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CAPITULO I

LEON
EL PELIGRO PUEDE ESTAR EN TODAS PARTES

Mis queridos lectores esto es un borrador. Disculpen si encuentran algún error durante la lectura. Agradecería que me dejarán sus comentarios para seguir trabajando en complacerlos (⁠ʃ⁠ƪ⁠^⁠3⁠^⁠). Me siento muy agradecida con ustedes de que vengan a disfrutar de mi historia

Todas las mañanas el camino al templo para mis lesiones matutinas me parecía infinito, pero especialmente hoy, siento que no llegare.

La sacerdotisa debía estarme esperando en la entrada, ya me la imagino resonando la punta de su zapato contra el suelo generando ese ruidito agudo y continuo capaz de desesperar incluso al más entrenado de los caballeros, solo de pensarlo se me erizan los pelos. Era tarde —extremadamente tarde— por eso a de estar más enojada que de costumbre, sospecho que las clases de hoy serán bastante duras para mí.

La noche anterior me quede despierta hasta tarde por culpa de Bonny, una liebre herida que había encontrado en la tarde entre los arbustos en mi paseo diario por los jardines de Palacio. Al parecer fue mordida por alguno de los perros guardianes de mi madre. Y tras varias miradas de súplica a Eva. —Y engancharte de su pie como una niña pequeña.— Shh eso no era para nada propio de una dama, pero pude convencerla de llevarla a mi habitación y curar sus heridas.

Tuvo demasiada suerte en poder escapar, una vez que Los Centinelas agarran algo entre sus dientes es casi imposible que lo liberen. Por eso mi madre los dejaba solo a ellos suelos en los jardines durante las noches, sin embargo, Bonny fue astuto y logro sobrevivir, aunque ahora mismo se encontraba muy mal. Vendé su herida, pero no dejo de hacer fiebre toda la noche, lo que me mantuvo sin pegar ojo, y al alba me despertaron los fuertes goles de mi dama en la puerta que advertían mi retraso.

—Santo cielos. —Agarraba la parte de adelante de mi vestido para no enredarme con ella mientras procuraba volar sobre mis pies por el pasillo. En mi cabeza quería que el reloj se detuviera para poder llegar a tiempo a mi lección, pero ese era un asunto claramente imposible. La sacerdotisa era estricta y más cuando de puntualidad hablábamos, llegadas tardes eran igual a imperfección y una princesa no era imperfecta.

—Llegas extremadamente tarde señorita leon. — Ahí estaba exactamente como la había imaginado, con el rostro tan inexpresivo que en ocasiones me resultaba difícil diferenciarla de las estatuas del templo. Su velo ajustado a la frente ocultaba todo su cabello y su vestido que caía en rectángulo por todo su cuerpo sin mostrar ninguna de sus curvas. ¿Las tendría? Ya imaginaba yo que no.

—De verdad lo siento, esta vez, puedo explicar lo que paso. —mi voz salia entrecortada, todavía tratando de recuperar el aire que me había quitado la pequeña carrera matutina, pero me incline para mostrar una ligera reverencia en saludo a mi verdugo.

—¿Corrías?

—No, yo

—Escusas. —Me tense. — Un reino no se maneja con ellas. —continuo mientras ignoraba mi reverencia, dando la vuela para acceder a la sala de estudio. Su tono lo decía todo.

Hoy te va a tocar leer de rodillas león.

Se colocó detrás del escritorio y del cajón saco un libro grueso, aprobeche para tragar saliva mientras mis manos se apretaban una con la otra, nunca vi uno así.

—Tienes cuatro días para transcribirlo.

—¿Que?! —Su ceja se arqueo de mala gana.

—Tres días, señorita León, tienes tres días para transcribir el contenido del libro, así emplearas su tiempo en algo verdaderamente productivo. —Resonó el libro contra la mesa.

Mis puños se cerraron en silencio, la sacerdotisa nunca escatimaba con sus castigos y sentía que si volvía a expresar mi incomodidad sobre el tema esta vez seria obligada incluso a entregar un reporte aparte.

Ella estaba clara sobre el hecho de que era una misión imposible la que me estaba dando, aún así sus ojos fríos al mirarme no mostraban emociones de compasión y cuando finalizará la semana estoy segura que con gusto me dará otro castigo al no poder terminar la tarea que me deja. Pero era algo que ella sabía, y era su plan disfrutarlo.

—Entiendo. —Baje mi cabeza resignada, llevando el libro a mi pecho, apretándolo con mis brazos entrelazados en él.

