Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

I: Agujas


Al nacer tenía sangre ensuciando sus palmas. Eso debió ser una predicción. Dakma lo tomó como un consuelo.

Le gustaba la sangre, era difícil de lavar, era difícil de esconder.

Era fácil de obtener.

Bastaba un pinchazo, uno pequeñito, para obtener una gota, un poco más profundo y nacía una tormenta.

Dakma no terminó su línea de pensamiento al verse interrumpida por el sonido de la puerta principal abriéndose. Alzó la mirada al tiempo que escondía debajo del pantalón con remiendos la mano herida, picada con demasiada frecuencia por la punta de la guja y el filo de las tijeras.

Sus precauciones fueron apenas necesarias, Simon no se quedó de pie mucho tiempo, la saludó con un gesto mientras se deshacía del saco y el sombrero.

No dijo nada, Dakma lo observó ir al comedor y rebuscar entre las alacenas vacías. Dejó de prestarle atención antes de que la mueca de desagrado manchara su rostro cansado.

Volvió a tomarle importancia cuando lo tuvo sentado enfrente, resignado a pasar la noche con un pan duro y un poco de mermelada que Dakma estaba reservando para su propio desayuno.

Lo vio comerse todo sin intervenir. No importaba. Podía conseguir más, podía volver a rogarle a Marie que le regalara un poco, solo un poco.

Se encogió de hombros y volvió al trabajo.

No era hábil cosiendo, ni estaba cerca de serlo pero la necesidad creaba milagros y Dakma consideraba que lo suyo era uno de esos.

Simon acabó de comer cuando ella acabó el dobladillo del pantalón y pasó al siguiente.

Fue descuidada.

¿Qué tiene tu mano?

Muy descuidada.

Dakma dejó que la tela gastada de la nueva prenda le cubriera las vendas y lo ignoró, tanto a Simon como a su pregunta.

Simon se dio cuenta de eso un minuto después, cuando notó que el silencio de Dakma sería todo lo que ella pensaba darle.

Volvió a intentarlo, poniendo especial fuerza en la pregunta.

Ya no necesitaba una respuesta, la demandaba.

Dakma lo ignoró por segunda vez y esperó hasta que él se acercó lo suficiente, intentando arrebatarle la aguja de la mano, para responder sin bajar la mirada.

—Me pinché.

Simon no retrocedió, tampoco siguió adelante.

—Muéstrame.

Otra orden.

Dakma odiaba las órdenes.

—No. —Lo desafió.

Simon no pareció molestarse por su resistencia, la frustración en cambio lo abrazó brevemente, desapareció enseguida, suplantando la expresión gris por una calma que a Dakma le molestaba más que todo lo anterior junto o separado.

—Dakma. —Insistió su hermano.

Dakma ensartó la aguja en la tela de la camisa, la hizo a un lado y se levantó.

—Buenas noches. —dijo, entrando en la segunda habitación del piso. Su cuarto, su espacio.

Al cerrar la puerta sabía que Simon no iría tras ella.

Nunca iba tras ella.

Se recostó sobre el colchón sin base y contó agujas hasta aburrirse. Hasta cansarse. Hasta dormirse.


***

La sastrería de los Heming tenía la puerta abierta cuando Dakma llegó, había una clienta en el mostrador, el señor Heming le hablaba de telas, telas costosas que Dakma no tenía permitido usar.

Pasó a ambos de largo, la mujer no reparó en su presencia y el señor Heming asintió con la cabeza cuando Dakma le dejó la canasta de ropa remendada a un lado.

Marie estaba en la salita siguiente a la bodega de material, su pierna mala descansaba sobre el taburete mientras escuchaba a su institutriz repasar la lección, Dakma la vio de reojo al entrar al santuario de telas y apartó su atención antes de que ella la atrapara embobada con esa información que no podía permitirse.

En su lugar rebuscó en la libreta de pedidos, pasando las hojas amarillentas hasta dar con algo que pudiera hacer sin arruinarlo por completo.

Recordó el delantal que empezó el día anterior y empezó por ahí, recogiendo agujas y un poco de hilo para unir lo último de encaje al borde.

