CAPITULO IV
LEON
LUCERO
Seguía resonando la punta de la pluma una y otra vez contra el documento que tenía frente a ella mientras lo miraba fijamente con indiferencia, tal parece que quería abrir un agujero en el, pero lo único que estaba consiguiendo era una gran mancha de tinta y ponerme los nervios de punta. Aquel sonido en el silencio de la sala era desesperante, sentía que en cualquier momento iba atacarme.
-¿No estas durmiendo bien?
-Si lo hago. -Me tense sobre la silla al escuchar su voz rompiendo la tensión.
-Entonces tu dama.
-Eva no tiene la culpa. -Levante la cabeza rápidamente para mirarla a los ojos. Ella detubo finalmente la pluma y la dejo caer sobre el papel, se inclinó hacia delante y apoyo los codos en el escritorio dándome una vista más clara de su rostro. Madre era una mujer hermosa, la más bella que yo jamás había visto, ojos verdes esmeralda afilados, cabello negro brillante que ondeaba a su alrededor, piel blanca que contrastaba perfectamente con sus carnosos labios rojos, alta, de pechos grandes, y cintura de reloj de arena, la joya más perfecta del reino. Muchos morían con solo escucharla respirar delante de ellos, yo también lo hacía, pero de miedo.
-Eva no tiene la culpa. -Repetí en un tono más bajo y tembloroso al darme cuenta de lo abiertos que habían quedado sus ojos ante mi interrupción, y apreté con fuerza la tela del vestido sobre mis piernas. -Anoche me quede despierta hasta tarde leyendo un libro de historia.
No respondió, sus ojos me amenazaban con cortar mi garganta mientras frotaba sus dedos analizando mi comportamiento. Se levantó de su asiento y con pasos lentos comenzó a rodearlo mientras su mano se deslizaba por la madera del escritorio.
-Supongo que no te basta con los libros que lees en tus horas de estudio. -Se colocó a mi espalda y yo no podía ni respirar, mis hombros se tensaron cuando sintieron sus fríos dedos apartando el cabello de mi espalda dejando mi nuca descubierta.
-¿Debería de alargar tus lecciones para que puedas disfrutarlas más?
-No. -Conteste sofocada.
-Mi pequeña leon. -Lo odio. -Tu madre no puede dejar pasar por alto esta falta. ¿Lo entiendes? -Sentía su respiración en mi nuca. -Sabes que esto me duele más a mí que a ti. -No dijo más, sentí sus garras arañándome el cráneo, cerrando su puño en mi cabello y tirando de mi cabeza hacia atrás para que pudiera mirar esos ojos mortales que estaban sobre mi cara, no podía protestar, no podía ni si quiera dejar de temblar.
-No puedes hacer lo que te plazca lo entiendes. -Trate de asentir puesto que no podía ni hablar, pero su agarre era tan fuerte que apenas podía gesticular, y siguió llevando mi cabeza hacia detrás, casi como si quisiera partirme en dos, mientras mis manos se aferraron a los bordes de la silla con fuerza.
-Madre, por favor. -Logre pronunciar letras entre lágrimas y temblores de mis labios. -No. -Respira. -No lo volveré hacer.
Con un fuerte empujón que me proyecto hacia el escritorio libero mi pelo, de no poner las manos delante me estampaba contra la madera, mi cabello desordenado callo hacia delante, había destrozado prácticamente la trenza que Eva me había hecho. Una breve ojeada hacia su mano me hizo ver como colgaban hebras de sus uñas.
-Ya sé que no lo volverás hacer, esta vez solo te daré una advertencia mi tesoro. -Volvió acercarse tomando mis hombros y enderezándome delicadamente sobre la silla. Intente frenar las estúpidas lágrimas y calmar mi respiración. Ella comenzó arreglar los mechones de mi cabello zafados, tejiendo nuevamente la trenza.
-Deja de llorar, mama arreglara este desastre. -Como si esas palabras sirvieran de ayuda.
-La próxima vez que reciba malas noticias de mi pequeño león mama estaría muy decepcionada, sería capaz de mostrarle a su Tesoro como tratamos a los criminales en el palacio.
Las mazmorras, no. Pensé.
Hablaba con tanta suavidad, con tanta calma, que parecía mentira que de su boca solo salieran espinas que se clavaban en mi espalda. Mama era como las rosas del jardín que tanto amaba.
-Puedes irte. -Se despegó de mí y regreso a su escritorio cuando termino de arreglar mi peinado, ella siempre limpiaba las huellas que dejaba en mi para que nadie más supiera de nuestros encuentros, y casi como si no hubiera pasado nada debía levantarme y caminar derecha a la puerta.
-No habrá visitas al jardín mientras te encuentres bajo el castigo de Amelia. -Ese nombre me da nauseas.
-Entiendo. -Le hice una pequeña reverencia cuando me levanté antes de caminar a la puerta.
-Espera. -Nuevamente se me detuvo el corazón. ¿Ya no había terminado? ¿Había más? Yo solo quería salir de ahí, a mis nervios les quedaba poco aguante y solo quería encerrarme en mi habitación por el resto del día.
Pero a mis espaldas la sentí acercándose nuevamente, como una sombra creciente detrás de mí que me tragaba.
-Es eso. -Hizo una pausa mientras sentí como levanto la parte de atrás de mi vestido azul. -¿Pelo de animal?
Su pregunta hizo que me viniera abajo, amaba a los animales, pero no tenía permitido interactuar con ellos, para madre eran seres inferiores empleados como herramientas o alimento y cualquier vínculo afectivo era totalmente innecesario. Yo había aprendido esa lección de mala manera hace unos años atrás cuando aún era recién llegada a palacio. Lucero, me duele el corazón.
Lucero era un cachorro de Centinela, la manada de lobos que cría la Reina para descuartizar a los intrusos. Había una nueva camada y me emocionaba ver a la madre con los pequeños, así que le pedía al pastor que me dejara ir a visitarlos. Pero uno de ellos nació de ultimo y casi ni se movía, ni tenia fuerzas para alimentarse, el pastor lo termino desechando, pero mi corazón no pudo aceptar eso, así que lo lleve conmigo y después de un tiempo el pequeño se hizo fuerte. No se despegaba de mí, pensaba que era su mama y me seguía incluso a las lecciones, Amelia termino diciéndole a mi madre sobre esto y yo que no sabía que ella no me permitiría tenerlo, ingenua la seguí cuando apareció para darnos un supuesto paseo a mí y al cachorro hasta los centinelas ese día.
Mama hecho a Lucero dentro de la jaula y la jauría despedazo al cachorro como si de un trozo de carne se tratara. Horrorizada no podía hacer más que vomitar y llorar, cada musculo y nervio de mi cuerpo se quedó petrificado, no pude ni apartar la vista, porque ella no me lo permitió agarraba mi cara con fuerza para que grabara cada pequeño detalle. Desde ese día jure no tener más animales, corrían peligro estando en mis manos. Sin embargo, no pode dejar a Bonny desangrándose después de ser atacado así y ahora cada centímetro de mi cuerpo repasaba la escena de Lucero pensando en que algo parecido le pudiera suceder a la liebre.
-No. -Deje salir casi en un suspiro ahogado. -Pelo de centinela, esta mañana estuve en el jardín y puedo haberse pegado. -Dije nerviosa mientras me giraba a ella, pero sin mucho tiempo su mano impacto contra mi cara haciéndola girar al suelo.
-¿Blanco? No me mientas León. -Se rompió el teatro, madre salió a pasos apurados del despacho llevándose a los dos guardias que estaban fuera con ella.
Salí desesperada con la mano todavía en mi cara por el dolor y con las lágrimas empapando todo mi rostro, Eva que me esperaba fuera se levantó de un salto y corrió hacia mí.
-¿León que paso? -Dijo preocupada.
-¡Bonny! -Fue lo único que pude pronunciar cuando salí disparada a mi habitación tras mi madre que ya me llevaba ventaja. La pobre Eva nerviosa tras de mi debía llevar el corazón en los labios porque nunca la vi tan pálida como en ese momento.
Pero ya lo había decidido, no podía ser una cobarde nuevamente, no había salvado a Bonny para que terminara justo como Lucero, aunque me costara el peor castigo de mi vida, iba a enfrentarla.
Mis pasos se apretaron y podía ver las caras de asombro de la servidumbre al pasar a sus lados, correr por los pasillos era otro delito, pero no importa, si ya iba a salvar a mi liebre enfrentando a mi madre no creo que deba preocuparme por correr frente a todos ahora.
Ahí estaba, la curva que llevaba al pasillo de mi habitación, el corazón se me aceleraba, estaba a punto de cometer una locura. -Santo Dios ayúdala- Doble la esquina decidida, apenas podía escuchar nada debido al ruido de mi taquicardia en los oídos, pero.
Mi madre ya estaba en la habitación, con la puerta abierta y los guardias en la entrada, se giró hacia mi quien llegue al marco sofocada, apenas me entraba el aire por la nariz.
No había nada.
¡No había nada!
Un zumbido se apodero de mis oídos y vi a madre dar media vuelta para salir con la cabeza en alto, al pasar por mi lado se detuvo, sin girarse me apunto con su pupila desde arriba dejando escapar las palabras casi entre dientes.
-Si lo encuentro lo mato. -Siguió su camino apuntando a los guardias.
-Enciérrenla. Hay una rata suelta y hasta que no aparezca no saldrá. -El guardia asintió con una reverencia.
-No.
Apenas pude terminar de hablar cuando el guardia ya me estaba empujando dentro del cuarto y cerrando la puerta en mi cara.
-No. -Arañe la madera, ya no sabía que sentía, miedo, rabia, impotencia. -No. -Me deje resbalar por la puerta hasta el suelo mientras dejaba salir todas aquellas emociones en forma de lágrimas hasta el punto de ahogarme.
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