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El mito de los licántropos

Título: El mito de los licántropos

Loba escritora: lenasletters

Hace mucho tiempo, cuando aún el mundo y sus formas no estaban definidas, el dios supremo bajó a la tierra para vagar por ella. Sus criaturas, las cuales había creado por aburrimiento, intentaban con lo que podían sobrellevar la vida en un lugar tan inestable y peligroso. Pero él era un dios mezquino, la bondad no era parte de sus dones y pocas cosas le importaban aparte de su poderío y el cómo mantenerlo, costara lo que costara.

Dentro de su creación habían dos tipos de seres sin iguales, los que gracias a su directa concepción de las manos del dios, gozaban de cierta distinción. Por un lado estaban los humanos: capaces de razonar y trascender, y por el otro, los lobos; capaces de dejarse llevar por su naturaleza y actuar según la misma. Si se analiza con cuidado, estos seres eran contrapartes, por lo que era destinado el que se unieran. Y así sucedió un día. 

La humana que se enamoró del lobo era alguien lozana y amable. No había nacido directamente de las manos del dios, pero poseía cierta espiritualidad que la ayudaba a compartir su alma con los demás. Y cuando una mañana fría y hermosa se encontró de frente con el rey de las bestias, una media parte de su espíritu la dejó y se unió con el del lobo en un punto medio, abajo de la luna, en medio del bosque. El lobo también permitió a su espíritu unirse al de la humana, pues era alguien tan cálida y buena que deseó trascender en la tierra junto a ella, a pesar de que este razonamiento sólo se tradujo a su instinto, guiándolo. De esta forma, a pesar de estar descorazonados y medio vacíos, ambos seres se sintieron plenos, pues gracias a la naturaleza benigna de su alma lograrían trascender con el otro y formar así algo magnífico.

Pero aquel día en el cual el dios descendió, la humana tuvo la mala fortuna de llamar su atención. Y sin miramientos la tomó para él y se la llevó a su reino, allá en los cielos. El lobo, que permanecía en el bosque vigilando a esas dos medias almas que se estaban fusionando, notó un arrebato de melancolía en la mitad de ella y, fundido en la pena que le provocó sentir su alejamiento, envió con ella esta unión y se instaló en su vientre, consolándola. El dios, pensando que el hijo era de él, la bañó en obsequios y la nombró soberana de la luna, puesto que era una de sus creaciones más preciadas. Y la humana vivió sola allí su gestación, observando la tierra desde aquel lugar, mientras su cabello emblanquecía y cantaba una canción de cuna, pues era lo único que lograba recordar gracias a la soledad de la luna, que instaba al olvido. Mas un día de pronto parió, saliendo de su letargo nostálgico al notar que su bebé tenía la forma de un humano, pero con orejas de lobo. Y cuando lo quiso alimentar, el retoño tornó su nariz en una canina y la olisqueó, reviviendo sus recuerdos y volviendo a nacer.

Desesperada por salvar la vida de su amado hijo, la diosa de la luna tomó el carruaje de los sueños y bajó a la tierra, dejando su retoño bajo el cuidado de una loba que se encontró, quien con serenidad aceptó criarlo. Cuando volvió a su reino se topó de frente con el dios, el cual fúrico por la traición la maldijo y fundió con la luna. Al bajar, se enfrentó con el lobo, fruto de sus manos y lo asesinó, aunque este le dejó una marca imborrable que iba más allá de su piel, pues su orgullo jamás sería restaurado. Y aunque quiso aniquilar al primer hombre lobo, jamás lo halló, por lo que alzó a la luna una maldición para aquel linaje también, vociferando: “no descansaréis en paz, pues concebidos a la mitad fuisteis, por lo que el frío del cólera que hoy me quema os matará si no lográis hallar a aquel que os vuelva uno completo otra vez”.

Pasaron interminables inviernos, y gracias a que los humanos y lobos siguieron uniendo sus almas, los hombres lobo comenzaron a llenar la tierra, perdidos en caminos errantes y dolidos, mientras aullaban a la diosa por un poco de piedad hacia sus almas incompletas, que sufrían el tormento de un amor puro pero corrompido por la frialdad y soledad que les contagió un ser divino. Y ella les respondió, concediéndoles con su gracia tierna la oportunidad de cesar el sufrimiento, al fundirse con un compañero destinado que encajaría perfectamente con ellos.

De esta manera, la búsqueda insaciable por el alma gemela de los llamados licántropos, comenzó.

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Helena Escobar A.

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