No le tomó mucho acabarlo.

Lo dejó doblado en la casilla de madera con su ficha correspondiente y volvió a la libreta.

El timbre de la entrada sonó y el señor Heming que acababa de regresar por más modelos de telas tuvo que correr de regreso para darle la bienvenida a su nuevo cliente.

Demoró demasiado, Marie acabó sus lecciones antes que su padre acabara de tomar los pedidos y se quedó junto a Dakma, que optó por empezar un vestido simple con flores.

Marie la siguió sin decir nada mientras escogía la tela, la ayudó a sacarla de los tubos de metal y a fijarla sobre la mesa de cortes para que Dakma pudiera trazarlos sin dejar una arruga de más en los bordes.

Se sentó enfrente de la mesa de trabajo cuando Dakma tuvo todos los patrones listos y bajó el bastón, permitiendo que su pierna lastimada colgara en el aire.

A Dakma le gustaba el silencio pero con Marie eso no era opción. No por mucho tiempo.

—¿Aún no se ha curado? —preguntó Marie, exponiendo ese tono dulce que a Dakma le daba escalofríos. —Tu mano...

Dakma la abrió y la cerró. Esperaba que esa respuesta bastara para aliviar las preocupaciones de Marie, sin embargo, ella seguía aguardando paciente una respuesta.

—Está bien. Ya no me duele. —dijo.

Y aunque lo hiciera, Dakma estaba segura de que lo ignoraría porque necesitaba el dinero y si hacía falta dejar su otra mano por un poco más de monedas no sería problema.

Marie pasó sus brazos por encima de la mesa. Una orden silenciosa, una petición directa.

—Déjame ver —pidió.

—No.

—Dakma...

—Dije que estoy bien.

—Entonces déjame... —empezó a decir pero Dakma se retrajo más, pegando la costura y sus manos lo más que podía a su pecho sin que su cercanía le impidiera dejar de trabajar. Marie suspiró en una derrota mas no se retiró. —Vas a necesitar una mano sin heridas para buscar trabajo, nadie va a querer contratarte así. Déjame ver. —Insistió y por una vez fue más rápida de Dakma, atrapando su muñeca cuando esta la dejó caer por la sorpresa.

Dakma apenas y sintió los dedos de Marie al rozar su piel debajo de las vendas, tampoco reparó en los ojos opacos de su amiga o en la mueca que contuvo una queja, un reclamo, una muestra de empatía. Su cabeza repasaba las últimas palabras de Marie una y otra vez.

Cuando ya no pudo soportarlo preguntó.

—¿Qué dijiste?

Marie sacó su pañuelo y lo usó para limpiar las gotas de sudor sobre la piel oscura de Dakma.

—Mi tío le ofreció a papá un local en la capital, empezaron los preparativos hace meses pero no estaba seguro que querer irse hasta... —Se interrumpió y reanudó casi enseguida. —Mi condición empeoró, necesito tratamiento para mi rodilla y mi tío encontró a alguien, eso terminó de convencerlo así que adelantó todo. Nos vamos en unas semanas.

El mundo de Dakma explotó. No sabía venirse abajo, o quizá no podía, así que las emociones colisionaron, acabando en un enorme agujero que la dejó insensible, después aterrada, después... Perdida.

—Papá piensa hablar contigo, te dará el pago del mes pero sabe que no es suficiente. ¿Vas a estar bien? Si no yo puedo convencer a papá para que hable con Simon y puedas venir con nosotros.

—No. —Dakma retiró la mano y tomó la aguja. El peso de algo tan pequeño como esa hebra de metal se sintió pesado, doloroso. —Estaré bien. Simon y yo esteremos bien.

Marie iba a interponerse en su afirmación cuando los pasos regresaron en la sala, se levantó antes de que la institutriz asomara la cabeza a la bodega y tomó el bastón.

Dakma reparó en su cojera más marcada mientras se alejaba y pensó que quizá debió evitar que se sentara sin su taburete.

Pensó en el tiempo que llevaba yendo y viniendo entre el apartamento que compartía con su hermano y la sastrería.

