Un simple día lluvioso
— Título: Un simple día lluvioso.
— Usuario de Wattpad: citlalli289
— Sinopsis: Cindy es una chica a la cual la lluvia siempre le ha arruinado sus planes. Ella cree que cada que el cielo se oscurece significa que todo va mal, y por esa razón se siente triste y melancólica. Hasta que un día lluvioso decide salir de su casa para ver si su perspectiva hacia la lluvia puede cambiar.
— Cantidad de Palabras: 4252
La lluvia cae a torrentes allá a fuera. Observo desde la ventana de mi habitación como las gotas salpican en todas direcciones. Ha llovido desde hace unas horas. En el suelo ya se han creado caudales que transportan el agua hacia otro lugar.
Sigo el recorrido de una pequeña hoja amarilla; imaginando que es una embarcación navegando a través de un río caudaloso durante una tormenta. Analizo todos sus movimientos hasta que la pierdo de vista.
Suspiro. Unos toques en la puerta hacen que regrese a mi realidad.
—¿Puedo pasar? —pregunta mi hermana. Asomando su cabellera castaña por la puerta.
Asiento y me alejo de la ventana para acomodarme en la cama. Ella cierra la puerta y se sienta a mi lado.
Nos quedamos unos segundos en silencio. Escuchando el tranquilo sonido de la lluvia que poco a poco va menguando.
—Mañana saldrá el sol —afirma Liz rompiendo el silencio.
—No puedes estar tan segura de eso —comento pesimista.
La lluvia no ha parado desde que comenzó, el cielo está totalmente oscuro; por esa razón dudo de las palabras de mi hermana.
—Siempre sale el sol. Hoy, mañana, pasado, no sé cuándo lo hará. Lo que si sé es que la lluvia no dura para siempre.
Me regala una sonrisa sincera que me hace sonreír a mi también. Liz se levanta de la cama para acercarse a la ventana.
—Los días lluviosos me ponen filosófica.
Una pequeña risa se me escapa ante su declaración.
—A mí me ponen nostálgica —admito dejándome caer en la cama.
—Usualmente relacionamos la lluvia con los sentimientos tristes, tal vez porque creemos que el cielo llora, eso tiene algo de sentido.
Levanto la cabeza para verla mejor, ella sigue observando por la ventana de mi habitación.
—Pero la lluvia puede traer felicidad. Besar a alguien por ejemplo, muchos sueñan con un beso bajo la lluvia.
—Pensar en Un beso bajo la lluvia me pone triste —interrumpo su discurso —. ¡Félix, Huroncito! —lloriqueo tumbándome de nuevo en la cama.
—El objetivo de esta charla es dejar de pensar en cosas tristes —recrimina ella pateándome una pierna.
—Lo siento hermana mía, pero si dices un beso bajo la lluvia yo pienso en Un beso bajo la lluvia.
Apenas terminó de hablar siento el impacto de una almohada contra mi estómago.
—No tiene sentido hablar contigo —dice dándome otro almohadazo.
No puedo evitar reírme ante la situación. Ella me golpea sin piedad mientras que yo solo puedo retorcerme intentando que no golpee mi rostro.
—¡Dejen de pelear! —grita mi madre desde algún lugar de la casa.
—Salvada por la campana —aclara mi hermana tirando su arma sobre mi cama para después salir de mi habitación.
Sola nuevamente. El sonido de la lluvia ha cesado. Me acerco a la ventana solo para comprobar que ya no llueve. El cielo sigue cubierto por nubes grises cargadas de agua, pero por el momento han decidido dar una tregua.
No lo pienso mucho. Tomo mi celular, mis llaves y una pequeña sombrilla plegable, lo meto todo en un pequeño bolso y salgo de mi habitación. Atravieso el pasillo que lleva a la puerta principal.
—¡Voy a salir! —grito con la puerta abierta, y salgo antes de que alguien pueda detenerme.
El contraste de ambiente es muy notable. Mientras que mi casa era cálida y reconfortante, aquí afuera está demasiado húmedo y frío. Una corriente de aire helado se mete entre mi ropa, haciendo que me recorra un escalofrío y se me ponga la piel de gallina.
Y mientras que mi mente me recrimina por no traer algún suéter, mis piernas emprenden el camino hacia la librería.
El día de ayer mi amiga Paola y yo habíamos quedado en vernos frente a la librería hoy en la mañana. Pero al parecer el universo tenía otros planes, otro diluvio, por ejemplo; y me dejó vestida y alborotada.
Las calles están encharcadas, el agua continúa corriendo en el desnivel de las aceras. De los techos caen cascadas capaces de mojar a todo aquel que pase cerca. Los vehículos impulsan agua hacia los lados al pasar por los charcos.
Pocas personas transitan las banquetas. Algunas van muy mojadas, de seguro la lluvia los agarró antes de llegar a su destino. Otras solo tienen partes salpicadas, posiblemente sean las que encontraron refugio durante la tormenta, o en el peor de los casos, han sigo mojadas por un auto.
Camino sintiendo como poco a poco el agua va filtrando mis tenis. Un auto pasa a gran velocidad levantando una gran ola de agua encharcada, no estaba tan cerca, pero algunas gotas lograron mojar mis pantalones.
—No sé cómo a alguien puede gustarle la lluvia —me quejo en voz alta.
Mi pie derecho se hunde en un charco de agua lo bastante profundo como para cubrirme hasta el tobillo.
—¿Y por qué no arreglan estos agujeros? —reclamo sacudiendo el pie efusivamente.
Siento como el agua se mueve por el interior de mi calzado, sin ganas de salir de ahí.
—Solo a mí se me ocurre salir a caminar después de una tormenta.
Continuo mi camino molesta con el agua, con la lluvia, y con las piscinas públicas llamadas baches. Cuando de pronto un gran chorro de agua cae a pocos pasos frente a mí.
—¡Virgen santísima! —exclamo, pegando un brinco hacia atrás.
Una carcajada nada disimulada resuena detrás de mí. Volteo furiosa para ver quién se divierte con mis desgracias.
Un chico está apoyado en el poste de luz, riéndose alegremente mientras me dedica miradas fugaces. Sus cabellos castaños están un poco despeinados, y sus ojos negros me observan divertidos.
—Acaso soy un payaso —ataco cuando deja de reír.
Pero mis palabras solo sirven para revivir su ataque de risa. Ruedo los ojos un tanto irritada. ¿Quién es este sujeto?
—¿Tu mami no te enseñó que no debes burlarte de los demás? —inquiero, levantando las cejas.
El chico me mira intentando calmar sus risas. Se aclara la garganta y sonríe de manera amigable. Puedo notar que es unos centímetros más alto que yo, tengo que levantar la cabeza ligeramente para poder verle a la cara.
—Lo siento —se disculpa el desconocido—. Pero debes admitir que lo que pasó fue muy gracioso.
¿Gracioso? Tal vez tiene razón y fue gracioso, admito que también me reiría de una situación así. Pero no pienso decirle eso a este sujeto.
Me doy la vuelta y continuo mi camino. Desde aquí puedo observar el toldo que la librería, está cruzando la calle. Apuro el paso para llegar más rápido, me aseguro de que ningún vehículo circule por la carretera, y cruzo casi corriendo hacia el otro lado.
Antes de llegar a la acera, noto como el agua moja el pie que aún me quedaba seco. Bajo la mirada solo para comprobar que estoy dentro de un gran charco de agua.
—¡Hijo de su...!
—Deberías fijarte por dónde caminas —me interrumpe una voz que ya me es conocida.
—¿Acaso me estás siguiendo? —Más que enojarme, esto empieza a darme miedo.
