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38| Un día corriente [II]

El suelo del local se había teñido de la variedad de colores del confeti y una música animada muy del gusto de la castaña. Una mesa larga estaba recubierta de diversos comestibles y nueve copas vacías parecían demandar el vertido de algún líquido en ellas.

Spencer se acercó para picar una de las patatas dispuestas en el bol y agarrar una copa donde iba a servirse un refresco, cuando enumeró en su mente los vasos que había.

—¿Nueve copas? —preguntó al darse cuenta—. Somos ocho.

—Va a venir Shirley —comentó Dalia—. No ha podido venir antes.

Sintió cierto alivio al comprobar cómo aquel, en su momento, dramático suceso con Jones se había quedado atrás. Pese a que cuando se conocieron se comportó de un modo manipulador y egoísta con ella, le había demostrado que una vez se quitaba la careta de chica delicada, tenía más que ofrecer y, sobre todo, un buen fondo.

—Genial —dijo cogiendo una botella de Coca-Cola y acercándose a una neverita para servirse hielo.

—¿Qué haces? —cuestionó Lisa, sujetando la muñeca de Spencer para detener su acción.

La joven parpadeó un par de veces ante tal pregunta.

—Eso debería preguntarlo yo —replicó esbozando una sonrisa nerviosa.

—No, no. —La negación iba acompañada de un movimiento de cabeza—. Tienes la edad legal para beber alcohol oficialmente, así que vas a beberte una copita.

Dicha manifestación logró que pusiera sus ojos en blanco.

—Mañana hay clase. —Se excusó.

—Te estoy diciendo que bebas un poco, no que te emborraches.

Lisa podía ser muy persistente. Se hubiera negado con mayor firmeza, pero recordó que su primera borrachera fue en aquel viaje a Hawái, lejos de sus amigos de toda la vida y que en Halloween le prestó demasiada atención a quien no debía, por lo que pensó que por un poco no iba a suceder nada.

—Está bien. Pero a ver que bebes tú.

—Lo mismo que tú —alegó con una sonrisa de oreja a oreja.

Sin mayor dilación, cambió la botella de refresco por un tercio de cerveza que había en la neverita.

—Tú aun no tienes la edad legal —declaró guiñándole un ojo.

—Nadie salvo tú —interfirió Matt, agarrando otro botellín.

—Oye —esta vez, la voz era la de Dalia—, ¿por qué no nos sentamos? Y estamos un rato tranquilos hasta que venga Shirley.

—Claro, porque en cuanto llegue no vamos a recuperar la paz —comentó Thomas bromeando.

—De acuerdo —habló la cumpleañera, haciendo un gesto con la mano para que tomaran asiento sus amigos. Observó a Bruce, que se estaba sirviendo en una copa de balón, con tres hielos, lo que parecía un Gin-tonic, y se acercó a él—. Así que... —comenzó a decir en un tono de voz bajo—, ha sido idea tuya.

El pelirrojo le dedicó una mirada de soslayo mientras agarraba su bebida y esbozaba una sonrisa retozona.

—¿De quién si no? —inquirió con altanería.

—Muchas gracias. —Se abalanzó a darle un sentido abrazo, tan rápido en su ejecución que logró derramar un par de gotas de la copa.

—Bueno, debo decir que a todos les pareció buena idea —matizó luego.

—Gracias —repitió—. Aunque me lo habéis hecho pasar un poco mal, creí que nadie se acordaba.

—Creía que no te gustaba ser la protagonista. —Le guiñó un ojo y añadió—: Me acuerdo de tu cumpleaños desde que me dijiste la fecha.

Se inclinó y le dio un suave beso en la frente, mientras la mano que tenía libre se apoyaba en la cadera de la chica haciendo una leve presión para que se acercara al resto de la gente y tomara asiento, junto a él.

Eran muy diferentes entre sí, sus amigos de Richroses con los de su antiguo instituto. Lo eran porque habían tenido vidas opuestas. Unos habían sido criados en cunas de oro, mientras que los otros conocían mejor de qué iba el mundo. Y, sin embargo, tenían más cosas en común de lo que parecía.

