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23| Más de lo que pensaba

El aire entraba a sus pulmones de forma alterad. No terminaba de coger suficiente oxígeno y ya lo estaba echando al exterior. Su vista se mantenía fija en Bruce, que estaba siendo sujeto por aquel grupo de chicos a los que ella no recordaba haber visto antes, salvo a Jared, cuyas palabras retumbaban en su cabeza como un insufrible eco. No alcanzaba a comprender cómo era que estaba sucediendo aquello de repente. ¿Quién hubiera imaginado que, cuando salió de su casa aquella mañana, las cosas acabarían tomando ese rumbo?

—Ve al grano. —Se dirigió Bruce a Jared, devolviendo la consciencia de la castaña.

—Me alegra ver que tienes interés —comentó el otro con sorna mientras sujetaba a la joven del brazo, ejerciendo presión en su piel con sus dedos.

Spencer logró apartar la mirada del pelirrojo y fijarla en aquel que la sujetaba.

—¿De qué va esto? ¿Qué historia? —interpeló turbada.

El rubio carraspeó.

—Ya voy, impacientes. —Aguardó unos segundos antes de comenzar—. Érase una vez una familia que no tenía mucho dinero. Vivían del trabajo del padre, que era oficinista y, no era la mejor vida, pero podían tirar hacia adelante. Sin embargo, hace dos años, el padre fue despedido. Comenzaron a pasar los días y, con ellos, llegaban deudas. La situación se fue poniendo cada vez más fea y, el hombre, desesperado, decidió ir a la casa de su jefe para pedirle que lo reincorporara en su puesto de trabajo —hablaba mirando a la chica, como si se dirigiera únicamente para ella, aunque levantara la voz lo suficiente para que lo escucharan todos—. ¿Qué crees que pasó, Spencer?

—N-no lo sé —trastabilló.

—Pues que tuvo la mala suerte de que abriera la puerta su hijo —dirigió una mirada de soslayo al pelirrojo—. Intentó hablar con él, pero no le escuchaba. Comenzó a suplicarle, pero el hijo de su jefe no lo consideraba un igual. Incluso diría que no lo consideraba un ser humano. Obligó a aquel hombre a arrodillarse y suplicar para burlarse de él y golpearle. Fue humillado y sin más remedio regresó con su familia sin que sintiera que le quedara un ápice de dignidad —escupió las palabras con rabia y frustración.

Spencer escuchaba cada una de las palabras que salían de la boca del chico. Observó a Bruce, dedicándole una mirada de pena. El pelirrojo no estaba seguro de si lo estaba juzgando o no.

—¿Era...? —empezó a decir, pero no se atrevía a completar la pregunta.

—Era tu querido exnovio, sí. Y mi padre, claro. No volvió a ser el mismo desde aquel día, era imposible no darse cuenta de que algo había pasado. Me acabó contando varios días después lo que había sucedido.

La chica tragó saliva.

—Te entiendo —interrumpió—. Entiendo lo enfadado que debes estar. Nadie merece pasar por una situación así y sé que Bruce era una persona horrible. Pero te prometo que está cambiando —trató de defender levantando el tono y sin que le tambaleara la voz. Miró a Bruce y repitió—: Está cambiando.

—¡¡Mi padre está muerto!! —gritó cegado por la ira, haciendo una mayor presión en el brazo de ella—. ¡¡Se suicidó, joder!!

Al escuchar aquellas doloras y frustradas palabras, Spencer se sintió mareada mientras un desagradable escalofrió recorría su espalda. Comprobó como Bruce se mantenía con la mirada en el suelo y con una expresión de arrepentimiento. No se atrevía a levantar la cabeza.

—Lo siento —dijo al fin, todavía mirando la calzada—. Me arrepiento de ello, de verdad —continuó—. Pero Spencer no tiene nada que ver en esto. Por favor, suéltala.

—No puedo hacer eso —sentenció el otro—. Una simple disculpa no va a hacer que mi padre salga del cementerio en el que está. Tuve que dejar la universidad y ponerme a trabajar para ayudar a mi madre a traer dinero a casa. Mis dos hermanos pequeños dependían de mí.

—Pero... Entonces, ¿lo que me contaste en Hawái era mentira? —cuestionó Spencer con el ceño fruncido, una vez procesó aquella información—. ¿Lo tenías planeado?

Jared le dedicó una sonrisa que reflejaba cierta pena.

—A medias. Era cierto que estaba trabajando allí en verano. Y por supuesto no esperaba en absoluto encontrarme con el joven Rimes allí —confesó mientras su tono de voz se volvía cada vez más oscuro—. Había pasado un año de mi vida odiando a esa familia, pero sentía que no había nada que pudiera hacer. Y un día, de repente, aparece delante de mis ojos mostrando debilidad por una persona. —Tras decir aquello, Spencer pudo atisbar cierta complicidad en su mirada que irremediablemente la llevó a albergar una ligera culpabilidad. Recordó cuando Bruce la cubrió con la toalla en la playa—. Así que vi oportuno acercarme a ti para ver si podía sacar alguna información de provecho. Y resultó que sí.

—¿Y te has dedicado a espiarme o algo? —Se burló Bruce tratando de disimular la tensión que tenía.

El rubio dejó escapar una carcajada.

—Podría decirse, pero no —respondió y recorrió con la vista a los sujetos que allí se encontraban—. Eres muy desconsiderado. Apuesto a que ni te has percatado de quienes son ellos. —El semblante del pelirrojo delataba un gran interrogante—. Son alumnos que tuvieron que dejar el instituto por tu culpa —reveló sin borrar su sonrisa de triunfo—. Hace tiempo me dediqué a buscar gente que también deseara venganza y encontré una mina que había salido de Richroses. Me llevó un tiempo conseguir la información y ponerme en contacto, para luego haberse quedado en el olvido. Pero por fin todos vamos a hacerte sentir miserable como tú nos hiciste sentir a nosotros. Llámalo justicia.

No fue una sorpresa para Spencer descubrir que había tanta gente que le guardara rencor a Bruce. Ella llegó a conocer lo mala persona que podía ser. Al fin y al cabo, sufrió por su culpa durante meses. Y pese a ser consciente de lo mala persona que era en el pasado, se sintió irremediablemente decepcionada.

Aunque sabía que estaba cambiando, que era diferente, había hecho mucho daño antes.

—Pero venga, dejémonos de cháchara. Quiero que te arrodilles. —Volvió a apuntar a Spencer con la navaja—. Arrodíllate y suplícame que no le haga nada. —Hizo una suave presión el filo del arma en la piel de ella—. Suplícame como mi padre te suplicó a ti.

El muchacho no dudó en hacer lo que dijo y, sin necesitar que aquellos individuos que lo sujetaban hasta hacia escasos segundos hicieran fuerza, plantó sus rodillas en el duro y frío suelo de la acera, seguidas de sus manos.

—Por favor...—musitó su voz quebrada, con la cabeza fija en la calzada—. No le hagas daño. Ella no tiene que ver en esto. Por favor, haced lo que queráis conmigo, pero dejad a Spencer.

Jared dejó escapar un bufido y apartó un poco la navaja de ella.

—Menuda decepción. Esperaba que no cedieras tan fácil. Te creía más orgulloso.

Bruce levantó cara y posó la vista en los ojos de Spencer, que observaba en silencio completamente rígida.

—Yo también —respondió esbozando una sonrisa cómplice—. Parece que estoy mucho más enamorado de lo que pensaba.

El pecho de la castaña se oprimió al instante.

«Enamorado». Aquella declaración le había dejado sin aliento, pero tenía demasiado miedo por saber cómo iba a continuar todo, que no podía prestarle la atención suficiente.

—Jared, por favor —insistió de nuevo—. No puedo imaginar tu dolor, pero hacer esto no cambiará nada.

—Lo siento, Spencer, pero con esto no basta. —Posó la punta del arma en su mejilla—. Hay que continuar con el juego.

—Estoy esperando —declaró el pelirrojo y, expresando la mirada más cálida y afectuosa que podía dedicar a la joven en aquella situación, añadió—: Spencer, por favor, cierra los ojos.

Su petición precedió una primera patada en las costillas, que encajó como pudo, seguida de un puñetazo en la mandíbula. Los golpes se sucedían continuamente, recibiendo varios a la vez. Las heridas que tenía en el rostro de la pelea de semanas atrás, no tardaron en abrirse y comenzar a sangrar.

La testigo quiso cerrar los ojos como le había pedido, pero no fue capaz. Le era imposible apartar la vista de aquella escena. Sus ojos comenzaron a humedecerse ante la impotencia que sentía al verse incapaz de socorrerse de ninguna manera, con la punta fría de un chuchillo rozando su mejilla.

Los minutos transcurrían y lo hacían de un modo eterno. El tiempo pasaba angustiosamente despacio. Solo quería que aquello acabara. El joven trataba de mantenerse en pie recibiendo los golpes, pero cada vez que era impactado de alguna manera, su cuerpo se iba al suelo. Hasta que ya no era capaz de continuar levantándose.

Le habían golpeado en el costado, en la cabeza, en la espalda, brazos y piernas. Habían impactado puños y patadas en cada zona de su cuerpo donde les fue posible.

—Parad ya. —Se dirigió la joven a Jared, el cual el cual bajó su arma y soltó su brazo, mirando la escena con expresión taciturna—. Ya le habéis pegado bastante.

Su comentario fue completamente ignorado por él. Aunque, por suerte, no tardaron en frenar.

—Creo que deberíamos parar —dijo uno apartándose.

—Sí, miradlo, ya no puede ni ponerse en pie. —Se cachondeó otro.

—¡Y una mierda! Se lo merece joder —declaró un tercero llevando su mano hacia la espalda, donde llevaba amarrado un bate.

Aquel movimiento de brazo alertó a la joven, miró a Jared y no pudo leer ningún tipo de emoción en su rostro. No parecía que fuera a frenar lo que estaban a punto de hacer y ya se había cansado de mirar. Aprovechó la distracción del rubio para correr hacia Bruce mientras observaba como alzaba aquella porra de madera y, antes de que efectuara el golpe de gracia, se abalanzó sobre Bruce, para cubrirlo con su cuerpo y recibiendo ella el impacto justo en el centro de su espalda.

El dolor fue inmediato, generando que de su boca saliera un aullido del daño. No obstante, estrechó entre sus brazos al pelirrojo que apenas podía mantenerse consciente y les dedicó una mirada desafiante, aunque por sus pómulos aceitunados brotaban lágrimas desesperadas.

—Ya está. Ya habéis tenido suficiente —manifestó con determinación alzando la cabeza—. Ya os habéis vengado.

Los atacantes retrocedieron cuando fueron conscientes de que habían golpeado a alguien que no tenía nada que ver, algo preocupados. Por su parte, el rubio se había quedado estupefacto ante lo que acababa de suceder e hizo una señal con la mano a sus compinches para que se detuvieran.

—Está bien. Ya nos vamos. Lo siento mucho, Spencer. —Fue lo último que dijo antes de que se fueran de allí corriendo.

Observó cómo se perdían sus figuras a lo lejos sin dejar de abrazar al pelirrojo con la respiración entrecotada.

—¿Bruce...? —Trataba de mantener los brazos firmes, pero temblaban inconscientemente.

—Sí... —Su timbre sonaba débil y roto. Trató de recomponerse y ladeando la cabeza, escupió un chorro carmesí al suelo—. Estoy bien. —Le costaba hablar y su cuerpo vibraba a causa de los espasmos.

—Voy a llamar a una ambulancia —informó metiendo su mano en el bolsillo de su chaqueta.

—¡No! —exclamó con las fuerzas que le quedaban, desconcertándola—. No llames a una ambulancia.

—Pero si apenas puedes mantenerse erguido —insistió ella mientras sacaba su teléfono con su pulso temblando—. También debería llamar a la policía.

—No llames a ninguno. En la policía pensaremos luego, pero por favor no puedo ver las ambulancias.

Era complicado, pero ella creyó comprender la razón por la cual no quería estaba pidiendo eso. Sin embargo, el chico terminó perder el conocimiento, obligándola a llamar.

Permanecía sentada en la sala de espera, repiqueteando histéricamente el pie en el suelo ante la expectación y los nervios que almacenaba. Miraba cada rato el reloj de pared. Apenas habían pasado diez minutos desde que habían ingresado de urgencias a Bruce y le estaban realizando la revisión apropiada.

Al cabo de un tiempo, una voz al otro lado del pasillo seguida de unos pasos, llamaron su atención. No tardó en aparecer Parker frente a sus ojos.

—¡Thomas!

Fue directa a abrazar a su amigo y cuando sintió aquellos brazos envolverla, comenzó a llorar. Había estado aguantando las ganas de derrumbarse y finalmente ya no podía más.

—No pasa nada. Se va a poner bien. Mala hierba nunca muere. —Ella sonrió entre lágrimas ante aquel último comentario—. ¿Qué ha pasado?

Ella se separó para explicarle aquel momento tan surrealista que acababa de vivir cuando un enfermero apareció notificando del estado de Rimes.

—Está estable. Le hemos hecho una resonancia para ver si ha sufrido algún tipo de conmoción cerebral a causa de los golpes, pero está todo en orden. Solo hay que esperar a que despierte—. La joven suspiró aliviada—. Podéis pasar a verlo si queréis, aunque... —Miró a Spencer—. Deberíamos revisar ese golpe que te han dado.

—Estoy bien. Solo me duele un poco —dijo con prisa, arrastrando de la manga del jersey a Parker para entrar en la habitación donde se encontraba Bruce—. Gracias.

Spencer pudo observar su rostro lleno de cortes y moratones. Habían limpiado la sangre, pero ahora sus heridas se apreciaban mejor. Un gotero de suero iba hacia su vena y un respirador.

—No sé qué ha pasado —comentó acariciando su mano—. Era todo normal y de repente ha acabado así.

Thomas observaba a su primo en aquel estado y suspiró.

—Intenta no darle más vueltas. Lo importante es que se va a recuperar. —Miró la hora que marcaba su reloj de muñeca—. Es tarde, deberías volver a casa. Yo me quedaré aquí esta noche. Te pagaré un taxi.

—¿Te vas a quedar tú? —preguntó extrañada—. ¿Y su padre?

—Creo que tuvo que ir hace unos días a Nueva York. —Se metió las manos en los bolsillos—. Y Bruce lleva varios días viviendo en mi casa.

Quiso preguntar la razón, pero no lo hizo. En aquel momento aquello carecía de importancia. Solo quería que Bruce despertara. 

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