-5
Una semana después de los acontecimientos de los capítulos anteriores
-Luna, sal de ahí- Dijo el azabache tratando de sacar a Luna de debajo de la cama
-No quiero! Vete tu solo!- dijo la de cabello bicolor antes de ser sacada de su escondite de un fuerte jalón. Ahora vestía un kimono floreado, su anterior prenda blanca había sido destruida por el ataque de la mujer-araña y estaba demasiado sucio
-Vamos! Hace días que no sales de casa!-
-Y no lo hare! Acaso vas a obligarme?-
-... Agh bien, te dejare en casa, pero si sabes que estaré mucho tiempo afuera? Lo mas probable es que vuelva en medio de la noche, muuuuy tarde, estas bien con eso?- dijo el azabache mientras peinaba el cabello de la bicolor con sus dedos
-Nada malo me va a pasar- dijo la menor recibiendo un suspiro del mayor
-Bien, si necesitas algo solo ve a la iglesia, puedes salir de casa y preguntar a la gente donde queda, Minako hoy esta libre, así que ella te puede ayudar en cualquier cosa- dijo el mayor mientras agarraba sus flechas y arco para dirigirse a la puerta y mirar a Luna con una sonrisa -Volveré! Si me muero te jalo las patas por la noche!- finalizo para retirarse
La ahora solitaria chica se levanto del suelo y camino hacia la cocina para preparar lo que le había enseñado cierta fantasma de prendas marítimas, tan pronto termino de cocinar los 3 Onigiris que preparo se sentó a comerlos felizmente
Después de unos segundos se dio cuenta de que no tenia nada que hacer, dirigió su verdosa mirada a la ventana, al ver que ya era el medio día se dispuso a leer, pero no entendió nada de ningún libro al no saber leer, solo entendia las vocales, lo que unico que pudo leer fue << a i e a o o i o a o>> así que simplemente se detuvo en cada pagina con ilustraciones, inventándose la historia según cada imagen
Para cuando se termino de inventar la historia ya había pasado alrededor de una hora, así que nuestra ahora entretenida protagonista estaba buscando almohadas y prendas de el ausente azabache para armar un pequeño escenario
<<En una gran ciudad con grandes, pero muy grandes calles, existía una investigadora muy famosa, la cual era amada por todos además de ser experta en su trabajo>>
Luna agarró una almohada y la movió hacia ella, aquella almohada vestida con un traje desordenado y mal acomodado ya que la fémina no sabía muy bien cómo acomodarlo
<<Un día la joven fue visitada por una joven de vestimenta elegante—masculina—, cabello negro y un claro apuro "señorita Luna! Es una cosa terrible!" Dijo con pavor la pelinegra>>
Una almohada con un trapo negro en la cabeza—que simulaba ser cabello—estaba siendo manipulada por la fantasma como si se tratará de un títere
<<"Cálmese, damisela. Por favor dígame su nombre y lo que pasa" dijo la investigadora mientras se acomodaba las gafas—que encontró en un cajon—, para luego quitarselas al no ver nada "Me llamo Minako! He sido atacada por una criatura horrible!" Dijo casi gritando la azabache "por favor describa a la criatura" dijo confiada nuestra heroína "Era como...">>
Luna no tenía ni idea de que podía ser la criatura, así que tuvo que parar su juego y buscar algo más que hacer. Empezó a doblar la ropa con la que había jugado, para luego empezar a asear la casa, no deseaba que el dueño del hogar en el que residía gratis se encontrará con el lugar demasiado sucio y se decepcionará de ella.
Tan pronto termino de limpiar se sentó en una silla mientras tomaba su té
-Masa! Te traje unos mangos!- derrepente la puerta de aquel hogar fue abierta mientras cargaba una canasta llena de la fruta mencionada -Eh? Dónde está Masa?- Dijo mientras buscaba con la mirada a el azabache
-... Estaba jugando... Masaru se fue a su misión... Que es eso?- dijo mientras se acercaba dando brinquitos hacia donde estaba la contraria
-... No me acordaba que era hoy...- suspiro mientras colocaba su mano en la frente y alejaba la canasta de mangos de Luna -Ni se te ocurra tocarlos, son para Masa, no para ti.- frunció el ceño mientras veía a Luna intentando alcanzar la fruta
-Que cruel eres... Solo dame uno!- dijo con un puchero mientras lograba agarrar uno de los mangos y mirarlo curiosa -Que es esto? Se come?- levantó la mirada para ver a Minako la cual solo suspiraba
-Solo te lo doy porque Masa te daría uno de todos modos. Y si, se come, yo te ayudo a pelar- se quedó callada al ver a Luna dándole un mordisco directo, estremeciéndose al morder la semilla - No hagas eso! Quien tienes en el cerebro? Puré? Tienes que pelar un mango y comer sus pedazo después de cortarlos con un cuchillo y evitar la semilla! Nunca has comido uno?!-
-No...- dijo mientras jugaba con sus dedos ahora pegajosos por el jugo del mango que intento limpiar de su boca
-Ve y limpiate!- dijo señalando al baño con el ceño fruncido mientras Luna obedecía
Más tarde ese día
-Eh? Quieres que te lea un cuento?- pregunto la azabache con un pedacito de mango clavado en un palillo mientras veía a la menor asentir con un libro entre sus manos
-Igualmente, le pediré a Masaru que me lo lea más tarde...- Dijo antes de que la azabache le arrebatará el libro y señalará un punto al lado de ella
-Yo te lo leeré. Ahora siéntate y escucha, niñata!- La de cabello bicolor obediente mente se sentó al lado de la azabache, mientras recostaba su cabeza en su hombro
— — — — — — — — — —
Érase una vez una hermosa princesa llamada Momo, que vestía de seda y terciopelo y vivía muy por encima del mundo, sobre la cima de una montaña, cubierta de nieve, en un castillo de cristal. Tenía todo lo que se puede desear, no comía más que los manjares más finos y no bebía más que el vino más dulce. Dormía sobre almohadas de seda y se sentaba en sillas de marfil. Lo tenía todo, pero estaba completamente sola.
Todo lo que la rodeaba, la servidumbre, las camareras, gatos, perros y pájaros e incluso las flores, todo, no eran más que reflejos de un espejo. Porque resulta que la princesa Momo tenía un espejo mágico grande, redondo y de la más pura plata. Lo enviaba cada día y cada noche por todo el mundo. Y el gran espejo flotaba sobre países y mares, sobre ciudades y campos. La gente que lo veía no se sorprendía, sino que decía: «Es la luna»
Y cada vez que el espejo volvía, ponía delante de la princesa todos los reflejos que había recogido durante su viaje. Los había bonitos y feos, interesantes y aburridos, según como salía. La princesa escogía los que le gustaban, mientras que los otros los tiraba simplemente a un arroyo. Y los reflejos liberados volvían a sus dueños, a través del agua, mucho más de prisa de lo que te imaginas. A eso se debe que veas tu propia imagen reflejada cuando te inclinas sobre un pozo o un charco de agua.
A todo esto he olvidado decir que la princesa Momo era inmortal. Porque nunca se había mirado a sí misma en el espejo mágico. Porque quien veía en él su propia imagen, se volvía, por ello, mortal. Eso lo sabía muy bien la princesa Momo, y por lo tanto no lo hacía. De ese modo vivía con todas sus imágenes, jugaba con ellas y estaba bastante contenta. Pero un día, el espejo mágico le trajo una imagen que le interesó más que todas las otras. Era la imagen de un joven príncipe. Cuando lo hubo visto le entró tal nostalgia, que quería llegar hasta él como fuera. Pero, ¿cómo? No sabía dónde vivía, ni quién era, no sabía ni siquiera cómo se llamaba.
Como no encontraba otra solución, decidió mirarse por fin en el espejo. Porque pensaba: a lo mejor el espejo llevará mi imagen hasta el príncipe. Puede que mire casualmente hacia el cielo, cuando pase el espejo, y verá mi imagen. Acaso siga el camino del espejo y me encuentre aquí. Así que se miró largamente en el espejo y lo envió por el mundo con su reflejo. Pero así, claro está, se había vuelto mortal.
En seguida oirás cómo sigue esta historia, pero primero he de hablarte del príncipe. Este príncipe se llamaba Girolamo y vivía en un reino fabuloso. Todos los que vivían en él amaban y admiraban al príncipe. Un buen día, los ministros dijeron al príncipe: «Majestad, debéis casaros, porque así es como debe ser.» El príncipe Girolamo no tenía nada que oponer, de modo que llegaron al palacio las más bellas señoritas del país, para que pudiera elegir a una. Todas se habían puesto lo más guapas posible, porque todas querían casarse con él.
Pero entre las muchachas también se había colado en el palacio un hada mala, que no tenía en las venas sangre roja y cálida, sino sangre verde y fría. Claro que eso no se le notaba, porque se había maquillado con mucho cuidado. Cuando el príncipe entró en el gran salón dorado del trono, para hacer su elección, ella pronunció rápidamente un conjuro, de modo que Girolamo no vio a nadie más que a ella. Y además le pareció tan hermosa, que al momento le preguntó si quería ser su esposa.
—Con mucho gusto —dijo el hada mala—, pero pongo una condición.
—La cumpliré —respondió Girolamo, irreflexivo.
—Está bien —contestó el hada mala, y sonrió con tanta dulzura, que el desgraciado príncipe casi se marea—, durante un año no podrás mirar el flotante espejo de plata. Si lo haces, olvidarás al instante todo lo que es tuyo. Olvidarás lo que eres en realidad y tendrás que ir al país de Hoy, donde nadie te conoce, y allí vivirás como un pobre diablo. ¿Estás de acuerdo?
—Si no es más que eso —exclamó el príncipe Girolamo—, la condición es fácil.
¿Qué ha ocurrido mientras tanto con la princesa Momo?
Había esperado y esperado, pero el príncipe no había venido. Entonces decidió salir a buscarle ella misma. Devolvió la libertad a todas las imágenes que tenía a su alrededor. Entonces bajó, totalmente sola y en sus suaves zapatillas, desde su palacio de cristal, a través de las montañas nevadas, hacia el mundo. Recorrió todos los países, hasta que llegó al país de Hoy. A estas alturas sus zapatillas estaban gastadas y tenía que ir descalza. Pero el espejo mágico con su imagen seguía flotando por el cielo.
Una noche, el príncipe Girolamo estaba sentado en el tejado de su palacio dorado y jugaba a las damas con el hada de la sangre verde y fría. De repente cayó una gota diminuta sobre la mano del príncipe.
—Empieza a llover —dijo el hada de la sangre verde.
—No —contestó el príncipe—, no puede ser porque no hay ni una sola nube en el cielo.
Y miró hacia lo alto, directamente al gran espejo mágico, plateado, que flotaba allí arriba. Entonces vio la imagen de la princesa Momo y observó que lloraba y que una de sus lágrimas le había caído sobre la mano. En el mismo momento se dio cuenta de que el hada le había engañado, que no era hermosa y que en sus venas sólo tenía sangre verde y fría. Era a la princesa Momo a la que amaba en verdad.
—Acabas de romper tu promesa —dijo el hada verde, y su cara se crispó hasta parecer la de una serpiente— y ahora has de pagarlo.
Introdujo sus largos dedos verdes en el pecho de Girolamo, que se quedó sentado como paralizado, y le hizo un nudo en el corazón. En ese mismo instante olvidó que era el príncipe Girolamo. Salió de su palacio y de su reino como un ladrón furtivo. Caminó por todo el mundo, hasta que llegó al país de Hoy, donde vivió en adelante como un pobre inútil desconocido y se llamaba simplemente Gigi. Lo único que había llevado consigo era la imagen del espejo mágico que desde entonces quedó vacío.
Mientras tanto, los vestidos de seda y terciopelo de la princesa Momo se habían gastado. Ahora llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, y una falda de remiendos de todos los colores. Y vivía en unas ruinas.
Aquí se encuentran un buen día. Pero la princesa Momo no reconoce al príncipe Girolamo, porque ahora es un pobre diablo. Tampoco Gigi reconoció a la princesa, porque ya no tenía ningún aspecto de princesa. Pero en la desgracia común, los dos se hicieron amigos y se consolaban mutuamente.
Una noche, cuando volvía a flotar en el cielo el espejo mágico, que ahora estaba vacío, Gigi sacó del bolsillo la imagen y se la enseñó a Momo. Estaba ya muy arrugada y desvaída, pero aún así, la princesa se dio cuenta en seguida que se trataba de su propia imagen. Y entonces también reconoció, bajo la máscara de pobre diablo, al príncipe Girolamo, al que siempre había buscado y por quien se había vuelto mortal. Y se lo contó todo.
Pero Gigi movió triste la cabeza y dijo:
—No puedo entender nada de lo que dices, porque tengo un nudo en el corazón y no puedo acordarme de nada.
Entonces, la princesa Momo metió la mano en su pecho y desató, con toda facilidad, el nudo que tenía en el corazón. Y, de repente, el príncipe Girolamo volvió a saber quién era. Tomó a la princesa de la mano y se fue con ella muy lejos, a su país.
—
— — — — — — — — —
-y fin! Ahora yo me vo- el sonido de un ronquido interrumpió la voz de la azabache, la cual dirigió su mirada hacia Luna, que estaba durmiendo -... Si la dejo sola Masa se enojará...- suspiro resignada y molesta por ser "forzada" a quedarse con la menor, pero lentamente sus ojos también se cerraron
.
.
.
.
.
-Ya llegué!- Dijo el feliz azabache para mirar curioso al par de chicas sentadas en el suelo, apoyadas la una sobre la otra -Eh? De que me perdí?- dijo el azabache mientras colocaba una sábana sobre las féminas y se dirigía a su habitación a dormir y descansar de una vez
•
•
•
•
•
•
•
•
Estoy viva! Ehhh como me dió pereza escribir use una historia, la pueden encontrar como <<El cuento de Momo y Girolamo>>!
2412 palabras...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro