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29| Preparativos

Una joven de largo cabello rubio permanecía sentada en una pequeña cama mientras seguía con la mirada el ajetreado movimiento de su amiga por la habitación. Escuchaba con atención las más que fundadas quejas que salían de su boca, mientras las acentuaba con los meneos de sus brazos.

—Y... ¿qué vas a hacer? —Se atrevió a preguntar, interrumpiendo el soliloquio frustrado de la castaña.

Al fin detuvo los pasos por aquella estancia y, colocando la silla de su escritorio frente a su amiga, tomó asiento.

—No estoy segura... —Resopló mientras jugaba con las puntas de su pelo de un modo alterado, el cual ahora apenas le rozaba los hombros—. No quiero darle la satisfacción al Sr. Rimes de verme derrotada. Le planté cara y esta ha sido su forma de decirme que no puedo ganar.

Dalia la observaba de un modo reflexivo, como si tratara de buscar las respuestas que Spencer no tenía. El problema era que ella también carecía de ellas. Era un asunto tan complejo y, en realidad, enorme, que buscar una solución era como buscar una aguja en una montaña de paja. Y sobre todo para la castaña, que no disponía de los mismos recursos que los de su pareja.

Finalmente, solo pudo preguntar de nuevo.

—¿Se lo has dicho a Bruce?

Spencer negó con la cabeza.

—Todavía no. No quiero preocuparle y tampoco quiero que haga nada. Estoy segura de que, si se entera, intentará hablar con su padre y... —Hizo una breve pausa antes de continuar hablando—. Esto es entre Harold Rimes y yo.

—Ni siquiera sé si Bruce sabe que tiene esa fiesta la semana que viene.

—Tampoco me ha dicho nada al respecto, así que me imagino que lo ignora por completo, pero no creo que tarde en enterarse. —Dibujó en sus labios una mueca de descontento—. La fiesta de su compromiso y es el último en enterarse... Es que no lo puedo creer.

—Piensa que esa fiesta es simplemente un protocolo... Lo que buscan las dos familias es la noticia. Invitarán a la prensa, darán discursos... Será un modo de celebrar el anuncio del compromiso a lo grande. Y puede que incluso se anuncie una fecha de boda ya.

La palabra boda le provocó a Spencer una punzada en el pecho y una molestia en la boca del estómago.

—Me da angustia la palabra boda pensando que se trata de dos personas que apenas cumplirán la mayoría de edad para entonces.

Dalia se encogió de hombros.

—Así es el mundo de los negocios.

Spencer se recostó en el respaldo de su silla de madera, echó la cabeza hacia atrás y llevándose las manos a la cara, soltó un gruñido cargado de frustración que la llevó a quedarse en esa posición tantos segundos que posiblemente lo que estaba pasando eran minutos. Hasta que nuevamente se incorporó dando la cara a su amiga.

—¿Por qué decías que no ha podido venir Thomas?

—No estoy segura —respondió ella echando un ojo al teléfono en busca de un mensaje del moreno—. Sé que está con Bruce porque le pidió que le acompañara a hacer algo.

—¿A hacer algo? Espero que no se esté metiendo en problemas otra vez.

Tras decir aquello, diferentes semblantes del rostro del pelirrojo se manifestaron en la mente de la chica. Imágenes de rasguños, cortes y moratones que ocupaban un espacio en la perfecta cara de él.

—Está con Thomas, seguro que no es algo así —tranquilizó la rubia haciendo el torso hacia adelante para agarrar las manos de Spencer en señal de apoyo.

Harold Rimes se encontraba en el despacho de su mansión, disfrutaba de un café y un puro mientras ojeaba la prensa reciente. Cada vez que leía un titular que halagaba a su corporación, una sensación de victoria y egocentrismo se manifestaban en sus entrañas.

Pero al poco, la presencia de alguien que acababa de irrumpir con brusquedad en aquel espacio le distrajo de su regocijo. Levantó la vista lo justo y necesario para identificar al sujeto.

—¿Qué quieres, Bruce?

—¿Que qué quiero? ¿Te has vuelto loco?

Se quejaba mostrando el reciente titular de un periódico de economía que acostumbraban a consumir en aquella familia. En él se podía leer:

«La fiesta oficial de compromiso de Bruce Rimes y Emma Miller se celebrará el próximo 26 de noviembre».

Y la descripción del artículo te dejaba saber más:

«El evento se celebrará en la misma mansión de los Rimes».

Harold hizo una mueca de desdén con el labio superior mientras se acercaba su Cohíba a la boca nuevamente.

—Sigo sin entender por qué irrumpes en mi despacho. —Su tono de voz era frío, pese a que sus pulmones estuvieran inhalando el cálido humo del puro.

—Lo que no entiendo yo es por qué me tengo que enterar de que hay una fiesta de compromiso de la cual soy protagonista, por la prensa.

—Ibas a reaccionar mal fuera como fuera. La fiesta se va a celebrar. —Contempló unos segundos el rostro de su hijo—. No se te nota casi nada ya, apenas unos arañazos y los moratones ya tienen un color más claro. No podemos seguir esperando. —Volvió a posar la vista en el periódico que estaba leyendo cuando fue interrumpido.

—De acuerdo, padre. Que sea lo que tenga que ser.

Aquellas últimas palabras que dijo Bruce antes de abandonar aquella estancia eran sinceras. Porque lo había decidido: sería aquella la noche en la que cancelaría el acuerdo. Y su padre no podría hacer nada para evitarlo.

Tanto Spencer como Bruce tenían que hablar el uno con el otro. Ella quería contarle la inesperada invitación del Sr. Rimes y él quería explicarle de aquel evento del que no tenía ni idea. Aunque ahora ya sabía de él, se enteró en el último momento y, por supuesto, se oponía.

Ambos tenían que hablar, sí. Pero el único que lo hizo fue el pelirrojo, asustado por lo rápido que volaban las noticias y buscando mantener la confianza que ella tenía depositada en él.

—Tienes que confiar en mí. —Le dijo una tarde después de clases—. Es el momento perfecto para plantarme. Delante de los implicados y la prensa. Mi padre se llevará un buen disgusto.

—No te preocupes, Bruce. —Sujetó la mano del muchacho y se la llevó a la mejilla, abrazándose a aquella extremidad—. Confío en ti. Sé que harás lo que tienes que hacer.

Y no es que ella quisiera ocultarle nada. Tan solo había aceptado entrar en aquella guerra con el padre de Bruce y había decidido que para vencer era mejor que nadie supiera nada de sus intenciones allí. Nadie, claro está, salvo Dalia y Thomas, los cuales se habían estado encargando a una semana de la fiesta de compromiso, de ayudar a Spencer con las decisiones acordes a vestimenta y peinado para el evento. Al fin y al cabo, se trataba de una reunión de etiqueta de la cual ella no tenía la menor idea.

Thomas, como era lógico, también había sido invitado, no en vano era familiar directo del implicado. Y Dalia también acudiría como pareja del moreno. La presencia de aquellas dos personas en el lugar hacía que Spencer no se derrumbara de un ataque de pánico conforme se acercaba la fecha.

Se centraron, sobre todo, en buscar un traje apto para ello. Estuvieron barajando como opción alguna prenda de Dalia, pues tenía la suficiente ropa de gala como para poder prestarle a su amiga. No obstante, nada le resultaba favorecedor puesto que la estatura de la rubia era claramente inferior a la de la castaña. El resultado de probarse un vestido de hombro al descubierto, mangas largas y falda hasta poco antes de las rodillas era que los camales le llegaban casi un palmo más corto de lo que debería y la longitud de la falda se acortaba en exceso. Era, en realidad, algo grotesco.

—Joder —masculló cuando se miró en el espejo de la habitación de la chica—. Es espantoso. Soy una mala broma.

—Estaba segura de que te quedaría bien ese vestido tan bonito... —Se lamentó Dalia.

