Capítulo 6: Mi musa.
Aless.
Estoy a los pies de mi musa y no me arrepiento. La observo desde abajo, adorando cada una de sus curvas, como la deidad que para mí es. Quisiera pintar un lienzo en este preciso momento y que su rostro de asombro y cariño se vea reflejado para siempre en pintura. Su mano está sobre la mía, pero no me siente. La traspasa. Eso es lo malo de ser solamente un espíritu. Por eso uso la sábana para tocarla. Una existencia sin poder amarla como merece, no sería nada para mí.
—¿Eres Alessandro Salvatore? —pregunta con un hilo de voz—. ¿El que compró la casona en mil ochocientos treinta y nueve?
Asiento. No imagina la fuerza que estoy haciendo para materializarme frente a ella. Me cuesta muchísimo, al igual que sostener objetos. Las dos veces que lo he hecho ha sido por ella. En la boda de su hermano, ansiaba que me observara, así que pese las consecuencias de estar más de un mes siendo un fantasma sin energía, por muchas velas que encendiera Vitoria, me valió la pena, porque ella me miró. Y ahora, tampoco me importa, porque casi la pierdo. Estuvo a punto de irse con el policía. Aitor no es un mal hombre, pero no soy yo.
Se lleva la rosa al pecho. Sigue inspeccionándome de arriba abajo. Está confusa y es normal. Sus ojos centellean y veo el fuego de la chimenea en ellos, como un mural de colores naranjas y rojos precioso. Parecido al atardecer más hermoso que pudiera observar. Tengo muchas ganas de besarla.
—¿Cómo es posible que...
—Quiero besarte —la interrumpo. Se queda con la boca entreabierta y observo como sus mejillas empiezan a toma runa tonalidad rojiza. Sin embargo, traga saliva para soportar la tensión que hay entre los dos.
—¿Eras el amante de Vitoria? —me interroga. Niego, claro que no—. Entonces, ¿qué eras de ella?
—Éramos amigos. Cuando supe que en tu familia había una médium, no lo dudé.
—¿Vitoria era médium? —Entrecierra los ojos. Asiento y dibuja una O en sus carnosos y preciosos labios—. Ahora entiendo por qué parecía medio extraña.
—Ella fue perfecta para poder contactar contigo.
—¿Conmigo?
—Siempre has sido tú.
Mi consistencia para verme frente a ella se tambalea y el color que me forma parpadea ligeramente. Lo nota y da un paso al frente. Intenta sujetarme del brazo, pero cuando ve que es imposible, se le escapa un pequeño jadeo de frustración. La misma que siento yo, porque amaría poder sujetarla de la nuca en este preciso momento y hundir me lengua en su boca, pero solo consigo que sienta una leve caricia por su cabello cuando me propongo tocarla. Cierra los ojos brevemente por el roce y se lame los labios, lenta y tortuosamente.
—¿Por qué yo? —pregunta.
—Vitoria me dijo que no tengo que forzarte.
—¿Forzarme?
—A recordar —aclaro. Ella ladea la cabeza y arruga levemente la nariz—. Es algo duro, así que debo esperar. De todos modos, para mí no existe el tiempo cuando se trata de ti, y anoche me demostraste cuan mía eres. El policía se marchó y te dejó aquí al verme, yo no te dejaría sola aunque en esta casona estuviera el peor de los monstruos.
No le estoy diciendo que se quede conmigo, pero espero que lo pueda leer entre mis palabras. Quiero que me elija, así como yo la elijo a ella una y otra vez. Mira hacia la puerta, recuerda a Aitor y parece que vaya a hablar, pero luego se calla.
—Sé que es difícil de asimilar —le digo, para calmarla un poco—. Pero no tienes que temerme, estoy aquí con el único fin de amarte. De hacerte ver lo hermosa que eres.
Se muerde el labio inferior y por un instante, se mira el cuerpo. Se revisa como si estuviera buscando algún defecto, pero va a ser imposible que lo encuentre. Es ella, no tiene ninguno. Con mis ojos, ella es arte y el arte, es perfecto.
—No entiendo qué me ves de especial. —Mi ceño se frunce automáticamente al escucharla. No puede ser, ella no se ve como yo la veo—. Tampoco entiendo por qué me llamas "Musa" y cómo yo podría inspirarte a algo.
—Me inspiras a todo, mi Musa. —Doy un paso y me quedo a centímetros de su rostro. Ella eleva la cabeza para quedarnos cerca, aunque no podamos tocarnos—. Me inspiras a morir y revivir por ti, me inspiras como quien ve un amanecer y un atardecer sabiendo que es el último. Me inspiras como las gotas del alba que se resbalan por los pétalos de la flor que te regalé, para anunciarle que cada mañana volverá a acariciarla. Me inspira tu aroma, tu sonrisa, tus ojos. Cada curva que construye tu anatomía. Incluso en más cuerpos o más aspectos, tú eres mi Musa. La mujer por la que, ser una sábana vale la pena, con tal de que ambos podamos sentirnos plenamente en algún momento. Porque si por ti he muerto, por ti ahora debo vivir. Y si he de regresar mil veces, con tal de verte cada una de ellas, seré siempre pasajero de la vida. Por si no te queda claro, mi vida, eres tú. Mi inspiración empieza y acaba contigo, al igual que mi vida. Por eso, preciosa, por todo eso, eres mi Musa.
No recuerda nada, pero sus sentimientos sí y por eso sus ojos han dejado caer pequeñas cascadas de emoción que caen mojándole las mejillas. Quiero decirle que ansío limpiar sus lágrimas, pero levanta la mano y deja dos dedos cerca de mis labios, indicando que no diga nada más. La obedezco. Mis labios se curvan y sonrío levemente. Extrañaba dejarla sin palabras.
—Quiero que me hagas sentir todas esas palabras. —Entorno los ojos al escucharla y tiemblo levemente. Me está pidiendo que la vuelva a hacer mía.
—Dilo de nuevo —pido.
—Quiero ser tuya ahora mismo, Aless.
Gruño y ella jadea al escucharme. Asiento y me deslizo hacia la sábana, volviendo a ser uno con ella. La miro desde el suelo, mientras cierra las ventanas y la puerta con rapidez. Echa las llaves para que nadie pudiera interrumpirnos y me carga doblado en su brazo, aunque le cuesta, porque soy bastante grande.
Llegamos a su habitación y me extiende con facilidad en la cama. La escucho jadear mientras se desviste. Empieza por la camisa y lentamente la deja caer por sus brazos. Cada centímetro de piel que deja al descubierto, me inhibe por completo de la realidad. Entregarse a mí es una de sus prioridades y lo noto por la urgencia en la que libera sus redondeados y respingones pechos. Gimotea por la impaciencia y tira del botón de su pantalón tan fuerte, que lo rompe y sale disparado por la habitación. Adoro que cuando estoy siendo la sábana, si puedo jadear, porque ella puede escucharme y eso la incendia todavía más.
Camina a cuatro sobre la cama, y sobre mí. Levanto una de mis esquinas y le acaricio por el muslo. Subo y bajo lentamente. Ella jadea y detiene sus andares para colocarse. Se queda en esa posición. Gime y mi impaciencia se iguala a la de ella. Paso la esquina entre sus labios vaginales y se los abro, acariciándola con lentitud. De arriba abajo.
—Espera —gimotea y cierra las manos a mi alrededor. Me estruja entre ellas.
—No puedo —confieso y le doy un golpecito en el clítoris. Ella se encorva y grita—. Vuelve a pedírmelo.
Gime y se lame los labios. Cierra los ojos y jadea fuerte.
—Házmelo, Aless.
—¿El qué? —Juego para que lo diga claramente.
—Fóllame.
Ahogo una risa.
—Así me gustas, descarada.
Con otra esquina le abro los labios vaginales para que, con la primera, pueda jugar a fregar y golpearle el clítoris. Las gotas de su excitación empiezan a caer sobre mí. No tardo en lubricarme por completo. Mi tela deja de estar seca para llenarse de un lubricante natural que huele a mí, el cual no tuve que sacar la última vez porque ya estaba empapado por lavarme. Sin embargo, hoy sí lo necesita, porque si he de abrir sus entrañas, será resbalando y dejando tras de mí un placer cegador. No será dolor.
Nota como me deslizo y gimotea.
—¿Qué es eso? —pregunta.
—Le dije a Vitoria que ansiaba tenerte y, ella me ayudó con algún que otro hechizo. —Pellizco su clítoris y escucho cómo grita—. Puedo lubricar cada centímetro de mi tela para que hacerte mía no te suponga ningún daño por la fricción. Voy a empapar todo tu cuerpo tal y como está brillando ahora tu coño. Después, mi olor no se te quitará de la piel en días, aunque cuando éstos pasen, te habré hecho mía muchas veces más.
Gimotea y mueve la cintura. Pasa una mano entre sus piernas y me detiene. Coge mi tela y la aprieta, sintiendo las gotas de lubricante deslizarse entre sus dedos.
—Tengo una idea —confiesa. Toda mi tela se tensa al escucharla.
Cuando me suelta, lleva la mano a la boca y lame mi lubricante. Me escucha gruñir por lo que hace y se le forma una traviesa sonrisa en el rostro. Maldición, la amo.
Se acuesta en la cama y se desliza debajo de mí. Tira de un extremo y me deja caer encima de ella, por completo. Cubriéndola toda, de la cabeza a los pies. No puedo esconder un quejido. Abre las piernas y también los brazos. Acaba de entregarse por completo, para que toda ella se funda en el placer a mi voluntad.
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