21| Las manecillas del reloj
El chófer de la familia no estaba disponible. Se había ausentado en busca de su madre, pues había acordado ir a recogerla al trabajo cuando dejara a su hija en casa. En cualquier otra circunstancia, de necesitar transporte, hubiera esperado. No obstante, con aquella nota de Parker entre sus manos y un continuo meneo de sus pies que denotaban la impaciencia que sentía, se vio obligada a llamar a un taxi.
Y allí se encontraba, en el asiento trasero de aquel vehículo amarillo, en dirección a casa del moreno. Organizando en su mente qué sería lo que le diría. Las preguntas claves que se hacía eran: ¿Cómo lo iba a saludar? ¿Conseguiría mantenerle la mirada? ¿Cómo le iba a decir que ella sentía lo mismo?
Pero, sobre todo: "¿Por qué no me lo dijiste antes y por qué no lo hice yo?"
Pronto, dudas corrosivas fueron carcomiendo sus entrañas. Tener inseguridades era algo horrible. Dalia siempre había visto su inseguridad como un monstruo que se alimentaba de sus miedos, haciéndola más débil y diminuta. Y ese monstruo estaba resurgiendo aun teniendo entre sus manos una declaración escrita que podía lograr apaciguar a la bestia.
Sin embargo, no estaba segura de si él la esperaba en aquel momento. Quizá era mejor opción llamar y cerciorarse, quitarse las dudas antes de actuar precipitadamente.
Ante aquel pensamiento, esbozó una sonrisa despreocupada que logró sorprenderla. Ya había esperado demasiado.
El coche frenó a la entrada de la propiedad de los Parker. Pagó al taxista, dejando una buena propina y, tras darle las gracias, salió de allí.
Avanzó hasta la puerta principal. Tan solo tenía que pulsar el timbre, algo que le resultó más complicado de lo que pensaba. Su dedo se acercó hasta él interruptor y, gracias a un espasmo de su mano, hizo la presión que necesitaba para que sonara.
En el escaso minuto que esperó a que fueran a abrir, creyó escuchar cómo en sus oídos resonaban los latidos de su corazón, impaciente por ver la sonrisa de aquella persona de nuevo. Su sonrisa. Para ella.
Abrió la empleada, que ya conocía a la rubia.
—Buenas tardes, señorita Megure. ¿Viene a ver a Thomas?
Dalia sentía como su pálida tez iba adquiriendo un tono sonrosado.
—Sí. ¿Está en casa?
La señora ladeó los labios, pensando la respuesta y, finalmente, dijo:
—No, aún no ha regresado. Pero no creo que tarde en venir. —La desilusión cayó como un peso sobre sus hombros al escuchar aquello—. ¿Quiere esperar dentro?
Negó con la cabeza.
—No, gracias. Le llamaré por teléfono.
Se despidió de la mujer y regresó a la acera. Buscó en su historial de llamadas el número del taxi y resopló. Menuda decepción. ¿Y si lo llamaba? Era pulsar un simple botón. Tan solo eso y podría dejarse de tonterías.
—¿Dalia?
Aquella voz hizo que se sobresaltara y alzara la cabeza de golpe, encontrando allí aquellos ojos negros que tanto le gustaban.
—Thomas —dijo mientras soltaba una risa nerviosa—. Me has asustado.
Él estaba subiendo la calle, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón en una pose desgarbada.
—¿Qué haces aquí?
Ella frunció los labios y le mostró la nota que le había dejado junto a aquel arreglo floral.
—He leído esto.
El chico bufó y frunció el ceño. Parecía molesto. Una mueca en su boca acomapañaba a aquella expresión de molestia.
—A ver, déjame verla.
La joven tragó saliva, tensa. Estaba más serio de lo normal y no entendía por qué. ¿Y si no había sido él? ¿Y si aquello era solo una broma pesada de alguien que se había enterado de lo sucedido? Si no era así, ¿por qué quería ver algo que era de su puño y letra?
Extendió la nota recelosa y esperó a que la leyera con aquel semblante taciturno. Cuando terminó, suspiró.
—Lo sabía.
—¿El qué? —Quiso saber ella angustiada.
—Olvidé ponerte lo más importante: las dalias son mis flores favoritas desde que sé tu nombre.
Inevitablemente, los ojos de la rubia se humedecieron, desconcertándolo.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Eres idiota, me habías asustado —respondió conteniendo el llanto.
Él le dedicó aquella sonrisa cargada de ternura que la embelesaba.
—Lo siento.
Ver sus pozos oscuros mirándola como siempre lo hacía, con cariño, le hizo darse cuenta de lo ciega que había estado.
—Me gustas —dijo al fin.
El chico metió tras la oreja de la joven un mechón de su cabello platino.
—Pues tú me encantas.
Y con suma delicadeza, acercó su rostro al de ella, para dejar que sus labios se fundieran en un gesto de amor.
Aquel sábado de octubre, Spencer se levantó muy pronto. No acostumbraba a madrugar los fines de semana, pero aquel día había quedado. Y, en realidad, el hecho de apenas dormir la noche del viernes también contribuyó en su temprano despertar. Las manecillas de su reloj de muñeca marcaban las nueve menos diez, buena hora para aprovechar el día. Aunque en apenas dos horas había quedado, podía tomárselo con tranquilidad. Antes de bajar a la cocina, abrió el cajón de su mesita de noche y sacó el iPhone que le regaló Bruce. Estaba todavía en perfecto estado, aunque tenía un poco de polvo por encima de no haberlo tocado en meses, pese haber estado encerrado en aquel pequeño cubículo sin recibir luz solar. Dudó unos segundos, pero finalmente cambió la SIM de su móvil.
Al encenderlo pudo comprobar que tenía varios mensajes en la aplicación de la burbujita verde con el teléfono, en concreto de personas que no habían reparado en su cambio de móvil debido a la ruptura sentimental.
Se sobresaltó al ver un chat sin leer de Jared.
"¿Pero no le dije que no tenía WhatsApp?" Pensó y abrió la bandeja de mensajes.
Jared: Este mensaje es solo para saludarte. Si algún día te instalas esto, lo leerás.
Tras terminar de leer el mensaje dejó escapar una pequeña risa. Que persona más agradable era aquel chico. Y que mal le supo no despedirse de él en Hawái. Y encima por Bruce. No obstante, pronto acudió a su mente el recuerdo del final de la noche de Halloween y una desazón amarga se manifestó en su campanilla.
Decidió dejar la respuesta para luego y mirar los otros mensajes que tenía, pero la alarma de su reloj de mesita de noche hizo que bloqueara el teléfono al instante.
Bajó a desayunar a toda prisa y se llevó una grata sorpresa al encontrarse a Benjamin en la cocina.
—¿Qué haces ya despierto? —Su hermano nunca madrugaba a menos que la vida le fuera en ello.
—Desayunar.
—Buenos días, Capitán Obvio —Se burló mientras sacaba de la nevera un paquete de leche.
—No sé, estoy nervioso. Ni he dormido bien, ni podía seguir durmiendo más.
—¿Por algo en especial? —Se sentó frente a él en la pequeña mesa de la cocina. Él negó con la cabeza y ella sin pensarlo mucho continuó hablando—. He quedado con Lisa y Matt hoy, para pasar el día juntos y eso... ¿Te apetece venir?
A Benjamin se le iluminó la cara.
—¡Síi! —No dudó ni un segundo—. Hacía muchísimo que no veía a Matt ni hablabas de él, pensaba que estabais enfadados.
—Para nada, pero como mi vida es un jaleo tremendo desde que entré en 'pijolandia', nos hemos visto menos, aunque estuve con él la semana pasada, por Halloween —explicó—. Va, si vas a venir, termínate el desayuno y vístete que no te quiero esperar. Y yo me ducho primero.
Se encontraron en el centro comercial. Era la primera semana de noviembre, pero ya iban bien abrigados. Por esas fechas hacía bastante frío en Londres, por lo que una larga y gruesa bufanda se enroscaba en su cuello y un abrigo largo cubierto en su interior de pelo sintético cubría su suéter.
Recibió un cálido abrazo por parte de sus amigos cuando se vieron.
