El destino que trenzaron las nornas
Juntos vivirán eternamente,
en la tierra de los vikingos.
Ese es el final que han tejido las nornas.
Y así será su destino.
Describir lo qué pasó aquella noche es difícil, incluso después de que muchas lunas han pasado tras nuestro encuentro.
Eivor era majestuoso, imponente y perfecto. En el momento en que cerró la puerta del cuarto sabía que me había metido en un gran problema, porque nadie me había enseñado a saciar un hombre como él.
—No te preocupes, mi amor— dijo sonriendo, al verme temblar de los nervios. —Solo haremos cuánto tú quieras hacer.
Eivor había preparado una cama lejos del asentamiento, en una pequeña choza al norte de la casa de Valka. Estábamos alejados de todo, y el frío de las montañas calaba los huesos. Pero Eivor ya lo tenía cubierto.
Estaba junto al fuego, cocinando con calma un estofado. Colgada yacía su armadura y el hacha que había heredado de su padre. Apenas un camisón y un pantalón lo separaba de estar completamente desnudo. Verlo al lado del fuego, indefenso y despreocupado, me hizo soñar con una vida juntos... una dónde todas las noches lo recibiría para curar sus heridas en la batalla, hasta que se durmiera en calma en mis brazos. Dónde no tendría que preocuparme por engendrar bastardos, porque él sería el hombre que estaría a mi lado.
Seríamos uno ante los ojos de los dioses.
— Está listo — anunció con una sonrisa, entregándome un cuenco con la comida. Su voz me arrancó de cuajo de mis pensamientos.
Se la recibí con una sonrisa, pero tras probarla no pude evitar hacer una mueca. Su sabor no estaba tan bueno como su olor.
—Quizá debí cocinar más esas papas— asumió tras probar un bocado.
—O ponerle un poco de sal— dije en un murmullo.
Eivor me golpeó con suavidad en el hombro, defendiendo sus dotes culinarios. Pero pronto se largó a reír. Había masticado una de las papas crudas y su mandíbula crujió estrepitosamente.
Escuchar su risa fue uno de los miles de regalos que me dio esa noche. Hasta antes de ese momento siempre le vi serio, hablando en susurros, cuidando cada palabra que salía de su boca. Su risa estaba reservada solo para algunos dichosos, que tenían la suerte de verlo ser vulnerable.
Esa noche la suerte fue mía.
—Bueno, cuando regrese tú te puedes encargar de la cocina— dijo dejando su cuenco de lado, y robándome el mío de las manos.
—¡Pero, Eivor!
—No te comas eso, Liv. Creo que tenemos mejores cosas qué hacer esta noche.
Eivor tomó mi mano y me levantó del piso. Ni siquiera tuvo que usar toda su fuerza para pararme a su lado, y por un momento temí que me partiría en dos. Pero entonces él me rodeó con suavidad entre sus brazos, y dejó su rostro escondido en mi cuello, como un amante delicado. Acaricié su pelo y su espalda mientras sentía la calidez de su cuerpo contagiarme en ese abrazo.
—Tengo miedo— confesó él, de la nada, sin apartarnos.
Me sorprendí. Eivor jamás estaba asustado, jamás era débil. Él siempre estaba preparado para todo y tenía las respuestas a todos los problemas.
—¿Porque te irás mañana?— pregunté inconclusa.
Él negó con su cabeza, y respiró pesadamente, como quien trata de recomponerse en silencio.
—Por esta noche, Liv.
Él se apartó de nuestro abrazo y pegó su frente a la mía. Otra vez el olor a frambuesas embriagó mis sentidos, y no pude evitar sonreír. El Eivor que estaba frente a mí era uno que nadie más conocía: vulnerable, asustado, y con olor a fresas.
—¿Me tendrás paciencia, mi amor?