—Claro que no, yo solo camino libremente por la calle —explica señalando a nuestro alrededor.
—Si claro, eso no te lo cree ni tu abuela.
Retomo mi camino evitando sacudir el pie para sacarle el agua, eso solo haría que el fulano se burle de mí. Un sonido acuoso acompaña cada paso que doy. No puedo ignorar la mirada que el chico me dirige, seguramente quiere reírse en mi cara otra vez
—Es un lindo día, ¿no lo crees? —Rompe el silencio justo cuando estamos frente a la puerta de la librería. Agradezco internamente por eso.
—Si, si, un horrible día. Adiós —menciono rápidamente e ingreso a lo que puede ser mi salvación.
El sonido de la campana al abrir la puerta me hace sentir a salvo. Aunque el sujeto no tiene cara de secuestrador, más bien parece amigable, pero no quiero arriesgarme a nada.
—Buen día señora Antonia —saludo a la mujer detrás del mostrador.
Doña Antonia tiene cincuenta años, aproximadamente. Es una gran amante de la literatura, y con mucho esfuerzo logró poner su librería.
—Hola Cindy —saluda con una sonrisa.
Sí, conoce mi nombre. Paola y yo siempre venimos aquí, aunque no compremos nada, nos gusta estar rodeadas de libros sin importar que no sean nuestros. Tanto es el tiempo que pasamos en este lugar, que la señora Antonia se ha tomado la molestia de conocernos.
—¿Paola estuvo aquí? —pregunto pasando la mano por una de las cajas de libros sin acomodar.
—Sí, se fue hace un momento. Dijo que habían quedado en venir juntas, pero por la lluvia no habían podido.
—Creí que ella estaría aún aquí —confieso un tanto decepcionada.
—Seguramente ella pensó lo mismo.
—Tal vez. Nos vemos luego —me despido de ella y salgo de la librería.
El viento frío me recuerda que es un día gris. Suspiro ante el paisaje. Las calles vacías y sin vida me ponen reflexiva. ¿Por qué la lluvia tiene este impacto? ¿Por qué todo es gris y aburrido?
—Pero que bonito estás —exclama una voz que creí jamás volver a escuchar.
Volteo lentamente solo para comprobar mis sospechas. El chico desconocido, posible secuestrador, sigue aquí. Lo que no esperaba es verlo agachado admirando uno de los libros de la vitrina.
Me acerco con curiosidad. Siempre que veo a alguien con un libro o admirando alguno me entran ganas de saber cuál es; que sea este sujeto en particular no hará que las ganas se vayan.
Pero antes de que pueda estirar el cuello para ver el volumen digno de admiración, el chico se levanta, chocando conmigo y logrando que caiga sentada en el suelo.
—Oh cielos, cuanto lo siento —se disculpa intentando levantarme.
—Puedo sola —menciono poniéndome en pie.
—¿Por qué estabas sobre mí?
Una excelente pregunta.
—¿Por qué te pusiste de pie cuando estaba sobre ti?
No dije que fuera a contestarla.
—Porque sentí que alguien estaba a mi lado —se defiende.
—Hiciste que se me mojara el trasero —me quejo, llevando mis manos a la parte mencionada.
La tela de mi pantalón está húmeda, y no quiero saber cómo luce eso visto por otra persona.
—Fue un accidente —se excusa—. Además, no debes pararte detrás de las personas, y menos inclinarte sobre ellas. Invades su espacio personal, las pones nerviosas. ¿Qué querías? ¿Robar mi billetera? Sé que intentabas ver qué era lo que yo estaba viendo; pero no hubiera sido mejor idea preguntarme: oye tú, ¿qué miras?
Hace una pausa para tomar aire después de semejante discurso. Pero yo no pienso quedarme callada.
—Hablas de espacio personal. Tú me has estado siguiendo quien sabe desde donde, y vaya a saber cuáles son tus intenciones. Me esperaste aquí afuera sabrá dios por qué. ¿Y ahora dices que la acosadora soy yo?