Pensó en las telas, en los hilos de colores y en las monedas que siempre pesaban dentro de su bolsita cuando regresaba a casa luego de un fastidioso día de trabajo.

Pensó en las heridas que tenía en la mano por las horas de trabajo, en los cortes desiguales, marcados con profundidad sobre su piel, pensó en la carne suelta debajo de las uñas y en los pinchazos que sacaban gotas carmesíes.

Pensó en eso y, cuando se dio cuenta, ya no era solo un pensamiento, la sangre escurría de entre sus dedos, manchando su vestido. La aguja atravesaba con hilo blanco la tela y la piel, los unía.

Dakma vio el metal entrar y salir de su piel, no podía perder tiempo lavándose así que agarró las vendas y las enrolló con furia, ahogando la sangre y su dolor. Ahogándose a sí misma hasta el final de la jornada.


***

Dakma no estaba cosiendo esa noche cuando Simon llegó a casa, este la vio sumida en el sillón sin forro, jugando a atrapar la cadena con un dije de rosa que recibió como un regalo en su último cumpleaños.

Nunca había preguntado nada. No le interesaba saber de dónde o cómo es que su hermano conseguía el dinero suficiente para solventar un buen apartamento y una cadena de oro.

Simon debió notar que algo no encajaba con el estado habitual de su hermana porque se acercó a ella sin hacer su visita rutinaria a las alacenas vacías.

Esperó a que ella hablara. Se sentó enfrente, como la noche anterior y la anterior a esa.

Dakma se tomó su tiempo, primero examinando la forma detallada de una flor con espinas, después para ver a Simon, verlo de verdad, vistiendo ropa de algodón y con un corte que no dejaba pasar su cabello de su nuca.

—Los Biazi son una buena familia. —dijo, cerrando la mano alrededor del pequeño tallo con espinas.

No era una pregunta.

Simon asintió igual, como si lo fuera.

—¿A qué viene eso Dakma pequeña Carabali?

Dakma ignoró lo último y pasó directo al grano.

—Trabajaré con ellos en tres semanas. Consígueme un puesto. En la cocina, en el jardín, en la limpieza, donde quieras. Consíguemelo.

Simon frunció el ceño. También odiaba las órdenes pero Dakma era consciente de que, a diferencia de ella, él obedecería.

—No. —Fue la respuesta de su hermano antes de levantarse para ir a la cocina. —Si los Heming te sacaron podemos encontrar otro lugar. Otra sastrería. Hablaré con alguien que sepa y tendrás tu lugar.

Dakma también se levantó y lo siguió por la cocina.

—No quiero otra sastrería, Simon.

—Y yo no quiero que estés con los Biazi. ¿Feliz?

—No. —dijo y no retrocedió cuando él se plantó delante de ella. Era alto, más de lo que ella sería jamás, pero con su estatura todavía podía alcanzar sus puntos vulnerables, así que no tenía miedo. —Dijiste que eran una buena familia.

Simon se pasó la mano por el cabello oscuro, Dakma pudo ver que se lamentaba de haber abierto la boca.

—Y lo son, son una buena familia. Pero no trabajarás ahí.

—A ti te va bien.

—No Dakma, no discutas.

—¿Por qué no? —Presionó, dejándolo escapar al sillón con un poco de pan y mantequilla. —Dame una razón.

—No. ¿Te es suficiente? —respondió Simon, metiéndose el primer bocado a la boca.

—Me conseguirás un puesto. Tengo catorce, puedo empezar a aportar con algo más a los gastos de la casa.

Simon tragó de golpe y la señaló sin reparo.

—¿Te estás escuchando? ¿Catorce? Eres una bebé. Ahora deja de creerte adulta, yo voy a resolverlo, puedo hacerme cargo solo.

—Me conseguirás ese puesto. —Repitió Dakma. —Si quieres que me quede, de lo contrario aceptaré la oferta de Marie y te quitaré una carga de los hombros yéndome con los Heming a la capital.

Se encerró para no escuchar las quejas de Simon llenar el silencio y esperó pegada a la puerta hasta que las luces del otro lado se apagaron.

Esa noche no tuvo que contar agujas. Esa noche no pudo dormir.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: #mafia#woman