—Si el vestido es bonito —comentaba mientras se recolocaba la zona de la barriga y trataba de bajarse las mangas—. Pero yo consigo hacerlo feo, es un nuevo súper poder que acabo de descubrir. —Trató de bromear, pero sus amigos estaban tan absortos porque todo saliera bien que no prestaban mucha atención a lo que decía.

—Bueno, no pasa nada —dijo Thomas—. Hay fácil solución: ir de compras. Al fin y al cabo, va a ser lo más viable. Vamos a buscar y a comprar un vestido que vaya contigo. —Agarró su chaqueta y salió de la habitación al grito de—: ¡Venga! ¡No hay tiempo que perder!

—Mierda, Thomas. —Se quejó Spencer tratando de bajarse la cremallera de su espalda mientras suplicaba ayuda con la mirada a la rubia para ello—. ¡Espera que me cambie!

Al parecer, hasta el siempre tranquilo Thomas Parker estaba algo alterado.

Fueron a los barrios más caros de Londres. Entre grandes avenidas y de nombres populares, brillaban los letreros de marcas como Guess, Gucci o Balenciaga, entre otros. Se notaba con solo mirar a la gente que no era una zona donde Spencer podría vivir nunca. La altanería en los andares, los abrigos de piel y los elegantes sombreros eran parte del ambiente. En cierto modo, la población que frecuentaba aquel barrio era como alumnos de Richroses de diversas edades y pensar en ello le provocó una involuntaria risilla que suscitó la duda entre sus amigos.

—¿De qué te ríes? —inquirió Dalia agarrándose a su brazo de un modo cariñoso.

—Solo pensaba que me siento como en el Richroses —respondió ella dedicándole una amplia sonrisa que la rubia le devolvió al instante.

—¿Dónde quieres entrar primero? —preguntó Thomas, aminorando la marcha de sus pasos.

Spencer también detuvo su movimiento y puso mayor atención en las tiendas de alrededor.

—Lo cierto es que no tengo ni idea —contestó sin bajar la mirada de los letreros que más cerca tenía—. No conozco el tipo de ropa de estas tiendas.

—Bueno, no pasa nada. —Dio el moreno una palmada en la espalda de la chica—. Entraremos en las que sea necesario.

—¡Hija! —La intensa efusividad en su voz resultaba violenta—. ¿Has decidido tu ropa para tu fiesta del sábado?

Emma, que permanecía sentada en uno de los sillones del salón de su casa mirando su teléfono con desinterés e indiferencia, levantó la vista para poder ver el rostro de su madre cargado de entusiasmo por el evento que se aproximaba.

Nacida en la República Dominicana, siempre le había parecido que su madre tenía un cuerpo de escándalo y una piel caramelo preciosa. Aunque se mudó a Inglaterra a escasa edad, a Miller le gustaba recordar que tenía sangre dominicana.

—No lo sé, algo que tenga en el armario por estrenar —dijo apartando la mirada rápidamente.

—Ay, cariño. —Se acercó hasta estar a escasos centímetros de la pequeña de los Miller—. ¿No estás emocionada? De pequeña te morías de alegría con cualquier cosa que fuera relacionada con Bruce.

La morena dejó escapar un suspiro de hastío.

—Nada es igual a cuando era pequeña.

—Emma, sé que esto es un matrimonio por conveniencia, pero no tienes que hacer nada que no quieras hacer —comentó acariciando el opaco y corto cabello de su hija, mientras la miraba con una cálida sonrisa—. Solo tienes que decírmelo.

Ella frunció los labios. Era muy fácil de decir, pero sabía las expectativas que tenían fija en ella. Igualmente, sus planes iban ligeramente en otra dirección y ya había decidido cómo solucionar sus problemas. Balanceó la cabeza.

—No te preocupes, mamá.

Habían perdido la cuenta de las prendas de ropa que se había probado la castaña y de a cuantos negocios habían entrado. Thomas y Dalia permanecían sentados frente a unos probadores mientras esperaban ver el resultado del último vestido que habían escogido. Habían probado con traje de pantalón, con vestido, con camisas y faldas y nada les convencía. Querían que Spencer fuera radiante. Que brillara y llamara la atención de la mejor manera.

Por aquella razón, cuando la joven hubo salido de aquellas cortinas grises y pudieron ver el resultado, supieron que al fin habían encontrado la prenda ideal.

—Te queda como anillo al dedo, Spencer —halagó Dalia poniéndose en pie.

—A mí también me gusta bastante cómo me sienta —comentó dando una vuelta sobre sí misma—. ¿Tú qué opinas, Thomas?

El muchacho se limitó a dar su aprobación levantando el pulgar y guiñando un ojo.

—Ahora solo queda escoger unos zapatos que le vayan a ese vestido —dijo él mientras se levantaba y comenzaba a buscar con la vista los calzados de ese mismo local.

—Bolso te puedo dejar yo, no te preocupes —informó la rubia.

—Gracias, chicos. Pero sabéis que yo no puedo pagar esto, ¿verdad?

Ambos jóvenes comenzaron a reír.

—Por favor, Spencer —habló Parker—. Lo sabemos. Nunca es un problema. —Le dio una palmada enérgica en el hombro—. Cuando te cases con mi primo podrás devolvernos lo que quieras. —Y continuó riendo tras aquel comentario.

Ante la idea de una boda con Bruce, la joven se sonrojó tanto que sintió un calor abrasador en sus orejas.

—No me voy a casar con Bruce.

—Seguro que no —replicó él con cierta burla.

—Por cierto, Spencer, tu invitación incluía también un acompañante, ¿no? ¿A quién has pensado llevar? —Quiso saber su amiga.

—La verdad, que no había caído en eso hasta que me lo has dicho tú ahora —respondió llevándose los dedos al mentón.

Tampoco pensaba llevar a nadie, pero lo cierto era que aquella cuestión había despertado en ella cierta duda.

Y una corazonada.

Lo que quedaba de semana apenas había podido ver a Bruce. Los estudios y los nervios por lo que pasaría el sábado ocupaban todo su tiempo. Y el pelirrojo también estaba ocupado pensando en cómo sería el momento en que dijera delante de tanta gente que cancelaba el compromiso. Había ensayado diversas expresiones y tono de voz delante de su baño. Los nervios lo estaban matando.

Pero al fin llegó el día. Y Spencer estaba preparada para todo lo que pudiera pasar. Portaba un elegante vestido beige, de hombros al descubierto y sutil escote. Era largo hasta los tobillos, pero dejaba ver una de sus piernas gracias al corte que había a partir de medio muslo y la zona donde comenzaba la falda era ligeramente abombada, lo suficiente para resaltar sus caderas sin resultar exagerado.

Era un vestido sencillo, porque no llevaba ningún tipo de decoración ni detalle llamativo y, no obstante, en ella resultaba realmente bonito.

Thomas y Dalia habían ido horas antes a casa de su amiga y se habían preparado allí para que el moreno pudiera peinarlas y maquillarlas una vez vestidas. A Megure le hizo un recogido para su larga melena y como el cabello de Spencer era corto, se limitó a realzar las ondas de su pelo con la ayuda de un ondulador para luego recoger con horquillas detrás de su oreja uno de los lados.

El maquillaje era también apropiado. No era exagerado, había hecho hincapié en resaltar sus pestañas rizándolas, pero los colores de la sombra de ojos eran de una tonalidad marrón. Al igual que el pintalabios, que era de un color caoba.

La limusina de los Rimes, conducida por Sebastian, fue a recogerles a casa de los Turpin.

—Hola, Sebastian —saludó Spencer con entusiasmo.

—La veo alegre, señorita Turpin —comentó el señor abriendo la puerta para que entraran.

—No hay razón para no estarlo —dijo dedicándole una sonrisa y antes de tomar asiento en el vehículo le dio un trozo de papel donde había algo anotado—. Es la dirección de mi acompañante, ¿podemos pasar antes de ir a la fiesta?

—Por supuesto.

En diez minutos, llegaron hasta la entrada de una pequeña casa color rojo. Y en la puerta, esperando vestido de un elegante traje de chaqueta, estaba Matt, recolocándose la pajarita.

Iba a ser una gran noche. 

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