7. Vida nueva.
- Sería muy fácil volverte de nuevo una sirena y de volverte al mar, lo puedo hacer con tan solo un chasquido. – chasqueo los dedos mientras le dedicaba una sonrisa perversa -. Te quedaras en tierra, te quedaras con tus piernas. Pero, por tu insolencia, por el rechazo a mi gran oferta, tendrás que vivir sin tu familia. No podrás verlos, ni crecer, ni cambiar, nada. Estarás condenada a vivir sin ellos y en la soledad.
Al acabar esas palabras, aquel haz de luz verde desapareció. La oscuridad dio paso a una fuerte luz. Aparecieron en mitad del bosque, al lado de una casita abandonada. La recordaba bien, era la casita donde vivió los primeros días que estuvo en tierra, donde a algunos kilometro se encontraba el rio, donde ella la arruino la felicidad. Nuestra sirena empezó a caminar mirando todo, para ella una vez era precioso. La Diosa apareció de improviso delante de ella, asustándola.
- ¿Lo reconoces? Pues en este bosque, tan solo viven seres de tu especie. Seres mágicos, como los llamarían ellos - dijo con asco -. Este lugar, será tu hogar. No podrás salir del bosque, no podrás hablar con nadie. Así queda todo.
Y desapareció. La dejo sola. Tan solo estaba ella, la cabaña y la inmensidad del bosque. Estaba triste, pero al menos sabía que nadie de su familia sufriría. Lo único que pudo hacer fue ponerse manos a la obra. Se metió en la cabaña, era tan acogedora como la primera vez que la encontró. No sabía si lo que dijo la Diosa era cierto, ella no vio a ninguno de aquellos seres los primeros días que estuvo en este bosque.
Los días pasaron, las semanas, incluso los meses. A los dos primeros meses se enteró que estaba de nuevo en cinta, al ver su abultada barriga, y las náuseas y el malestar que a veces tenía muy seguidas. Ella intentaba hacer todo lo posible para poder hacer todo sola, algunos días no era capaz y, otros sí que podía hacerlo. Un día, no pudo más, su embarazo ya avanzado y las tareas ella sola. Desde la puerta apoyada, veía algo entre los árboles. No sabía, ni podía saber quién era o que era. Salió corriendo hacía el lugar. Al llegar no pudo encontrar nada, tan solo se desmayó.
Al despertarse en su cama se asustó, se levantó de un respingo. Lo primero que ve al levantarse tan bruscamente, es una figura esbelta femenina. Pudo ver una espalda con un hueco, parecido al hueco de un tronco podrido y de bajo una cola de zorro. El ser se entero de ya estaba despierta y se acerco a ella. Al verla por delante, era una mujer muy hermosa, esbelta, alta, con una sonrisa preciosa. Se acerco, al llegar le dio un cuenco de madera con una sopa, con un movimiento de brazo le dio a entender que se lo beba y con otro que era muy bueno para la barriga. Cuando paso unos días, el ser y ella se pusieron hablar. Así se entero que su cuidadora es una Huldra y, su nombre es Hedda. Desde aquel día, ya no estuvo sola, tanto Hedda como Marinha.
Cuando ya pasaron los nueve meses, los dolores del parte se hicieron notar en ella. Lo malo era que iba a parir sola, ya que Hedda no estaba cerca. Estaba a unos metros de la cabaña. Se tuvo que acostar, por los dolores no podía moverse y empezó a gritar. Sin ella poder advertirlos, desde los árboles, arbustos, hasta de las plantas miles de cabezas salieron. Ellos son las criaturas del bosque, desde aquel momento tan solo la observaban. Vieron que ya era la hora de hacer algo y con la ayuda de todos, su nueva hija, pudo nacer bien. Y durante las semanas venideras todos ayudaron, arreglando la cabaña o haciéndola más grande. Otros ayudaban con la niña, otros con la madre. Al final todo aquel lugar se convirtió en una comuna para poder estar todos juntos y unidos.
Ya pasaron algunos años, y en vez, de tan solo ver la cabaña, podías ver otras casas unidas a la ya existente. La pequeña Avellanea, así la llamaron, la puedes ver correr de un lado para otro. ¿Dónde quiere ir? En esos momentos no lo sabe ni ella. Una figura se puso delante de ella, haciendo que la pequeña parase rápidamente antes de darse contra la figura ahí plantada. La figura parada, era la de un pequeño elfo. Aquel elfo, no era muy grande, era de estatura común. Él era un elfo de la tierra, que, ¿qué significa? Que esos elfos trabajan y aman todo lo creado desde la tierra. Cuidan las plantas y los árboles y las ninfas son cuidadas por ellos, cuando pasa algo en el bosque son ellos los que lo arreglan.
- Ave, ¿Qué haces? – le pregunto -.
- Pues, solo corría.
- ¿Quieres jugar al escondite?
- ¡No!
La respuesta de la niña fue rápida y rotunda. La contestación fue de esa manera, porque los elfos de la tierra, su piel se asemeja a la de los alrededores, para cuando ellos quisieran, no poder ser vistos.
- ... Pero si quieres podemos jugar a algo más. – Dijo rápidamente -.
- Pues decide tú, que eres la cumpleañera.
- ¿Al, pilla, pilla?
los dos estuvieron de acuerdo. En tan solo unos segundos después estaban jugando. En uno de los momentos que Aros, el nombre del elfo, le tocaba pillarla, ella se metió dentro de la casa. Llego hasta una habitación, que estaba lleno de tartas pequeñas hechas de barro, y otras de madera. Cada una tenía unas cuantas velas. Las únicas que estaban encendidas eran las últimas, dos tartitas, decoradas preciosamente. De repente llego Aros, tocándola para pasarle el testigo. Y salió corriendo, pero en el último instante vio que ella no se movía. Se acerco a ella, y le puso la mano en el hombro. Ella se giró asustada, al verle se calmó, ya que pensaba que podía ser otra persona. Le hizo señas para que viera lo que ella estaba viendo. Algo que a él también le sorprendió.
Cuando ellos iban a salir, ya después de unos cuantos minutos que llevaban embobados. La puerta, la única de salida y entrada, se abrió y entrando vio a su madre, junto a otra mujer. Aun qué la verdad no era ni una mujer, era una Huldra, la mejor amiga de su madre, una especie de ninfa. Su voluptuoso cuerpo paso después de ver, la de su madre. Lo que hizo que ellos dos se escondieran debajo de una de las mesas que en aquel lugar había.
- Gracias por ayudarme tanto. – Empezó diciendo Marinha -.
- No te preocupes.
Las dos se abrazaron. Más que se separaron, ella le dio dos cajas. Y con lágrimas en los ojos se despidió de su amiga.
Sin entender nada, los dos jóvenes escondidos se quedaron sin saber que hacer. En tan solo cuestión de unos cuantos minutos estaban fuera, cantando y con una gran tarta con diez velas en ella de frente de ellos. En esos momentos, todos coreaban su nombre y con una gran sonrisa, soplo las velas y, se abrazó con todos los de ahí presentes.
Más que todo acabo y, pudo salir de entre tantos seres ahí apelotonados, se dirigió directamente hacía un lugar.
En unos momentos tenía ante ella una figura femenina e imponente.
- Hola, Hedda.
- Hola, Ave. Muchas felicidades. ¿Cómo te lo estas pasando?
- Muy bien Hedda. Una pregunta.
Ella se agacho le revolvió el pelo y le contesto.
- Claro, Ave. Dime que quieres saber.
- ¿Qué le pasa a mi madre?
La pregunta la extraño. No sabía a qué se quería referir. Igualmente, la verdad era que si lo estaba. Este día, precisamente, fue la primera vez que ella se sintió feliz. Ella siempre recordaba aquel día. Cuando tuvo a sus primeros hijos, aquel día, ella, su esposo y sus dos hijos se fueron al pueblo y, ahí ella le hizo un gran regalo a cada uno de sus hijos. El mayor con dos años y la más pequeña, tan solo hacía unos meses que nació. Y fue el mejor día desde que la Diosa le dijo su pago. Desde aquel día, siempre les hacía un regalo a sus hijos. Y aun después de ser desterrada en el pueblo por la Diosa, no dejaba de hacerlo.
ψψψ
Una niña de trece años y, un niño de quince años, cogían sus regalos de unos duendes de Cornualles, que haciendo una mini travesura a unos trabajadores se fueron dejando a los niños con una sonrisa, al poder leer una hojita que ponía "de Mama. Que os quiere" con un corazón, sabían de donde salían.
Cuando vio que su madre desapareció de repente, como si nada. Estaba delante de él y luego ya no. Beowulf, se hecho a llorar, por lo sucedido. La pequeña Regnbue, era tan niña que nunca supo lo que paso. Así, que los dos niños al ver que llegaron por primera vez aquellos regalos, que cada año les llegaba, con aquella firma de su madre, se quedaron con una cara de incrédulos. Nunca dejaron de pensar que ella nunca dejaría de cuidarlos, estuviera, donde estuviera.
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