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33| La risa del ángel

El trayecto en moto desde el lugar donde se situaban se le hizo corto. Puede que se debiera a que nunca había montado en tal vehículo con anterioridad, o a causa de la emoción que estaba recorriendo cada vena de su cuerpo por reencontrarse con el pelirrojo.

Habían llegado a la urbanización de élite donde se encontraba el poco humilde hogar de la familia Rimes y la marcha del transporte se detuvo a una calle de distancia.

—Será mejor que bajes aquí —sentenció Emma con un pie apoyado en el asfalto para que la Harley no volcara—. No me malinterpretes, creo que es mejor que Bruce no me vea contigo. Su casa está ahí delante así que...

La joven se quitó el casco y la chica de cabello azabache paró el motor para guardarlo.

—Tienes razón —respondió y, al posar los pies en tierra, fue consciente de lo mareada que se encontraba. La cerveza y la vibración del motor no eran precisamente buenas amigas.

—Pero, espero que me cuentes todo. —Le guiñó un ojo—. Se ha quedado muy interesante.

Y con el rugido de su vehículo, se perdió en las solitarias calles de aquella zona, alumbradas por el brillo de las farolas.


Bruce acababa de cerrar el diario de Spencer. Había leído todas y cada una de las páginas de aquel libro cargado de sinceridad. Un roce molesto en su párpado inferior hizo que se llevara un dedo a la zona para rascarse, y lo que hizo fue refregar la humedad de sus lágrimas por su pómulo.

No era la primera vez que lloraba por aquella chica, pero sí lo era en ese tiempo que se habían permitido. Estaba tan frustrado por la petición de ella, pues no alcanzaba a comprender los motivos que la llevaron a hacerlo, que no consideraba necesario lamentarse hasta ese punto. Por supuesto que estaba decaído, pero la única razón que sabía era las sandeces que su padre le había dicho. Y no le parecía causa suficiente, pues la decisión final era de ella.

Sin embargo, tras aquella lectura su percepción era diferente. Él creía entenderla. Creía saber cómo se sentía. Pero era imposible hacerlo, puesto que jamás se encontraría en la misma situación que vivió la castaña. Porque él fue el malo. Y jamás se tuvo que preguntar si sus actos tenían repercusión dado que nunca le habían enseñado a hacerlo. Y mucho menos se tuvo que cuestionar cómo se sentiría una persona al otro lado del espejo.

Los remordimientos que albergaba en su mente fueron el impulso necesario para salir, por puro impulso, de su habitación en dirección a la salida de su casa. Iba a coger su coche, aquel regalo que se hizo tratando de demostrar algo que ni él sabía qué era. Pero pudo leer un mensaje que lo detuvo antes de hacerlo.

Spencer: Estoy en la entrada.

No creía que aquella suerte se debería al deseo de verla, pero sin duda era una casualidad que le llenó el pecho de alegría. Entró de nuevo en su casa para pulsar el botón del telefonillo de la verja y, conforme esperaba asomado desde la puerta principal cómo se iba aproximando desde la distancia, un sentimiento de miedo se entremezcló con la euforia que sentía momentos atrás.

Bajó los escalones del rellano para quedar a la altura de la joven.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con los nervios a flor de piel.

Spencer se quedó petrificada mirando el rostro del muchacho. No sabía si era por el alcohol que había consumido previamente, pero de nuevo se encontraba embriagada ante el atractivo que tenía frente a ella. Sus rasgos marcados, su tez clara, sus impresionantes ojos de aquel color tan especial... Había visto su cara en muchísimas ocasiones y nunca dejaba de resultarle absorbente hasta el borde de la locura.

—Necesitaba hablar contigo —dijo al fin, despertando de su ensimismamiento.

La última vez que la castaña dijo aquello no fue, precisamente, para dar una buena noticia.

—¿Y te has presentado aquí sin avisar? —Enarcó una ceja—. Podría no haber estado.

—Simplemente tenía que venir —declaró ladeando sus manos para tocar, con cierto temor, las de él.

Bruce se llevó los dedos al puente de la nariz, pensativo.

—Iba a salir ahora —comentó apartándose la mano de la cara—. Para hablar contigo.

—¿Conmigo?