—Puedes retirarte señorita, la lección de hoy queda suspendida, aproveche su valioso tiempo en descansar. —Creí ver la comisura de su labio levantarse arriba mientras salía de la habitación.

—Maldita vieja zorra. —Patee una piedra en el jardín.

—Aprovecha tu tiempo para descansar. —Balbuceo en tono de burla, liberando la ira que corría más rápido que mi sangre en ese momento. Como se atreve a ser tan sarcástica conmigo, a burlarse de mí en mi propia cara.

Levante el libro enojada con toda la intención de hacerlo pedazos contra el piso si era posible, pero... me detuve, usé un suspiro profundo para llevar la rabia fuera de mi cuerpo y me termine tirando sobre uno de los bancos del jardín apoyando el libro a mi lado. Que diría mi madre si me viera actuando de esta manera, posiblemente seria encerrada en la torre del ala oeste por una semana para calmar el demonio que ella alegaba que llevaba por dentro.

Porque claro una verdadera princesa no perdía el control de esta forma. Una verdadera princesa era delicada, capaz, eficiente y siempre obedecía. Todo lo contrario a mí que tenía este sentimiento de no querer seguir reglas. De pequeña soñaba con esto, el reino y vivir con mis hermanos, aprender de mi madre y ser útil para mi pueblo. ¿Había cambiado? Algo en mi interior solo grita corre en algunos momentos.
Tal vez la presión me sobrepasaba y como me había recalcado la vieja bruja yo no era apta para esto.

—En ocasiones me gustaría ser una rosa, solo deben preocuparse de desplegar su encanto. —Dibujo con la punta de mi dedo el borde de la rosa blanca delante de mi dejando escapar un suspiro. —Y valla encanto.

Mientras seguía buscando las fuerzas para levantarme y comenzar con mi castigo sentí el sonido inconfundible de las armaduras al correr y el bullicio de sus portadores. Me volteo asomando mi curiosa cabeza por encima del arbusto de rosal para tener la vista del pasillo que rodeaba el jardín y que conducía de un lado del palacio al otro.

¿Qué estaba pasando? ¿Acaso había algún intruso? Los soldados se movilizaban como locos con destino al despacho de mi madre.

Mi curiosidad hizo que los siguiera, pero manteniendo la distancia. Normalmente no debería merodear sola por el lugar, pero Eva  aun imaginaba que me encontraba en mis lecciones. Me coloqué detrás de una columna y vi como los soldados entraban apilados al vestíbulo. Mi visibilidad era mala, maldición, pero mis ojos no pudieron evitar concentrarse en los dos soldados que encabezaban el grupo, entre ellos había en chico al cual llevaban prácticamente arrastrado. Tantos soldados reunidos juntos, debe ser algo muy peligroso.

Mis manos se despegan suavemente de la columna dando unos pequeños pasos por el pasillo levantando mi cabeza impulsada de puntitas, intentando ver por encima de los soldados que se apilonaban en la entrada, todos estaban concentrados en lo que dentro del salón ocurría así que imagino que no noten mi presencia en sus espaldas.

¿Cabello dorado? Ese color tan impresionante era casi imposible de encontrar en alguien común además es un rasgo no propio en los nitherianos que por lo general eran de cabello marron u oscuro  ojos café o negros.

Esta de espaldas, hincado por la presión que ejercen los guardias a su lado, frente a la silueta de mi madre, la cual esta inmóvil en la cima de las escaleras que culminan en las rodillas del chico, con una mirada victoriosa, como si acabara de ganarse un trofeo. ¿Está feliz? Poco común ver que sus labios se curven hacia arriba, ella siempre mantiene sus gestos faciales limitados, —justo como alguien que conocemos— aunque mi madre es muy hermosa a pesar de su apático rostro como para compararla con una de las estatuas del templo que solo transmiten horror en sus tallados rostros.

¿Quién es él? Doy pequeños brinquitos para que mi vista alcance más allá de las espaldas y las cabezas de los soldados. Acaso...

Un fuerte dolor de cabeza interrumpe mi pensamiento, con mi mano agarro mi frente estrujando el puente de mi nariz. ¿Qué está pasando de pronto, quizás me esforcé mucho al brincar? mi vista también se nubla, y un sutil tambaleó hacia detrás se hace notar.

Espera.

Solo experimentaba estos dolores de cabeza en dos ocasiones, la primera era con las intensas lecciones de la sacerdotisa. Después de leer libros de historia quien no sufriría una jaqueca.
La segunda cuando usaba mi poder, eran escasas las ocasiones, pero ciertamente reconocía el malestar que quedaba en mi cuerpo después de experimentarlo.

