Capítulo 2: Tumulto en el Callejón Diagón
Nos levantamos temprano para poder llegar al callejón Diagón antes de que se llenase de gente. Mi madre bajó conmigo a la panadería y encendió el horno de piedra. Yo ya había viajado por la red Flu en otras ocasiones, pero, meterme en el horno, me aterraba sobremanera. Mi madre suspiró, y llamó a mi abuela. Ella hizo que la cogiese del brazo, y noté como si me apretujase a través de unos tubos diminutos cuando empezó a aparecerse. Pensaba que ningún mago podía aparecerse en el Callejón Diagón, pero estaba equivocado. Con un fuerte chasquido, aparecimos ante Gringotts. Esperamos a que mi madre llegase. Ella nunca quiso aprender a aparecerse, pues se conformaba con los polvos Flu. Los tres juntos entramos en el Banco de los Magos.
Tardamos tan solo unos minutos en coger todo el dinero que necesitamos. Cuando salimos hacia Ollivanders, aún estaba levantándose la gente, y podíamos comprobar cómo un pequeño tumulto de personas empezaba a formarse en Flourish y Blotts, cosa que no entendí hasta más tarde.
Entramos en la asombrosa tienda de varitas, donde las cajas, apiladas unas encima de otras, parecían estar bajo un eterno hechizo para que estuviesen en equilibrio. El Sr. Ollivander vino desde el otro lado del mostrador, y, al ver de quién se trataba, cogió una caja que tenía guardada en un compartimento que, supuse, era para los reservados. Me entregó la varita, y dijo:
-Bien, aunque la probaste hace unas semanas, veo necesario que la vuelvas a probar ahora, de lo contrario, podría ocurrir que ya no te sirviera, y no queremos eso-
Cogí la varita que me extendía, y la agité ante mí. El viento sopló a mi alrededor, indicando que la varita funcionaba conmigo perfectamente. Entonces, mi madre gritó.
El viejo vendedor de varitas se rió disimuladamente, y, cuando me giré, vi que la puerta se había cubierto de una planta medicinal, cuyas raíces salían del suelo y las ramas se quedaban encajadas en la única entrada y salida del local. Mi abuela miró atentamente a mi madre, lista para echarle un obliviate en cualquier momento. Ella simplemente cogió aire, contó hasta tres, y se giró hacia Ollivander:
-Tenía que probar la varita ¿no? esto es exactamente lo que ocurrió la primera vez que la agitó. Sr. Ollivander, he venido más temprano de lo que viene nadie normalmente porque no quiero que nos pille el tumulto-
Ollivander sonrió, se notaba que disfrutaba con ello:
-Relájese señora, sabe perfectamente que ese hechizo desaparecerá en una hora-
Mi madre aguantó los impulsos de saltar encima de Ollivander. Un terrible tic le dio en el ojo, mientras con su mano derecha se enroscaba el pelo una y otra vez en el dedo:
-Sr. Ollivander. Necesito estar en mi casa antes del mediodía, ¿no entiende que tengo un negocio muggle y que mi hermano no sabe hacerlo solo cuando está en la hora punta?-
Ollivander la miró fijamente, con un brillo divertido en los ojos, y se dirigió a mí:
-Tu madre tiene problemas para mantener los nervios ¿no? pues bueno, qué se le va a hacer, tendrá que aguantar al abuelo de su tío-
Me guiñó el ojo. A mí, todo eso me parecía muy divertido, pero estaba claro que mamá opinaba lo contrario. Miró con completo odio a Ollivander, y, mientras seguía con el tic en el ojo y enroscándose el pelo con el dedo de la mano derecha, se sentó en el suelo, acunándose con las piernas.