—Sí —afirmó cortante—. Ignoro lo que quieres decirme, pero me gustaría hablar primero. —Miró a su alrededor—. Vamos dentro.

Caminaron en un silencio reflexivo que estaba lejos de resultar incómodo. Fueron directos a la habitación del joven, alegando que su padre no se encontraba en casa en aquellos momentos y que preferiría no hablar en ningún lugar que diera a pie a descubrirlos allí juntos. Aunque simplemente fuera para ahorrarse algún comentario sarcástico por parte de su progenitor.

Aquel espacio que pertenecía al pelirrojo siempre le había resultado grandioso, no solo a lo que dimensiones se refiere, sino por la cantidad de elementos que lo formaban: su enorme cama, sus sillones, piano, escritorio, estanterías... Tenía diversos rincones predispuestos para cada actividad y aquel ambiente siempre hacía que la joven se maravillara.

Bruce le hizo una señal para que tomara asiento en uno de los mullidos sillones y él hizo lo propio quedando frente a ella.

En aquel momento sí se pudo respirar cierta tensión. Ambos tenían claro lo que querían decirle al otro, pero ninguno de los dos conocía las palabras apropiadas para comenzar su alegato.

Finalmente, fue el muchacho quien comenzó a hablar, tras haber carraspeado un par de veces previamente.

—Mira Spencer... No entendía la razón por la cual me pediste un tiempo porque no encontraba motivos para hacerlo —confesó, sentado con sus codos apoyados sobre sus rodillas y sus dedos entrelazados, moviéndose de vez en cuando de un modo nervioso—. Pero hoy he abierto los ojos. Me he dado cuenta de que nunca voy a ser capaz de sentir lo que tú has sentido y de que mis acciones en el pasado tienen un peso del que no me puedo desprender ni creo que me vaya a desprender nunca. No te mentí cuando te dije que quería cambiar para ser mejor persona y, en cierto modo, quería hacerlo únicamente por ti. Ahora entiendo que eso no tiene ningún sentido.

Sentía como aquellas palabras que se estaban filtrando en sus oídos tenían tanta fuerza pese a ser pronunciadas con tanta calma, que lograba que se humedecieran sus ojos de la emoción que la invadía.

—Soy consciente de que —prosiguió—, si quiero mejorar por mí mismo, es porque estoy arrepentido de mis malas acciones y ya no pienso como antes. No creo que el dinero defina a las personas, pero esto —apuntó su frente con el dedo índice y acto seguido hizo lo mismo en su pecho— y esto, sí lo hacen. Tampoco puedo cambiar el pasado. No puedo volver atrás. Lo que sí puedo hacer es dar lo mejor de mí, a partir de ahora, para no volver a ser aquella persona que humillaba y maltrataba a todo aquel que consideraba menos. —Sonrió con aflicción al decir aquello—. Es posible que jamás me perdones las cosas que he hecho o que, por el contrario, lo hagas y no puedas olvidarlas. No quiero retenerte en una relación que pueda causarte dolor o que te haga infeliz. Así es como vivió mi madre y no quiero lo mismo para ti. —Hizo una pausa antes de finalizar—. De verdad, de corazón, siento muchísimo todo, Spencer.

La joven tuvo que limpiarse con rapidez la lágrima que se había deslizado por su pómulo. Ella estaba convencida de que quería estar con él, pero, tras escucharle hablar, tan solo corroboró lo que sabía. Un año atrás, jamás podría haber imaginado a Bruce Rimes decir todo aquello y mucho menos con tanta sinceridad. Se sentía aliviada y orgullosa.

—Bruce yo... —Se frotó los ojos para que aquellas gotas saladas no se aglomeraran en exceso—. Solo quería decirte que estoy enamorada de ti y que siento haberte preocupado —confesó de golpe.

La mirada del muchacho se iluminó de esperanza.

—¿De verdad?

Asintió con la cabeza.

—Me he dado cuenta de que quiero estar a tu lado. Mis sentimientos hacia ti son claros en eso. —Levantó la vista al techo, buscando no emocionarse mientras hablaba y, antes de continuar, resopló con lentitud—. Lo que me dio miedo la última vez fue pensar que nunca pudiera tener una vida como esta. —Movió los brazos para hacer hincapié en el espacio donde se encontraban—. Pensar que no puedo ofrecerte más que esto, lo que ves.

El joven se alzó del sillón para colocarse de rodillas frente a la muchacha, que continuaba sentada. Apoyó sus manos sobre las piernas de ésta, mirándola directamente a sus ojos chocolate.

—Pero, Pen... —Su voz era mucho más suave que antes. Dulce y cautelosa—. ¿Cómo puedo hacerte comprender que el dinero no me importa? Ya no. Eres tú lo único que me importa. Sin ti ninguna riqueza es suficiente. —Posó su palma sobre la mejilla de la chica, moviendo el pulgar con delicadeza para limpiar la humedad producida por las lágrimas que allí quedaban.

—No sabes la alegría que me llena al oírte decir eso —dijo, tratando de esbozar una sonrisa, la cual se resistía a causa del cúmulo de emociones que se removían dentro de ella.

Bruce frunció el ceño y levantó un lado de su labio superior, en una mueca de incomprensión.

—Tu cara no expresa mucha alegría... —Entrecerró los ojos—. Más bien parece que te haya dado el mayor disgusto de tu vida.

Aquel comentario trasladó a la castaña a sus mejores días en el Richroses. Cuando habían comenzado a salir e ignoraba las complicaciones que había en tener una relación junto a Bruce Rimes. Aquellos días en los que cualquier comentario sarcástico o estúpido del chico la hacían reír. Quizá eran tan buenos por pura ignorancia y, sin embargo, no los veía tan lejos.

Sin embargo, el gesto que tenía el pelirrojo dibujado en su cara era tan de él; tan cómico que no pudo evitar echarse a reír. Era una risa nerviosa y excitada, pero sin duda sincera.

—Ahí está —comentó Bruce sin apartar la vista del rostro de la castaña, la cual al percatarse fue deteniendo su gesto espontáneo.

—¿El qué?

—Tu risa —respondió al instante, aun mirándola como si estuviera contemplando un tesoro—. Es la más pura y carente de maldad que he visto nunca. Es algo mágico... Me imagino que todos los ángeles ríen así.

Se alzó pausadamente, apoyando sus extremidades en los reposabrazos del asiento donde se encontraba la joven, y acercó su imagen a la de ella con suma quietud, como si fuera un animal salvaje al que no quería asustar. Mantenía sus ojos fijos en los propios, buscando no perder un ápice del brillo de estos.

Cuando sus rostros estuvieron lo suficientemente juntos, se detuvo, dudando pese a haber recibido instantes atrás la confesión de la castaña. Y fue esta última, la que terminó por ejecutar aquel movimiento.

Sostuvo entre sus manos la pronunciada quijada de él y, tras un instante en el que podían atisbarse sin temor a nada, se dieron el placer de rozar sus labios. Fue un primer contacto algo tímido, como si nunca hubieran realizado dicho acto con anterioridad. Pero pronto se fue entreabriendo, recibiendo la húmeda y cálida lengua de ella dentro de su boca.

La joven fue la primera en separarse, mostrando su tez enrojecida por el júbilo. Él se acercó para propinarle un juguetón mordisco en el labio inferior y ésta trató de devolvérselo, pero no fue lo suficientemente rápida como para hincar sus dientes en la boca de Bruce, el cual ya se había apartado, mostrándole una sonrisa torcida.

La expresión que tenía dibujada era la misma que Spencer había visto tantas veces. Era un semblante que albergaba cierta tiranía, acompañado de una mirada ambiciosa, pero esta vez, esa codicia no era causada por temas materiales, estaba vinculada al ansia que tenía por la chica. Y ella lo supo al verlo, lo que le provocó la misma sensación de deseo.

Con dilación y algo de dudas, sostuvo entre sus manos la del joven y se la acercó hasta su pecho izquierdo, observando la reacción del pelirrojo que, tras una exhalación, oprimió aquel seno con posesión y cubrió, de nuevo, la boca de Spencer con la suya. Dirigiendo esta vez el ritmo. Realizando los movimientos de su lengua con cierta brusquedad, generando que emitiera tímidos gemidos.

Repentinamente, como si acabara de recordar donde estaba y lo que sucedía, el pelirrojo se hizo hacia atrás, irguiéndose.

—¿Qué pasa? —Quiso saber la castaña, cuyo sofoco propiciado por la excitación que se estaba manifestando en ella había logrado que su voz sonara oscilante.

—Que me descontrolas —dijo dando un paso hacia atrás, con la mirada fija en ella.

Se levantó del asiento siguiendo los cortos pasos que daba Bruce hacia atrás.

—¿Y qué? —cuestionó con la cabeza alta, demostrando seguridad. Cuando el joven había retrocedido lo suficiente, Spencer le dio un suave empujón haciendo que cayera sobre el sillón donde se encontraba minutos atrás sentado. Ella se colocó sobre él y enredó sus brazos en el cuello del chico—. Ya no soy tan inocente, no tienes que controlarte —declaró dándole otro beso.

Esta vez ella quería tomar el control, demostrándole que tampoco era capaz de detenerse si se trataba de él. Llenando su boca con su saliva, sin tener cuidado, dejándose llevar por el deseo que despertaba en ella. Era un beso sucio, pues las comisuras de los labios de ambos se habían empapado. Bruce respondía a estos movimientos con las mismas ganas que ella.

El estímulo que se concentraba en la entrepierna de la muchacha la llevaba a mover sus caderas por puro instinto, notando la excitación de él cada vez más prominente y dejando escapar diminutos jadeos.

En aquel momento, Bruce introdujo sus manos por debajo de la camiseta de ella, rozando su piel y deslizándolas con suavidad desde las caderas hasta la espalda. Subió hasta rozar el cierre de su sujetador, que desabrochó con habilidad para acto seguido, tocar sus pequeños pechos, produciendo que sus gemidos se intensificaran ligeramente.

Levantó la prenda para continuar tocándolos, esta vez con su boca, regalándole tiernos besos alrededor de las areolas hasta tener entre sus labios sus pezones, que remató con un bocado delicado.

Sujetó las nalgas de la castaña y, súbitamente, se puso en pie levantándola en brazos y trasladándola hasta su cama.

—Está bien. Tú ganas —dijo devorándola con la mirada.

Desabotonó el pantalón negro que vestía, y de un rápido movimiento, lo desprendió de ella, dejando ver el inocente culotte de peculiar estampado. Solo que esta vez, no se rio.

—Bueno, hay cosas que no cambian —comentó ella leyéndole la mente.

—Y eso me encanta —declaró posando su dedo corazón en la intimidad de la joven, sobre la pieza de ropa.

Comenzó a hacer suaves movimientos circulares sobre aquel punto de estímulo, mientras se deleitaba con las expresiones y sonidos de gozo que emitía. No tardó en hacer lo propio dentro de aquellas bragas, esta vez apreciando la humedad que había provocado en ella. Se aventuró en introducir un dedo dentro de aquella cálida cavidad, deslizándose dentro de ella con facilidad.

Spencer sentía como se le erizaba la piel ante aquellos toqueteos y se sorprendió de cómo un simple dedo podía despertar en ella aquellas ansias desmedidas que le hacían menear las caderas por impulso.

—Bruce... —susurró—. Te deseo.

El joven delineó una sonrisa torcida. Se quitó la camiseta, dejando su torso definido al descubierto y se despojó del botón del pantalón, bajándolo lo suficiente como para no resultar un impedimento.

Abrió un cajón de su mesita de noche y sacó un pequeño envoltorio de color azul. Cubrió su miembro de aquel látex y, quitándole por completo la ropa interior a la muchacha, se preparó para entrar dentro de ella.

Lo hizo lentamente, sin dificultad, sujetándola de los muslos y notando como se iba arropando en fogaje.

La castaña comenzó a gemir con magnitud, de un modo más descontrolado, mientras se sentía completamente llena por las embestidas del muchacho, cuya intensidad iba variando, volviéndola loca.

Se irguió torpemente obligándole a detenerse, para situarse a horcajadas sobre él mientras permanecía sentado. Se aferró al muchacho mientras se fundían en un beso. Trataba de liderar ahora ella aquella situación puramente pasional, moviendo su pelvis y contrayéndose del placer que le provocaba fusionarse con él.

Aquel ejercicio que les hacía sentirse como seres primitivos, hizo que sus pálidas pieles se tornaran sonrosadas y el calor se pronunciaba más entre ellos. Disfrutando el momento como si no fueran a volverse a ver después.