—Nos vimos la semana pasada, pero siento que han pasado dos meses —comentó Lisa mientras su mirada se posaba en el acompañante de la castaña—. Ay, Benjamin, ¡cuánto tiempo! —exclamó y lo achuchó con toda la confianza del mundo.
—Ya ves —corroboró Matt, que su gesto de cariño fue frotar su cabeza.
—No soy un perro ni tengo seis años —protestó Benjamin ante aquella atención que lo hacía sentir como un crío.
Spencer se llevó la mano a la boca para evitar no reírse abiertamente, sabía que si lo hacía molestaría mucho a su hermano. El pobre apenas tenía un año menos que ella, pero siempre sería tratado como un eterno niño pequeño.
Entraron al centro comercial. A ella no le apetecía mucho pasear por allí, pues lo único que hacía era ponerse los dientes largos sin poder comprar nada, pero Lisa se había empeñado en que necesitaba agenciarse unos pantalones nuevos.
—No me dijiste que habías quedado para comprar ropa. —Bufó Benjamin cuando entraron a la tercera tienda consecutiva.
—No he quedado para comprarme nada, bobo. —Le dio un codazo en el costado y esbozó una sonrisa burlona antes de decir en un susurro—: Podemos escaparnos a la tienda de videojuegos de la planta baja.
—¡Eh! —masculló Matt introduciéndose en la conversación de los hermanos—. Yo también quiero.
—Alguien se tiene que quedar con Lisa —comentó Spencer encogiéndose de hombros y alzando las manos en una expresión que claramente decía "se siente". Tampoco le parecía oportuno dejar a su amiga sola.
—Pues quédate tú, Pen. —Percibió que tras decir eso, Lisa le guiñó un ojo.
La muchacha puso los ojos en blanco con una sonrisa.
—Vale, largaos, hombres —ordenó fingiendo desdén y haciendo un movimiento de supuesto desprecio con la mano.
Una vez se quedaron solas, su amiga la agarró del brazo.
—Te veo mejor. —Hizo aquella apreciación mirándola de reojo.
—¿Mejor?
—Del capullo zanahoria. —A su amiga le pareció extraño tener que aclarar a qué se estaba refiriendo, teniendo en cuenta que la castaña había estado casi todo el verano como alma en pena, tratando de levantar cabeza por todos los lares y, lo sucedido en Halloween, no parecía haber ayudado.
Por un momento, casi se había olvidado de Bruce, pero por desgracia se lo habían tenido que recordar.
—¡Ah! Sí, bueno. Algo mejor sí que estoy.
—Me tienes que contar muchas cosas, solo lo has hecho a medias —comentó la chica arrastrando del brazo a Spencer y moviendo los pantalones que colgaban de las perchas—. Exactamente cómo conociste a Jared y esas cosas...
No fue difícil para Spencer percatarse de que su amiga estaba ansiosa por que la empapara de chismes.
—Ajá. Correcto. Pues a ver... A Jared lo conocí porque era nuestro monitor en unas actividades de natación. Ya lo conociste, es un chico muy agradable y maduro, aunque... —Una vez más, a su mente acudió el recuerdo de unos molestos roces, unos incomodos besos y unos agobiantes agarres. Sacudió la cabeza. No quería pensar en ello—. Nada.
—¿Nada? ¿Sólo eso?
Había otra cosa que no le había contado a nadie. Ni siquiera a Dalia.
—Me enrollé con Bruce —confesó llevándose la mano a la cara, muerta de vergüenza, mientras recibía un apretón de la mano de la rubia en su brazo.
—¿Qué me estás contando? —Se esforzaba por no levantar la voz—. ¿Cuándo?
Le estaba costando rememorar aquello, pese a que lo había hecho varias veces en su cabeza desde que volvieron.
—No sé. Bueno, sí que lo sé. Fue culpa mía, joder. Fui a su habitación en el hotel porque estaba muy rallada y un poquito borracha y, no sé exactamente cómo, pero le comí la boca. —Evitaba el contacto visual con su amiga, pues cada vez era mayor el bochorno que sentía al hablar de ello.
—No me jodas que encima fuiste tú —dijo Lisa y acto seguido dejó escapar una sonora carcajada—. Eres de lo que no hay.