Al cabo de una hora, las plantas que bloqueaban la puerta se desvanecieron, y mi madre se levantó corriendo, arrastrándonos a mi abuela y a mí del brazo, hacia Flourish y Blotts. Para su desgracia, ya había una larga fila de personas ante la puerta, que se encontraba aún cerrada. Se giró hacia nosotros dos, aguantando claramente las ganas de gritar:
-Mamá, acompaña a Freduard a por la túnica. No tiene que hacer nada más que complarla. Las medidas y la túnica en sí ya están listas. Que no se os olvide comprar el caldero y los ingredientes para las pociones. Que no ocurra ningún problema. Pasaos también por la tienda de mascotas. Toma, este dinero es de tu padre-
Miré las monedas que me tendía mi madre y sonreí. O se había olvidado de cambiarlas, o lo había hecho a propósito para demostrarme que había sido un regalo de parte de papá. Sostenía unas libras que nunca hubiese aceptado la encargada de la tienda ni aunque hubiesen sido las últimas monedas del mundo. Mamá sonrió, cerró la palma de la mano, y, al abrirla, las libras fueron cambiadas por unos galeones. Me los dio y fui con mi abuela a comprar.
Volvimos al cabo de unos minutos. Flourish y Blotts ya había abierto y estaba atesado de gente. Tuvimos que entrar dentro, ante la reprimenda de mucha gente, para alcanzar a mi madre.
Segundos más tarde, me dí cuenta de que la fila de gente se dirigía hacia una gran mesa de madera llena de fotos de un hombre rubio con pintas más extravagantes que cualquier mago normal, ese mismo mago, en carne y hueso estaba firmando libros. Mi madre puso una cara de asco. Yo pensaba que era porque no soportaba las pintas de ese mago, pero no era por eso, sino porque un hombre alto, pálido, rubio, vestido de negro, y con un bastón con la empuñadura de serpiente, se acercó con su hijo, que era tan rubio y pálido como él, pero, en lugar de hacer caso a la conversación, se puso a mirar libros. Mi madre arrugó la nariz:
-Lucius... cuanto tiempo, ¿qué tal con Narcissa? ¿ese es tu hijo Draco?-
Lucius la miró, alzando la cabeza, como si mi madre fuese poca cosa:
-Hola, Marisa. La verdad, estoy muy bien con Narcissa, y, sí, ese es mi pequeño Draco, ¿aún sigues con ese muggle o recapacitaste y te casaste con un mago? veo que tu hijo es igualito a ti-
Mamá levantó la cabeza, haciendo todo lo posible por mantenerle la mirada:
-No, Lucius, prefiero seguir con ese muggle a estar con un mago como tú. Si me obligasen a casarme con un mago, me hubiese quedado con Arthur Weasley si no hubiese tenido a Molly como pareja, pero, ¿contigo? léeme los labios Lucius... jamás, ni con un Maleficio Imperius ¿me he explicado claramente?-
Lucius nos dedicó una sonrisa de suficiencia. Yo sentí tanta rabia, que una pila de libros que había tras Lucius se vino abajo. Intenté controlarme. Lucius me miró:
-Me sorprende que tu madre se atreva a enviarte al colegio después de lo ocurrido el año pasado ¿O al estar tan desconectados del mundo mágico, desconocéis que Lord Voldemort estuvo todo el año dentro del colegio, camuflado, para derrotar a Harry Potter y encontrar la piedra filosofal? yo que tú, Marisa, no enviaría a tu hijo este año... quién sabe lo que podría pasar-
Mamá fue a contestarle, pero, en ese momento, el mago que estaba firmando los libros, levantó la voz:
-¿No será ése Harry Potter?-
La multitud se hizo a un lado, cuchicheando emocionada. Lockhart se dirigió hacia Harry y cogiéndolo del brazo lo llevó hacia delante. La multitud aplaudió. Mi madre suspiró:
-Pobre niño. Ese insoportable de Lockhart lo está utilizando para promocionar sus libros, no tiene suficiente con los carteles que tiene colgados a la entrada de la librería-
Lucius Malfoy dejó de mirar a mi madre y se fijó en lo que estaba ocurriendo. Harry le estrechó la mano ante el fotógrafo, que no paraba un segundo de sacar fotos. Cuando le soltó la mano, Harry hizo ademán de volverse hacia un grupo de pelirrojos que estaba por delante nuestra, (mi abuela me explicó que eran los Weasley, una familia encantadora, y me fue diciendo los nombres de cada uno desde la distancia) pero Lockhart le pasó el brazo por los hombros y lo retuvo a su lado:
-Señoras y caballeros- dijo en voz alta, pidiendo silencio con un gesto de la mano -¡Éste es un gran momento! ¡El momento ideal para que les anuncie algo que he mantenido hasta ahora en secreto! Cuando el joven Harry entró hoy en Flourish y Blotts, sólo pensaba comprar mi autobiografía, que estaré muy contento de regalarle-
La multitud aplaudió de nuevo:
-Él no sabía- continuó Lockhart, zarandeando a Harry de tal forma que las gafas le resbalaron hasta la punta de la nariz -que en breve iba a recibir de mí mucho más que mi libro El encantador. Harry y sus compañeros de colegio contarán con mi presencia. ¡Sí, señoras y caballeros, tengo el gran placer y el orgullo de anunciarles que este mes de septiembre seré el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras en el Colegio Hogwarts de Magia!-
La multitud aplaudió y vitoreó al mago, y Harry fue obsequiado con las obras completas de Gilderoy Lockhart. Yo, sin embargo, al igual que mi madre, había adquirido una expresión de hastío. ¿que ese ridículo mago me iba a dar clases? A mamá volvió a darle el tic en el ojo. En ese preciso momento, se armó un buen escándalo.
El hijo de Lucius Malfoy se había acercado hasta ellos sin que lo viesen, y en ese momento, carraspeó:
-¿A que te gusta, eh, Potter?-
Harry se puso derecho y se encontró cara a cara con Draco Malfoy, que exhibía el mismo aire despectivo con el que su padre nos había tratado a mi abuela, a mi madre, y a mí:
-El famoso Harry Potter. Ni siquiera en una librería puedes dejar de ser el protagonista-
La niña que mi abuela me había dicho que era Ginny, la pequeña de la familia, saltó:
-¡Déjale en paz, él no lo ha buscado!-
Estaba fulminando a Draco con la mirada, pero él ni se inmutó:
-¡Vaya, Potter, tienes novia!-
Dijo, arrastrando las palabras. Ginnyse puso roja mientras Ron, uno de sus hermanos y una chica morena que no parecía ser de la familia, se acercaban, con sendos montones de los libros de Lockhart:
-¡Ah, eres tú!- dijo Ron, mirando a Malfoy como se mira un chicle que se le ha pegado a uno en la suela del zapato -¿A que te sorprende ver aquí a Harry, eh?-
El rubio siguió sin inmutarse. Mi madre tiró de mí para que siguiésemos adelante, pues la fila ya se había adelantado, pero yo, al igual que otros clientes en la tienda, miraba el espectáculo que estaban empezando a armar, interesado en cada una de sus palabras y en cada movimiento. El hijo de Lucius continuó hablando:
-No me sorprende tanto como verte a ti en una tienda, Weasley- replicó Draco -supongo que tus padres pasarán hambre durante un mes para pagarte esos libros-
Ron se puso tan rojo como Ginny. Mi madre miraba asqueada al hijo de Lucius por lo que había dicho, y mi abuela hizo aparecer una butaca con su varita y se sentó a ver el espectáculo, con un bol de palomitas.
