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04



JiKang se dedicaba a la caza de hombres, aquellos que el jefe de la comunidad rechazaba por alguna razón o cometía algún crimen, él se encargaba literalmente de hacer callar a los problemáticos que estaban en contra de las leyes del jerarca y por lo mismo ningún aldeano se atrevía a llevarle la contra a Park JiKang, decían que en sus ojos oscuros y profundos podían ver las almas que llevaba a cuestas.

Era un seductor, ninguna mujer se resistía a sus encantos, si hubiera que hacer un censo con la pregunta de si estuvo con Park JiKang el ochenta por ciento diría que sí, ni la muchacha más fea se salvaba de tener su virilidad ensartada en su intimidad, él decía que su tenían una vulva sería para calmar sus tensiones.

Hace unos días incluso estuvo con la mismísima esposa del jefe de la comunidad, la muchachita era una jovencita que la dieron como ofrenda para pagar los impuestos que debía su padre, tan joven y de piel de porcelana que parecía más una doncella que una vikinga.

Halfdan estaba hecho una furia porque su mujer estaba en cinta y él por su vejez ya no podía tener intimidad, aunque quisiera, su miembro ya no se tensaba como cuando era un muchachito, por lo que embarazarla sería imposible.

La mujer estaba ahí, arrodillada pidiendo perdón, su desacato sería penado con muerte y no solo la de ella, la de toda su familia incluso sus hermanitos pequeños que eran aún inofensivos.

— ¡Que me digas quien fue el maldito que te preño! —gritaba cólico.

Verla llorar lo enfureció más, era una de las peores prostitutas que fingía inocencia. La tomó de su pecho y espanto con la pared de madera, ahorcándola hasta que la chiquilla quedará roja por la asficcia.

En ese momento, su mejor hombre le interrumpe al entrar al cuarto, guardando silencio al ver la imagen, que ganas de ser él quien tuviera las manos alrededor de su cuello apretando mientras la follaba por última vez.

Pero Halfdan no la mataría, no hasta saber el nombre del hombre amante culpable de sus males, por lo mismo la soltó dejándola caer al piso.

— Necesito que busques al maldito que me deshonro.

— ¿Señor?

— Uno de ellos estuvo con esta puta, y lo que es mío no se toca.

— Sí señor.

— Y tráeme a toda su familia, mataré a cada uno frente a sus ojos hasta que me diga quien fue el hijo de puta.

— A sus órdenes —miró por última vez el cuerpo de la chica lleno de golpes y no sintió compasión ni lástima.

Es más, sentía admiración, quería ser parte de ese sufrimiento, cortar su carne mientras ellas lloraba y gritaban piedad.

Pero no sé espero que al caminar la chiquilla murmurara un nombre, provocando la detención de sus movimientos.

— ¿Qué dijiste? —preguntó el jerarca

— Park —repitió medio débil — Park Ji… —y volvió a desmayarse.

JiKang giro en sus pies y el jefe lo miraba con odio, se zafaría de esas palabras de alguna manera.

— ¿Mi hermano? —pregunto— ese maldito, con razón no ha venido a vender sus pescados podridos hace semanas.

— ¿Tu hermano?

— ¿No pensará que fui yo, Señor?, le he dado mi fidelidad, si no fuera por usted yo no sería nada, es como un padre para mí —y con esas simples palabras envenenó al hombre.

— Tráeme a tu hermano, vivo, quiero verlo morir junto a esta ramera.

— Con mucho gusto, Señor —y está vez salió más rápido de ahí, antes que la mujer volviera a despertar diciendo completamente su nombre, debía irse de ahí, desaparecer de la aldea, una gran oportunidad y se llevaría a su hermano consigo, solo si él quería claro.




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