La carta y el brazalete
Ella es la prometida del guerrero,
destinado al Valhalla con honor.
Su corazón late fuerte y lleno de amor,
por un hombre valiente y solitario.
Muchas cosas habían pasado desde ese primer encuentro en el que nuestras miradas se cruzaron. Jamás imaginé que los dioses me darían otra oportunidad de estar cerca de Eivor, pero las nornas habían trenzado un destino pasional y tortuoso para nosotros, como si disfrutaran con escribir mi sufrimiento al lado del joven de triste mirada azulada.
—Estás muy callada.
—Te vas, Eivor. Y no puedo acompañarte.
Él bajó su mirada, conocedor de nuestro destino.
Tras vengar a sus padres de la cruel muerte que les dio Kjotve, Eivor, Sigurd y Styrbjorn fueron citados en tierras lejanas con una misteriosa invitación. Harald necesitaba ayuda con una meta ambiciosa: unificar a todos los clanes de Noruega y convertirse en el primer Rey de esta tierra.
Era una locura desde donde se le mirara. Sabido era que los vikingos vivían por la guerra, y Harald quería entrometerse en ello. Prohibir pelear y saquear era romper los cimientos de todo lo que se conocía... y aun así Styrbjorn decidió doblar su rodilla ante el «nuevo rey», y con ello la del todo el clan.
Sigurd y Eivor lo vieron en primera fila. Habían sido traicionados por su propio padre. Les habían arrebatado el trono que el destino les había jurado.
No tenían mucho más qué hacer, por lo que esa misma noche decidieron que debían partir de Noruega y encontrar unas nuevas tierras donde construir su propio reino. Por fin se convertirían en los vikingos que siempre soñaron ser.
Apenas había llegado Eivor a contármelo. A pesar de que su voz había sonado con un atisbo de tristeza, sus ojos brillaban de entusiasmo.
Él quería ir. Y mi destino no era seguirlo.
—Pero podrías...
—No te atrevas a decir que te podría acompañar, Eivor— le interrumpí.
Me di media vuelta. No era capaz de mirarlo. Mi corazón latía acelerado, y podía sentir las lágrimas saliendo de mis ojos. Había sido un sueño contar con la atención del mejor pretendiente del clan, aunque fuese por tan solo un momento. Desde hace unas lunas nos veíamos a escondidas en las afueras del asentamiento, y mi corazón latía desbocado cada noche que podíamos encontrarnos.
Confesar que salíamos era levantar demasiadas cejas y comprometer mucho el destino de Eivor.
Él merecía algo mejor. No lo podía atar a mi triste historia campesina.
—Perdóname, Liv.
—No hay nada que perdonar. Las nornas han tejido tu destino. Y no es...
—No te atrevas a decir que no es contigo— me interrumpió él, abrazándome por la espalda y tomándome por sorpresa. —Le he jurado lealtad a Sigurd, pero mi espada pertenece a ti.
Con solo sentir su tacto me había sonrojado. Eivor había sido muy paciente conmigo, y más allá de unas caricias jamás nos habíamos entrelazado como una pareja de verdad. Todo mi interior hervía por finalmente conocerlo, pero no me había decidido a permitirle la entrada.
Disfrutaba mucho siendo la aventura de Eivor, pero sabía bien cuál era mi lugar. Una aventura y nada más. Así como varias que había tenido el chico de ojos azules en tierras lejanas, nuestro destino no era estar juntos. No podía dañar el honor de Eivor dándole un hijo bastardo del cual hacerse cargo.
—Eivor, yo...
—No tenemos que hacer nada, mi amor— dijo riendo. Sabía que con sus palabras me había hecho hervir las entrañas. Otra de los miles de dotes y encantos del chico de profundos ojos azules. —Solo quiero que recuerdes, que mi corazón siempre tendrá grabado tu nombre.
No necesitaba más, pero ahí estaba él, dispuesto a dar la estocada final que terminaría por conquistar mi cariño. Estaba completamente rendida a sus pies.
—Maldición, Eivor— dije por fin, dándome vuelta entre sus brazos para atrapar sus labios con los míos.