Fui yo quien esta vez asintió en silencio. Con mi mano acaricié su mejilla y me acerqué a probar sus labios. El sabor a la hidromiel que habíamos bebido hace algunas horas se coló por mi lengua, y aunque no era mi bebida preferida, en ese momento me pareció perfecta.
Eivor tomó mi rostro entre sus manos y a pequeños pasos nos guió hasta la cama que había preparado. Me acostó con suavidad por sobre la manta, y luego quitó su camisón. No pude evitar contener la respiración.
Hasta ese momento jamás había visto a un hombre desnudo. Y mis venas palpitaban de nervios por saber que esa primera vez sería junto a Eivor.
Eivor estaba a punto de quitar su pantalón, cuando me senté a detenerle de un salto.
—¡Dame un segundo!—suplique, cerrando mis ojos.
—Lo siento, Liv. Me he emocionado. Yo... No... no sé hacer esto— confesó riendo.
Se acostó a mi lado, un poco más cohibido. Jamás había visto a Eivor dudar de sí mismo, y me parecía de lo más adorable verle nervioso.
Me acerqué a darle un beso. Nuestros labios chocaron, y antes de que pudiera decir nada me atreví a sentarme por sobre sus caderas para devolver la confianza a su cuerpo. Eivor no tardó en tomar ventaja y me tomó de la cintura, acomodándonos por sobre la colcha de paja.
Podía sentir mi intimidad mojarse, y mi corazón latir desbocado en mi pecho. Moría por unirme junto a Eivor, y sentirlo por fin dentro mío.
Él guió sus manos desde mi cintura, hasta el fin de mi camisón y lentamente comenzó a subirlo. Primero quedaron a la vista mis muslos, y Eivor se entretuvo apretando mi piel. Sus manos siguieron subiendo hasta desnudar mi trasero. Eivor enredó sus manos entre la tela de mi camisón y me apretó a sus caderas, conteniendo su cuerpo para no embestirme antes de tiempo, hasta finalmente quitar mi camisón por completo.
Ahí estaba, completamente desnuda ante él. Por sobre la luz del fogón podía ver la sonrisa que surcaba el rostro de Eivor. Nunca lo había visto sonreír tanto en una noche.
—¿Puedo ir yo ahora?—dijo él, tras observarme sonrojar ante su mirada.
Asentí en silencio y me quité de encima suyo. Eivor pronto quitó su pantalón, y por fin su mejor secreto quedó expuesto ante mis ojos.
Las canciones no mentían. Había sido bendecido por los dioses en todos los sentidos.
Eivor se acercó a mi cuerpo y tomó mis piernas para pasarlas alrededor de sus caderas. Su miembro no tardó en despertar, y aunque había intentado prepararme para ese momento, todo mi cuerpo temblaba de nervios por lo que estaba a punto de suceder.
—¿Te sientes bien?— preguntó él, tras notar mi piel temblar bajo su agarre.
Le sonreí, intentando tranquilizarlo. Estaba segura que si no me mostraba al menos feliz, él se arrepentiría de lo que estábamos haciendo.
—Solo tengo nervios. Pero estoy bien, Eivor. Lo prometo.
Él me sonrió de vuelta, y se acercó a darme un beso. Sus labios eran como un potente calmante, porque después de tocarlos nada me importaba a mi alrededor.
Mientras nuestros labios estaban atrapados en el beso, pude sentir los dedos de Eivor explorando mi entrada, tratando de preparar su camino. Traté de mantener la calma mientras sentía sus dedos, pero era inevitable que mi cuerpo sucumbiera ante sus toques.
Ya no solo me sentía húmeda. Estaba empapada. Lista para él.
Eivor volvió a sonreír por nuestro beso, y con una de sus manos me guió a su miembro. Mi corazón se aceleró, al tiempo que mis dedos le encerraron en mi palma y Eivor me guió a lo largo para enseñarme el camino a su placer. Sus ojos se desorbitaron, y su respiración se agitó al ritmo de mi tacto.
