Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5: Por toda una vida.


Al ser la propietaria de la casona, tal y como dijo Germán, han dejado que tenga el registro de propietarios. Lo que no esperaba era ver una carpeta que apenas puede cerrar por la cantidad de hojas que guarda en su interior. Por suerte, me dejan llevarme la carpeta. Supongo que se fían bastante de Germán como para que mi petición de sacar el registro no sea demasiado. Después de despedirme de él, de su marido y de Nora, me marcho a la casona de Vitoria. No, a mi casona. Que bien suena eso.

—¡Oye! —me llama una voz varonil. Agudizo el oído antes de darme la vuelta. Se trata el policía al que había preguntado antes sobre Aless. Llega a mi lado y me sonríe. Su perfecta dentadura blanca es enmarcada por sus labios carnosos. Quedan perfectos con el azul de sus ojos y el negro de su pelo semi largo y alborotado. Es joven, debe tener mi edad más o menos.

—Hola —lo saludo—. ¿Tienes alguna pista de lo que te pregunté?

—¿Qué? —Parece hacer memoria y fuerza una sonrisa. Noto su incomodidad por como se cruza de brazos—. Ah, no. Em... He visto que te ibas sola y como la casona está un poco alejada del pueblo, pensé que podía acompañarte. Está nublado y bueno...

—Vale —acepto, porque si sigue poniéndose nervioso voy a terminar nerviosa yo también.

—¿Sí? —se emociona. Agranda su sonrisa.

—Claro.

Para ser sincera, no sé de qué hablar con él y soy bastante rara cuando a flirtear se refiere y sé perfectamente que él pretende algo conmigo. Demasiada insistencia. Es por eso por lo que solo se escuchan los pasos de los dos contra la tierra húmeda del camino sin asfaltar.

—Permíteme —dice y me quita el peso de la carpeta con los papeles.

—Muchas gracias.

—Emanas buena vibra, por eso dejaron que te llevaras esto a casa —comenta—. ¿Crees en las cosas que se sienten, pero que no se ven?

—A estas alturas no sé bien qué creer —confieso, pues mi mente sigue puesta en Aless y que, como si de un fantasma se tratara, solo mi familia y yo lo hemos visto.

—Entonces, créeme si te digo que tú emanas algo especial, por eso es fácil confiar en ti.

Le sonrío, pero ya no sé qué más decirle. Suspiro hondo. Por suerte no estamos lejos, así que llegamos rápido a la casona. Me hace entrega de la carpeta y me detengo en el umbral de la puerta una vez abierta.

—Bueno, pues nos vemos... —Lo señalo, pues no me ha dicho su nombre.

—Aitor —se presenta—. ¿Y tú?

—Olivia. —Cojo la puerta para cerrar—. Nos vemos.

Él asiente, pero en su interés por llamar mi atención, pone el pie y me impide cerrar. Se me borra la sonrisa al instante.

—¿Quieres que te ayude? —propone. ¿Ayudarme?

—¿Perdón?

Señala la carpeta.

—Estás investigando sobre el chico de la foto, ¿no? Soy policía, podría ayudarte.

Miro la cantidad de papeles y luego a Aitor. No me vendría mal la ayuda. Suspiro y lo dejo pasar. Él vuelve a sonreír y con gusto da un paso al frente. A decir verdad, el chico no está nada mal. Le hago un repaso por la espalda ancha y la curvatura de su trasero cuando camina vestido de oficial hacia el salón. Pero nada, nada mal. A lo mejor, si aprovecho su interés, dejo de pensar cosas raras con una sábana. Quién sabe.

***

Menos mal que pedí ayuda, ¡esto se me está haciendo eterno! Sentada en el suelo del viejo salón, la pila de papeles esparcidos alrededor solo me da más ansiedad. La paciencia no es lo mío. La poca luz que cala de las ventanas se va apagando mientras cae la noche y el fuego en la chimenea no nos ilumina lo suficiente. Al menos me da para ver bien los registros que levanto a la altura de los ojos.

Levanto la mirada. Aitor está inclinado sobre la mesa. Hojea con paciencia los documentos. La paciencia que no tengo yo, se nota que es policía.

—¿Tienes algo? —pregunto.

—Aquí hay nombres, muchísimos, pero no el de Alessandro.

Sigue pasando de hojas.

—Vitoria también está registrada —le cuento, viendo el nombre de esta en el papel. Paso los dedos por la tinta desvaída del documento amarillento—. Ella heredó la casona de su abuelo, pero antes de eso no pone nada.

—Espera —me interrumpe Aitor. Se levanta con un papel en la mano—. Esto es un registro de compra.

Lo va revisando con expectación.

—¿De qué año? —pregunto, no quiero irme por las ramas.

—Mil ochocientos treinta y nueve —responde, sin levantar la vista.

Un escalofrío me recorre la espalda. Me levanto y miro por encima de su hombro. El nombre del comprador está escrito con una caligrafía elegante. Alessandro Salvatore. Mi pulso se acelera. Le cojo el papel de un zarpazo. Tiene que ser él, tiene que ser Aless. No puede ser otro.

—¿Cómo es posible? —murmuro.

—¿Ese es el hombre que viste en las fotos? —se interesa Aitor.

Asiento. Noto la piel de mis brazos completamente erizada. Aitor exhala y se pasa la mano por el cabello de forma lenta.

—Entonces, ese hombre de la foto... —Señala el documento—. Fue dueño de la casona en esa época. Justo cuando le tomaron las fotografías.

Me dejo caer en la silla y recargo la espalda en el respaldo. Miro a mi alrededor. Las sombras de los muebles antiguos me acompañan con la oscuridad que rodea mi mente. Si Aless existía en esa época, ¿cómo estuvo en la boda de mi hermano? Tal como dijo mi mejor amiga, es un hombre imposible de olvidar, no puedo hacerlo, así que no tengo la menor duda de que lo vi y que era él.

—¿Qué estamos buscando en realidad, Olivia? —pregunta Aitor, al darse cuenta de mi desconcierto.

Trago saliva. Levanto la mirada hacia él.

—Creo que, estoy buscando la verdad. La verdad de por qué heredé la casona y creo, que Aless está muy conectado con eso.

Aitor recarga las manos en la mesa a mi lado y ladea la cabeza. Su pelo cubre parte de su rostro, pero lo encantador no lo borra aunque lo tape.

—Creo que te vendría bien despejarte —propone. Finge mirar un reloj de muñeca que no trae—. Y ya no estoy de servicio. ¿Quieres venir conmigo a cenar?

No. Mi mente responde de forma automática. Trago saliva y entrecierro los ojos, mirándolo. ¿Y por qué no? No puedo estar sin confiar con los hombres para siempre. Porque mi ex fuera un cabrón no significa que todos sean igual. Trago saliva. ¿Qué es este nudo que se me acaba de formar en la garganta? Miro hacia las escaleras que dan a mi habitación. Joder, en qué momento me pongo a pensar en esa dichosa sábana. ¿Qué me está pasando? No puedo seguir así. Voy a pensar que me estoy volviendo loca si no acepto, eso es. Tengo que hacerlo por mi salud mental.

Le sonrío sin ganas.

—Me arreglo un poco y vengo, ¿me esperas?

—¡Por supuesto! —Se sienta levemente en la mesa y deja que los músculos de las manos se le marquen al apoyarlas en el borde y apretar levemente—. Aquí te espero.

Asiento. Está bueno, muy bueno, pero no sé qué me pasa. Me siento como si estuviera siéndole infiel a alguien, que estupidez.

Al subir las escaleras, encuentro la sábana en el último escalón. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? Miro hacia la habitación. La puerta está entreabierta. Mis cejas se arquean. No voy a pensarlo mucho, no quiero dudar de mi estabilidad mental. Me meto al baño rápido para arreglarme y observo mi rostro en el espejo. Inhalo, exhalo. Venga, tengo que hacerlo. No puedo obsesionarme con alguien que solo conozco por fotos. Peino mi pelo ondulado con los dedos y lo sacudo para que tome un movimiento natural. Bien, había pensado cambiarme, pero la pereza me gana a último momento. Que poca ilusión me hace esto.

Salgo y me percato de que las sábana no está donde estaba antes. No puedo evitar fruncir el ceño, pero tengo que ignorarlo. Debo hacerlo. Bajo las escaleras.

—Creo que es la primera vez que no demoro nada y... —me quedo con la palabra en la boca, pues Aitor, no está. Miró hacia la puerta abierta y luego hacia el salón. En el centro, delante de la chimenea, se encuentra la sábana.

—¿Qué... —Camino lentamente hacia ella—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

La puerta se abre de par en par. Las ventanas también, de manera agresiva y la furia del viento arranca flores de los rosales mal cuidados del jardín. Elevan sus hojas y sus pétalos al interior de la casa y mientras el viento me está zumbando en los oídos como un reclamo a mis acciones, frente a mí se materializa una figura que, en cuestión de segundos, me deja sin aire.

Aless está aquí, de pie, frente a mí. Enmarcado por la penumbra de la casona e iluminado por el fuego tembloroso de la chimenea. La luz naranja y dorada dibuja tonos oscuros en su piel, resaltando las líneas de su mandíbula afilada y la dureza de sus rasgos. Su cabello blanco y desordenado, brilla con reflejos plateados y contrasta con la oscuridad. Es largo, lo suficiente como para rozarle la nuca y algunos mechones le caen por la frente. Sin embargo, son sus ojos los que me paralizan. Un azul tan claro que podría confundirse con el blanco. Hubiera jurado que están vacíos, pero cuando me mira siento un fulgor etéreo, inhumano. Su porte es imponente y la chaqueta de corte ceñido resalta su figura. Negra, elegante, con botones bronce que reflejan el fuego. Debajo, el chaleco insinúa la solidez de su torso, mientras que, la camisa blanca de cuello alto, resalta más el color de su piel. El pañuelo de seda anudado a su cuello, me da a comprender que efectivamente, está sacado de otro siglo.

No se mueve, no parpadea. Miro hacia abajo, está de pie justo sobre la sábana, pero ésta no da ningún indicio de que alguien esté sobre ella. Ni una sola sombra.

Se mueve y por inercia, doy un paso atrás. Sin embargo, me sorprende verlo arrodillarse frente a mí. Deja que sus manos venosas y rudas rocen la rama de una rosa y la levanta. La observa por unos segundos y, después la levanta en mi dirección. Su mirada se encuentra con la mía y tal como lo hizo cuando nos conocimos en la boda de mi hermano, alarga el brazo y me la entrega. Ese día no se arrodilló, pero en su mirada encuentro la misma calidez, o la misma súplica contenida.

No hace falta que me diga que me quede, me lo están gritando sus ojos. Cojo la flor junto a su mano, que traspasa la mía como si se tratara de humo, pero no me asusta.

Olvido que el viento nos mece, que el fuego nos alumbra. Olvido todo menos el sentimiento de que lo he conocido por toda una vida.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro