista al piso, nerviosos, asustados y felices de estar con el otro.
Al mismo tiempo levantaron la mirada y un "lo siento" salió de sus bocas al unísono. Ambos sonrieron nerviosos.
Él se rascó la nuca en señal de nerviosismo y desvió la mirada hacia techo.
— Margarita, perdón por enojarme contigo sin razón, estaba molesto por lo que habían dicho de mi mamá— empezó él.
— ¡Yo lo siento! Si no fuera por mi nada hubiera pasado— dijo ella sintiéndose culpable.
— ¡No tienes la culpa de nada!— la miró rápidamente— tú no dijiste esas palabras, y sé que jamás las dirías porque eres buena y linda.
Ambos se sonrojaron al escuchar eso.
— yo solo quería verte, y a Lancelot por igual...— murmuró tímida.
— yo igual quería verte, y jugar los tres— dijo él feliz. Se acercó a ella, quedando tan solo unos cincuenta centímetros de distancia de ella.
— ¿Seguimos siendo amigos?— preguntó ella.
— ¡Claro que sí!— respondió él.
Ella feliz de su respuesta lo abrazó con mucho cariño. Él se sonrojó, pero correspondió el abrazo sintiendo sus manos temblorosas y sus corazones latir con fuerza.
Jamás había tenido a una niña tan cerca de él como en ese momento. Margarita lo ponía en ese estado; despúes de todo ella era la primera niña que él conocía, y debía admitir que era muy bella.
Al separarse se miraron y sonrieron.
— ¿Quieres jugar algo?— preguntó Margarita.
— por supuesto. ¿Qué te parece las atrapadas?— propuso.
— está bien, ¡Pero tú me atrapas!— exclamó Margarita antes de irse corriendo.
Ryota solo aceptó y fue tras ella.
Todos los que veían a los niños se enternecían por los cercanos que se habían convertido a pesar de las diferencias que existen entre ambas familias.
Y desde una distancia prudente, el rubio veía a su hijo jugar animadamente con la niña. Siempre se sentiría orgulloso de él por sus buenas acciones.
Volvió a la taberna, donde la castaña lo recibió preocupada.
— está bien, llegó a salvó— le informó.
Ella suspiró aliviada. Estaba a punto de volver al interior del local, pero la mano del rubio la detuvo.
— dijiste que me dirías algo en privado, y bueno, estamos solos, así que...— hizo un ademán para que ella empezara a hablar.
— ah... Si— murmuró nerviosa—. Meliodas... Estoy...-
— a punto de venir conmigo— dijo una voz femenina que ambos reconocieron.
Miraron con el ceño fruncido a la morena frente a ellos, por instinto Meliodas puso su brazo delante de su mujer.
— ¡Hola prima!— saludó animada Cornelia.
— ¿Qué quieres?— preguntó frío el rubio.
— ¿No es obvio? A mi dulce prima...— dijo inocente. Le dedicó una mirada morbosa a la castaña y se relamió los labios.
— en tus sueños estúpida— dijo la castaña fría.
— no quería tener que enfrentarme al rey demonio, pero no me dejan opción— dijo la morena.
Con su mazo empuñado y fuego oscuro cubriéndolo se lanzó hacia ambos impactando su arma y creando una onda. Meliodas apareció tras ella y le dió una fuerte patada, Cornelia escupió sangre por el impacto.
— ¡Cadenas de retención! — exclamó la morena.
Cadenas oscuras cubiertas de fuego fueron hacia la castaña, pero ésta las esquivó; sin embargo las cadenas comenzaron a perseguirla, la castaña las fue esquivando hasta que una estaba a punto de atraparla, pero el rubio apareció en su camino para evitarlo. Una de las cadenas azotó en su espalda haciendo que aquella herida que había nacido en su piel picara.
Él no mostró queja alguna, mandó fuego oscuro hacia la morena. Impactó en ella, pero no le hizo daño.
— tonto rey demonio. Serás el demonio más poderoso y temido en el mundo, pero tu fuego no es tan ardiente como el de nuestra familia— dijo fría la morena—, es más, esas llamas baratas son un insulto para nuestro linaje.
Columnas de fuego aparecieron alrededor de ellos, se mantuvieron juntos para evitar contacto.
— Meliodas, si ella es realmente mi familia sus llamas no deberían hacerme daño— le susurró atenta a cualquier movimiento de parte de su enemiga.
Ambos se miraron.
— está bien, confío en ti— le susurró él.
"Sólo miembros de nuestra familia pueden soportar nuestro poder, también pueden anularlo, pero esto sólo depende si tu nivel de poder es superior".
Recordó las palabras de su padre cuando él la ayudaba a despertar su poder mágico. Tomó la mano del rubio y miró a su enemiga determinada.
— barrera de fuego, protegenos— musitó ella. Un aura violeta los rodeo, y juntos salieron de aquella prisión de fuego.
— ¡¿Cómo?!— exclamó incrédula la morena.
— no deberías tener tiempo para sorprenderte— susurró el rubio tras ella. Le dió una fuerte patada que la hizo rodar por los suelos hacia los pies de la castaña.
Ella la recibió con una patada justo en el vientre, haciendo que la enemiga soltara un grito de dolor.
— todo esto es por lastimar a mi bebé— murmuró fría la castaña.
La morena cayó de rodillas ante ella, miró a la mujer indignada y muy molesta.
Meliodas sostuvo el mazo que la morena traía, lo observó con detenimiento, pero después lo dejó caer sobre la morena con indiferencia.
— eso te enseñará a no meterte con mi hijo y mi mujer, aunque esta lección no te servirá de nada cuando estés muerta— dijo frío el rubio.
El rubio miró a su mujer, ella le asintió para darle permiso de dar el golpe de gracia.
Él estaba a punto de estampar su puño en el pecho de la morena, pero un rayo violeta lo hizo retroceder, no lo había evitado a tiempo.
Sintió su cuerpo inmóvil, miró a su mujer preocupado y ésta estaba igual de inmovilizada.
Una mujer de cabello negro y ojos oscuros descendió frente a ellos.
— ya suponíamos que ibas a fracasar, por eso Alexander me envió para enmendar tu error— dijo fría la pelinegra. Tomó a la morena por los pies, dejándola colgando.
— ¡Maldita Lauren!— exclamó molesta Cornelia.
— ¡¿Quién mierda eres tú?!— exclamó una voz masculina proveniente de la taberna.
— yo soy quien se llevará a esa mujer— dijo apuntando a la castaña.
— ¡Ni lo sueñes!— exclamó Ban molesto.
— parecen inmovilizados, los ayudaré— dijo Gowther. Apuntó sus flechas hacia sus amigos, pero un cubo apareció frente a ellos—. ¿El cubo perfecto?
— nadie te ayudará ahora— dijo fría la llamada Lauren. Se acercó a la castaña y la puso en su hombro.
— ¡DETENTE!— ordenó el rubio molesto, trató de moverse, pero nada funcionó.
— su majestad, a pesar del nivel en que está el hechizo que les lancé solo se desactivará cuando esté un kilómetro lejos de usted o yo misma lo deshabilite. Hasta entonces se quedará asi— explicó indiferente la pelinegra.
— ¡Meliodas, ayúdanos!— gritó preocupada por su vientre. Lo peor que podría pasarle era perder a su hijo.
— despídete, tal vez sea la última vez que lo veas— dijo Lauren jocosa.
Escuchaban como golpeaban el cubo perfecto desde fuera, como gritaban el nombre de ambos desesperados.
— ¡Sólo vámonos!— gritó molesta Cornelia por la humillación.
El cubo perfecto se deshizo e inmediatamente desaparecieron.
Meliodas al fin pudo moverse, cayó de rodillas, miró el suelo conmocionado por lo sucedido; luego miró al cielo frustrado y un grito desgarrador salió de lo más profundo de su interior.
Un aura maligna comenzó a desprender de su cuerpo, su marca demoníaca apareció cubriendo la mayor parte de su frente.
Lo único que pudo hacer antes de que ella desapareciera fue mirar sus ojos.
Miedo, preocupación, esos sentimientos fueron transmitidos por sus ojos.
También lo desconcertó cuando ella dijo "ayúdanos".
Impotente, así se sentía, quería explotar en ese momento.
Ban y Diana se acercaron a su capitán y lo ayudaron a levantarse, haciendo presencia. Meliodas no había dejado de gritar el nombre de su mujer, intentando así que ella volviera a su lado.
Con ayuda de Gowther Meliodas quedó inconsciente sobre Chastiefol.
Su rostro se veía apacible, todo lo contrario a la tormenta que estaba enfrentando en su interior.
— King, lleva al capitán a la habitación, mantenganse con el para evitar cualquier locura si se despierta; Gowther, trae a Ryota, no podemos dejarlo solo después de esto— ordenó Ban bastante serio.
Los aludidos aceptaron y acataron la orden.
— ¿Qué vamos a hacer?— preguntó preocupada Diana.
Elaine observó a Ban preocupada, lo abrazó en forma de apoyo tanto para él como para sí misma.
— todo estará bien Ban, la ayudaremos a ella y a su bebé— dijo la rubia.
— si papá, salvaremos a la tía _________________ y a su bebé— apoyó Lancelot—. Esto no se quedará impune.
Diana los miró sorprendida, pero se quedaría con esa duda hasta el momento en que pudiera preguntar o cuando el tema surja por si solo.
— solo espero que ella logré soportar— suplicó Ban mirando con el ceño fruncido el cielo—. Por ahora solo hay que encontrar la forma de decirle a Ryota.
[...]
— aquí está Alexander— Lauren hizo acto de presencia al dejar en el suelo a una _________________ inconsciente.
— sabía que no me fallarías— dijo complacido el susodicho. Se acercó a la mujer inconsciente, se arrodilló frente al cuerpo inerte y le acarició la mejilla.
— Cornelia fue un fracaso— informó Lauren neutra.
— me lo esperaba— susurró—. Hola hermanita, ahora te quedarás con nosotros y no volverás a necesitar al rey demonio...— murmuró con una sonrisa torcida—. Llévatela a mi habitación, ya sabes que tienes que hacer.
— entendido— tomó a la mujer y se la llevó a dicho lugar.
— pronto será la reunión familiar— dijo Alexander complacido.
[...]
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