A la joven le gustaba ver cómo se relacionaban entre ellos. Thomas, Dalia y Emma no eran como el resto de gente de la élite. Era cierto que compartían delirios de grandeza, nunca tan exagerados como los de Bruce, pero delirios, al fin y al cabo. No obstante, disponían de una forma de ser única y, al menos en el caso de la rubia y el moreno, nunca habían juzgado a Spencer en base a cuánto dinero tenía su familia en el banco.

Aunque, sin duda lo que más interesante le resultaba era ver a la morena y a Matt. Parecía que estaban guardando distancia, ignoraba si habían vuelto a hablar desde la última vez que supo algo al respecto, puesto que ninguno dio información alguna.

Por una parte, le apenaba que no llegara a cuajar nada entre ellos, pues eran tan opuestos que le gustaba imaginarlos juntos y, realmente, le recordaban a ella y a Bruce.

Tras un rato en el que algunos de los allí presentes repitieron bebida, llegó Shirley con expresión retraída, logrando que su presencia silenciara al resto. Aunque duró poco, pues nada más se acercó a Spencer, enredó sus brazos por el cuello de la chica, a su espalda, y exclamó:

—¡Felicidades, Spencer!

—Gracias, Shirley. —Comenzaba a sentirse sofocada por las atenciones—. Siéntate donde quieras.

La rubia asintió con la cabeza y se sentó en la silla que quedaba libre, justo enfrente de Benjamin, el cual no había apartado la mirada de la muchacha desde que había entrado.

Los ojos verdes de Jones se levantaron y las miradas de ambos se cruzaron, generando en el chico un rubor casi instantáneo al ser descubierto, lo que provocó un regocijo interno en Thomas, el cual se encontraba sentado a su lado.

—Cierra la boca, Ben... —Le susurró Thomas para que nadie más lo oyera—. O Shirley va a pensar que eres tonto.

El rostro del muchacho se encendió de tal manera que parecía haber ingerido el alimento más picante del mundo, confirmando a Parker sus sospechas, que no paraba de reír convencido que había encontrado un aliciente aquella tarde.

Volteó su cabeza para ver a Dalia, que estaba sentada a su otro lado, a la par que le daba unos sutiles codazos, ansioso por contarle lo que se le estaba pasando por su, en ocasiones, retorcida mente.

Estando los jóvenes enfrascados en conversaciones que derivaban a otros temas a tratar, y siendo tan variadas al haber dos extremos de la sociedad, Spencer no había reparado en la ausencia de dos de sus amigas cuando las luces se apagaron nuevamente y de repente alumbraba las velas de una tarta que portaba Lisa, mientras cantaban la clásica canción de cumpleaños.

Quería que se le tragara la tierra y se maldijo por haber querido más protagonismo aquella mañana. Acababa de recordar por qué no era de su agrado celebrar su cumpleaños con tantas atenciones. No obstante, ver a Bruce cantar esa canción le parecía una situación demasiado cómica y se percató de que parecía no conocerla del todo.

Colocaron la tarta de cumpleaños frente a ella y, tras soplar todas las velas, retumbó el sonido de un aplauso conjunto.

—Bueno, es la hora de los regalos —habló Shirley dando una palmada—. Todos queremos ver lo que te ha regalado tu hombrecito. —La última palabra la pronunció con cierta burla. Tanto ella como Bruce habían desarrollado cierto placer por tomarse el pelo el uno al otro.

Dalia se desplazó junto con Thomas detrás de la barra, de donde sacaron una cantidad de bolsas de diferentes materiales y tamaños.

—Espero que no os hayáis vuelto locos comprando cosas caras —advirtió a sus amigos—. Lo digo por los del Richroses.

—Si no te gusta lo devuelves y te quedas tú el dinero —bromeó Thomas.

—Lo digo en serio. —Miró a sus amigos de toda la vida y añadió—: Voy a abrir los vuestros primero, ¿cuáles son?

Señalaron una de las bolsas y Spencer sacó tres regalos de diversos tamaños. Al abrirlo se encontró un libro, un CD de música y una pulsera con el logo de su serie favorita.