Ron dejó los libros en el caldero y se fue hacia Malfoy, pero Harry y la chica morena lo agarraron de la chaqueta:
-¡Ron!- dijo el señor Weasley, abriéndose camino a duras penas con dos gemelos que deberían ser Fred y George -¿Qué haces? Vamos afuera, que aquí no se puede estar-
En ese mismo instante, mamá se dio cuenta de que Lucius se estaba metiendo en la conversación, y nos metió a mi abuela y a mí aún más prisa. Pero nosotros miramos, mientras el señor Malfoy abría su boca:
-Vaya, vaya..., ¡si es el mismísimo Arthur Weasley!-
El señor Malfoy había cogido a su hijo por el hombro y miraba con la misma expresión de desprecio que él. Mamá me iba a arrancar el brazo de tanto tirar, y a mi abuela le iba a reventar la cabeza con tanta bulla. El señor Weasley le respondió:
-Lucius-
Dijo, saludándolo fríamente. Malfoy sonrió:
-Mucho trabajo en el Ministerio, me han dicho- comentó el señor Malfoy -Todas esas redadas... Supongo que al menos te pagarán las horas extras, ¿no?-
Se acercó al caldero de Ginny y sacó de entre los libros nuevos de Lockhart un ejemplar muy viejo y estropeado de la Guía de transformación para principiantes. Me fijé en su mirada de asco, de desprecio, mezclada con un brillo de victoria:
-Es evidente que no- rectificó -Querido amigo, ¿de qué sirve deshonrar el nombre de mago si ni siquiera te pagan bien por ello?-
El señor Weasley se puso aún más rojo que Ron y Ginny:
-Tenemos una idea diferente de qué es lo que deshonra el nombre de mago, Malfoy- contestó -Es evidente- dijo Malfoy, mirando de reojo a los padres de la morena, que, a ojos vista, eran muggles. Ambos, miraban al hombre con aprensión. Lucius continuó:
-Por las compañías que frecuentas, Weasley... creía que ya no podías caer más bajo-
Entonces el caldero de Ginny saltó por los aires con un estruendo metálico;el señor Weasley se había lanzado sobre el señor Malfoy, y éste fue a dar de espaldas contra un estante. Docenas de pesados libros de conjuros les cayeron sobre la cabeza. Fred y George gritaban: «¡Dale, papá!», y la señora Weasley exclamaba: «¡No, Arthur, no!» La multitud retrocedió en desbandada,derribando a su vez otros estantes. Mamá consiguió apartarme justo antes de que una pila de libros me sepultase. Mi abuela simplemente se echó un poco hacia atrás y siguió disfrutando del espectáculo.
-¡Caballeros, por favor, por favor!- gritó un empleado.
Más alto que las otras voces, se oyó:
-¡Basta ya, caballeros, basta ya!-
El grito lo había dado un hombre tan grande que apenas entraba por la puerta, y con una barba muy espesa, que en esos momentos, vadeaba el río de libros para acercarse a ellos. En un instante,separó a Weasley y Malfoy. El primero tenía un labio partido, y al segundo, una Enciclopedia de setas no comestibles le había dado en un ojo. Malfoy todavía sujetaba en la mano el viejo libro sobre transformación. Se lo entregó a Ginny,con la maldad brillándole en los ojos:
-Toma, niña, ten tu libro, que tu padre no tiene nada mejor que darte- Librándose del enorme hombre, que lo agarraba del brazo, hizo una seña a Draco y salieron de la librería
-No debería hacerle caso, Arthur-
Lo ayudó a levantarse del suelo y a ponerse bien la túnica:
-En esa familia están podridos hasta las entrañas, lo sabe todo el mundo. Son una mala raza. Vamos, salgamos de aquí-
Mi abuela se terminó el bol de palomitas, se levantó del sillón, y, con un gesto de la varita, hizo desaparecer el sillón. Mi madre apartó a un grupo que se quería colar a empujones, y se presentó ante la mesa de Gilderoy Lockhart. Al momento, llegó también mi abuela. Ambas miraron al mago con una ceja levantada. Él sonrió:
-Bien veo que vienen a que les firme mi autobiografía... ¿para quién es?-
Mi madre lo miró a los ojos, ofendida:
-Gilderoy... tan engreído como siempre, soy yo, Marisa Tempore... bueno, ese es mi nombre de soltera. Sí, no me mires así, estoy casada, y sí, sigo tan directa como siempre, ahora, escucha. Tengo un negocio muggle que mantener, y si no tengo los libros en un minuto, sabes que soy capaz de sacarte todos los secretos sin necesidad de un veritaserum... ¿no querrás que Daisy Miller descubra ahora que fuiste tú el que convirtió a su gato en sapo durante los TIMOS verdad? acaba de morir... hace tres meses, y, ¿recuerdas que su gato era su hermana practicando para ser animago? no creo que le siente bien. Como esos, tengo muchos secretos que te he guardado, pero ahora no te tengo ningún miedo, no puedes amenazarme con nada. Ya no estamos en Hogwarts y no puedes manipular a ningún prefecto... y recuerda que era experta en hechizos de ataque-
