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Epílogo

Araneda miró con tristeza al abatido Ramiro, que no dejaba de sollozar con la cabeza gacha y las manos entrelazadas sobre sus piernas inmóviles.

—¡No me entra en la cabeza! —se quejó.

—Y no... Es muy... difícil. —Santiago no tenía palabras para consolarlo. Homero descansaba en el balcón terraza.

En otra de las sillas, Iván Carreras, que ya no llevaba gafas, abrió un paquete de sándwiches, quitó el papel y centró en la mesa la bandeja. Indiana se acercó con bebidas frescas y vasos, se ubicó junto al Inspector y comenzó a servir.

Habían pasado veinticuatro horas desde las detenciones y el allanamiento en La Colmena.

—Al menos pudimos atrapar a Trelles —susurró desde la silla de ruedas.

—Así es —aseguró Santiago, palmeando su brazo—, y creo que con lo que tenemos, no sale más. Se está trabajando en las causas contra los jueces, los policías, y todos los que usaban los servicios de ese espantoso lugar de abusos.

—¿Y los chicos? ¿Los que trabajan ahí?

—No te preocupes —acotó Indiana—, de ellos me estoy encargando yo. Cada uno tiene el tratamiento que necesita, médico, desintoxicación, terapia, los vamos a ayudar. Están en un lugar seguro y cómodo.

—¿Y Johny? ¿Domingo?

—Eugenio Ramos. Ese es el nombre del papá de Portillo. Está preso.

—Pero, ¿no le habías prometido a Johny...?

—No. Yo no le prometí nada. Le dije que los iba a sacar de ahí y los saqué. Eugenio Ramos ayudó a su hijo a ocultar el lugar y a someter a esos chicos. Yo lo lamento por la peliculita rosa que se hizo Johny con el supuesto «amor» de Mateo hacia él, pero la realidad es que lo tenía prostituyéndose como a todo el resto.

—Johny sostiene que ellos tenían libertad para irse cuando quisieran —acotó Indiana.

—¿Y adónde iban a ir? Cuando el dealer anterior se quiso ir, se fue. ¡Y al día siguiente desapareció de la faz de la tierra! A la mayoría los tenían drogados hasta las cejas... —protestó Santiago.

—¿Por qué Portillo le pidió que te buscaran en caso de se vieran en peligro? —cuestionó Iván.

—No lo sé... Seguramente supo que estaba a cargo de la investigación del homicidio de Carolina y entonces me investigó... Y pensó que podía ayudar... Tal vez pensó que, si lo mataban, Trelles sería el autor y temió por el futuro de su padre y de Johny. No sé.

—¿Y dónde está Johny? —volvió a preguntar Iván.

—En mi casa. —Santiago sonrió—. Con Elvira presa tuve que improvisar un nuevo niñero para Homero. Me voy a encargar de que haga su tratamiento como corresponde, es un buen chico. Ha sufrido mucho.

—No se si es justo que Elvira esté presa —pensó en voz alta la única mujer del grupo.

—Colaboró con una asesina —comentó Santiago con suavidad, meneando la cabeza—, a sabiendas de ello. Y también el chico, Adrián, Román, o como más te guste. De todos modos tienen varios atenuantes y están colaborando, eso le va a servir al juez.

Aruzzi tenía la mirada perdida y las lágrimas rodaban sin piedad de sus ojos. Santiago miró a Iván.

—¿Vas a poder con él? —le preguntó en voz baja.

—Sí, tranquilos —respondió él—. Me dieron dos meses de descanso, así que me voy a instalar acá. Un psicólogo amigo mío va a venir a verlo en unos días y va a volver a estar bien.

Terminaron de comer hablando de trivialidades. Luego, Santiago e Indiana se despidieron. La noche estaba preciosa.



—Te invito a tomar un helado. O una cerveza. Lo que vos quieras —dijo él. Ella sonrió.

—Me encanta el helado, pero hoy me quedo con la cerveza, para no perder la costumbre.

Caminaron hasta la esquina, donde una luminosa confitería parecía haber reservado una mesa en la vereda para ellos.

—¡Pobre Ramiro! —se lamentó Indiana ni bien se ubicaron, uno frente al otro—. No sólo estuvo ayudando al asesino sin saberlo, sino que además...

—Era su propia madre... —completó Araneda— ¡Qué astuta fue! Lo convenció para que la dejara regresar a Buenos Aires diciéndole que se iba a mantener oculta con un nombre falso. Y no quiso vivir con él «para no molestarlo».

—¿Cómo contactó a Lorena Martínez?

—Tenía libre acceso a la casa de su hijo, todos sus archivos, sus papeles. Y tenía una aliada, contacto en la policía activa: su ex nuera: Sara Morales —Indiana abrió la boca, pero no dijo nada—. Su única meta era destruir a Trelles. Quería que sufra como sufría ella cada día al ver a su hijo postrado en una silla de ruedas. De los archivos de Ramiro sacó el lugar dónde estaba internada Lorena y fue a verla. Después conoció a Adrián y urdieron todo. La sacaron de allí y la suplantaron por una indigente que rescataron de la calle. Hicieron un trabajo finísimo.

—¿Y cómo no se dieron cuenta en el psiquiátrico que no era la misma paciente?

—Porque el lugar, que dirigía Gervassi, era solventado por Trelles. Dominan a sus pacientes a base de psicofármacos y drogas. Encontramos unos cuantos «desaparecidos» allí. Para ingresarlos no se les toman las huellas digitales. Basta con que Trelles dé la orden. Seguramente Ramiro había averiguado su paradero.

—Y siendo así, supongo que sería común que cambiaran un paciente por otro.

—Supongo.

—¿Y Gervassi?

—Lo están buscando, vaya a saber si lo encontramos... —chasqueó la lengua—. En esa misma clínica, hay un crematorio. Seguramente allí fue a parar el cuerpo de Portillo, y tal vez Gervassi.

—Entonces, a ver si entiendo: Rosa, la mamá de Ramiro ¿fue quien mató a Carolina y a Georgina?

—Claro, confesó todo. Averiguó la dirección de Carolina y una tarde le tocó el timbre fingiendo ser de un vivero que estaba regalando plantas. Ella abrió y la mató. No le importaba a quién asesinaba, el tema era que Armando sufriera, por eso, después de que Julián llenaba las jarras con agua, ella le echaba un soporífero que lo hacía alucinar. En realidad lo estaba envenenando de a poco con la plantita esa que trajo de no sé dónde.

—«La sangre ajena», la que creó ella. 

—Esa. No la creó ella ni se llama así, la nombró así en una especie de alegoría por la forma en que el tipo hizo su fortuna: con la sangre de otros. A la planta la trajo el mismo Trelles de Sudáfrica, India, Japón, no sé. Sólo que ahora había florecido y, justamente, la flor es la parte venenosa. Sin llegar a matarlo, quería que pensara que se estaba volviendo loco, o que estaba enfermo.

—¿Y a Portillo, quién lo mató?

—Marito, otro fugado. Lo busca la policía también, si es que no está muerto. Y a éste lo contrató Rosa para hacerle daño a Armando como pudiera. Sabía que le complicaba la existencia con la muerte de Portillo, pero también pensó que los clientes de La Colmena se asustarían, lo cual no sucedió porque lo ocultaron. Seguía Delfina en la lista, aunque no fuese su hija biológica. A ella le daba igual.

—¡Qué increíble! Arriesgarse así. Sobre todo con Georgina, porque en lo de Trelles vive bastante gente. ¡La podrían haber visto!

—Sí, pero conocía bien los horarios. Y tuvo la precaución de apagar las cámaras de seguridad. Ella convenció a su hijo para que, a su vez, convenciera a Juárez de infiltrar a alguien en casa de Trelles, para averiguar todo lo que pudiese, así supo lo de las plantitas exóticas y se hizo amiga del jardinero, a quien también mató sin ningún miramiento. Se las ingenió para meter a Adrián a trabajar en La Colmena, todavía no sé cómo averiguó esa dirección... ¿Morales, tal vez? —Indiana levantó las cejas—. ¿Te das cuenta de que el pobre Ramiro estaba desesperado tratando de dar con el burdel de Trelles y su propia madre sabía dónde estaba?

—¿Y Barlutto?

—¡Unos matones que contrató para desviar nuestra atención! Según dijo, sólo les ordenó que le dieran un buen susto, no que le hicieran todo lo que le hicieron. Al no tener experiencia en esas cuestiones, necesitaba contratar matones y no se le ocurrió mejor idea que aceptar la propuesta de tres ex convictos pesados, con condenas largas... Imaginate. No lo mataron de casualidad. Ya los están buscando, los voy a ir a ver personalmente cuando los encuentren. 

Indiana entornó los ojos y le tomó la mano.

—¿Por qué a martillazos? —preguntó.

—Dijo que su idea inicial era darle un golpe a Carolina y dejar un anónimo o algo así, pero... se entusiasmó y le siguió pegando.

—¡Qué sádica! Los anónimos te los dejaba Elvira... Lorena.

—Sí. Se los daba esa enferma...

—¿Y lo de Blanquita? ¿Qué pasó al final con la chiquita? ¿Y con la periodista?

—A la periodista sí, la mandó a matar Trelles, porque estaba entrometiéndose mucho. Y Ramiro casi que corre la misma suerte cuando empezó a investigar lo de la nena... En cuanto a lo de Blanca, es un horror, lo que contó Adrián. Cuando la detuvieron, la llevaron al despacho de Marcucci donde él... bueno, te imaginás. De ahí la mandó a La Colmena, cuando Adrián intentó impedirlo, lo amenazó. Por eso mintió en un primer momento,  después se arrepintió y habló. Es cuando matan al padre, se lo llevan a él a La Colmena e internan a la madre. El pobre chico vio con sus propios ojos cómo el juez, no sólo volvía a violar a su hermana en el antro ese cuanto quisiese, sino que además, le metía tanta droga que la chica se desmayó una noche y el juez la terminó matando en un intento por revivirla... Adrián se escapó porque no sabía adónde ni a quién recurrir. La policía, el juez, todos corruptos. La madre encerrada, el padre muerto. Un horror. Por eso te digo que tiene atenuantes en su causa.

—¡Madre mía! ¡Pobre chico!

—¡Pobre familia! —se lamentó Santiago—. La chica se franelea con un chico en un parque y mirá como termina todo.

Quedaron en silencio, aturdidos aún con los morbosos vericuetos de lo que acababan de vivir. El camarero dejó una botella de cerveza y dos vasos sobre la mesa.

—¿Y si cambiamos de tema? —sugirió él, mientras servía.

—Sí, mejor.

—¿Querés ir conmigo, con Homero y con Johny, a navegar este fin de semana?

Indiana soltó una carcajada.

—¿Los cuatro?

—Y sí, imposible deshacerme de ellos por ahora.

—¡Sí, por supuesto! Espero que con tanto nombre cambiado, Johny no se llame realmente así.

—No, no. No se llama así. Pero le prometí que no le iba a contar a nadie su verdadero nombre.

La muchacha sonrió y con un gracioso mohín levantó su vaso. El inspector sonrió y brindó con ella. 


FIN

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