—Muchas gracias. —Agarró la novela—. Es la edición coleccionista... Os habrá costado mucho. Me encanta.

Los aludidos le respondieron con una sonrisa y continuó abriendo regalos. Emma le había regalado un spray de pimienta para que nunca volvieran a acosarla un grupo de chicos y, además, dos entradas para un musical que se estrenaba dentro de poco.

—El spray también puedes usarlo con aquí el pelirrojo. —Se burló, haciéndola reír mientras que Bruce se coloraba en una mezcla de indignación y congoja.

Thomas y Dalia le regalaron un precioso vestido celeste y un par de zapatos.

—¿Y esto? —cuestionó; no porque no le hubiera gustado la prenda, sino porque no la esperaba.

—El cumpleaños de Bruce es el mes que viene y estoy seguro de que mi tío estará realizando un evento donde acudirá gente importante, así no repites el de la última vez —explicó Parker.

Su novio bufó a la par que asentía con la cabeza

—Os he dicho que nada de regalos caros...

—¡Abre el mío! —solicitó Shirley.

La ofrenda de Jones era, para su sorpresa, un regalo normal. Unos pantalones de estampado militar. No quiso fijarse en la marca, porque posiblemente entonces dejaría de ser algo ordinario.

—Yo no te he comprado nada —informó Benjamin, cohibido.

—No te preocupes, tu castigo será hacerme un masaje en los hombros todas las noches —declaró con regocijo.

Agradeció nuevamente todos los regalos, mientras los dejaba cuidadosamente apartados en un rincón donde no pudieran sufrir daño.

—¿Quién quiere tarta? —preguntó Lisa mientras cortaba un trozo y lo ponía frente a Spencer—. La hemos hecho juntas —comentó, señalando con la cabeza a Dalia.

—¿En serio?

La rubia dio unas palmaditas que delataban emoción.

—¡Sí! Ha sido muy divertido, recordé cuando probé por primera vez tus magdalenas caseras —afirmó, todavía de pie.

Lo que más le animaba no era el hecho de que su amiga, a la que le cocina el chef, hubiera preparado un dulce, sino que hubiera entablado una buena relación con Lisa y lo hubieran hecho juntas.

Tras comer el pastel, del cual Bruce no probó un solo bocado, continuaron bebiendo. Cada vez había más cosas de las que hablar, lo que hacía que el tiempo pasara más lento.

Benjamin se encontraba ligeramente cohibido, pues nunca había visto a su hermana en ese contexto, con una cerveza en la mano. Él alguna vez había bebido con sus amigos en la casa de alguno, pero no era algo que hubiera hablado con ella.

Parker pareció haberle leído la mente, pues colocó frente a él un botellín.

—¿Y esto? —cuestionó.

—Nadie te va a decir nada por beberte una cerveza —murmuró el moreno con una sonrisa de oreja a oreja—. Te dará el valor que necesitas para hablarle... —Dirigió la vista a Shirley, que se encontraba hablando con Spencer y Bruce.

—Pero... Yo no... —Por su cabeza no pasaba ninguna excusa creíble y, mirando de reojo a su hermana, que no prestaba demasiada atención, agarró aquel tercio y se lo llevó a la boca, mientras Thomas se carcajeaba a la par que le daba unas palmadas en la espalda.

Dalia se había percatado de las intenciones de su novio y prestó más atención al menor y lo cohibido que se estaba encontrando con sus pómulos completamente enrojecidos, lo que le pareció muy tierno. Tanto fue así, que antes de darse cuenta estaba participando en lo que fuera que estaba haciendo Parker.

Al otro lado de la mesa, Emma había pasado en silencio casi todo el tiempo, observando a la cumpleañera y las sonrisas que le dedicaba al pelirrojo. Antes aquello le hubiera ardido por dentro, por ambas partes y de diversa forma, sin embargo, advirtió en el cambio de sus emociones y que lejos de sentirse irritada, estaba contenta por ellos.