—Nunca dije que fueras una acosadora. Y tampoco te estaba siguiendo. Yo iba caminado por ahí, cuando ví que una chica caminaba frente a mí con una lentitud exagerada. Intenté pasarte, pero es que cada vez que quería hacerlo, a ti te pasaba algo malo. Primero el auto que casi te moja, después tu pie se hundió en un hueco lleno de agua —menciona señalando mi pie—. Te aseguro que contesté a cada una de tus declaraciones, pero no lo hice en voz alta porque te darías cuenta de que estaba ahí, no quería que eso pasara. Hasta que la señora esa del segundo piso tiro una cuenta de agua desde su balcón y estuvo a punto de mojarte. Dios mío, jamás superaré eso.
Él ríe por lo bajo, mientras que yo intento procesar sus palabras. Me observa, sus ojos oscuros se clavan en mí haciendo que me sienta nerviosa.
—Entonces, ¿no te gusta la lluvia? —pregunta al ver que solo lo observo.
—La lluvia arruinó mis planes —murmuro, recostándome en el muro de la librería.
—¿Cuáles eran tus planes? —cuestiona, metiendo las manos en los bolsillos de su suéter azul.
—Una amiga y yo nos íbamos a encontrar aquí. Luego iríamos al parque por un helado, porque se supone que debía ser un día caluroso. Y después, no lo sé, haríamos alguna tontería.
Imagino como hubiera sido este día, como debió ser este día. Apuesto a que Paola habría querido ir a caminar al centro, y entrar a refrescarnos a algún establecimiento con clima, televisión y sillones para descansar.
—Y, ¿venían a comprar algún libro en especial? —Su voz me saca de mis pensamientos.
—Eh... Realmente no. Solo observamos los libros.
—¿Qué chiste tiene eso? Si vienes a una librería es para comprar algo, si quieres mirar y leer gratis mejor ve a una biblioteca.
—La biblioteca solo tiene libros de ciencia, historia y cosas así. Yo quiero fantasía, aventuras, historias que me hagan salir de la realidad y viajar a otros mundos —explico emocionada, haciendo ademanes con mis manos—. Conocer seres fantásticos, enamorarme del chico perfecto, aunque no sea real. Vivir grandes momentos, aunque sea a través de alguien más.
Él me mira con una leve sonrisa, que desaparece al percatarse de que lo observo.
—Pues la biblioteca cuenta con una sección donde ofrece todo eso y más. Algún día deberías visitarla.
Dicho eso, comienza a caminar con rumbo al centro de la ciudad.
Me pregunto si será buena idea seguirlo. Ya sé que lo he acusado de hacer las mismo, y que antes quería deshacerme de él, pero ahora hay algo que me dice que debo alcanzarlo.
Y haciéndole caso a esa parte de mi mente, troto hasta llegar a su lado. Él me mira de por el rabillo del ojo, e ignora mi presencia.
—Me llamo Cindy, por cierto —comento rompiendo el silencio.
—Dylan —Es lo único que dice.
—Lindo nombre.
Él asiente desinteresadamente. Seguimos avanzando por las calles, ahora un poco más transitadas. La incomodidad toca mi puerta, comienzo a sentirme como una acosadora. ¿Por qué estoy siguiéndolo si ni siquiera me invitó?
Estoy apunto de dar marcha atrás cuando él habla.
—Ahí hay una heladería. ¿Quieres un helado?
Mi cerebro tarda un poco en procesar la información. ¿Me está queriendo invitar un helado?
—Hace frío —suelto lo primero que se me ocurre.
—El sol está calentando —contesta encogiendo los hombros.
Y tiene razón, los rayos del sol intentan abrirse paso entre las nubes grises. Me tomo unos segundos para contemplar como la luz se cuela a la tierra, dotando de calidez al ambiente. Mi hermana tenía razón, al final sale el sol.
