
30| Unas palabras
Una amplia sonrisa en su rostro pecoso era algo fácilmente reconocible de Matt, pero en aquellos momentos le era imposible tener esa expresión en la cara. Tenía muchas dudas al respecto, pues no dejaba de ser una invitación de improviso para algo que desconocía por completo, quizá por ello cuando hubo llegado la limusina, se acercó con cierto recelo. Una de las ventanillas de los asientos comenzó a bajar, descubriendo a una Spencer de risilla burlona.
—Señor Winchester, qué elegante —mencionó la castaña con cierta mofa.
—Déjate de bromas, Pen —dijo Matt ya pegado al vehículo, mientras Sebastian bajaba para abrirle la puerta—. He tenido que pedirle el traje a mi padre. —Entró y una vez sentado, se percató en la presencia de los otros dos—. Oh, hola. Dalia y... ¿Tobias? —preguntó señalando a los sujetos.
Parker dejó escapar una carcajada ante aquel nombre.
—No, Thomas. —Extendió la mano para saludarle.
—Bueno, ¿y de qué va todo esto, Pen? —cuestionó volviendo a posar la vista en su amiga—. No me has explicado nada. Me llamaste el otro día pidiéndome por favor que te acompañara hoy a no sé qué fiesta y que tenía que ir elegante.
—Vamos a una fiesta de compromiso —respondió la joven.
La cara de sorpresa de él fue demasiado evidente.
—¿Una boda?
—No, una fiesta de compromiso. Celebran el compromiso oficial, aun no se casa nadie.
—Ni se van a casar —apostilló Dalia repiqueteando con el pie en el suelo.
—¿Pero de quién es el compromiso? —inquirió alterándose ante aquella información que parecía venir por fascículos.
—De Bruce —respondió algo cortante la castaña.
El muchacho frunció el ceño con cierta exageración.
—Pero si hace poco quedaste con él —comentó recordando aquel día en el que la joven se fue a toda prisa en busca del pelirrojo.
—Es un asunto bastante complejo... Pero no te preocupes, ya te lo contaré todo en cuanto pueda.
Se quedaron muchas preguntas en la punta de la lengua de Matt, pero ya no era posible hacerlas pues la limusina había cruzado la entrada de las vallas que marcan el límite del recinto de los Rimes con el exterior y se encontraba conduciendo por el camino de piedra del gran jardín.
Paró en las escaleras de la entrada. Alrededor estaba todo repleto de carísimos coches y limusinas. Los cuatro jóvenes bajaron, tres de ellos algo alterados, unos más que otros, y solo Thomas completamente tranquilo. O al menos en apariencia.
A la entrada había un hombre alto y corpulento que permanecía quieto con la espalda muy recta. Se trataba del portero que habían contratado para el evento.
—Hola, Luis —saludó Thomas con cordialidad mientras le daba su invitación—. Hacía tiempo que no coincidíamos.
—Buenas noches, Parker —respondió el hombre de acento español—. El mismo tiempo que no se celebra ningún evento grande.
—Lo sé. Bueno, nos vemos luego. —Se despedía el moreno mientras entraba.
—Hasta luego, Parker —dijo y volvió a mirar al frente, donde se encontraban Spencer y Matt—. Su invitación, por favor —solicitó extendiendo levemente la mano para recibir el documento.
Spencer abrió el pequeño bolso que le había prestado Dalia y sacó el sobre que recibió de Harold Rimes.
—Aquí tiene.
El hombre la revisó y finalmente cedió el paso a ambos jóvenes.
Apenas entraron en la mansión cuando un empleado uniformado se acercó para guardar sus abrigos. Spencer sabía que había servicio doméstico en aquel lugar, pero claramente se había multiplicado notoriamente.
La distribución del evento dentro del hogar se había organizado de un modo donde a la entrada hubiera un guardarropa con un empleado encargado de atender a los invitados. A continuación, girabas a la izquierda y entrabas en un gran salón preparado para aquellas ocasiones. Spencer alguna vez lo había visto vacío y siempre había pensado que era inmenso, pero aquella vez, con tanta gente en su interior, le resultó asombroso.
A cada lado de la estancia había camareros repartiendo bebidas y tentempiés y, al fondo, habían montado un pequeño escenario con altavoces en sus extremos. En lo alto del tablado y escrito sobre una banda de tela blanca se podía leer "Bruce Rimes & Emma Miller".