—Pero eso no es lo peor. —Ya había comenzado a contarle los últimos sucesos y ahora necesitaba contarle todo.
—Habla.
—Lleva intentado hablar y quedar conmigo desde que regresamos. Ya viste como se puso cuando me vio llegar con Jared. De hecho, hoy dijo que me iba a estar esperando en la estación Victoria desde las 12:00.
Lisa desbloqueó su móvil fugazmente para ver la hora.
—Pues son las 12:30 pasadas, ¿qué vas a hacer? ¿Piensas ir?
Spencer se mordió el labio y negó con la cabeza.
—No creo... No sé si debería hacerlo.
Entraron a comer a una cadena de hamburguesas bastante económica. El plan de ese día era gastar dinero al parecer, dado que después iban a ir al cine, al pase más temprano, y aunque fueran a sitios baratos, para alguien que siempre se veía con la necesidad de ahorrar gastos como Spencer, era todo un acontecimiento. Por fortuna, tenía algo ahorrado y su hermano hizo uso de su paga.
Eran las 14:05 y nada parecía que fuera a ser destacable, hasta que Matt preguntó algo que la puso en guardia.
—Oye, Spencer, una pregunta... ¿Tienes el número de Emma Miller? Te llevabas bien con ella, ¿no?
Estuvo a punto de atragantarse al oír aquello.
—¿Para qué lo quieres? —Entre verlos hablando en la fiesta y aquello, Spencer comenzaba a elucubrar.
—Oh, por nada. Es que me la he encontrado varias veces cuando he ido hacer algún bolo por ahí —explicó algo cohibido por la respuesta de la castaña.
Ella frunció el ceño mientras su imaginación trabajaba sin freno.
—No... No tengo su número. Pero si quieres pregunto a Thomas o a Dalia, a lo mejor ellos sí. Cuando respondan te lo paso.
Al terminar de comer, estuvieron un rato allí hablando y haciendo tiempo hasta que se desplazaron al cine. Conforme más pasaba el tiempo, más miraba Spencer la hora. Pese a que había dicho que no iba a ir, no podía evitarlo.
Una vez dentro del cine, recordó aquella vez que Bruce reservó una sala entera para que vieran una película y una sonrisa se dibujó en su semblante. Qué chico tan exagerado era. Cómo se reía con su impulsividad, la cual le llevaba a hacer ese tipo de tonterías. Y eran todas por ella. El recuerdo la conmovió, pero se obligó a centrarse en su decisión y mirar la película como haría cualquier otra persona.
Al salir del recinto, Lisa entró en los servicios. Las manecillas del reloj de muñeca de Spencer marcaron las seis de la tarde. Matt y Benjamin llevaban un rato sumergidos en una conversación extraña "maestro y pupilo", y no pudo evitar acordarse de la admiración que sentía su hermano por Bruce. Desbloqueó su móvil, mientras se preguntaba por qué se lo había llevado hasta allí. Recordó que tenía una respuesta pendiente para Jared, por lo que entró en WhatsApp para proceder a dársela.
Spencer: Vuelvo a usar esto, aunque temporalmente. Hoy me había dicho mi ex que quería hablar conmigo.
Tras ello, cayó en cuenta de que tenía varios mensajes sin leer y comenzó a bajar en el menú viendo la pequeña lista.
Fue entonces cuando su corazón dio un vuelco al ver que tenía un mensaje de Bruce datado en agosto. Abrió dicho mensaje y su pulso se terminó desbordar cuando leyó:
Bruce: "Lo siento. Te echo de menos"
Supo que aquello lo escribió pensando que nunca lo leería. O que no lo leería pronto. Imaginaba que él sabría que no volvería a usar aquel móvil tras la ruptura y que volvería a su viejo teléfono. Un cosquilleo recorrió la punta de su nariz, manifestando sus ganas de llorar ante la emoción que le provocó aquello. Pero se contuvo.
Habían pasado seis horas desde que le dijo el muchacho que estaría esperándola. No iba a estar allí. Sería tontería ir.
—¡Spencer! —Llamó su hermano—. ¿Qué haces? ¡Vamos!