Fue entonces cuando prestó atención al chico en cuyo rostro surcaba una galaxia de pecas y cuya cálida mirada le recordaba a la becada y sintió como algo se removía en su interior logrando que le temblara, muy levemente, el pulso. Lo que fuera que hubiera entre ellos, había quedado suspendido en el tiempo. Estancado.

Él le había insistido en ser amigos y conocerse más. Después de aquello, estuvieron intercambiando mensajes con menor frecuencia. Tampoco había pasado mucho tiempo, pero era extraño estar allí, sabiendo lo que sentía él y en un estado de confusión que, realmente, la martirizaba.

Tenía buena resistencia con las bebidas alcohólicas desde que comenzó a beber un año atrás. No obstante, lo incómoda que se sentía había logrado que bebiera tres tercios y se levantara en busca de una copa de whisky, evitando mirar demasiado a Matt.

El volumen de la música subió de la mano de Lisa, anunciando que ya era hora de ponerse en pie y dejar de estar sentados. Era hora de bailar para quien quisiera y al parecer era un momento esperado, pues todos los presentes, salvo Emma, se alzaron para moverse y bromear.

No era una actividad que le gustara demasiado a la morena. Siempre le había dado pereza bailar, independientemente de si estaba en su habitación sola o en una discoteca. Nunca había sido santo de su devoción y, en aquel momento, tampoco iba a ser diferente. Tampoco le importaba quedarse sentada mientras la gente se movía, o permanecer de pie en algún rincón de la estancia.

Desbloqueó su teléfono y abrió una app para entretenerse mientras tanto, cuando un mensaje enviado por WhatsApp apareció en la barra de tareas de la pantalla.

Matt: ¿Todo bien?

Miró de reojo en dirección del chico, que se encontraba con el resto de la gente. No parecía estar atento al teléfono y dudó en si el mensaje había llegado por error.

Emma: Perfectamente.

Volvió a posar la vista en él, y esta vez comprobó cómo estaba mirando el aparato, lo que hizo que la bajara apresuradamente.

Apenas pasaron segundos cuando la silla a su lado había sido ocupada por él.

—¿No bailas? —preguntó el muchacho.

—¿No bailas tú?

Matt no pudo evitar sonreír.

—¿Otra vez respondiendo una pregunta con otra pregunta?

Lo apuntó con el dedo índice.

—Ahora acabas de hacerlo tú.

—No me había dado cuenta. Se me estará pegando de ti.

Un ardor se comenzó a concentrar en los pómulos de Emma. Se trataba de una sensación que habitualmente no experimentaba pero que, por alguna razón, con él ocurría. O quizá era a causa de los grados de alcohol que estaba transportando su sangre en aquellos momentos.

—Por lo general no soy una persona a la que la gente quiera parecerse —comentó repiqueteando con sus largas uñas la superficie de la mesa.

—No estoy de acuerdo —respondió Matt casi al instante—. Además, estoy seguro que Spencer no piensa lo mismo. —Señaló a la castaña con el pulgar—. Últimamente cuando habla de ti, siempre dice maravillas.

—Eso no quiere decir que quiera parecerse a mí —replicó con una sonrisa burlona.

—No, quiere decir que le gusta cómo eres. Y a mí también.

Nuevamente, ese calor sofocante se concentraba en su cara.

—Creo que te he mareado suficiente, Matt —afirmó girándole la cara.

Se avergonzaba de sus dudas. Dudas que llevaban meses acorralándola. Aunque tras sincerarse con Spencer, aquella enorme roca que cargaba sobre sus hombros se había esfumado y, en cierto modo, le había permitido apartar aquellos confusos sentimientos y mirar hacia adelante.

Quería con todo su corazón a Bruce, como a un hermano. Le había gustado mucho Spencer, hasta el punto de decirlo. Pero Matt... ¿Qué pasaba con él? ¿Qué sentía exactamente por él? Era el mayor interrogante de su vida. Desconocía si le gustaba el chico o lo que sentía él por ella.

Y eran matices muy diferentes que debía aclarar.

—Me gusta que me marees —declaró casi sin pestañear—. Y no me importa que lo hagas.