—Estoy flipando —confesó Matt sin poder dejar de mirar a su alrededor boquiabierto, tanto que aún no había dirigido la vista al escenario.
—Nunca te acostumbras —comentó Spencer mientras buscaba con la vista alguna cara conocida entre tanto sujeto de etiqueta.
—Yo voy a saludar a algunas personas, en seguida vuelvo con vosotros —informó Parker, a continuación, dirigió la mirada a su pareja—. ¿Me acompañas, Dalia?
La joven asintió con la cabeza y entrelazó su brazo al del chico y en pocos segundos se perdieron en un mar de reverencias y conversaciones por compromiso. No era algo que a Thomas Parker le gustara demasiado, pero había crecido de aquella manera.
Spencer les observaba desde una pequeña distancia, todavía sin haberse movido del mismo sitio donde estaban desde que entraron, y no podía evitar pensar que aquello no estaba hecho para ella. Y, de repente, se imaginó casada con Bruce, como dijo Thomas el pasado día que se vieron, y le pareció una escena propia de una comedia. No encajaba en aquel mundo.
—Un momento. —La voz de su amigo le devolvió la mente a aquel lugar—. ¿Emma Miller? —Entrecerraba los ojos leyendo la pancarta y, a continuación, se giró para mirar a la castaña—. ¿El compromiso es entre Bruce y Emma?
A Spencer le sorprendió el tono de preocupación que emanaba de la boca de su amigo al leer el nombre de aquella chica y supo que tomó la decisión correcta al haber traído a Matt como invitado.
Se encogió de hombros antes de responder.
—Sí. ¿No lo sabías? Es noticia en muchos medios de comunicación.
—Las bodas de los niños pijos no son algo que me interesen ni mucho menos que deban salir en los medios de comunicación. —Gruñó el muchacho. La noticia no había sido precisamente de su agrado.
—No puedo evitar estar de acuerdo contigo. —Una voz familiar a su espalda les sorprendió.
Al darse la vuelta, se encontraron a Emma con una copa de Möet en las manos y una sonrisa burlona en el rostro. Llevaba un largo vestido de tirantes color negro cuyo escote resaltaba sus abundantes senos, aunque sin resultar soez. La falda de éste tenía una caída sugerente por sus piernas rematadas con dos altos tacones.
El corazón de ambos se detuvo, con un sentimiento diferente en cada uno. Sin embargo, pensaban lo mismo: lo absolutamente arrebatadora que resultaba.
—Hola, Miller —saludó Spencer tratando de dibujar una amigable sonrisa.
La morena enarcó las cejas.
—Buenas noches, Spencer. Por favor, llámame Emma —dijo haciendo un gesto con los labios que erizó la piel de la castaña—. Y hola, Matt. —Miró al muchacho, el cual se encontraba algo tenso.
—H-hola, Emma. —Logró articular él.
—Me sorprende mucho veros por aquí. —Dio un pequeño trago a su bebida y acto seguido hizo una señal a uno de los acomodadores para que les trajera un par de copas—. ¿Invitados de Bruce?
—No, de su padre —respondió Spencer sin apartar la mirada de los oscuros ojos de ella al mismo tiempo que recibía aquella copa.
—Ya veo —comentó haciendo lo propio con su vista—. Bruce debe estar por allí, cerca del escenario. Estoy segura de que le animará verte. —Se aproximó a ella lo suficiente e inclinando su rostro le susurró al oído en un tono provocativo: —Estás muy guapa hoy, ¿lo sabías? Me dan ganas de besarte otra vez.
Dejó escapar una risilla mientras se apartaba y pudo apreciar como las mejillas de Spencer estaban más rosadas de lo normal y no era, precisamente, por el colorete.
—Voy a buscarle —dijo algo incómoda. La sensualidad con la que hablaba en ocasiones aquella chica conseguía hacerla sentir diminuta y desorientada.
En pocos segundos se alejó de ellos, deseando que se atemperara su cara.
—Estás preciosa —comentó Matt una vez Spencer no podía oírlos—. Como siempre.
—Dime algo que no sepa. —Le guiñó un ojo ella de un modo coqueto.
—Lo digo en serio —manifestó acercándose a ella, clavando su vista en los profundos orbes de la joven y, sujetando con suavidad la quijada de la morena, añadió—: Haría lo que fuera por ser yo quien viera esta cara cada día de mi vida.
Emma pudo sentir como algo se rompía dentro de ella al escucharle decir aquella frase. Sus piernas temblaron un poco y una emoción la estremeció haciendo que se manifestara un deseo interior y oculto. No obstante, se apartó.
Por su parte, Spencer miraba por todas partes en busca de Bruce. No tardó en encontrarlo, puesto que cuando pudo verlo, él ya la había visto a ella y en su rostro había dibujada una expresión que se balanceaba entre la sorpresa y el temor.
—¿Qué haces aquí? —Fue lo primero que dijo al acercarse a la castaña—. Y así vestida. —Le recorrió con la mirada de arriba abajo.
—Tu padre me invitó.
—Mi puto padre —masculló molesto.
—Y, ¿algún problema con mi ropa? —inquirió cruzándose de brazos.
La pregunta logró sacar una sonrisa al pelirrojo.
—No, ninguno. Es solo que no voy a poder mantener las formas y voy a acabar por subirte a mi habitación.
Nuevamente el rubor se apoderó de los pómulos de Spencer.
"No sé si soy yo muy susceptible o qué, pero van a lograr que me dé algo hoy con tanta intensidad". Pensó.
—Me alegra que hayas venido, Turpin. —La voz de Harold Rimes se hizo presente entre los dos muchachos.
Bruce iba a replicarle, molesto, cuando la mano de Spencer haciendo una fuerte presión en su brazo lo detuvo.
—A mí me alegra que me haya invitado —contestó desafiante.
El hombre hizo una mueca de suficiencia disfrazada de amabilidad.
—Bueno, voy a dar unas palabras. —Miró a su hijo—. Bruce, deberías estar atento, tú hablarás después de Emma. Más vale que te hayas preparado algo.
—Claro que sí, padre. Está más que preparado.
Harold subió los tres escalones y se colocó en el centro del escenario. Nada más hacerse presente allí arriba, no fue necesario pedir ningún tipo de silencio, pues toda la multitud calló de golpe en señal de respeto que a Spencer se le antojó de sumisión.
La expectación que le provocaba aquella situación hizo que se terminara su copa lo suficientemente rápido para poder coger otra de las que traían en las bandejas.
—Buenas noches. Muchas gracias a todos los invitados por venir —comenzó a hablar el padre de Bruce frente al micrófono que habían colocado—. Espero que estéis teniendo una agradable noche. Es un honor para mí poder disfrutar de esta fiesta, con lo que ello significa. Nuestra familia es conocida y amiga de los Miller desde hace muchos años y, por fin, es oficial una unión directa entre los dos. Y todo gracias a nuestros hijos, los protagonistas de hoy —Spencer se perdió a mitad del discurso de Harold cuando una mano tocó su hombro; Clarice entró en su campo de visión, saludándola en silencio, pero no con menos efusividad. La sonrisa que llevaba dibujada se disipó al centrarse de nuevo en el discurso de su padre—. No debería ser yo quien hable al respecto. Mejor que lo hagan ellos. Que suba, por favor, Emma Miller.
La multitud comenzó a aplaudir. Parecían todos estar muy de acuerdo con sus palabras, aunque ni ella, ni Bruce ni su hermana, ni tampoco Emma, las habían secundado con sus aplausos. Harold bajó del tablado y, tras dedicarle una mueca de desdén y suficiencia a la castaña, se situó a una distancia cercana de sus hijos.
Emma había imaginado con un momento así en numerosas ocasiones cuando era tan solo una niña. Se podía tirar horas frente al espejo, con un bolígrafo a modo de micrófono y dando un cursi discurso que no entendía, pero había visto en numerosas películas. Sin embargo, su perspectiva había cambiado mucho una vez que creció, y con el paso de los años fue siendo más consciente de que en lugar de un sueño, se trataba de una trampa piramidal que había organizado su propia familia.
No parecía muy alterada cuando subió al escenario, tampoco podía descifrarse mucha emoción en su rostro. Había estado ensayando las palabras que iba a pronunciar desde que fijaron la fecha para el evento. Antes de decir nada, dio un barrido con la mirada por la sala, contemplando a todos los presentes. Sus ojos se detuvieron en Matt, al que le dedicó una sonrisa nada propia de ella casi sin pensar. Luego se trasladaron a Bruce y después a Spencer, que la observaba expectante, preparada para lo que fuera a salir de su boca, llevándose un guiño de ojo de la protagonista de la noche.
Dio una bocanada de aire y comenzó a hablar.