—No puedo más, Pen —ronroneó él.

La empujó de nuevo para ponerse sobre ella y recuperar el control de aquel acto. Estaba fuera de sí, enviciado, y sus movimientos se volvieron más violentos. Sus arremetidas eran más intensas, penetrándola hasta lo más profundo de su interior.

Spencer se sentía cada vez menos racional. Estaba embriagada por el goce que le provocaban los movimientos del chico, sintió como sus pulsaciones se aceleraban cada vez más y como su intimidad se contraía y, casi sin darse cuenta, llegó al clímax, dejándola con las piernas temblando.

Él no tardó en seguirla, pues viendo como reaccionaba la muchacha ante aquel acto, llegó al orgasmo dejando escapar gruñidos de delicia.

Se recostó al lado de ella y le dio un tierno beso en la frente y otro en los labios. Permanecieron callados unos minutos, escuchando únicamente el sonido de su respiración.

—¿Cómo estás? —Rompió el silencio él.

—Demasiado bien —dijo ella sonriendo y acto seguido, se levantó para cubrirse con las prendas que se había quitado. De pronto, una idea atravesó su mente, haciendo que se alterara—. Mierda, ¿qué hora es?

Bruce estiró el brazo para agarrar su móvil, que se encontraba en su mesita de noche.

—Las 23:12.

—¡Joder! No les he avisado a mis padres de que salía. —Buscó su teléfono en el bolso y, cuando lo encontró, pudo comprobar que estaba apagado y no se encendía—. Y encima me he quedado sin batería.

—Bueno, llama a tu madre desde el mío —extendió su aparato para que lo agarrara—. Puedes decirle que te quedas a dormir. —Guiñó un ojo.

—No creo que sea buena idea... Y menos con tu padre en casa —respondió mientras marcaba el número en la pantalla.

—A mi padre le viene bien acostumbrarse a la que va a ser su futura nuera el resto de su vida —sentenció él con tranquilidad.

Los pómulos de Spencer se encendieron como una fogata.

—Bueno... —dijo dubitativa y se puso el objeto en la oreja, esperó unos segundos, pero pronto su madre descolgó—. Oye mamá, que me había quedado sin batería. Sí, lo siento. Estoy bien, estoy con Bruce. En su casa. Sí. Ahora me llevará a casa. Vale, de acuerdo. Hasta ahora.

Colgó y se terminó de vestir, se adecentó el pelo frente al espejo que había en el cuarto del muchacho.

—Me encantaría tenerte aquí toda la noche —informó él, sin apartar la vista de ella.

—Hoy no puede ser —replicó la joven, enganchándose el bolso del hombro—. ¿Me llevas?

Él bufó.

—Claro.

En el trayecto en coche fueron hablando. Conducía aquel deportivo rojo que se agenció recientemente.

—¿Sabes? —habló la joven—. Me siento bien. Por primera vez en mucho tiempo me siento tranquila contigo... Quiero decir, siento que nada puede interponerse y que sabremos encarar lo que venga.

El chico posó una mano sobre la de ella, acariciándola.

—Me siento igual. —Le miró de reojo, muy brevemente para, de nuevo, fijarse en la carretera—. ¿Qué tal en tu viejo instituto?

—Bien... Pero se nota la diferencia en cuanto a nivel académico. Odio decirlo, pero en el Richroses había más. Salías más preparado.

—Spencer, ¿quieres volver?

Ella se encogió de hombros.

—No sé. Una parte de mí sí y a la otra le da igual. Pero la verdad es que, en cuando a la preparatoria, es mejor la de Richroses. Quizá si acabara allí, tendría más posibilidades para entrar en una buena universidad.

—Te prometo que voy a buscar una solución.

—No quiero que te metas en problemas.

—Yo soy el problema, cariño —dijo jactándose y generando que la joven profiriera una carcajada.

Se despidieron con un beso en la puerta de Spencer. A ambos les extasiaba una sensación de felicidad enorme. Querer a alguien te podía hacer sentir tan dichoso y a su vez todo lo contrario. Pero en aquel momento, ganaba el primer sentimiento.

Aún tenían que pelear un poco para lograr que aquella relación no tuviera más impedimentos.

Pero estaban cerca de conseguirlo.

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