Su boca se sentía como un pequeño viaje por Asgard. Era como si de pronto nada de lo que estaba a mi alrededor importara, como si los problemas que vivía fueran solo banalidades humanas. Nada en realidad. Porque nada era tan importante como besar a Eivor y sostenerlo por unos segundos a mi lado.
No podía negarlo. Lo deseaba, mi sangre hervía por tenerlo dentro y sentir que sería mío. Muchas veces lo había soñado, y sabía que en ese momento estaba a solo unas palabras de distancia de cumplir mis más perversas fantasías.
Nos separé del beso y dejé mi frente sobre la suya, con los ojos cerrados y el corazón hecho un nudo. Podía sentir su respiración agitada como la mía, y aquel olor tan particular que tenía su barba por las frambuesas silvestres que comía.
Lo adoraba. Cada pequeño retazo de él me devolvía el alma al cuerpo. Tenía grabado en la memoria sus más pequeñas manías y secretos. Cómo cuánto odiaba bañarse por las mañanas, o el olor de la sangre en su ropa tras la batalla. Eivor tenía una fuerza implacable, y el espíritu de un guerrero, pero en su interior era un niño dulce y obediente. Siempre hacía exactamente lo que le pedían, ya fuera ir y asesinar a un rey, o aplacar sus más oscuras fantasías.
Jamás cruzaría un límite que le habían ordenado no cruzar. Eso lo hacía único en la aldea y en los nueve mundos...
Y ese hombre único se iba ahora de un viaje del que jamás volvería.
—Hagámoslo, Eivor— le ordené.
—¿Ahora, Liv?
—Ahora— repetí, separando nuestras frentes para verle a los ojos. —Mañana te irás y nunca volverás. Si es que Frigg nos quiere juntos, encontrará la forma de que nuestros destinos se vuelvan a encontrar.
Eivor me miró en silencio. Podía sentir sus ojos tratando de descifrar qué diablos cruzaba por mi mente, pensando cómo resolver el puzzle de sentimientos y emociones que se presentaba ante sus ojos.
—Toma nota— dijo, sacándome por sorpresa de mis pensamientos.
Le miré sin ser capaz de entender nada, pero Eivor solo sonrió al tiempo que me entregaba una pluma y un pergamino para escribir.
—Quiero que escribas.
—Eivor ¿Qué...?
—Solo hazme caso, mi amor ¿Sí?
Asentí en silencio. Eivor me regaló un beso en la frente y se acomodó a mi lado, a la luz de la vela.
—Quiero que escribas: Yo, Eivor Matalobos, me comprometo a cuidar, amar, honrar y respetar mi unión con Liv...
Mientras mi mano escribía, veía de reojo al joven de ojos azulados hablar al viento con su mirada llena de esperanza, como si realmente sintiera cada una de las palabras que sus labios pronunciaban. Podía sentir mi corazón palpitar con fuerza dentro de mi pecho, a punto de estallar de emoción.
—... Prometo honrar y respetar nuestra unión, la cual será llevada a cabo en nuestro próximo encuentro, y todo niño o niña que sea fruto mío y de Liv contará con los mismos dotes y honores que yo he gozado. Porque Liv es la mujer que amo, y a quién dedicaré mi vida y mi gloria para compartir junto a ella... Ella es, y será, la única dueña de mi palabra y de mi corazón—Eivor guardó silencio por un segundo, con una sonrisa grabada en su rostro. —¿Lo escribiste?
—¿Qué significa esto, Eivor?
—Esta carta será nuestro compromiso de encontrarnos, aunque mañana me vaya lejos. Tú la llevarás siempre contigo, porque es la muestra de que mi dote, honor y corazón vive solo en tus manos.
Eivor besó una de mis manos y la dejó sobre su pecho. Con su mano libre, dejó su brazalete con forma de lobo rodeando mi muñeca, y pronto sus ojos se iluminaron. A la luz de la vela dejaba de ser un vikingo rudo y de coraza implacable. Se veía joven, entusiasmado, y asustado por su destino.
Levantó su mirada y nuestros ojos se encontraron. Mi mano en su pecho terminó por delatar su corazón, antes de que sus palabras pudieran expresarlo.
—Esta noche por fin nos uniremos— sentenció.
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