La joven avanzó a la altura donde estaban sus amigos.
—Estás empanada hoy —comentó Matt.
Una respuesta de Jared llegó.
Jared: ¿Y qué vas a hacer?
Spencer: No lo sé. Me dijo que estaría esperando todo el día en la estación Victoria. Dudo que sea así.
Jared: Si no vas no lo sabrás. Por mí no te preocupes, estaré para ti.
Entraron a un bar a beber algo, era una rutina que tenían después de ir al cine, porque así podían comentar la película tranquilamente. Transcurrió media hora en la que Spencer no podía concentrarse por nada del mundo en la conversación con sus amigos. No dejaba de pensar en el mensaje, en Bruce y en si estaba haciendo lo correcto. En que seguramente ya era demasiado tarde para plantearse todo aquello.
—Spencer. —Fue la voz de Lisa la que la devolvió a la realidad—. Creo que sé lo que estás pensando... Si te preocupa tanto quizá deberías ir.
Su amiga tenía un don para leerle la mente.
—Ya se habrá ido.
—¿De qué habláis? —La pregunta de Matt fue instantáneamente ignorada.
—Si no vas, no lo sabrás —replicó Lisa—. Aunque solo si te lo planteas, claro. Tampoco quiero meterme, haz lo que quieras.
El pie de la castaña repiqueteaba en el suelo del recinto nerviosamente. Tragó saliva varias veces y finalmente dijo:
—Me voy.
—¿A dónde? —inquirió Benjamin.
—No importa, ya nos vemos en casa. —Y salió corriendo de lugar. Lo último que escuchó fue un "espero que me lo cuentes todo" vociferado por Lisa.
Hasta que llegó al punto de encuentro con Bruce, transcurrió bastante tiempo. Eran más de las siete. Era imposible que el pelirrojo continuara allí. Había pasado demasiado tiempo desde las doce. Sería de locos. No dejaba de pensar aquel tipo de cosas y tampoco era una locura pensarlas.
No vio a nadie. A nadie que encajara con la descripción de Rimes. La entrada de la estación estaba vacía, y los viandantes caminaban entrando y saliendo o simplemente pasando de largo. Se sintió muy estúpida por creer que continuaría allí. Y una parte de ella se enfadó consigo misma por no ir antes. Pero ya estaba hecho. Aquel era el final. Y ella lo decidió así, no podía molestarse con él.
Fue justo antes de darse la vuelta para regresar a su casa, cuando se percató de un joven vestido con unos zapatos Oxford con punteado tanto en las costuras como en la punta del calzado y vaqueros pitillo. Estaba sentado en el suelo de la acera, con la espalda apoyada en la pared y sus manos sobre sus rodillas. Un joven cuyos ojos verdes destilaban tristeza.
Recordó cuando se enfadó con él meses atrás y él la esperó en la puerta de su casa toda la noche y, al hacerlo, el mundo de la chica se tambaleó, sintiéndose totalmente frágil de repente.
Se acercó a él a un paso muy lento, casi con miedo.
—Hola... —dijo con la voz suave.
Cuando levantó la cabeza y la vio allí, su mirada de iluminó, haciendo que se pusiera en pie rápidamente. Spencer apretó los puños y agachó la cabeza esperando algún tipo de represalia por haber llegado tan tarde y, sin embargo, todo lo que notó fueron los brazos del joven envolviéndola en un cálido abrazo.
—Perdón por abrazarte —habló sin todavía separarse de ella—, pero es que pensaba que ya no ibas a venir. —Spencer no dijo nada, se limitó a permanecer callada y tras unos segundos, le devolvió el gesto.
—Siento llegar tarde —rompió el silencio al fin. Eran unas disculpas sinceras.
Al separarse, Bruce tomó su mano y manifestó:
—Te voy a demostrar que aquello que te dije no era cierto. Vas a pasar el mejor sábado de tu vida conmigo.
Ella rio.
Sin embargo, ambos jóvenes ignoraban la sombra que los vigilaba. La sombra que los seguía. La sombra responsable de lo que estaba a punto de sucederles aquel día.
Y era algo terrible.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro