20| Inténtalo
Spencer se quedó a dormir en casa de Dalia. Había avisado a su madre con antelación y no pareció darle mucha importancia. Hizo las clásicas preguntas de dónde, cómo y con quién, aunque en cuanto subo que se trataba de la rubia, parecía estar infinitamente relajada.
Cuando llegaron a su destino, se quitaron el maquillaje con torpeza y ambas se pusieron ropa de dormir, prestándole a Spencer un bonito pijama de felpa con ovejitas ilustradas. La cama era grande, cabiendo ambas perfectamente. Con botella de agua cerca y algo de mareo, ambas se tumbaron, aunque a ninguna les había acuciado el sueño. Tenían la mente trabajando a un ritmo agotador, habían pasado demasiadas cosas aquella noche.
Dalia se revolvió bajo la colcha de un modo alterado y dejó escapar varios suspiros que danzaban entre los nervios y el hastío.
—No me lo quito de la cabeza —dijo al fin, pues si aquellas palabras no salían de su boca, acabaría estallando.
La otra se giró para poder darle la cara, de costado.
—Me imagino. ¿Cómo estás?
—Triste... Toda ilusión que pudiera quedarme de tener algo con Thomas se han esfumado. Ha sido como si me hubieran tirado una enorme roca a la cabeza en la que pone "realidad".
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Porque yo te alenté a esto.
—Tú hiciste lo que tenías que hacer, o hubiera alargado estas falsas esperanzas demasiado tiempo.
Spencer se quedó pensando en lo derrotado que estaba también su amigo; en sus ojos humedecidos. Eran dos personas geniales, él y Dalia, y le hubiera gustado que las cosas hubieran ido de otra manera con ellos dos. Comenzaba a fantasear con que sus mejores amigos en Richroses fueran una bonita pareja. Y, aunque sabía que Thomas estaba loco por ella, temía que finalmente no pasara nada, por lo que no quería hablar por él.
—¿Serías capaz de perdonárselo?
La interrogada frunció los labios.
—No tengo nada que perdonarle, no se trata de eso. Simplemente esa imagen es muy difícil de olvidar.
—¿Y Shirley?
—¿Qué pasa con ella?
—No sé. ¿Estás enfadada con ella?
—Qué va. Solo le hablé de mis sentimientos por Thomas a ti. Igualmente, no voy a negar que será algo complicado mirarla a los ojos. Al menos hasta que me pase esta sensación de vergüenza de mí misma que tengo.
—No, amiga. Vergüenza ninguna.
Ambas se quedaron en silencio por unos segundos, hasta que finalmente, Dalia preguntó:
—¿Y tú cómo estás?
Sabía que aquella cuestión hacía referencia a la escena de pelea que habían protagonizado Jared y Bruce. Algo que la hacía sentir abochornada.
—Bien. Un poco apática respecto a la vida, pero porque estoy cansada. Necesito dormir para acomodar las ideas.
Lo cierto era que aún le iba a costar largos y eternos minutos conciliar el sueño, pues no solo no se podía quitar la imagen de Bruce propinando puñetazos a su acompañante con inquina, sino que el comentario de Miller fue tan desconcertante como siempre. Sin hablar de lo que sucedió.
Bruce había llegado a su casa cerca de dos horas atrás. Se había desprendido de su abrigo y su bufanda con brusquedad, arrojándolos de mala gana en el suelo, y dejó caer su cuerpo sobre la cama con hastío. Ni siquiera se había quitado el poco maquillaje que le había hecho su primo.
Por más minutos que pasaran, seguía siendo imposible que el ritmo de su caja torácica disminuyera, permitiéndole así alcanzar un estado cercano a la paz mediante la inconsciencia. Su cerebro se empeñaba en recordar de un modo preciso y sádico la mirada de reproche de la castaña tras golpear a aquel estúpido rubito... ¡No tendría ni que haber asistido a aquella fiesta!
Él lo había hecho por ella. ¿Y cómo se lo agradecía? Invitándole a desaparecer de su vida. Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
¿Qué esperaba? Él hizo lo mismo antes, pese a que no era lo que quería, lo hizo. Antepuso su apellido y su reputación a su felicidad.
No, mentía. Sabía que lo hacía. Lo que antepuso fue el bienestar de ella a su felicidad. Aunque aquello significara que no lo perdonara nunca.
Alzó las manos a la altura de sus ojos. Sin apartar la vista de ellas, apretó los puños, resaltando así sus nudillos enrojecidos por el clima seco y decorados con pequeños cortes ocasionados por sus recientes peleas. Entre ellas, el encontronazo con el invitado de la castaña.
Sonrió ácidamente. No se arrepentía. Si pudiera volver al pasado y elegir agredir a aquel tipo o no, sin duda lo volvería a hacer. Se lo merecía.
Nadie le faltaba el respeto a Spencer.
Horas atrás
Spencer se había ausentado de la estancia donde toda la fiesta transcurría. Su amiga enfrentándose a un desengaño amoroso así lo requería y Jared no había puesto problema alguno en quedarse solo unos minutos.
Mientras esperaba allí planteado, en pie y en solitario, daba buenos tragos a su mezcla de ron con Coca-Cola y paseaba sus iris azul marino por aquel lugar lleno de jóvenes ebrios, los cuales en unos meses estarían graduándose. El futuro de Inglaterra. Ineludiblemente, se centraron en los del pelirrojo que allí se encontraba, a varios metros de distancia y sentado como si fuera un rey en su trono. Tenía una mirada letal en sus ojos verdes y una mueca de desdén dibujada por sus labios. Él tampoco le quitaba ojo de encima.
Jared esbozó una sonrisa de suficiencia y tras darle otros varios tragos más a su bebida, decidió acercarse a él.
—Hey —dijo dando los últimos pasos que lo separaban hasta estar frente a Bruce—. ¿Cómo te va?
La expresión de asco que tenía el joven se acentuó considerablemente.
—Tienes narices para dirigirme la palabra. —Fue su respuesta, con el fuego en el verdor helado de sus orbes.
El otro se encogió de hombros mientras una risa salía de su boca.
—Qué va, colega. Es solo que te veo tenso. No deberías estar molesto porque haya venido con tu exnovia, seguro que tú te puedes hacer a la tía que quieras.
A Bruce no le agradó aquel comentario, no porque le estuviera hablando de posibilidades amorosas con aquella confianza, sino porque nadie que estuviera en una cita o similar con Spencer pudiera pensar en que hay otras chicas a las que querer. Y, a juzgar por su comentario, no parecía que él la valorara con la atención y mimo que debía.
—¿Te has acercado a mí para decirme esa mierda?
El semblante de Jared se tornó algo turbio, pronunciando una mirada de suspicacia y mordiéndose el labio inferior.
—Bueno... —comenzó a decir—, y para preguntarte que tengo que hacer para follármela.
Los estímulos cognitivos de Bruce tuvieron que trabajar arduamente para procesar aquel último término ofensivo.
—¿Cómo has dicho?
Con total tranquilidad, el invitado se puso de cuclillas para poder estar a una altura similar a la de él.
—Te estoy pidiendo consejo. Llegué a pensar que era virgen, por lo tímida y paradita que resulta, pero —recorrió con la mirada, de arriba abajo, al pelirrojo— no. Estoy seguro que tú te encargaste ya de ese problema. Debió de ser intenso, ¿verdad? —Su voz transmitía cierta sugerencia llena de malicia, buscando faltarle el respeto—. Me imagino acariciando el interior de sus muslos y susurrándole obscenidades al oído.
Bruce se puso en pie de golpe, movido por la ira que le había generado aquellos comentarios.
—Será mejor que cierres la puta boca si no quieres que te la cierre yo.
El intimidado soltó una carcajada, como si no le preocupara en lo más mínimo que la mandíbula del pelirrojo estuviera tensa o las venas de su cuello hinchadas.
—No te preocupes, soy universitario. Sé cómo tratar a las mujeres y lo que les gusta a las tías como ella.
No daba a crédito a las palabras que salían de la boca de ese cretino.
"Contente, Bruce. Contente". Se repetía para sus adentros, apretando los puños con fervor, tratando de controlarse.
—Seguro que va de casta y luego es toda una perra en la cama.
Suficiente. Aquello fue más que suficiente para que se abalanzara sobre él movido por la rabia, perfilando las facciones de su cara con las articulaciones de su mano. Puñetazos se distribuían con ímpetu sobre el torso de Jared, descargando su ira sobre los rincones señalados por sus extremidades.
La rabia de Bruce no amainaba. Era complicado que lo hiciera mientras estuviera aquel al que acababa de acorralar en el suelo, manteniendo una sonrisa etérea en su rostro. Una sonrisa que lo incomodaba y removía por dentro. Parecía que los golpes no le dolían, que no temía que aquella oleada de furia le hiciera daño.
Por el contrario, su sosegado rostro daba la impresión de que había obtenido todo cuanto deseaba. Aunque ello fuera la violencia descontrolada del pelirrojo... Delante de Spencer.
Segundos después, unos brazos lo agarraron por detrás.
Y la mirada inquisitiva de la chica fue inevitable.
Se revolvió en la cama al recordarlo. De nuevo había quedado él como el malo. Era cierto que una vez lo fue, pero estaba haciendo lo imposible por dejar aquello que lo definía atrás.
Aunque también era cierto que tenía demasiadas cosas de las que preocuparse.
El domingo pasó demasiado lento para Dalia. Una vez Spencer regresó a su casa por la mañana, todo cuanto hizo fue martirizarse con aquel recuerdo que no podía extraer de su cabeza por más que lo intentara. Había visto series televisivas, mirado el catálogo de Netflix, HBO y cualquier servicio de streaming que tuviera e incluso había estado haciendo manualidades mientras miraba videos de YouTube. Cualquier cosa que sirviera para distraerse la había probado y, de nuevo, como la larga sombra de una siniestra pesadilla, aquellos roces de terceros le azotaban la mente.
Tampoco había recibido ningún tipo de mensaje por parte de él. Ni mucho menos ella le había escrito ni pensaba hacerlo. Todo texto que había intercambiado había sido con su amiga, que al parecer quería llevar un exhaustivo control de su estado anímico. Lo agradecía, sin duda, pero ella también estaba preocupada por Spencer. Poco después de que Bruce se fuera, estuvieron un rato más en aquella fiesta y la perdió de vista. Minutos después, cuando la encontró de nuevo, tenía el rostro desencajado y su pulso tembloroso.
Algo había pasado que no le había contado.
Al día siguiente, cuando acudió a Richroses, sintió una combinación inquietante entre alivio y desilusión al comprobar que Thomas no había asistido a clase. Lo supo cuando en el descanso Spencer se lo comentó con un mal fingido desinterés. Fue como navegas por internet y te salta una ventana de spam. Spencer había servido como publicidad informativa; en su cartel ponía "Thomas no ha venido al instituto" y una vez recibías ese dato, le dabas a la 'x' y te despreocupabas.
No obstante, no fue aquella mañana con el susodicho con quien debía enfrentarse, sino con Shirley. La joven no había aparecido en el almuerzo, pero a la hora de comer se acercó a las dos jóvenes que estaban sentadas en una de las mesas del comedor.
—Hola, chicas. —Ambas posaron la vista en ella. La de Dalia era ligeramente hostil, la de Spencer, por el contrario, amigable, aunque algo incómoda por los recientes sucesos—. ¿Puedo hablar contigo un momento? —La pregunta iba dirigida a la joven muñeca de cabello rubio platino.
—No sé si tengo cuerpo, Shirley.
—Por favor, solo dame unos minutos.
Dudó qué decir, no le gustaba encontrarse en aquella tesitura. Ella no tenía fuerza para ignorar a una persona. No era rencorosa, o por lo menos no lo había sido nunca. Trató de buscar en la mirada de Spencer una complicidad que sirviera de respuesta.
—Está bien —dijo al fin.
—Yo voy un momento al baño. —Se puso en pie la castaña, creyendo que la mejor opción era dejarlas solas.
Cuando se alejó unos metros, Shirley comenzó a hablar, tomando asiento cerca de Dalia. Shirley era una persona muy egocéntrica. Era tan egocéntrica que no tenía miedo de recibir un no por respuesta, ni de equivocarse o que le llamaran la atención. Por aquella razón, cuando vio sus piernas tambalearse y los nerviosos movimientos que realizaba con los dedos en su pelo, supo que estaba preocupada.
—A ver, desde que nos vistes a Thomas y a mí el sábado... —La primera frase había logrado que Dalia sintiera como un resquemor arañaba sus entrañas—. He estado pensando mucho. Quiero decir, yo solo quería pasar un buen rato sin compromiso ninguno y... —Le estaba costando más de lo que pensaba aclarar las cosas, más cuando el dulce rostro de la chica resultaba severo—. Bueno, solo pensé que eso no iba a hacer daño a nadie. Después me di cuenta que quizá no tuve muy en cuenta que tú y él teníais una atracción sin resolver. —Apretó los labios y bajó progresivamente los decibelios de su voz—. Perdona, no se me da bien esto.
Dalia apoyó su cabeza en su pequeña y delicada mano y torció los labios pensativa. Cuando miraba a Shirley, aun creía poder ver sus senos desnudos. Era una imagen que no se podía olvidar tan fácil. Aunque su parte racional le decía que no podía enfadarse con ella, a fin de cuentas, solo una persona conocía sus verdaderos sentimientos y esa era Spencer Turpin.
Tras deliberar en su mente una respuesta, decidió abrazar la opción que más le convenía.
—No te preocupes... Tampoco lo sabías. Tendría que haber sido más rápida. —suspiró al acordarse de aquellos atisbos de ilusión que llevaba encima, pensando en confesarse al moreno—. No estoy enfadada contigo ni nada así. Solo conmigo, por no haber sido sincera antes.
Shirley curvó la comisura de sus labios hacia abajo y sus almendrados y grandes ojos adquirieron un destello apenado. Abrió los brazos y envolvió a su amiga en ellos.
—De verdad que lo siento.
Había estado haciendo tiempo en el baño, pues quería dar suficientemente para que sus amigas aclararan las cosas o no. Se estuvo mirando en el espejo durante tanto tiempo que primero se aburrió de su cara y luego empezó a verla extraña. Cuando su entretenimiento se basaba en ello, deseaba tener el móvil que le regaló Bruce y jugar a algún juego para entretenerse.
Cuando creyó que ya habían pasado minutos más que suficientes, decidió salir del baño. Lamentablemente para ella, sus pasos la condujeron de cara al Bruce Rimes, que iba en la dirección contraria a la que iba ella. Sus miradas coincidieron, pero la apartó rápido, esforzándose por pasar de largo con la cabeza alta, sin flaquear.
Por el contrario, el pelirrojo no pensaba así. No estaba conforme ni con lo sucedido en la fiesta en casa de su primo, ni con lo sucedido en Hawái, ni con nada que no llevara un «nosotros» como lema.
—Spencer —llamó, sin surgir ningún efecto en la chica, que continuaba su camino—. Por favor, Spencer, escúchame un segundo.
Ella se detuvo, volteando la cabeza para darle la cara.
—Uno. Ya está. —Volvió a darse la vuelta para proseguir.
El chico fue tras ella.
—Puedo explicarte lo que sucedió. Puedo explicarte absolutamente todo. Solo te pido la oportunidad de dejarme expresarme.
De nuevo, frenó su avance.
—Ya te di bastantes. Demasiadas quizá.
—Pero esto es diferente. Sin mentiras ni secretos. Permíteme ser claro contigo.
—¿Por qué debería?
—Por nada. Sé que no lo merezco. —Esperó a que dijera algo, pero como no lo hizo, prosiguió—. Este sábado, a las doce del mediodía en la estación Victoria.
—¿Cómo?
—Te contaré lo que quieras.
—No puedo, tengo planes el sábado. —Retomó su paso, el cual acompañó Bruce.
—Da igual, te estaré esperando el tiempo que haga falta. —Tragó saliva, pues lo que iba a decir lo asustaba—. Si no apareces me olvidaré de ti para siempre. Entenderé que ese barco zarpó hace bastante. Pero, hasta entonces, te estaré esperando todo el maldito fin de semana si es necesario.
Analizó su rostro compungido. La esperanza arañaba su interior, buscando hacerse de notar. Tenía ganas de que fuera cierto y que aun pudiera tirar de la palanca que hiciera que el tren diera la vuelta. Pero aquello resultaba casi imposible.
—No lo sé.
*
Se sentía aliviada tras hablar las cosas con Shirley, pues no le agradaba andar en tensión con nadie, fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido. Quizá lo mejor era tomar la distancia con Parker: No quedar ni en los almuerzos, no verse y no hablar. Pensaba que, si llevaba a la práctica un medido distanciamiento, podría encarar cualquier situación.
Lo único que no había tenido en cuenta era que nada de lo que había pensado que pasaría aquel día, lo haría. No, del modo en que lo había imaginado. Por tal motivo, su sorpresa fue desmedida cuando al abrir la puerta de la entrada, encontró en el mueble del recibidor un arreglo floral de gran tamaño. Era llamativo, pues los colores de las flores que lo conformaban era variado y vibrante, aunque la variedad de los tipos limitada, pues con diferencia, la especie que predominaba eran las dalias.
Se acercó con cautela a aquel compendio de color y, con cierto recelo, extendió su brazo hacia una nota que había apoyada entre algunas hojas y pétalos.
—Es para usted —dijo la asistenta de su familia, que justo había aparecido caminando por aquella zona—. Ha llegado a media mañana.
Confirmando su primera sospecha, terminó de agarrar el papel plegado que allí había y, con sumo cuidado, fue desvelando el interior de un mensaje que no esperaba. Reconoció en seguida la letra de Thomas.
Querida Dalia,
Lo cierto es que no sé lo que piensas. No sé si estoy cometiendo un error o estoy haciendo algo que debí hacer hace mucho tiempo atrás. Solo te he visto llorar dos veces en mi vida: cuando el cabrón de Wells te utilizó y la otra noche. Ambas me cabrean, pero sobre todo la segunda, porque el culpable de tus lágrimas fui yo.
Lo peor de todo es que sé, que posiblemente de no haber sido un maldito cobarde, la noche hubiera transcurrido de un modo muy diferente. Hace meses que tengo atascado en la punta de la lengua todo lo que siento por ti. No es algo nuevo, no. Llevo enamorado de ti desde que coincidimos en clase en segundo de secundaria y sólo encontré el modo de acercarme a ti años después, cuando descubrí que mantenías una relación con el profesor de deportes.
Sé que después de aquello, todo lo hice de mal en peor. Te chantajeé y busqué provecho de la situación para mi propio beneficio. Es algo de lo que me arrepiento, aunque gracias a ello pudimos ser amigos.
Te quiero desde que no sabías de mi existencia.
De nuevo siento ser tan cobarde de escribir mis sentimientos y no decírtelo a la cara. Pero si tú me lo pides, te lo repetiré las veces que sea necesario, porque no me voy a arrepentir nunca de estar enamorado de ti.
Thomas P.
Sintió como una humedad se aglomeraba en sus ojos avellana y como su cuerpo se estremecía. Aquella declaración le había tocado el corazón. Había estado mucho tiempo esperando que se hiciera realidad, aunque en el fondo no supiera que era aquello lo que deseaba.
¿Y ahora qué debía hacer? Ya sabía lo que sentía. Las palabras de Spencer se habían confirmado. Sin embargo, no tenía las cosas claras. ¿Acaso podía empezar algún tipo de relación con él sin que el recuerdo de que el chico que le gustaba estuviera a punto de acostarse con una de sus amigas? Sin duda, no era nada agradable.
Apretó la nota y se puso en pie.
Tenía que tomar una decisión.
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