Era tan vulnerable conmigo como yo lo era a su encanto.
Le regalé un nuevo beso en los labios antes de guiarlo a mi entrada y permitirle por primera vez el paso.
La sensación de tenerle adentro fue mucho más intensa de lo que creí que podría sentir. Incluso con toda mi humedad podía percibir el roce de su piel en mis paredes, y el movimiento de su miembro tocándome por dentro.
Era extraño, pero glorioso. Me estaba invadiendo algo que siempre perteneció allí. Por fin estaba completa. Estando unida a Eivor podría morir y estaría agradecida con los dioses por entregarme tan dulce final, porque no podía pedir nada más. Habría dado lo que fuera por tenerlo cada noche de mi vida, y permitirle la entrada cada vez que él lo deseara.
Y entonces él comenzó a moverse. Primero lento, en un ritmo que tortuosamente arrancaba gemidos de mi garganta. Mi cuerpo palpitaba al tenerlo dentro, y se desesperaba cada vez que le perdía. Era una exquisita balanza, que Eivor sabía pesar a la perfección.
Pero no tardó en volverse salvaje y embestirme con sus caderas como si quisiera enterrarse dentro mío.
Sentirlo era glorioso, y no quería perderme ni un segundo a su lado. En ese momento me olvidé de la carta y el brazalete que me había dado, y disfruté de su cuerpo como si la vida misma se me fuera de las manos. Quería recordar cada una de sus cicatrices, besar cada centímetro de su piel, y permitirle explorar cuánto quisiera conocer de mí para satisfacer su deseo.
Yo sería gustosamente el instrumento que le llevaría a conocer el placer.
No acabamos hasta media noche, con las luces del norte iluminando el cielo por sobre nuestras cabezas.
Tenía el pulso acelerado, y el cuerpo agotado. Todo mi ser pedía una noche de sueño, pero no quería dormir. Porque dormir significaba que pronto llegaría el mañana, y entonces Eivor tomaría su drakkar y se perdería en el horizonte de la marea por siempre.
—Vuelve a la cama, Liv— pidió él, con una voz rasposa de cansancio.
Terminé de preparar una infusión de hierbas en el fogón y me acerqué a Eivor sosteniendo el cuenco entre mis manos.
—¿Tienes frío?— consulté, extendiendo el brebaje a él.
—A tu lado es imposible, mi amor— gruñó, antes de tomarme por la cintura y sentarme a su lado. Lancé una carcajada y me acerqué a sus labios. —Déjame probarte una vez más.
—Todas las que desees, Eivor. Mi corazón y mi cuerpo son tuyos para siempre.
No le mentí. Nunca más me entregué con tanta libertad a otro. Yo le di todo lo que podía darle de mí, y Eivor me regaló su cuerpo hasta que no pudo mantenerse despierto. Me sentí bendecida por Odín tras nuestro encuentro, pero pronto entendí que las nornas conmigo serían crueles. Y que no importaba cuánto había suplicado por tener a Eivor por siempre a mi lado. Ni la carta que él me había hecho escribir antes de unirnos. O el brazalete que sellaba nuestro compromiso.
La mañana siguiente llegó, y antes de que surgiera el alba, con Eivor despedimos nuestros caminos. Le vi desde el asentamiento montar su drakkar junto a Sigurd, y alejarse hasta ser una pequeña mancha en el horizonte.
Juntos vivirán eternamente,
en la tierra de los vikingos.
Ese es el final que han tejido las nornas.
Y así será su destino.
Pero ese destino no era el mío. Pasé incontables lunas mirando hacia el horizonte, con la esperanza de ver el drakkar de Eivor asomarse entre la bruma. Pero Eivor nunca regresó. Pasó tanto tiempo que pronto comencé a creer que todo había sido obra de mi imaginación. Este escrito es lo único que me permite mantenerlo en mi memoria.
Yo no era la doncella prometida de esta saga.
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