A una distancia reducida, se encontraba Bruce, siguiendo los pasos de Spencer, que estaba tan entusiasmada y alegre que le importaba poco moverse mejor o peor. Sus ojos se posaron en la mesa donde estaban Emma y Matt hablando y no pudo evitar sentir curiosidad ante lo que estaba sucediendo.

—Oye... —Le comentó a la castaña cerca de la oreja, para que el ruido no interfiriera—. ¿No hay algo raro entre Emma y tu amigo?

Spencer también dirigió la vista hacia ellos y apretó los labios en una sonrisa que luchaba por reprimir.

—Amor —era la primera vez que se refería a él así—, no te enteras de nada.

El rostro del muchacho había adquirido un tono cálido, a juego con el color de su cabello. Puede que, si hubiera dicho cualquier otra cosa, su reacción hubiera sido la misma.

Inclinó su torso para volver a acercar su cabeza a la de ella y, tan cerca del lóbulo de su oreja que sus labios podían rozarlos, susurró:

—Yo aún te tengo que dar mi regalo...

Spencer se había quedado petrificada. Aquellas palabras habían despertado una emoción en ella similar a la que siente un niño pequeño esperando el regalo de Santa Claus.

—¿Sí?

—Claro, acompáñame.

Agarró suavemente la mano de la chica y la llevó al fondo del pub, donde había una puerta cerrada. Sacó de su bolsillo la llave que le había confiado el dueño del local tras la fortuna que había invertido en alquilarlo y subieron por unas estrechas escaleras hasta la azotea.

Había anochecido y no se había dado cuenta. El tiempo para ella se había detenido disfrutando de aquel momento compartido con sus amigos y se sintió muy afortunada de tener a todas aquellas personas en su vida. Pero en especial a la que tenía delante en aquellos momentos.

Observó como el chico sacaba su teléfono del bolsillo y tecleaba algo rápidamente antes de guardarlo.

—Ven —dijo extendiendo su brazo para pasarlo por el hombro de ella—. Se ve desde aquí.

—¿El qué...?

Apenas terminó la pregunta, cuando el cielo se tiñó de unos vibrantes colores que iluminaban toda la zona.

Había quedado completamente absorta por el sonido de los petardos y por los destellos de luz que aparecían efímeramente y variaban tanto en color como en forma. Fueron quince los minutos que permanecieron agarrados viendo el cielo destellar, hasta que marcó su final unos fuegos que formaban una "S".

Un castillo de fuegos artificiales solo para ella.

—Bruce... —habló momentos después, cuando sus oídos se volvieron a acostumbrar al sonido de una noche normal en Londres, asimilando el espectáculo tan bonito que acababan de contemplar—. Muchas gracias, ha sido precioso.

—Y hay algo más... —comentó sacando de su bolsillo un diminuto reproductor de música, con unos auriculares enchufados—. Ten.

Se fijó en el dispositivo de color blanco y, acto seguido, resopló.

—Sabes que no quiero regalos caros. —Se quejó mientras se cruzaba de brazos—. Y ha sido suficiente con los fuegos artificiales, de verdad.

El chico puso los ojos en blanco.

—Deja de ser una quejica y acéptalo. Además, no es nuevo —aclaró agarrando su mano y colocándolo en ella—. Es mi viejo iPod. Con todas mis canciones —explicó—. No es tan especial como lo que me regalaste tú, pero también he grabado piezas que he interpretado con el piano y las he añadido.

Los ojos chocolate de la muchacha comenzaron a brillar cargados de ilusión.

—Entonces es genial. —Se puso de puntillas, a la par que pasaba sus brazos por detrás del cuello del chico, para alcanzar sus suaves labios con los suyos, dándole un breve, pero afectuoso beso—. Te quiero.

Antes de poder separarse, él la aguantó sujetándola de la cintura y le propinó un cuidadoso y juguetón mordisco en la mejilla.

—¡Ay!

Dibujó una sonrisa tan amplia como pocas veces había visto ella y, en sus ojos, había unas lágrimas que denotaban lo absolutamente afortunado que se sentía por tenerla entre sus brazos. Con aquellas emociones a flor de piel y esa hermosa expresión dedicada solo para su novia, declaró:

—Te amo. 

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