—Entonces, vamos por un helado —Camino delante de él hasta llegar al local.
—Buenas tardes —saluda la chica detrás del mostrador.
—Quiero un helado de limón y nuez. Del más pequeño —pido sin ver los sabores— ¿Tú de cuál quieres?
Mi acompañante se muerde el labio inferior mientras analiza los tipos de helados. La chica termina de llenar mi vaso y centra su atención en Dylan.
Dylan... Si es un lindo nombre.
—De este y... Este otro —Señala los sabores sobre el mostrador.
Después de pagar cada uno su helado, salimos de ahí y cruzamos la calle. Caminamos en silencio, disfrutando nuestros postres. Seguramente somos los únicos locos que comen cosas frías en un día lluvioso.
Llegamos al parque más cercano. Es un lugar pequeño, cuenta con bancas distribuidas por todo el lugar y un quiosco en el centro. Está rodeado de muchos árboles; casi siempre se ven a las ardillas saltando de aquí para allá, pero hoy deben estar en sus casitas.
Analizó las bancas que se encuentran a nuestros alrededor, todas están mojadas. El único lugar seco donde nos podemos sentar es el piso de quiosco, pero no lo considero una buena posibilidad.
—Podemos sentarnos aquí —habla Dylan señalando una banca cercana.
—Está mojada —Paso mi mano sobre la superficie— No es una buena opción.
—No creo que puedas mojarte más de lo que ya estás —suelta despreocupado.
—¡Estás viéndome el trasero! — grito, dando la vuelta hacia él y llevándome una mano a la parte mojada de mi pantalón.
—No estaba viendo tu trasero. ¿Por qué haría eso? —dice terminando su helado.
—¡Pervertido! —grito apuntándolo con el mío.
—No soy un pervertido. Tú dijiste que te habías mojado, yo solo hice unas deducciones.
Lo miro furiosa, él solo sonríe. Resoplo y camino de lado hacia el quiosco, intentando no darle la espalda. Él me observa confundido.
—¿Qué se supone que haces? Pareces un cangrejo.
—No confío en ti —digo viéndolo fijamente.
Dylan solo sonríe.
Al final llegamos al quiosco. Subo de la misma manera las escaleras, ante la mirada divertida de ese chico.
—Tengo una idea para solucionar tu problema —dice cuando llega a mi lado.
—¿Qué idea?
—Párate en el sol, de seguro se seca tu pantalón.
Lo miro incrédula.
—Estás loco —aseguro.
—Tal vez un poco. Pero esa técnica si funciona. Una vez me subí a un auto sin darme cuenta de que un pomo de agua se había tirado en el asiento, el resultado fue mojarme el pantalón; la solución: un buen día de sol.
—Si no te has dado cuenta, hoy no es un buen día de sol.
—Buen punto, pero puedes porbar.
Ruedo los ojos y volteo hacia otro lado. El parque está vacío, somos los únicos aquí. El sol alumbra un poco más, pero el día sigue medio nublado.
—Conozco un juego muy divertido que ayudará para que ames los días de lluvia —escucho que dice el sujeto.
Volteo hacia él solo para notar que se ha quitado el suéter y lo ha colgado sobre la baranda del quiosco.
Me sonríe y baja las escaleras sin esperar una respuesta de mi parte. Dejó mi bolso en el piso y lo sigo, aunque dentro de mí siento que esto no será algo bueno.
Dylan está parado debajo de un árbol, observando hacia sus ramas que prácticamente están sobre su cabeza. Me coloco a su lado, intentando averiguar que es lo que mira con tanto interés.
—¿Sabías que los árboles te protegen de la lluvia? —pregunta de la nada.
—Sí, aunque no mucho, el agua pasa a través de sus ramas.
—Pero quedas más seca que si estuvieras parada a plena lluvia.
Asiento lentamente ante sus palabras.
—¿Y cuál es el juego que querías enseñarme? —pregunto al ver que no dice nada.
Él sonríe misteriosamente y retrocede hasta alejarse de mí.
—Es muy divertido. Lo único que tienes que hacer es esto.
Y sin decir más alcanza una de las ramas del árbol y comienza a sacudirla, haciendo que toda el agua que las hojas contenían caigan sobre mí como si estuviera lloviendo.
Grito y corro para líbrame de esa lluvia repentina. Él solo se carcajea viendo como huyo del árbol.
—Es mi turno de jugar —anuncio.
Él asiente y se coloca debajo del árbol, sin ocultar su sonrisa. Sonrío con malicia mientras me cuelgo de la rama y la agito para que suelte el agua. Pocas gotas caen del árbol. Dylan ríe al ver que no está mojado.
Molesta, pruebo sacudiendo todas las ramas, pero ninguna hace que Dylan se moje, solo pocas gotas han caído sobre él.
—¿Cuánto le diste a este árbol para que no te mojara? —cuestiono golpeando su pecho con mi dedo.
—Nada querida Cindy, solo es cuestión de fuerza.
Sacude una de las ramas cercanas, haciendo que el agua caiga sobre los dos. Él ríe y yo lo golpeo ligeramente, para luego salir de debajo del árbol.
Camino hacia el quiosco, secando el agua que escurre por mi rostro. Tomo mi bolso y me dispongo a irme antes de que la lluvia regrese; pero es demasiado tarde, a vuelto a llover.
Dylan, a quién no noté llegar, está parado junto a una columna, intentando capturar agua con la mano. Suspiro quedándome a su lado.
—Hay muchas cosas que se pueden hacer ahora — susurra suavemente.
—Sentarse en el suelo a esperar que el agua pase es una de ellas —aseguro viendo las gotas de agua caer al suelo.
—Todo radica en tu actitud —menciona— Si estás triste, aburrida, melancólica o pensativa, no importa si el día es lluvioso o soleado, seguirás así. Lo mismo para las emociones positivas, no importa el clima, ellas no cambiarán.
—Tal vez tiene sentido lo que dices. Pero debes de admitir que los días lluvioso si tiene cierta influencia en las emociones; lo gris del cielo, el sonido de la lluvia, incluso los truenos y rayos, eso definitivamente debe ponerte triste.
—Puede ser. Pero no dejo que el clima controle mi estado de ánimo. Si estoy feliz no importa si hay lluvia, seguiré siendo feliz.
Dylan voltea hacia mí y me sonríe tiernamente. Las palabras de mi hermana se cuelan entre mis pensamientos de forma repentina; un beso bajo la lluvia. ¿Pero en qué estoy pensando?
—Y para que veas que el agua que cae del cielo no me impide hacer lo que quiero, me voy a recorrer el parque.
Y sin darme tiempo para decir algo, Dylan baja las escaleras y se aleja bajo la lluvia.
—¿Estás loco? Te vas a enfermar, ¡regresa! —exclamo al ver que se aleja.
—¡Si quieres que regrese ven a buscarme! —grita, y sigue caminado como si nada.
—Definitivamente está loco —aseguro dejando mi bolso de nuevo en el suelo—. Y creo que yo también. ¡Hey, espérame! —Bajo corriendo las escaleras.
El contacto del agua fría sobre mi cuerpo hace que se me erice la piel. La lluvia no es muy fuerte como para empaparme enseguida, pero eso no quiere decir que no me moje.
Dylan me espera debajo de un árbol. Se encuentra levemente mojado, pero sonriendo, seguramente al ver que sí lo seguí.
—Si no temes mojarte puedes hacer lo mismo que en un día soleado —dice y comienza a caminar.
—¿Cómo qué? — cuestiono avanzando a su lado.
—Caminar por el parque; sentarte en las bancas… —completa sentándose en una.
Lo imito sentándome a su lado. El metal está frío y húmedo; siento como el agua comienza a filtrar hasta mis piernas.
—También correr —menciona poniéndose en pie y prendiendo carrera.
Corro detrás de él para no quedarme atrás. Le damos una vuelta al parque entre risas. Cada vez siento más mojada la ropa, con una mano me seco el rostro para impedir que el agua se meta en mis ojos. Dylan tiene la playera pegada al cuerpo, aunque sus pantalones no están tan mojados. Nos detenemos debajo de un árbol
—¿Qué otra cosa se le ocurre joven? — pregunto intentando controlar mi respiración.
Él se pasa una mano por el cabello mojado, logrando que las gotitas de agua salten en varias direcciones.
—No lo sé. ¿Tiene alguna sugerencia señorita?
—Realmente no.
Nos observamos en silencio por unos segundos, hasta que él desvía la vista y sonríe.
—Mira eso —dice, señalando algo detrás de mí.
Volteo hacia donde el señala. Un rayo de sol alumbra sobre el suelo, dejando ver en su trayectoria las pequeñas gotas que caen, como si fueran doradas.
Sonrió ante la escena. Dylan camina hacia allá, lo sigo para no quedarme sola. Extiende su mano sobre la luz, jugando con ella. Mientras que su mano está iluminada, su brazo continúa en la oscuridad.
—Es lindo ver esto, ¿no lo crees? Cuando el sol y la lluvia se mezclan. Es precioso.
Coloco mi mano junto a la suya, sintiendo el calor del rayo de sol, mezclado con lo frío de las gotas de lluvia.
—¿Qué crees que significa? — susurro cerca de él.
Dylan encoje los hombros sin saber que decir, pero después habla.
—Tal vez significa que, aunque tu vida pueda estar lluviosa y fría, siempre habrá un rayo de esperanza que te dará calor; solo tienes que buscarlo.
—Lindo — murmuro sin saber si puede oírme.
De repente su manos desaparece de mi campo de visión. Siento como me toman de los hombros, y un escalofrío me recorre el cuerpo.
—Pero no tan lindo como lo que se crea cuando el sol y el agua se encuentran — susurra en mi oído.
Uno de sus dedos se cuela hasta mi mentón y hace que levante la cabeza. Me dejo llevar hasta que mis ojos encuentran lo que él quería mostrarme. Un enorme arcoíris se eleva frente a nosotros.
Sonrío admirando semejante belleza. Noto como Dylan se aleja lentamente, volteo solo para comprobar que sigue detrás de mí, sonriendo, viendo el arcoíris. Nuestros ojos se encuentran y amplia su sonrisa.
—La lluvia es realmente hermosa, ¿no lo crees? —dice viendo el cielo.
—Sí, lo es —aseguro regresando mi vista hacia el arcoíris.
Sus hermosos colores brillan a lo lejos. Es imposible saber de dónde sale o dónde termina, pero apreciarlo es mágico. Tan mágico como ver al sol convivir con la lluvia.
—Esto es realmente hermoso — menciono, sin obtener respuesta.
Volteo hacia los lados, pero Dylan no se encuentra por aquí. Corro hacia el quiosco, mi bolso sigue en el piso, pero su suéter ya no se encuentra aquí.
Paseo mi vista por el parque, suspiro resignada al no dar con él. Se ha ido, se fue sin despedirse de mí.
Sin nada más que hacer, saco mi sombrilla y la enciendo en las escaleras. Observo como las gotas se deslizan por la tela, cambiando un poco el camino, pero su destino sigue siendo el mismo.
Más mojada no puedo estar, pero aún así me cubro bajo la sombrilla, para evitar que mi bolso y mi celular se mojen. Emprendo el viaje de regreso a casa, no sin antes dar un último vistazo al arcoíris, y a aquel rayo de sol.
—No hay nada mejor que un simple día lluvioso —declaro, y sigo mi camino.
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