Gilderoy tragó saliva forzozamente, y sonrió, nervioso:
-Oh, Marisa, claro... toma, aquí tienes los libros, no hace falta que pagues nada, yo invito... una desgracia lo de Daisy Miller... si la ves, dale el pésame de mi parte. No me había enterado-
Mi madre cogió todos los libros y los guardó en el interior del caldero que llevaba colgando del brazo. Mi abuela no apartaba la vista de Lockhart:
-Querido, ¿cómo no te enteraste? salió en El Profeta, y en todo el mundo mágico se hizo un minuto de luto en su honor-
Él empezó a sudar, mirando a todos lados. Mi madre y mi abuela estaban disfrutando del sufrimiento del pobre hombre. Puede que fuese un engreído, pero a mí me dio compasión, no voy a negarlo. Después de respirar un par de veces para relajarse, se atrevió a hablar:
-Creo que estaba en China... sí, en China... viviendo una aventura que plasmaré en mi próximo libro que escribiré al terminar este curso en Hogwarts. Espero que lo compréis... se llama... En la Casa de Yaoguai... son demonios chinos... creo que inmortales-
Mi madre suspiró y mi abuela le hizo un hechizo con la varita. Lockhart intentó hablar sin éxito. Salimos de la tienda corriendo, mientras los encargados seguían reordenando el estropicio que Lucius y Arthur habían causado. Salimos del Callejón Diagón por el Caldero Chorreante, pues teníamos que comprar huevos y harina, que se nos había agotado, según decía mi tío, que nos había enviado la lechuza a todo correr. Estaba que no podía solo en la panadería. Mire a mi abuela:
-¿Qué le has hecho a Lockhart? como me coja manía porque vosotras le hayáis hecho algo-
Mi abuela miró a mi madre que estaba pagando en la caja, y se giró hacia mí:
-Lockhart le hizo la vida imposible a tu madre. Cuando llegaron a quinto curso, ella consiguió el puesto de prefecto, pero, de alguna manera, él se las arregló para que le quitasen el puesto en una semana, porque había descubierto las jugarretas que le había hecho a los compañeros de casa para poder aprobar cualquier examen sin esforzarse. Pusieron como prefecto en su lugar a alguien que él podía manejar como una marioneta... creo que se llamaba Mathias Hamill, una pesadilla para el otro prefecto, Daniel Skinner, pues se vio metido en el embrollo sin poder hacer nada. Solo tu madre lo sabe, pues, cada vez que iba a contárselo a un profesor, aparecían Mathias y Daniel junto a él y la amenazaban. Respecto a lo que le he hecho, es un hechizo que duraba solo unos minutos, era un hechizo palalingua. No te preocupes, tiene un ego tan grande que volverá a pensar únicamente en él y se le olvidará antes de que empiece el curso-
Mi madre, que había escuchado esto último, rió, y le pidió que abriese el bolso. Mi abuela se negó:
-De eso nada señorita. He metido en este bolso todos los objetos que le hemos comprado a tu hijo y no voy a dejar que metas los huevos para que se rompan y lo manchen todo. Sabes que los libros son fáciles de limpiar, y la varita también, al igual que el caldero, pero una túnica manchada de huevo, y unos ingredientes para pociones llenos de huevo hasta arriba, no le ayudarán a Freduard para nada-
El cajero, que había escuchado todo lo que acababa de decir, se quedó mirando el bolso de mano que llevaba mi abuela. Entre ella y mi madre le lanzaron un obliviate. Menos mal que no había nadie más por ahí, de lo contrario, hubiésemos causado un tremendo revuelo. Metimos los huevos y la harina en una bolsa de plástico, salimos de la tienda, y nos metimos en un callejón, agarrándonos de las manos de mi abuela para aparecernos en la panadería.
Mi tío lo tenía todo perdido. El azúcar decoraba el suelo como si fuese arena, la harina estaba repartida por todos los materiales, muebles, y paredes, como si fuese nieve, y los huevos estaban rotos sobre el techo, goteando. Ambas mujeres sacaron sus varitas, y, con un único gesto cada una, la cocina volvió a estar como nueva en cuestión de segundos. Los clientes, que estaban impacientes por recibir su pedido, no tuvieron que esperar mucho más, pues yo ya llegaba con las magdalenas, los sándwich, cafés, tés, y demás. El resto del día no hubo problema alguno, y cerramos a las diez de la noche.
Cuando llegamos, mi padre ya estaba en casa. Nos había preparado la cena. La verdad, ese día íbamos a cenar muy tarde, pero la novedad era que mi padre se había atrevido a cocinar. Corriendo, fui a abrazarlo y a darle un beso. Cogí el bolso de la abuela, y de él saqué una jaula con una lechuza gris, con un ala con una mancha negra, y con el pecho con un círculo blanco, las puntas de sus orejas eran marrones, pero apenas se notaban. Mi padre me dedicó una cándida sonrisa:
-¿Cómo se llama tu nueva lechuza campeón?-
Me quedé callado. Aún no había pensado en el nombre que le pondría. Al cabo de unos instantes, sonreí:
-No sé si llamarle Potter, o Rememoris-
Mi padre sonrió:
-¿Por qué no le pones los dos?-
Mi tío suspiró:
-Porque Potter Rememoris es un nombre muy tonto para una lechuza, y muy largo, dime, sobrino, ¿por qué has pensado en esos dos nombres?-
Sonriendo, les conté a papá y a mi tío nuestro encuentro con Lucius Malfoy y lo que le había contado a mamá. Jack compuso una expresión de asombro mezclada con frustración, mientras mi madre y mi abuela, se hacían las tontas y hacían como las que estaban ordenándome el cuarto para poder salir del salón. Cuando terminé de contar lo ocurrido, expliqué los nombres que había pensado para mi lechuza:
-Potter, por Harry Potter, el niño más famoso en todo el mundo mágico por sobrevivir a Lord Voldemort, y Rememoris, porque es imposible no rememorar el hecho de haber escapado del mayor mago oscuro de todos los tiempos-
Mi padre me sonrió, pero no estaba contento cuando habló:
-Marisa, Hanna, ¿es eso verdad? Jack, ¿lo sabíais y no me lo habíais contado? Sé perfectamente quién es Lord Voldemort, tú me lo contaste Marisa, porque pensaste que debía saberlo antes de decidirme por completo a casarme contigo, me contaste todo lo que concierne al mundo mágico, y yo lo acepté, pero no aceptaré que mi hijo vaya a un colegio en el que puede entrar un hombre... un asesino, un animal, sediento de sangre. Sé que ese Lucius no es de fiar, pero a ti te amaba, a lo mejor intentaba avisarte de algo cuando te dijo aquello de que no enviásemos al niño a Hogwarts este año-
Yo abrí los ojos de la sorpresa. No quería volver al colegio muggle, era demasiado pesado para mí. Más de una vez, me habían enviado al despacho del director porque no podía controlar mis emociones y hacía volar las cosas. Los profesores pensaban que yo me quería hacer el gracioso. Yo pensaba que eran los otros compañeros. Cuando por fin iba a librarme de esos problemas, me encontraba con que mi padre no quería enviarme al colegio. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pues mis padres se habían empezado a gritar:
-¡Muy bien Gregory Thompson! Tu hijo no irá a la escuela de magos y se educará como un muggle, ¿es eso o que quieres?-
-¡Sí, la verdad es que sí, sobre todo si la vida de mi hijo está en peligro en el edificio "más seguro" de todo el mundo mágico!-
-¡Pero si no hace magia, acabará acumulando esa energía, hasta tal punto que ya no podrá controlarla y sería como una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento con cualquier movimiento! Sé lo que digo, ¿por qué crees que hacemos a veces esos números en la cafetería? por diversión, sí, pero también porque necesitamos hacerlo de vez en cuando-
-Y ahora me dirás que, aunque yo me oponga, el niño irá al colegio de magia. No, lo siento, me opongo a ello. Mañana me voy de viaje de negocios a París, y vuelvo el uno de septiembre. Freduard se vendrá conmigo. A lo mejor así consigo convencerlo de que se quede aquí y no vaya a ese colegio-
Yo me levanté, tirando el plato al suelo, sin darme cuenta, y haciéndolo añicos. No tenía hambre. Me fui corriendo hacia mi cuarto y me encerré, haciendo caso omiso a las llamadas de mi padre. Me metí en la cama, y, antes de quedarme dormido entre las lágrimas, escuché cómo mi padre abandonaba la casa de un portazo.
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