—Princesa.

Al parecer las emociones hoy no se van a detener. ¿Así es como se siente un infarto?

Todo mi cuerpo se tensó al escuchar la voz gruesa que rompía delicadamente a mis espaldas, sacándome del momento que estaba, aunque el corazón se me acelera de tal manera como si me hubieran agarrado cometiendo un crimen.

Me cuesta girarme, se quien está detras, y sé que me espera otro regaño después que vea su rostro, así que sin voltearme intento caminar hacia el lado contrario de la multitud, casi como si intentará escabullirme haciendo entender que no había escuchado esa voz.

Pero el tacto de las cálidas manos que sostienen mi antebrazo, tan fuertes como para no dejar que siga mi plan de fuga, pero a la vez tan delicadas como para no causarme algún daño.

—Acaso estas intentando escapar de mí. — Sugiere con un tono casi ofendido. —Me sentiría tan herido si ese fuera el caso.

—Sir Ian. —una sonrisa forzada aparece cuando volteo por encima de mi hombro finalmente, para encontrar esos ojos marrones que ciertamente están a punto de sortear un sermón.

—Estas tan sorprendida ¿Acaso viste un fantasma, pequeña?

—No es así. —Alejo mi mano de él, con cierto toque de nervios aliso la falda de mi vestido. Mi voz divaga un poco mientras busco una excusa que explique mi presencia en ese lugar. —Solo......venía a saludar a mi señora madre, pero ya veo que está ocupada así que me retiro......con permiso.

—Es peligroso que deambule sola princesa. —Arquea una de sus tupidas y perfectamente delineadas cejas sospechando de mi escusa, y comienza a caminar detrás de mí. —Acaso su dama no era consciente de que usted visitaría a su madre.

—Eva está ocupada, no quise molestarla, además, sigo estando dentro de los muros. ¿Acaso no es esa la regla?

—El peligro puede estar por todas partes mi dama. —Detiene su paso en el pasillo, y volteo para verlo, su tono había sonado más serio de lo normal, pero con un notable grado de preocupación. —Si llegara a pasarle algo a mi señora, nunca me lo perdonaría. —Arruga el espacio entre sus cejas y uno de sus risos oscuros perdidos cae sobre su frente. Ian era hermoso, uno de los caballeros más atractivos del reino, tenía a todas las damas babeando por él, pero a pesar de eso con cada una de ellas se mostraba indiferente, sabia de esto porque muchas veces lo observaba de lejos, sin embargo, cada vez que me hablaba su rostro se descomponía, para bien o para mal.

No seas tonta, eres su amiga de la infancia, y la princesa que debe proteger.

Sin embargo, ahí vamos de nuevo, otra vez siento que las palpitaciones de mi corazón son tan altas que él podría escucharlas, cuando está ahí, frente a mí, iluminado por los rallos que bañan el pasillo junto al jardín, con esa armadura plateada brillante y esos ojos marrones intensos no puedo evitar que mi pecho se oprima y mi corazón se caiga directo al estomago.

No puedo llegar a explicar el sentimiento, él ha sido el único que desde que lo conozco se preocupa tan seriamente por mí. Es cierto que madre y mis hermanos siempre están al tanto de mi seguridad, quizás hasta el punto de ser excesivos, pero, nunca los vi poner una cara tan angustiada hacia mí, ni siquiera en ese momento.

Agarré mi antebrazo izquierdo y lo apreté por encima de la manga de mi vestido ligeramente. Vi al Capitán acercarse lentamente, con la mirada fija en donde está mi mano descansa, deteniéndose justo delante.

—No deseo que algo tan terrible vuelva a ocurrir.

Él sabía.

De mi antebrazo a su pecho viajo mi mano, aquella armadura era tan fría y dura que no dejaba sentir ni siquiera los latidos de su corazón, mis ojos se alzaron para quedar alineados con los suyos y una sonrisa se dibujó ligeramente en mis labios.

—Sé que jamás dejarías que se repita.

El, sabia sobre aquel incidente, aunque no era algo que hubiera vivido, puesto que fue hace muchos años, incluso antes de que diera sus votos de lealtad como el Capitán de la Guarda de mi madre. Por supuesto, no lo contaba libremente a las personas, por eso siempre llevaba vestidos con manga. Pero tampoco pude evitar lo que paso esa noche en el estanque.

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