—Muchas gracias a todos por venir. —Tenía un tono de voz cortés, y hacía suaves movimientos con sus manos para enfatizar sus palabras—. Una boda con Bruce Rimes era algo que siempre había soñado desde pequeña y, quizá, una parte de mí sigue fantaseando con esa vida de color de rosa al lado de la persona a la que he amado con todas mis fuerzas desde que descubrí el significado de esa palabra. —Una punzada de culpa se manifestó en el pecho del pelirrojo, que no esperaba nunca oír decir a Emma amar a alguien, aunque a él le dijera algo parecido semanas atrás—. Una vida que me prometieron mis padres; una vida de cuento que no existe y nunca existirá. Pero he crecido y veo el mundo de otra manera. Lo veo como la realidad cruel e irónica que es. Ya no soy una cría y no puedo continuar jugando a las casitas, tengo que vivir al mundo real. —Hizo una breve pausa—. Yo, Emma Miller, cancelo el compromiso con Bruce Rimes. —Una serie de muecas de asombro y murmullos inundaron toda la estancia—. Y renuncio a la herencia de mi familia. Espero que esto no interfiera en ningún tipo de acuerdo o negocio entre ambas compañías; no tendría por qué.
Todos estaban sorprendidos por la decisión que había tomado la morena. El interior de Spencer daba saltos de alegría, pues no esperaba aquella intervención. Estaba tan eufórica porque acababa de cancelar el compromiso, que no procesó en aquel momento el hecho de que Emma había decidido dejar atrás las riquezas de su familia.
Cuando se dispuso a bajar la escalerilla, la castaña se le acercó movida por aquel entusiasmo desmedido y un poco de alcohol en sangre y, sin reparar donde estaba y delante de quienes, le dio un intenso beso que logró sacar varias exclamaciones ahogadas.
Bruce, que aún estaba procesando el discurso de la morena, fue testigo de aquel gesto de un modo que casi no pudo inmutarse. Había sido tanto el alivio que había sentido tras la cancelación que parecía que lo habían sedado. Se había desprendido del peso de una enorme roca sin tener que hacer nada.
—¿Qué haces? —interpeló Emma apartándose y llevándose la mano a la boca en un gesto de sorpresa y rubor.
—Es que estás tan jodidamente sexy que tenía unas ganas locas de besarte —declaró con firmeza y algo de burla.
Era la primera vez que Emma Miller lucía el rostro tan exageradamente sonrosado.
—La verdad es que no me extraña que te quiera como te quiere —comentó en voz baja y retomando la marcha, para que solo la escuchara ella—. En realidad, nunca me extrañó. Bueno, ahora hablamos, voy a hablar con mis padres y con el chico tan guapo que has traído de acompañante.
Spencer le dedicó una sonrisa divertida y volvió con Bruce, el cual se encontraba enfrentándose a un cumulo de sensaciones que no sabía cómo gestionar.
—Pen, creo que han sido alucinaciones mías, pero, ¿has besado a Emma?
—Sí, se la debía de Hawái —respondió con una risilla alegre en su rostro.
Tras haber gestionado mínimamente los nuevos acontecimientos, esta vez fue a Bruce a quien le invadió la euforia e, impulsivamente, enmarcó la cara de la joven entre sus manos para sellar sus labios con los suyos, invadiendo con su saliva el interior de su boca, acto que fue correspondido.
—¿Se puede saber qué haces? —Su padre les interrumpía nuevamente.
Bruce se separó con una expresión de triunfo y mofa, aunque sin soltar a Spencer.
—Estoy celebrándolo, padre. Hay mucho que celebrar.
El hombre lanzó una mirada gélida sobre ambos jóvenes. La repentina decisión de Emma lo había trastocado todo y su buen humor del principio se había esfumado.
—Voy a hablar con los Miller, luego hablaremos tú y yo.
Apenas se fue cuando Clarice se unió a la conversación.
—Eso ha sido increíble —declaró aplaudiendo.
—¿El qué de todo? —preguntó Bruce.
—Todo, joder. Ha merecido la pena venir a Londres para presenciar tan enorme espectáculo —dijo soltando una carcajada—. Vamos a buscar a tu primo, esto es algo digno de brindar.
Los invitados se encontraban confusos, pero los protagonistas del evento se sentían más tranquilos que en toda su vida. Y ya que habían acudido hasta allí, iban a celebrarlo.
Aún podían pasar muchas cosas aquella noche.
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